24 mar 2013

Lo que el presidente aún no entiende/BERNARDO BARRANCO V.



  • Lo que el presidente aún no entiende/BERNARDO BARRANCO V
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*Exconsejero del Instituto Electoral del Estado de México, vaticanólogo y estudioso de las religiones.

Revista Proceso No. 1899, 24 de marzo de 2013
La presencia de Enrique Peña Nieto en la ceremonia de entronización del Papa Francisco es un hecho relevante que va más allá de una visita protocolaria. Mientras los diferentes jefes de Estado priistas se habían resistido a asistir a cultos públicos, Peña Nieto es el primer presidente priista que asiste a una ceremonia de tal relevancia. Se ha sacudido viejos estigmas e indica, según él, cómo ha cambiado el mundo en tan sólo unos años. Sin embargo, su presencia puede tener otras lecturas. Una de ellas es la del presidente muy católico que quiere hacer de la Iglesia una asociada incondicional en su mandato y un factor básico de gobernabilidad. Pareciera que Peña Nieto rescata las viejas tesis que el binomio Prigione-Salinas estableció en los años ochenta.

La elección del Bergoglio tiene consecuencias no sólo religiosas sino políticas. Francisco es el primer pontífice latinoamericano y el peso del Vaticano puede tener diferentes incidencias políticas en la región. Si el Papa actúa como Bergoglio en Argentina, la Iglesia será no únicamente crítica sino intransigente frente al debate por alcanzar una mayor diversidad, flexibilidad y pluralidad en las opciones sociales; es decir, la moral católica se dejará sentir en temas como aborto, mujeres, sexualidad y rechazo homosexual. Bergoglio cuestionó las políticas “populistas” del kirchnerismo; potencialmente el Papa Francisco puede convertirse en un nuevo polo de gravitación en el área. Así lo entendieron los mandatarios que se dejaron ir de manera copiosa a la ceremonia religiosa de inicio del pontificado y breves encuentros que sostuvieron con el nuevo Papa, entre ellos Rafael Correa, de Ecuador; Cristina Fernández, de Argentina; Dilma Rousseff, de Brasil; Laura Chinchilla, de Costa Rica, y Sebastián Piñera, de Chile; Federico Franco, de Paraguay; Porfirio Lobo, de Honduras; Ricardo Martinelli, de Panamá, y Enrique Peña Nieto, de México.
En tanto católico que es, el presidente Peña Nieto se conmovió con la ceremonia religiosa. “Es un momento emotivo. Sin duda es un momento especial”, expresó en rueda de prensa. En la víspera de la misa, concedió una entrevista a Televisa, y de manera confusa reiteró que su presencia en Roma se da en el marco del Estado laico: “México es un país laico, un país que respeta los diferentes credos religiosos y en el marco de esta condición se debe reconocer también de que México es un país mayoritariamente católico. Por eso, me congratulo de estar aquí presente representando al pueblo de México”.
No queda suficientemente claro si su presencia se debe a que representa al pueblo mayoritariamente católico o a un Estado que respeta todos los credos religiosos. En todo caso, la obligación primordial del Estado moderno en un contexto de una notoria mayoría religiosa como la católica, el caso mexicano, es defender y proteger principalmente a las minorías religiosas.
Un Estado laico debe garantizar la equidad, es decir, la no discriminación, y garantizar los derechos, principalmente de las minorías. La justificación de su presencia en Roma refuerza los privilegios y trato diferenciado del jefe del Estado hacia una religión, corre el riego de irritar a los no católicos, que suman cerca de 20 millones de mexicanos.
El presidente Peña Nieto debe entender que la laicidad de todo Estado moderno, más allá de ser una herramienta jurídica, es un instrumento político de convivencia armónica y civilizada entre diferentes y diversos grupos sociales, para coexistir en paz en un espacio geográfico común.
