18 mar 2013

Huele a cisma/RODRIGO VERA


 Huele a cisma/RODRIGO VERA
Revista Proceso No. 1898, 17 de marzo de 2013
 Según teólogos e historiadores la Iglesia católica enfrenta el riesgo de un cisma como no se ha visto desde hace siglos. Aunque Benedicto XVI dejó su pontificado, todavía conserva poder e influencia, a tal grado que antes de retirarse impuso hasta la forma en que deberá llamársele de ahora en adelante: Su santidad Benedicto XVI, Papa emérito. Cuando la Iglesia tiene dos cabezas el cisma sobreviene de manera ineludible, apuntan los expertos. Los jesuitas, orden a la que pertenece Francisco, consideran que a Ratzinger se le debe llamar “obispo de Roma”. Acorde con esta línea, en su primera misa como pontífice, Bergoglio pidió a la multitud que rezara por el “obispo” que lo antecedió en el cargo.
Los antiguos canonistas de la Iglesia aseguraban que histórica y teológicamente es imposible la coexistencia de dos Papas. Agregaban que sólo los “cuerpos deformes” son “bicéfalos”. De ahí que –concluían– cuando la Iglesia católica tiene dos pontífices es porque ya entró en un proceso degenerativo que terminará en cisma.

¿Realmente provocará un cisma la coexistencia de Francisco y de Benedicto XVI? ¿Habrá fricciones entre los dos? ¿Crearán divisiones en la curia romana? ¿Cuál de los dos es el verdadero sucesor de Pedro?
En torno a estos interrogantes habla la investigadora Marta Eugenia García Ugarte, especialista en historia de la Iglesia, quien advierte:  “Existe el riesgo de que se dé un cisma debido a que hay dos Papas. Una situación inédita en los últimos siglos. Todos los cismas históricos tuvieron que ver con que hubiera dos pontífices de manera simultánea. Y la principal característica del cisma es que rompe la unidad eclesiástica.
 “Aparte de los muchos problemas que de por sí ya tiene la Iglesia, el Papa Francisco llega al trono pontificio con un grave problema adicional; que su antecesor sigue vivo. Aunque Benedicto XVI guarde silencio y no intente influir en el nuevo papado, de todas maneras seguirá influyendo aunque no lo quiera. Digamos que es una especie de muerto vivo.”
–¿Pero Benedicto XVI realmente sigue siendo Papa?
–Ratzinger dijo claramente que quiere que lo sigan llamando su santidad Benedicto XVI y, por lo tanto, que lo sigan tratando como Papa, así sea en calidad de Papa emérito y sin funciones administrativas. Seguirá ostentando su título pontificio. Pero además continuará viviendo en el Vaticano, un espacio muy reducido para que cohabiten en él dos Papas, situación que fomentará mucho las pasiones políticas.
–¿Por qué no se iría a vivir a su natal Alemania o a otro país, para no interferir con su sucesor?
–¡No! ¡No puede irse! La misma curia romana no permitiría que uno de sus Papas deje el Vaticano para irse a vivir a otra parte como cualquier hijo de vecino. ¡Imposible! Eso afectaría mucho más la imagen del papado, ya de por sí deteriorada. Benedicto XVI sigue siendo pontífice y su lugar es el Vaticano.
La especialista señala que la situación se complica más debido a que los dos pontífices van incluso a compartir al mismo secretario particular, el alemán George Gänswein, quien ha ocupado ese puesto con Benedicto XVI desde 2006.
 “En el organigrama de la curia aparece el cargo de secretario del Papa. No prevé que haya dos Papas con un secretario cada uno. Por esa cuestión burocrática, Gänswein será el secretario de los dos pontífices. Esta embarazosa situación puede provocar interferencias entre ambos”, dice la historiadora.
Y plantea que Benedicto XVI sigue conservando poder, al grado de que impuso condiciones hasta en los tiempos de su renuncia y del cónclave. Explica: “El 11 de febrero Ratzinger anuncia su dimisión y señala que la hará efectiva el 28 del mismo mes. Después emite un motu proprio mediante el que adelanta la fecha del cónclave para que los cardenales elijan a su sucesor. Realiza todavía algunos nombramientos, como el del encargado del Banco Vaticano.
 “Y el día de su renuncia monta una aparatosa escenografía, con sus recargados rituales de despedida que fueron transmitidos por las televisoras de todo el mundo. Con guardias suizos, repique de campanas y todo lo demás. Viaja en helicóptero del Vaticano a la residencia de Castel Gandolfo y ahí, desde el balcón, se despide de la multitud que le corea. Cierra los cortinajes y desaparece triunfal con una teatralidad asombrosa, como si actuara para una película de Fellini… Se fue con mucho poder.
