1 may 2013

Un Informante de la DEA en Tierra de Nadie


The New York Times,
April 28, 2013

 Un Informante de la Guerra Contra el Narcotráfico en Tierra de Nadie/By Ginger Thompson
 El pronóstico del tiempo había advertido sobre tormentas récord de nieve, y Luis Octavio López Vega no tenía forma de calentar su pequeño escondite.
Le habían robado los tanques de gas a la casita rodante que había estacionado a la sombra de una torre elevadora de granos, cerca de una zona industrial abandonada. El óxido había desgastado el piso de su camioneta pickup, aunque casi no se atrevía a manejar porque no tenía una licencia para conducir ni un seguro. Y además, su colitis había empeorado tanto que casi no podía sentarse bien, y eso era la consecuencia del burrito y la soda de dieta que se había convertida en su dieta diaria. No había trabajado desde hace meses y le quedaban apena 250 dólares.
Buscar un albergue lo hubiera expuesto a preguntas sobre su identidad que no quería responder, y tratar de que su familia lo ayudara podría exponerlos a enfrentamientos con la ley.

“No puedo seguir así, viviendo de día en día, sin rumbo”, dijo el Sr. López, de 64 años, una noche durante el invierno pasado. “Me parece que estoy corriendo sin poder llegar a alguna parte. Y luego de tantos años, es agotador”.
El Sr. López, oriundo de México, dijo en español que ha vivido, sin hacerse notar, en la zona oeste de Estados Unidos durante más de una década, camuflado entre las olas de inmigrantes que entraron por la frontera en esa época. Como muchos de sus compatriotas, se ha dedicado a los mismos trabajos mal pagados que consiguen las personas que no tienen permiso de residencia. Sin embargo, y a pesar de que el Sr. López logra confundirse entre los indocumentados gracias a sus manos callosas y su ropa de segunda mano, su problema va más allá de no tener una green card.
El Sr. López jugó un papel protagónico en lo que es considerado el caso de tráfico de drogas más grande en la historia de México. El suceso -que sirvió de inspiración para la película “Traffic”, estrenada en el año 2000-, enfrentó al ejército mexicano y a la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) durante la década de los 90. Sr. López trabajó con ambos entes. Se desempeñó como un asesor de confianza del poderoso general que fue nombrado como el zar antidrogas de México, y, al mismo tiempo, fue un informante de la DEA.
Sus dos mundos chocaron estrepitosamente en 1997, cuando México arrestó al general, Jesús Gutiérrez Rebollo, bajo cargos de colaborar con traficantes de drogas. Mientras Washington trataba de entender el sentido de las acusaciones, ambos gobiernos fueron tras la pista de López. México lo consideró un cómplice en el caso. Y la DEA lo vio como una potencial mina de oro de información.
Estados Unidos lo encontró primero. La DEA ayudó al Sr. López y a su familia, sin que el gobierno de Mexico se diera cuenta, a escapar a través de la frontera a cambio de su cooperación en la investigación.
Tras decenas de horas de testimonio del Sr. López, sus revelaciones sobre los nexos entre el ejército y los narcotraficantes resultaron ser explosivas, desatando una vertiginosa reacción en cadena en la que México le pidió ayuda a los Estados Unidos para lograr la captura del Sr. López. Sin embargo, Washington negó tener conocimiento de su paradero, y la DEA, repentinamente, rompió sus lazos con él.
Discreto y sin pretensiones, el esposo y padre de tres hijos, ha sido un fugitivo desde entonces, huyendo de su país de origen y abandonado en su hogar adoptivo. Durante más de una década ha llevado consigo información sobre pormenores íntimos de la guerra contra el narcotráfico, secretos que ambos gobiernos han guardado celosamente.
Cuando funcionarios mexicanos presionaron para que Washington los ayudara en la búsqueda para encontrarlo, los Estados Unidos fingieron ignorar su paradero, según dijo un agente federal.