En la misma entrevista, cuando se le inquiere sobre las afirmaciones del Papa Francisco de una “Iglesia pobre y una Iglesia para los pobres”, Peña Nieto se entusiasma: “me gusta porque es una gran coincidencia con una de las prioridades de mi gobierno… creo que los postulados del Papa son plenamente coincidentes con la política pública que tiene mi gobierno. Yo espero que en lo que haga a una misión de carácter espiritual con la que tiene un gobierno, como el nuestro, pues haya coincidencias para propiciar unidad social, armonía social, cohesión social. Un ánimo como el que venimos construyendo en México para alcanzar los grandes objetivos que sean de beneficio para todos los mexicanos”.
La confusión aquí es mayor, pues una cosa es celebrar las coincidencias y otra es no saber diferenciar la autonomía en el espacio público de las políticas del Estado de la esfera religiosa. ¿El presidente Peña Nieto espera una bendición hacia su Cruzada contra el Hambre? o ¿intenta sumar a la Iglesia al Pacto por México?
El Estado laico moderno debe garantizar la autonomía de lo político frente a lo religioso, la separación Estado-Iglesia debe prevalecer en cada uno de los programas del gobierno. Si los actores eclesiales operan de suyo en el espacio público, el presidente Peña Nieto no puede invitar a la Iglesia católica a ser un factor de unión, cohesión ni armonía en las políticas públicas, así sea un programa o una meta, porque corre el riego de propiciar la invasión de esferas y confusión de roles.
Los asesores políticos del presidente le deben recordar que el laicismo radical y los jacobinismos surgen como reacción política a la excesiva injerencia del clero en el ejercicio del poder y en los asuntos de política pública, es decir, son una reacción al clericalismo político. La laicidad moderna no se reduce a acallar, acotar ni reprimir la expresión, ni la libertad y la práctica política de ninguna Iglesia; debe respetar la libertad religiosa.
Sin embargo, el Estado laico debe canalizar todas estas expresiones con equidad de manera institucional, evitar regular su participación con miras de legitimación o de fortalecimiento de una determinada acción o programa público. Ha trascendido que la reunión privada del presidente Peña Nieto con los cuatro cardenales en Roma giró en torno al tema educativo, lo cual puede resultar muy grave y delicado.
El planteamiento del presidente es potencialmente regresivo. Estado laico expresa la esencia de la democracia moderna. Gran parte de la clase política tiene una concepción imprecisa de la laicidad del Estado, sobre todo su lugar frente a los desafíos de pluriculturalidad en este siglo XXI.
Las necesidades de corto plazo, el excesivo pragmatismo y los intereses tribales propician que la clase política desarrolle versiones utilitarias de la laicidad. Un ejemplo claro lo encontramos en la presidenta Cristina Kirchner y su fallecido marido; ambos reprochaban la excesiva injerencia política de la Iglesia y en especial de Bergoglio como “verdadero representante de la oposición”.
Cristina se enfrentó al cardenal de Buenos Aires por hacer proselitismo contra la ley de matrimonio igualitario; no obstante, hace unos días, en Roma, durante un almuerzo que mantuvieron a solas en la residencia Santa Marta, le pidió al Papa Francisco su “intermediación” para que Gran Bretaña dialogue por las Malvinas.
Primero le pidieron a Bergoglio que no se entrometa en la política del país, y en otra le piden que haga política para interceder por la recuperación de las islas. Con qué autoridad se le va a reprochar a la Iglesia, en nuestro país, no incidir en cuestiones políticas o electorales cuando su presidente se muestra abierto e invita a la religión mayoritaria a “propiciar” que la Iglesia sea socialmente cohesionadora.
¿Qué tan religiosa es la clase política mexicana? ¿Pareciera salir del clóset para beneplácito clerical o es más conservadora de lo que pretende aparentar? Probablemente ante el notorio alejamiento de la ciudadanía, la clase política refleja que la debilidad de los partidos y de las instituciones es tal que buscan formas alternativas de legitimidad.
Es posible que la atmósfera del cónclave haya reavivado la nostalgia por los tiempos idos en que la legitimidad política no era otorgada por el pueblo ni mucho menos por medio del sufragio, sino que la legitimidad venía de Dios. Aquí pareciera que el pragmatismo de los políticos mexicanos se puede volver casi mágico y hasta místico.

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