5 ago 2012

San Nazario...el santo patrono

El Chayo, santo patrono de la Tierra Caliente
Francisco Castellanos J.
Proceso # 1866, 5 de agosto de 2012
En la región de Tierra Caliente, donde nació Nazario Moreno González, el fundador de La Familia Michoacana, los lugareños cuentan una singular historia sobre él que contrasta con la del gobierno federal, que lo consideraba el capo de la organización criminal más peligrosa del país. Proceso visitó una capilla en la comunidad michoacana de Holanda, donde se venera una efigie de oro e incrustaciones de brillantes con su nombre. Esta es la crónica del viaje a las entrañas de La Hermandad Templaria, cuyos seguidores pretenden hacer del Chayo un santo: San Naza.
HOLANDA, MICH.– En lo más intrincado de la región de la Tierra Caliente, la hilera de 37 cruces de acero herrumbroso que abarcan 200 metros es el testimonio de uno de los enfrentamientos más violentos entre las fuerzas federales y narcotraficantes durante el sexenio que está por terminar.
Una de ellas, la más sobresaliente
–tiene casi dos metros de altura– ostenta la leyenda: “Nazario Moreno González, Alias El Loco, nació 08/mar/1970, falleció 09/dic/2010”.
Ahí yacen los restos del fundador de La Familia Michoacana, quien ese día fue abatido por elementos de la Policía Federal (PF) en esta comunidad serrana ubicada al occidente del estado. Los lugareños recuerdan el 9 de diciembre de ese año, cuando los federales llegaron con helicópteros artillados y sus agentes dieron muerte al capo y a 36 personas más. La refriega duró dos días, dicen.
Las cruces están colocadas frente a una capilla tenuemente iluminada por una lámpara. En el pedestal reposa una estatua artesanal de oro de 18 kilates e incrustaciones de brillantes con la efigie de San Naza, como se conoce ahora a Nazario Moreno, a quien los pobladores de la zona llamaban indistintamente El Loco o El Chayo.
Esta comunidad se localiza en el corazón de la Tierra Caliente, donde abunda el escorpión, la víbora de cascabel, el coralillo y otras especies venenosas. Aquí nació La Familia Michoacana. Tras la muerte de su líder, los sucesores de la agrupación criminal, quienes se identifican como La Hermandad Templaria (Los Caballeros Templarios), se refugiaron aquí.
Desmantelada la organización, hoy El Chayo es objeto de culto en esta comunidad y otras del sur de Apatzingán. Sus paisanos lo quieren hacer santo.
El periodista michoacano Edgardo Morales Shertier, autor de Los Caballeros Templarios. Un movimiento insurgente, facilita a Proceso la visita a las capillas donde se venera al Chayo. En una conversación telefónica previa, un integrante de La Hermandad comenta al reportero:
“Cuando nos disolvimos como La Familia Michoacana y fundamos Los Caballeros Templarios decidimos que en esta hermandad no habría secuestradores, delincuentes, violadores, robabancos ni homicidas. Quien desobedece paga con la muerte, de acuerdo al Código de los Caballeros. Fue esa razón por la cual nos separamos de La Familia y ahora luchamos contra todos.”
–¿A qué se refiere cuando dice todos? –se le pregunta.
–Al Cártel de Jalisco Nueva Generación, La Familia, Los Zetas, Los Beltrán Leyva, Los Amezcua, el Cártel del Golfo, los Arellano Félix, La Resistencia, etcétera.
–Pero el gobierno dice que Los Caballeros Templarios son delincuentes.
–Puede decir lo que quiera. Muchos utilizan nuestro nombre para realizar actos ilícitos, como secuestros, extorsiones, violaciones. Hace tiempo me habló por teléfono un sujeto para decirme: “Somos de Los Caballeros Templarios. Si no se cae con 50 mil pesos vamos a secuestrar a toda su familia”.