El encubrimiento fue realizado inicialmente por la DEA, cuyos agentes no creyeron que las autoridades mexicanas tuvieran argumentos legítimos en contra de su informante. Otras agencias del orden se sumaron después, por miedo a que la relación de la DEA con el Sr. López pudiera afectar la cooperación entre los dos países en temas más urgentes.
“No podíamos decirle a México que estábamos protegiendo a ese hombre, porque eso hubiera afectado su cooperación con nosotros en otros programas,” dijo un ex agente de la DEA que estuvo involucrado en el caso y quien no fue autorizado hablar sobre un caso que involucra a una fuente confidencial. “Así que cortamos nuestros lazos con él, con la esperanza de que él solo encontrara una manera de sobrevivir”.
Esta es la dinámica sombría que socava la alianza entre los Estados Unidos y México en la guerra contra el narcotráfico, una pelea que se siente más a menudo como el boxeo de sombra. Aunque los gobiernos están unidos por la geografía, ninguno de los dos cree que el otro pueda ser confiado a plenitud. La experiencia del Sr. López – que The New York Times logró reconstruir con informes clasificados de inteligencia de la DEA, entrevistas con él, su familia y amigos, y con más de doce agentes y ex agentes de diversos organismos del orden en los Estados Unidos -- demuestra por qué la desconfianza mutua es justificada.
La falta notoria de hechos concretos para o condenar al Sr. López o exonerarlo de corrupción ha causado estragos en la vida del ex informante; además de que su existencia como prófugo ha sido un grillete para su familia, a quienes solo ve durante esporádicas reuniones. Todos ellos presentan síntomas de trauma emocional, viviendo entre destellos de rabia, largos períodos de depresión, episodios de beber en exceso y paranoia persistente.
Durante varias y largas entrevistas, el Sr. López reiteró que no es culpable de ningún delito alguno. Dijo que no se ha entregado a las autoridades mexicanas porque piensa que sería asesinado sin recibir un juicio justo. Sin embargo, los muchos años de llevar una vida anónima y restringida han sido casi tan sofocantes como una celda.
Su vida empieza en la mayoría de las mañanas en McDonald’s, donde el desayuno cuesta menos de dos dólares para los adultos mayores, y la conexión inalámbrica es gratis al Wi-Fi. Esto le permite leer los periódicos mexicanos en su aporreada computadora portátil. Durante esas horas de soledad, la mente del Sr. López repasa las opciones y disyuntivas que ha elegido en su vida y que lo llevaron a terminar así.
“Arriesgué mi vida en México porque creí que las cosas podían cambiar. Me equivoqué. Nada ha cambiado”, dijo el Sr. López. “Ayudé a los Estados Unidos porque creí que si todo lo demás fallaba, este gobierno me apoyaría. Pero me equivoqué otra vez. Y ahora, he perdido todo”.
El ejército interviene
Actualmente, el Sr. López se pregunta si también está perdiendo sus facultades mentales. El pasado mes de septiembre consultó a una psiquiatra en una clínica comunitaria. En consulta, le dijo que sus emociones funcionaban de manera errática, pasando, sin previo aviso, del frío al calor, y le habló también de su dificultad para conciliar el sueño y poder dormir. Una hora después, salió del consultorio con un diagnóstico de desorden bipolar y una botellita de pastillas que decidió no tomar.
Dando sorbitos a una lata de Diet Coke en una soleada habitación de hotel, el Sr. López explicó que hubiera sido más peligroso empezar a depender de un medicamento que pudiera ser confiscado si él caía en manos de la policía. Pero algo más importante, dijo, fue que el diagnóstico estuvo basado en una mentira – una más de las que tiene que decir cada día para poder sobrevivir. Cuando la doctora le preguntó la razón que podría estar causar su estrés, el Sr. López dijo que su familia se había vuelto contra él.
