7 abr 2013

La salida de Bernardo Barranco de Radio Centro


Los derechos de los radioescuchas/BERNARDO BARRANCO V.
 Revista Proceso No. 1901, 7 de abril de 2013
Aquella tarde de marzo de interregno pontifical, mientras los cardenales en Roma estaban poniéndose de acuerdo sobre los temas que desarrollarían antes del cónclave, yo había concluido una tensa conversación telefónica con Carlos Aguirre, director general del Grupo Radio Centro. De manera lacónica había sentenciado: “No puedo aceptar tu participación con mi competencia y particularmente con Carmen Aristegui”. En ese momento, en el contexto de la renuncia pontifical y el precónclave, yo ya había participado con comentarios en por lo menos 50 programas de radio.
Dos preguntas surgieron de inmediato: ¿Por qué de manera súbita exige una exclusividad no aplicada en los, por lo menos, 15 años anteriores? Llevo lustros colaborando en decenas de programas radiofónicos y otros colegas del Grupo hacen lo mismo, por lo que es una sospechosa formalidad de celo profesional repentino que menoscaba los derechos laborales. Y la segunda cuestión: ¿Por qué tanta reticencia en participar en el noticiero de Carmen Aristegui? Será sólo una cuestión comercial o que ambos hemos sido críticos implacables de Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo, tan apreciados por el señor Aguirre.

 La segunda sentencia de Carlos fue una advertencia directa: “Tú decides. Si te vas allá, no podrás participar ya con nosotros”. Mi respuesta fue casi instintiva: “Me colocas en una disyuntiva muy delicada porque afectas mi actividad profesional. Tendré que pensarlo”. Ahí mismo lo había decidido: Iba a cruzar la línea, estaba entusiasmado en participar en el programa de Carmen Aristegui.
 Un comunicador radiofónico –nos decía José Gutiérrez Vivó– debe ser entendido tanto por personas simples que abordan las combis como por los sofisticados y chocantes intelectuales. “De los políticos, ahí no hay nada que hacer porque esos nunca entienden nada”, remataba con su sarcástico humor. Gutiérrez Vivó, con olfato, y Alicia Ibargüengoitia, con generosidad, me animaron a construir Religiones del Mundo en 1995, cuando aún era un tema tabú, especialmente en los medios electrónicos.
En aquellos años la gente que pertenecía a Radio Red –conductores, operadores y técnicos– se sabía en la punta del periodismo en la radio. No sólo Monitor era el noticiero más influyente del cuadrante sino que Radio Red era la oferta hablada más atractiva por la variedad de temas y solidez de conductores y comentaristas de entonces, como Ikram Antaki, Patricia Kelly, Carlo Coccioli, Jaime González Graf, Enrique Krauze, Sara Sefchovich, entre muchos otros.
Después de la venta de Radio Red a los Aguirre, la estación no sólo ha dejado de “marcar el paso en la radio” sino que arrastra desde hace años una profunda crisis de identidad. Muchos empleados del grupo, salvo los sindicalizados, no reciben aumento de salario desde hace más de siete años; en mi caso, desde hace 15. Los honorarios se han convertido en simbólicos y los utilizo para pagar un asistente y tener así un apoyo en la producción de las emisiones. Es decir que he subsidiado desde hace 10 años el programa Religiones del Mundo. Por ello me hizo mucho ruido la actitud de soberbia de Carlos Aguirre, el tono autoritario y tan distanciado de las personas que hacemos cotidianamente la radio.
El viernes 22 de marzo se produjo mi despido. El director de operaciones, Gonzalo Yáñez Villalta, con amabilidad pero con una actitud clonada de su jefe, me comunicó mi destitución sin argumentos. Se negó a dar explicación alguna que fuera más allá de la absurda ofuscación por la exclusividad y me negó la posibilidad de despedirme del auditorio. De inmediato Proceso, en su página de internet, hizo público el despido. Las redes sociales hicieron su parte: Se encargaron de difundir con velocidad e indignación la noticia. “En Semana Santa hay pocas noticias notables”, dice Jenaro Villamil. “Por ello tu despido se convirtió en una noticia notable”.
De inmediato Francisco Aguirre, vía telefónica, me solicitó la inmediata reincorporación a la programación habitual, derogando la decisión de su hermano. Pactamos un encuentro el Jueves Santo, mismo que resultó una conversación de casi cuatro horas en los jardines de su casa. Francisco fue muy amable, no dudo de su buena voluntad, sin embargo quedé muy insatisfecho con sus respuestas a las dos únicas demandas que asentaba como condición de mi regreso: a) una disculpa o comunicado público que fijara posiciones frente a mi despido y b) una explicación fundamentada y jurídica de la “exclusividad” demandada. Las respuestas fueron vagas: “Déjame ver”, “voy a analizar”, etc. En cuanto al comunicado, me pidió una propuesta de redacción, que le hice llegar una hora después de nuestro encuentro y que debía ser publicado en vísperas del programa. Esa condición no se cumplió. Ahí quedaron sellados 18 años de compromiso con una apuesta radiofónica que llegaba a su fin.
Lo más interesante de todo este proceso han sido las reacciones de muchísimas personas y organizaciones de la sociedad civil, laicas y religiosas. Para mi sorpresa se pasó de la indignación en las redes a la movilización social. El jueves 4 salió un desplegado en El Universal donde numerosas organizaciones sociales repudiaban la decisión autoritaria de Radio Centro. Ese mismo día, a las 11 de la mañana, decenas de personas –muchas de ellas líderes de organizaciones sociales e iglesias– entregaron una carta de protesta con 600 firmas. En un párrafo del texto se destaca: “Religiones del Mundo ha sido un programa abierto a la diversidad religiosa y cultural que invita a la tolerancia y respeto de los derechos de las minorías. Ahí numerosas organizaciones e Iglesias hemos tenido la oportunidad de expresar nuestras diferencias, enfoques y problemas. Por ello consideramos que es una emisión, finalmente, de las audiencias y tenemos el derecho a manifestar nuestro repudio a que se haya cerrado un espacio apreciado y reconocido por los radioescuchas”.
Más allá de la vulnerabilidad de los comunicadores frente a los dueños, de la censura y las permanentes presiones a la libertad de expresión, destaca el reclamo del derecho de las audiencias a reivindicar aquellos programas, contenidos e informaciones que consideran suyos. Como pasó con Gutiérrez Vivó y con Carmen Aristegui, las audiencias se movilizan para reivindicar y defender ese espacio mediático como propio.
 Sé que es pretencioso de mi parte compararme con José o con Carmen, pero son justamente las minorías religiosas y seculares quienes protestan por el cierre de Religiones del Mundo, pues era un espacio que les daba cabida. En términos de derecho a la información, debe ser el punto de partida de la regulación de las relaciones entre la sociedad, el poder político y los medios masivos de comunicación. Los derechos de las audiencias son los de la ciudadanía, que deben ser un saludable contrapeso a los concesionarios, especialmente a sus abusos. Este derecho es una fuerza social que debería poder validar los contenidos, la capacidad de réplica y derecho a información veraz, ponderada y diversa. El ejercicio de protesta de los ciudadanos frente a los caprichos de los concesionarios es un alegato que destaca el deber de los medios de estar al servicio de sociedad, sin que los intereses públicos, privados o religiosos impidan la existencia de diversas fuentes de información o priven al individuo de su libre acceso a ellas.
 Muy saludables las exigencias de los ciudadanos. A todas ellas mi simpatía y en especial mi agradecimiento.
 *Exconsejero del Instituto Electoral del Estado de México, vaticanólogo y estudioso de las religiones.

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