“Su hermano, Georg Ratzinger, declaró que el nuevo pontífice puede ir a pedirle consejos a Benedicto XVI. Pues no, el Papa Francisco no debería hacerlo, precisamente para marcar distancias y que no interfiera en su nuevo gobierno.
 “La misma Santa Sede no sabe qué hacer con dos Papas. Y para colmo ninguna instancia vaticana puede tener control sobre ellos, ni los obispos ni los cardenales. ¡Nadie! El Papa es la cabeza de la Iglesia y se acabó. No le rinde cuentas a nadie. El problema es que ahora hay dos pontífices.”
Investigadora del Archivo Secreto Vaticano, doctora en historia y actual investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, García Ugarte se ha especializado en la historia de la Iglesia. Sobre el tema ha escrito varios libros, como Liberalismo e Iglesia católica, La nueva relación Iglesia-Estado en México, Poder político y religioso; México siglo XIX.
Indica que el cisma podría darse no sólo por desacuerdos entre los dos pontífices sino sobre todo por problemas entre sus seguidores.
Y abunda: “Para empezar, Benedicto XVI nombró a más de 60 cardenales que son los miembros más jóvenes del Colegio Cardenalicio. Es un número muy importante que le debe obediencia. Y obviamente que hay muchos otros prelados que lo valoran y apoyan. Podrían constituirse en un bloque.
 “Otro riesgo de escisión puede venir de las múltiples organizaciones de laicos católicos que empiecen a pedir la presencia de Benedicto XVI. Es un riesgo muy alto. Es muy común que los fieles se acostumbren a su párroco o a su obispo. Estos conflictos ocurren frecuentemente en las diócesis donde se enfrentan los seguidores del obispo entrante y del saliente. A nivel papado también pueden darse cuando hay dos pontífices.
 “Aparte están las encíclicas de Benedicto XVI que seguirán teniendo influencia, pues él es un gran teólogo. Si estuviera muerto no pasaría nada. Pero sigue vivo. Si el Papa Francisco no emite encíclicas con un fuerte contenido teológico, se verá en gran desventaja frente a Ratzinger y su gobierno deslucirá.
 “Al papado le espera un futuro muy complejo. No sabemos cuántos años más vaya a vivir Benedicto XVI convertido en una sombra para su sucesor. Incluso su muerte será un problema. ¡Imagínese! Un Papa organizándole solemnes funerales a otro Papa, algo insólito.”
–Y en el plano teológico, ¿quién de los dos es el elegido del Espíritu Santo?
–¡Los dos! Como también los dos son sucesores de Pedro y tienen la misma infalibilidad papal, que les viene con el cargo. Pero ahora quien tiene derecho a usarla es solamente Francisco, por ser el Papa en funciones y a quien le corresponde dirigir la barca de Pedro.
–¿Benedicto XVI deberá mantenerse en silencio?
–No le queda de otra. No podrá tomar decisiones de gobierno, dictar medidas ex cátedra ni emitir encíclicas; eso le corresponde al pontífice en funciones. Ratzinger sólo podrá seguir publicando sus libros en calidad de teólogo.
–¿Pero realmente no interferirá en el nuevo pontificado?
–Bueno, él ha prometido que no lo hará. Dijo claramente: “No voy a interferir”. Incluso les pidió a los cardenales que externen su voto público de obediencia hacia el nuevo Papa. Y desde que se recluyó en la residencia de Castel Gandolfo no ha vuelto a aparecer. Es como si estuviera en un ataúd. Claro, tendrá que salir de ahí y regresar al Vaticano, pues Castel Gandolfo es la residencia de veraneo del Papa, por lo que seguramente la utilizará Francisco este verano que ya se acerca.
–¿Podría darse una especie de maximato pontificio? ¿Que Benedicto XVI logre imponerle sus dictados a su sucesor?
–No veo ese riesgo. Hasta donde recuerdo, jamás ha habido un maximato en la historia de la Iglesia, como ocurrió en México con Calles. Lo que sí podría darse, repito, es un cisma; que de pronto uno y otro Papa, aún contra su voluntad, tengan dos corrientes de seguidores enfrentadas.
“Ya hay incluso cierto temor de que pueda ocurrir un cisma. El cardenal Angelo Sodano, por ejemplo, ha pedido que la Iglesia se mantenga unida en este difícil trance. ‘No rompamos la unidad’, les pidió a los cardenales en la misa del precónclave. Y algunos obispos centroamericanos empiezan a señalar que no hay peligro de caer en un cisma, pero lo dicen con miedo. Es como cuando se dice que no va a llover, y llueve.”