“Imagine usted decirle lo que realmente ocurre en mi vida”, dijo López. “¿Por dónde podría empezar? ¿Diciéndole que ayudé a capturar al Güero Palma y que ahora me están tratando como si fuera un delincuente?”
Canciones y corridos se compusieron en México sobre el día, de 1995, en que las autoridades capturaron a Héctor Luis Palma Salazar, conocido como “El Güero”, el hombre clave y el más temido del cártel de Sinaloa. Palma se topó con su destino a las afueras de la ciudad mexicana de Guadalajara, en el suburbio de Zapopan, lugar de enlaces y conexiones para todos los que eran alguien en el mundo de la guerra contra el narcotráfico.
El Sr. López trabajó casi durante dos décadas en el departamento de la policía municipal de Zapopan, casi siempre como el jefe del agrupamiento. Políticamente astuto y con la experiencia que da la calle, llamó pronto la atención de la DEA, que comenzó a aprovecharlo, a mediados de la década de los 90, como una fuente confidencial y muy valorada por la confiabilidad de su información.
En esos años, la violencia relacionada al tráfico de drogas aumentaba con rapidez. Cuando los hechos de sangre comenzaron a salirse de control, El Sr. López le pidió ayuda al general Gutiérrez, un poderoso aliado cuyo territorio abarcaba cinco estados mexicanos. El ex jefe de policía dijo que fue un arreglo secreto en el que Sr. López compartía información sobre los cárteles con el ejército, y el General suministraba fuerza y músculo adicional a la policía de Zapopan.
Mientras tanto, la esposa y los hijos de López vivían rodeados de guardaespaldas y francotiradores. Dado que el marido estaba ausente casi siempre, Soledad López tenía que encargarse de los niños. El hijo mayor, David, embarazó a su novia de la escuela secundaria. Luis Octavio reprobó tres veces el segundo año de la secundaria. Cecilia, la menor, no podía comprender el alboroto a su alrededor, y la Sra. López trataba intensamente de protegerla de ese tumulto.
En la época en que el Sr. Palma se le cruzó en el camino, el Sr. López ya estaba jubilado y había iniciado una empresa de seguridad particular. El Sr. Palma iba camino a una boda cuando su avión privado se estrelló en las montañas, cerca de Zapopan. Policías federales que estaban en la nómina del cártel de Sinaloa lo rescataron con vida y lo escondieron en una casa propiedad de un supervisor.
Cuando las guardias de seguridad del Sr. López empezaron a recibir informes sobre actividades sospechosas en esa casa, alertaron tanto al ex jefe policial como al ejército. Nadie sabía en ese momento que se habían topado con uno de los traficantes más conocidos del mundo, hasta que el Sr. López descubrió una Colt .45 con una palmera (palma) dibujada con diamantes, rubíes y zafiros incrustados en la cacha de la pistola.
“Sólo podía pertenecer a una persona”, dijo el Sr. López.
El arresto fue aclamado en ambos lados de la frontera para acreditar el papel sin precedentes que el Ejército mexicano estaba empezando a tener bajo la administración del ex presidente Ernesto Zedillo. La DEA había estado presionando a México para que desplegara al ejército en esa lucha, en lugar de la policía federal, que a menudo trabajaba con los traficantes y no en contra de ellos.
La Agencia Antidrogas de los Estados Unidos ya estaba colaborando en secreto con el General Gutiérrez. Ralph Villarruel, un veterano agente de la DEA que había estado trabajando con el Sr. López, dijo que persiguió a sospechosos que el general creía estaban escondidos en los Estados Unidos y logró confiscar cargas de cocaína producto del trasiego de la droga a través de la frontera. A cambio, dijo, el general le otorgó “un increíble libre acceso” a escenas de crímenes, a sospechosos, pruebas y evidencias.
Tras el arresto del Sr. Palma, López y el General Gutiérrez dejaron que el Sr. Villarruel hiciera copias de los nombres y los números que había en el teléfono celular del detenido. En agradecimiento, el Sr. Villarruel dijo que habló con sus jefes en la Ciudad de México para que le concedieran una mención de honor al general.