“Le respondí: ‘¡Papá, si supieras con quién estás hablando no dirías eso! Yo soy uno de los 12 jefes de La Hermandad Templaria y vamos a rastrear tu llamada’. Me respondió: ‘Me equivoqué de número’. Y colgó.”
–¿De qué sobrevive La Hermandad?
–De aportaciones voluntarias de productores, políticos, comerciantes, taxistas, gente del pueblo, iniciativa privada. Todo es voluntario; nada bajo presión.
Una visita singular
El día acordado con Edgardo Morales Shertier para visitar la capilla se desató la lluvia en la zona, como pocas veces. Y aunque al mediodía cesó, el cielo seguía oscuro.
Durante varias horas, Morales Shertier y el corresponsal esperaron la llamada de Los 12 apóstoles, como llamaba Nazario a los integrantes de su cuerpo de seguridad, para que autorizaran el ingreso a la comunidad y observaran el sitio donde cayó el capo.
Rumbo al Cerro de la Cruz, al final de la carretera a Acahuato, está la primera capilla. Desde ahí se contempla todo Apatzingán. Dentro está la cruz de los templarios, así como un pedestal y el escudo medieval de la organización, pero no está la efigie de San Naza.
“Se lo robaron los azules (los federales)”, comentan los habitantes; se lo llevan no por evitar el culto, sino porque la figura de casi un metro de alto es de oro de 18 quilates e incrustaciones de brillantes. Ahora la imagen sólo la sacan cuando le rinden culto.
A la entrada de Acahuato se observa un rótulo de Solidaridad, el programa asistencial del salinismo. A unos 100 metros de distancia se levanta otra capilla pintada de blanco. En la parte trasera tiene una enorme cruz roja de Los Caballeros Templarios.
Entre las imágenes de Cristo, el Sagrado Corazón de Jesús, el Señor de la Misericordia, San Judas Tadeo y la misma Virgen de Acahuato está enmarcada la figura de Nazario y su oración; incluso se venden estampas religiosas, rosarios y escapularios…
Por el camino hacia el panteón está Guanajuatillo. En esa localidad nació El Chayo el 8 de marzo de 1970. De ahí salió en los ochenta a California para hacer sus primeras ventas de mariguana.
Poco antes de llegar a la comunidad El Alcalde, perdida entre los cruces que conducen a las rancherías, un guardia de La Hermandad Templaria intercepta a los visitantes. Lo acompañan otros integrantes de la organización, quienes se desplazan en camionetas con vidrios polarizados.
“Vamos a Holanda y a Guanajuatillo. Está autorizado por Los 12”, le dice Morales Shertier a uno de los hombres. Todos llevan gorras y portan aparatos de radiocomunicación. “Adelante”, responden tras verificar los datos. “Por el camino los irán guiando”.
La tarde pardea. En otra desviación, un adolescente pasa por el lugar en moto. Los reporteros le hacen señas y se aleja. Pero regresa y responde: “Vale”.
–¿Dónde queda Holanda? –se le pregunta.
–Ahí derecho. Luego a la derecha, explica.
El municipio está lleno de poblaciones de viviendas precarias. Muchos habitantes carecen de trabajo, algunas familias no tienen ni para comer, lo que contrasta con la proliferación de víboras de todo tipo, tarántulas, alacranes y otras alimañas de tierra caliente.
Después de una hora de caminar por la brecha aparece otra población. Más adelante una bifurcación, pero ninguna señal que diga Holanda. A un lado está El Limoncito, nada más. Un lugareño recomienda a los visitantes tomar por la derecha.
San Nazario
Edgardo Morales Shertier lleva casi dos décadas ejerciendo el periodismo. Ahora, dice, trabaja en un libro sobre las damas templarias.
“No sé por qué tanto escándalo. Ya me dicen que lavo dinero de Los Templarios, que soy su jefe de prensa. Incluso me anda persiguiendo el Ejército. Mi familia, ya no la tengo aquí. Cada rato me hablan del cuartel. Ahora tengo que vivir en hoteles, como si fuera delincuente”, comenta al corresponsal mientras ambos continúan buscando la mítica Holanda.
