Carpizo:
puente entre generaciones/ Miguel Carbonell
Enfoque de Reforma, 8 de abril de 2012Jorge Carpizo (1944-2012) no solamente fue generoso con sus maestros y sus amigos, sino también con sus discípulos
Durante la magnífica oración fúnebre que pronunció en la ceremonia de cuerpo presente que se hizo en memoria de Jorge Carpizo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el rector José Narro Robles lo calificó como un puente entre generaciones.
De entre todas las facetas que desarrolló Carpizo a lo largo de su fecunda existencia, quizá valga la pena destacar ahora la que evocó Narro en su discurso, ya que lo proyecta a lo largo del tiempo y explica tanto el respeto que tuvo por sus maestros, como el aliento que siempre prestó para el desarrollo profesional y académico de sus discípulos.
Carpizo hablaba con devoción de su primer gran maestro: Mario de la Cueva, a quien ayudó como profesor adjunto en su clase de Teoría del Estado. De la Cueva fue un faro indispensable para definir la vocación académica e intelectual de Carpizo. Su otro maestro a lo largo de décadas fue Héctor Fix Zamudio, quien en realidad es el gran mentor de todos los que trabajamos en el Instituto de Investigaciones Jurídicas.
De Fix Zamudio y de Diego Valadés, Carpizo
decía que eran sus hermanos académicos.
Su amistad a lo largo de más de cuatro décadas estuvo marcada siempre por el
respeto y la admiración recíproca. Me consta que muchas (si no todas) de las
decisiones que tomaba Carpizo en el ámbito de la universidad eran consultadas
con Fix Zamudio y con Valadés: tal era el aprecio que sentía por su maestro y
por su entrañable amigo.
Fix Zamudio, siendo director del Instituto de
Investigaciones Jurídicas, había invitado a Carpizo a ser el secretario del
Instituto en octubre de 1967.
Esa invitación, según lo ha escrito muchas veces Carpizo, marcó su decisión
vital de hacer una carrera en la UNAM. A lo mejor Fix Zamudio no se lo
imaginaba entonces, pero esa temprana invitación (Carpizo tenía entonces apenas
23 años) cambió la historia del Instituto, de la UNAM y probablemente también
haya contribuido a cambiar una parte de la historia de México.
Carpizo supo formar a varias
generaciones de juristas, a quienes transmitió su mística de amor por el
trabajo bien hecho, su pasión por la universidad, su ética intachable y su
compromiso total con la defensa de los derechos humanos.
Carpizo fue un ejemplo para miles de
jóvenes abogados que nos formamos en las aulas de la UNAM. Pero no fue un
ejemplo lejano, de esos que solamente pueden ser leídos y con los que nunca se
habla. Por el contrario, a Carpizo cualquiera podía encontrarlo en los pasillos
de su Instituto, dando conferencias en muchísimas ciudades de México y del
extranjero, o en los aeropuertos.
Podía uno preguntarle de todo y nunca salía
defraudado: sabía muchísimo de derecho constitucional, pero tenía igualmente una cultura general
impresionante. Fue a lo largo de su vida un gran lector y entre sus aficiones
más preciadas estaba el cine. Fue un viajero inagotable. Un amigo cercano y
atento. Una persona que disfrutó de la vida en toda la extensión de la palabra.
Parte de ese disfrute vital consistía
precisamente en realizar la tarea de servir a los demás y de honrar los altos
ideales en los que creía. Intervino en las grandes causas de México: luchó por
la democracia y contra el presidencialismo, defendió como pocos el Estado
laico, aplicó la ley de forma rigurosa e hizo de la construcción del Estado de
derecho en México una causa de interés nacional.
En la defensa de cualquier causa
progresista podía contarse con Carpizo: no había tema vinculado con la defensa
de la dignidad humana que le fuera indiferente. Y en todo lo que hacía imponía
un sello personal imborrable.
A pesar de tener mil ocupaciones, era siempre
el primero en entregar los trabajos académicos que le encargábamos para obras
colectivas del Instituto. Si empeñaba
su palabra de entregar un texto, uno podía tener la certeza de que el texto
llegaría a tiempo y que sería sólido y riguroso, como todos los que escribió a
lo largo de su vida. No hay muchos académicos que hayan sido tan exigentes
consigo mismos como lo fue Carpizo a lo largo de casi medio siglo de producción
intelectual. Hasta un día antes de su inesperada muerte estuvo trabajando
intensamente en la nueva edición de su libro clásico La Constitución mexicana de 1917,
que originalmente había sido su tesis de licenciatura, publicada por vez
primera en 1969. También por eso es que es un ejemplo para las generaciones
venideras.
Hay personas que dedican lo mejor de
su vida a la construcción de instituciones. Carpizo fue una de esas personas,
como tanto se ha recordado en estos días posteriores a su desaparición física.
Pero habría que destacar también que fue un gran "constructor" de
personas: gracias al apoyo que nunca escatimó para los más jóvenes, a su
magisterio intelectual y ético, a su ejemplaridad en público y en privado, a su
generosidad con los más cercanos, a su sentido de hombre de Estado. Su voz
hubiera servido de faro y de guía en los años tan difíciles que México tiene
por delante. Aunque ya no nos pueda acompañar, quedará por siempre su brillante
biografía, sus libros y artículos, su amistad prodigada sin límites. Lo vamos a
extrañar mucho.
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