“Estábamos haciendo cosas que nunca antes habíamos podido hacer, y yo quería reconocer eso”, dijo el Sr. Villarruel, quien sacó una fotografía que mostraba la ocasión del acto que fue realizado a puertas cerradas.
En diciembre de 1996, el Sr. Zedillo promovió al General Gutiérrez. Lo nombró director del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD). El ascenso del militar fue una victoria para el gobierno del presidente Bill Clinton, quien recientemente había puesto en marcha el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y había organizado un rescate financiero de 50 mil millones de dólares para la economía mexicana. En ese ambiente una muestra de su compromiso con la lucha contra el narcotráfico no parecía mucho pedir a su vecino del sur por parte de los Estados Unidos.
En el general Gutiérrez, que tenía las facciones y el comportamiento de un pit bull, los Estados Unidos vieron al socio sensato que habían estado buscando. El gobierno lo invitó a Washington para empezar a coordinar esfuerzos, y el zar antidrogas de los Estados Unidos, el General Barry R McCaffrey, lo elogió como un soldado “de una integridad absoluta, incuestionable”.
Parecía un giro súbito e inesperado del destino para un jefe militar poco conocido que podía contar sus trajes con una mano y que nunca había viajado fuera de México. Cuando el General le pidió a al Sr. López que fuera su jefe de Estado Mayor, el ex policía de Zapopan se mostró aprensivo por tener que mudarse a la capital. Pero el General insistió.
“Sentía que ir a trabajar a la Ciudad de México era como caer en un nido de víboras”, dijo López. “Tuve un mal presentimiento acerca de todo esto.”
“Hay un problema”
Menos de tres meses después, cuando el Sr. López estaba en Guadalajara para el nacimiento de un nieto, empezó a sospechar que algo le había ocurrido a su jefe. Había estado intentando llamar a Gutiérrez durante días, sin éxito. Finalmente logró hablar por teléfono con el chofer del General.
“No sé dónde está”, dijo el chofer, según explicó el Sr. López. “Usted no debe llamar más a este número. No puedo hablar por este teléfono. Quizás ya nos estén escuchando… ¡Qué carajos! Usted tiene que saberlo. Hay un problema”. “¿Es un problema grave?”, preguntó el Sr. López.
“Es mundial”, exclamó el chofer.
Cuando el Sr. López cortó la comunicación y llamó a la base militar en Guadalajara, el comandante lo convocó al cuartel para “una operación antinarcóticos”.
“No sabía exactamente qué es lo que estaba pasando,” dijo el Sr. López. “Pero sabía que me esperaba una trampa.” Le dijo a su familia que salieran de Zapopan y advirtió a sus asistentes que no se presentaran en la base. Durante varios días, no se dejó ver por nadie. Se escondió en establos abandonados y debajo de puentes mientras grupos de soldados tomaban su casa y registraban sus pertenencias.
El 19 de febrero de 1997, el ministro mexicano de Defensa, General Enrique Cervantes Aguirre, dijo en una dramática y televisada conferencia de prensa que el General Gutiérrez había utilizado su autoridad para ayudar a proteger a Amado Carrillo Fuentes, un barón de la droga apodado “El Señor de los Cielos”, por su utilización de aviones comerciales que había transformado para el trasiego de toneladas de remesas de cocaína.
El Ministro dijo que cuando las autoridades presentaron al General Gutiérrez las evidencias de estos lazos, éste se desplomó en lo que pareció ser un paro cardíaco.
Con retenes militares alrededor de Guadalajara, parecía imposible que el Sr. López escapara, y como era tan conocido, temía no poder esconderse por mucho tiempo. Usando un recurso muy común entre los traficantes de drogas, el Sr. López acudió con un cirujano plástico para modificar su aspecto físico. Utilizando un nombre falso, le pagó dos mil dólares en efectivo al médico y consiguió un rostro renovado.