 “Obispo” de Roma
No es para menos tal temor. Desde hace siglos los estudiosos del funcionamiento interno de la Iglesia han visto como una pesadilla la coexistencia de dos Papas. En el siglo XII los canonistas Baziano y Uguccione­ da Pisa señalaban que sólo los cuerpos deformes son bicéfalos, por lo que una Iglesia con esas características sólo acarrearía cismas y catástrofes.
… Y la historia les dio la razón.
En 1294 fue elegido pontífice el ermitaño Pietro Angeleri di Murrone, quien ya como Papa se llamó Celestino V. A los cinco meses de pontificado se dio cuenta de que no servía para el cargo y renunció voluntariamente para retomar su vida de eremita. Pero su sucesor, el Papa Bonifacio VIII, temeroso de que se le considerara ilegítimo, mandó arrestar a Celestino V, quien murió dos años después en la cárcel.
En 1415 –en pleno Cisma de Occidente– también renunció al cargo el Papa Gregorio XII, luego de una serie de conflictos con su contrincante, el Papa Benedicto XIII, quien sería depuesto dos años más tarde.
Fueron estas las dos renuncias papales que antecedieron a la de Benedicto XVI.
Todavía en 1994 el Papa Juan Pablo II –sabedor de las trágicas consecuencias que acarrea una Iglesia bicéfala– decía secamente: “No hay lugar para un Papa emérito”. Pero hoy lo hubo.
Comenta la historiadora García Ugarte:
 “La historia del papado se convierte en ocasiones en una historia de terror, al extremo de que hubo un Papa que exhumó el cadáver de su antecesor para someterlo a juicio y así legitimarse en el trono. El papado no siempre ha sido una institución respetable. Y en varias ocasiones ha estado en crisis.”
–¿En qué condiciones está hoy?
–La renuncia de Benedicto XVI afectó muchísimo al papado, digamos que lo desa­cralizó. Los fieles siempre han esperado que el Papa lo sea hasta su muerte. Este solo hecho le daba una aureola sacra y de veneración al papado. Pero ahora resulta que también los Papas pueden jubilarse y abandonar el cargo como cualquier burócrata.
“Ratzinger argumentó que ya no tenía fuerzas para continuar, lo cual también es muy grave para los creyentes, a quienes se les inculca que deben cargar su cruz hasta el final como lo hizo Cristo. Hoy el Papa tiró la cruz. Dio un mal ejemplo a los millones de católicos. Con qué cara la Iglesia les va a decir que carguen su cruz si ni siquiera el Papa lo hace.”
La historiadora considera que el jesuita Francisco tendrá que fortalecer al papado, pero para hacerlo deberá primero imponerse a Benedicto XVI.
Y agrega: “A Francisco le corresponde definir la relación con su antecesor. Decidir si lo entierra o no lo entierra. En sus manos está congelar definitivamente a Ratzinger, hacerlo hielo y decirle: ‘Ahora el que manda soy yo’. Obviamente que esto tiene sus riesgos”.
Por cierto que de la Compañía de Jesús –justamente la congregación del nuevo Papa– han salido voces que piden no llamarle ‘su santidad’ a Ratzinger, como él lo pide, sino simplemente decirle obispo. Esto desató controversia en la curia romana, que antes del cónclave había definido el título formal para referirse a Ratzinger: “Su santidad Benedicto XVI, Papa emérito”.
Sin embargo, en un largo y docto artículo publicado en la revista que tienen los jesuitas en Roma, La Civiltá Cattolica, el prestigiado canonista jesuita Gianfranco Ghirlanda, exrector de la Universidad Gregoriana, escribió lo siguiente:

“Es evidente que el Papa que ha dimitido ya no es Papa, por lo que no tiene ninguna potestad en la Iglesia y no puede entrometerse en ningún asunto de gobierno. Podemos preguntarnos qué título conservará Benedicto XVI. Pensamos que debería atribuírsele el título de obispo emérito de Roma, como a cualquier otro obispo diocesano que cesa”.

El artículo de Ghirlanda, Cesación del oficio del romano pontífice, concluyó tajante: “Quien cesa en el ministerio pontificio no por deceso, si bien sigue siendo evidentemente obispo, ya no es Papa”.

Así las cosas, sólo faltaba saber la postura del Papa sucesor. Y el pasado miércoles 13, tan pronto fue electo pontífice, el Papa Francisco salió al balcón central de la Basílica de San Pedro e hizo una petición a la multitud congregada a sus pies: que rezara por el “obispo” que lo antecedió en el trono.

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