También habla sobre su libro Los Caballeros Templarios, cuyo propósito, insiste, era “ir más allá de las acusaciones del gobierno federal”: “Sabemos que los tratan de delincuentes y asesinos, pero yo quise saber sus razones y fundamentos. Quizá tienen algo que manifestar a la sociedad. Como todos, creo, deben tener una oportunidad de defensa”.
El camino sigue por la vera de Río Grande. Entre cactus, huizaches y matorrales se cruzan decenas de comadrejas de todos tamaños, quiniques, les dicen en Apatzingán en purépecha.
La marcha continúa. De pronto, tras una curva está la entrada a Holanda. Conforme se avanza, el murmullo de los rezos va subiendo de todo: “Luz bendita de la noche, defensor de los enfermos, San Nazario, santo nuestro. Siempre en ti, yo me encomiendo…”. Enseguida, unas 50 personas rezan un Padre Nuestro.
Van en procesión con la imagen de Nazario. Se multiplican las oraciones, las velas, los ramos de flores. Las camionetas y los autos comienzan a estacionarse a los lados de la capilla, iluminada con la luz mortecina de lámpara circular. Al frente se encuentra la cruz blanca de casi dos metros de altura.
Niños, jóvenes, ancianos y mujeres portan estampas de su paisano Nazario y veneran su efigie vestida con una túnica dorada. Sus bordes son de perlas; de brillantes el cinturón. Al centro, en el pecho, la cruz de los antiguos guerreros de las cruzadas, elaborada con lentejuelas. La última luz del día permite aún ver la espada templaria que la figura abraza con sus dos manos, pegada al pecho.
La barba de San Naza es cerrada, como las imágenes que representan a Jesucristo. Del lado izquierdo se desprende un rosario gigante de vidrio. Calza unas botas color oro que le llegan casi a la rodilla; también lleva dos brazaletes de piel con la cruz roja templaria.
Los lugareños no dejan de rezar. Cada uno lleva bajo un brazo el libro rojo. Me dicen el Más Loco. Diario de un idealista, una biografía escrita por el propio Nazario Moreno. En la portada aparece su fotografía.
Al llegar a la capilla, los peregrinos colocan a San Nazario sobre el pedestal. Y, tras rezar un nuevo Rosario, encienden decenas de las velas desplegadas en las escalinatas.
“Lo queremos hacer santo. Ya mandamos a hacer 5 millones de estampas de San Nazario para repartirlas entre sus fieles. ¿Eso también es un delito?”, pregunta un campesino de piel curtida por el sol.
Y sigue su perorata: “Si la Iglesia lo quiere reconocer, mejor. Si no, de todas formas esto ya no lo para nadie. El culto a San Nazario crece. Somos muchos los seguidores y hay capillas en los 113 municipios de Michoacán; también en Guerrero, el Estado de México, Hidalgo, el Distrito Federal, Puebla, Guanajuato, Querétaro y otros estados.
“No queremos competir con ese de Sinaloa, Jesús Malverde. Nazario no era narco. Sí estaba un poco loco, pero ayudaba a todas las poblaciones: prestaba dinero a los campesinos sin cobrarles rédito. Y ellos le pagaban cuando levantaban su cosecha.
“También repartía láminas, molinos, aparatos eléctricos, de línea blanca. Ahí está en el libro rojo.”
En su libro El Más Loco, él mismo se defendió: “De mí han propalado algunos medios de comunicación, azuzados por el gobierno, las versiones más terribles que en la realidad nunca me hubiera atrevido a realizar. Ellos me han creado una fama de perverso, de ser un hombre sin sentimientos y sin escrúpulos. Han llegado acusarme de que yo me siento un dios, un santo, un espiritista y quién sabe cuántas sandeces más, con el único fin de ridiculizarme y ocultar mis verdaderas metas sociales”.