En Washington, el gobierno de Clinton convocó a diplomáticos mexicanos, exigiendo saber la razón por la que su gobierno no había compartido sus sospechas sobre el General Gutiérrez antes de su viaje a los Estados Unidos. El Congreso le pidió a la Casa Blanca anular el aval de México como aliado confiable en la guerra del narcotráfico, medida que podía llevar a sanciones contra un país que era un mercado importante de productos estadounidenses de exportación. El episodio ponía en jaque la cooperación en temas de seguridad entre ambos países.
El Departamento de Justicia le pidió a la DEA que explicara cómo había podido pasar por alto evidencias de que el General Gutiérrez había sido corrompido. La DEA recurrió al Sr. Villarruel, quien empezó a buscar al Sr. López.
La mayoría del personal de la agencia de seguridad del Sr. López había desaparecido, dijo el Sr. Villarruel, quien supo que el ejército mexicano los había detenido para interrogarlos, y que muchos habían sido torturados “o peor”, dijo. “Mis fuentes estaban cayendo como moscas”, agregó el Sr. Villarruel, un agente veterano, oriundo de la ciudad East Chicago, del estado de Indiana, y quien tiene raíces familiares en Guadalajara. “Un día podía estar hablando con un sujeto, y al día siguiente aparecía muerto”.
El mensaje de la DEA le llegó al Sr. López en Mayo de 1997, justo cuando él y su familia pensaban que ya no tenían más opciones. Las cicatrices del rostro habían sanado y había bajado 30 kilos, tras haber cambiado su “dieta de vitamina T” -tacos, tostadas y tamales- por ensaladas y sándwiches de pavo. Se había teñido el cabello de rubio y se había afeitado la barba. Sin embargo, admitió que aún temía que el ejército lo encontrara.
Mientras tanto, su familia estaba luchando contra algo aún más urgente. La nieta, nacida en los días en que habían arrestado al General, estaba enferma. Su tez se estaba volviendo azul y su respiración era cada vez más pesada.
La familia estaba tan aterrorizada de ser descubierta que agonizó durante varios días antes de tomar la decisión de llevar a la niña a un hospital. Los médicos diagnosticaron estenosis pulmonar, padecimiento que restringe el flujo sanguíneo hacia los pulmones. Tras una cirugía, la niña comenzó a respirar con más facilidad, pero no su padre. David sabía que su hija “iba a necesitar mayores cuidados”, dijo. “¿Cómo podré cuidarla, si ni siquiera puedo darle un hogar?”
Con apenas 22 años, David era ahora el jefe de facto de una familia prófuga. Como medida de seguridad, él era el único que conocía el paradero de su padre. Un secreto que esperaba poder guardar si los militares lo capturaban.
“Recuerdo haberle dicho a mi padre: ‘si los militares me detienen, dame tres días’”, dijo. “El primer día de tortura será el más duro. El segundo día, quizás lleguen a comprender que no les diré dónde estás y a lo mejor me dejan ir. Pero si no aparezco en tres días, a lo mejor ya no aparezco nunca”.
A finales del mes, la DEA abrió una salida de escape, ofreció un refugio a la familia en los Estados Unidos y consiguió permisos de trabajo y visas. El viaje lo hicieron la señora López, sus tres hijos, la nuera y dos nietos. Los miembros de la familia llegaron al estado de Utah, donde tenían a un amigo.
El Sr. López alcanzó a su familia dos semanas después. Vestía un traje azul marino y un sombrero de fieltro que compró para el viaje y llegó a los Estados Unidos con un maletín en el que había metido los ahorros de su vida: 100 mil dólares, y la ilusión de volver a empezar.