Las razones de Nazario
En la edición 2011, Centenario y bicentenario de dos revoluciones de México, citada con autorización de Los 12, El Chayo aseguró:
“Sinceramente, he de reconocer que sí han logrado exhibirme como una persona despreciable, pues he comprobado en reiteradas ocasiones que mucha gente tiene una imagen negativa de mí. Como dicen en el rancho: ‘Me han hecho un perro del mal’.”
En cuanto a La Familia Michoacana, comentó que daba “terapia y ayuda de superación” a los integrantes de esa organización. También explicó la razón de ser de esa denominación: “Decidí darle ese nombre ya que, por definición, la familia es un concepto que se refiere a un grupo homogéneo, a una misma clase social, a una cultura, tradición; misma sangre, mismo linaje, mismos intereses e iguales objetivos”.
Y añadió: “No recuerdo en qué fecha, por qué motivo o razones los medios de comunicación al servicio del gobierno iniciaron la campaña de desprestigio diciendo que el grupo que yo dirigía era una bola de narcotraficantes y empezaron atacarnos por todos los francos (sic) y quemarnos ante los ojos de la sociedad.
“Nos involucraron en actividades del narcotráfico y de pronto ya estábamos siendo perseguidos como si fuéramos perros rabiosos. Las noticias que pasaban por la televisión y la radio eran tan venenosas que pareciera que se conjugaron en mi persona todos los Jinetes del Apocalipsis.”
Escribió que al ser perseguido con tanta saña y odio por el gobierno de Felipe Calderón, se sintió “acorralado e incapacitado” para demostrar su “inocencia”, por lo que tuvo que refugiarse en las montañas de su pueblo.
Según él, para defenderse de la persecución federal contactó a “políticos de importancia, empresarios, productores agrícolas y ganaderos, dirigentes de organizaciones de derechos civiles, sindicalistas, restauranteros, e incluso funcionarios del mismo gobierno de Felipe Calderón y hasta algunos jefes policiacos.
“Poco después de remontarme en los montes, nuestros simpatizantes y las redes de apoyo nos hicieron llegar docenas, después cientos y al último miles de armas de diferentes calibres para que el brote de rebeldía no se extinguiera y siguiéramos con nuestra bandera de reivindicación social.”
En la montaña, añade, “protegido por miles de campesinos y cientos de hombres armados, me dediqué, seguro en mi refugio, a impartir conocimientos del arte de la guerra, lenguajes corporales, inteligencia y contrainteligencia, saboteo (sic), amor a la patria, superación personal, valores morales, principios nacionalistas y humanos, lealtad a la causa, honradez y trabajo. Cada uno de los que invitaba, invitaba a otro en forma sucesiva y geométrica”.
Aseguró que en los últimos años de La Familia Michoacana, personas afines a la organización “torcieron sus objetivos sociales” y se dedicaron a la delincuencia:
“En esos momentos no pude hacer nada, pues eran muy fuertes, pero en cuanto pueda los acabaremos, debido a que la delincuencia no es nuestra meta.”
Con el libro rojo en las manos, el campesino pregunta al final de la procesión: “¿Que era delincuente? Nunca lo comprobaron. Dicen muchas cosas”.
Una mujer lo secunda: “Ahí está San Ignacio de Loyola, quien proyectó originalmente ser soldado, pero cuando un cañonazo del ejército francés destrozó su pierna, su carrera militar terminó abruptamente. Por eso San Ignacio es el patrón de los soldados”.
La noche empieza a caer. La zona queda iluminada sólo por las veladoras. Antes de regresar a Guanajuatillo y a las rancherías aledañas, los peregrinos se hincan y se persignan. Un joven aprovecha para tomar fotos al Chayo y luego se une al contingente.
En ningún momento apareció gente armada. Sólo se escucharon los rezos y algunos mensajes en clave que se transmitieron por radio. De regreso a Apatzingán, las pequeñas luces de los caseríos perdidos en la sierra se van ocultando. El viaje ha terminado.

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