Huyendo
En Enero de este año, el Sr. López y su hijo Luis Octavio se encaminaron a un restaurante Wendy’s para aprovechar una oferta especial de hamburguesas a 99 centavos. Cuando su hijo le dio dos billetes de dólar por las hamburguesas, le faltaron algunos centavos del IVA, y un apenado Sr. López tuvo que decirle a su hijo que no tenía para cubrir la diferencia.
El dinero, o la falta de éste, ha sido la parte más penosa de vivir prófugo, dijo el Sr. López. Sus ahorros se agotaron desde hace mucho, y la mayoría de los empleadores no quieren contratar a un hombre de 64 años sin tarjeta del Social Security y sin antecedentes laborales documentados. Ha probado trabajos a destajo como lavaplatos y en la construcción, pero su espalda ya no los aguanta.
Afortunadamente, dijo, tiene un buen ojo para los cachivaches. Lo heredó de su padre, que dirigió un taller de reparación de baterías de automóvil. El Sr. López ha llevado ese talento a un nivel superior rebuscando en la basura partes desechadas de automóviles, repuestos de equipos de oficina y electrodomésticos que restaura y revende. Pero es siempre como patinar sobre una fina capa de hielo, y López despierta muchos días sin dinero y sin nada que vender.
 Las terribles circunstancias de su vida actual reflejan una estrepitosa caída desde su llegada a los Estados Unidos como un informante de primera. Las revelaciones que hizo ante el Sr. Villarruel y otros agentes de la DEA resultaron ser una bomba, según dijeron ex agentes involucrados en el caso, y de acuerdo a los informes secretos de inteligencia obtenidos por The New York Times.
Les dijo que el ejército mexicano estaba negociando un trato para proteger a los cárteles a cambio de una parte de sus ganancias. El Sr. López acusó específicamente a algunos jefes de estar involucrados, y dijo que algunos habían pedido a los cárteles dos mil dólares por cada kilogramo de cocaína que pasara por territorio mexicano.
Como pago inicial, operadores de los cárteles entregaron a altos oficiales del ejército maletas repletas con decenas de millones de dólares, de acuerdo al Sr. López. También acusó a unidades antinarcóticos entrenadas en los Estados Unidos de permitir que jefes importantes del narcotráfico escaparan durante operativos encubiertos para aprehenderlos.
“Es altamente posible que algunos militares de alto rango quisieran seguir sacando provecho de una relación establecida con los traficantes de drogas”, concluyó un informe de inteligencia.
El Sr. López dijo que él le había dicho a la DEA que no creía que el general Gutiérrez estuviera conspirando junto con los traficantes. Pero los informes de inteligencia sugerían que la DEA sospechaba que el general sí tenía nexos con el cártel de Juárez, y que esa relación podría haber amenazado a otros militares quienes recibían pagos de bandas rivales de narcotraficantes.
Para 1998, algo de esa información había comenzado a ventilarse en el Congreso estadounidense y en algunos diarios y revistas, y esto enfrentó a la DEA y a la Casa Blanca. Era un momento muy inoportuno para el gobierno de Clinton, que aplaudía el arresto del general y lo señalaba como prueba del compromiso del ejército mexicano en combate contra la corrupción.
La Casa Blanca se oponía a cualquier medida que socavara al segundo socio comercial más importante de los Estados Unidos. La DEA acusó a México de no cumplir con sus compromisos y acuerdos de seguridad, y presionó para que la Casa Blanca impusiera sanciones económicas contra México. “Definitivamente había un desacuerdo entre nosotros y la Casa Blanca en torno a México”, dijo un ex agente de la DEA.
México, que seguía tratando de localizar al Sr. López, intensificó la búsqueda en al año 1999. El Ministerio de Relaciones Exteriores le pidió ayuda a Washington para saber si vivía en los Estados Unidos, dijo un funcionario federal estadounidense de alto rango. El servicio de alguaciles de Estados Unidos reportó que sí, vivía en el país.
 Poco después, el Sr. Villarruel citó al Sr. López en un restaurante Denny’s de San Diego. El Sr. López supo que algo estaba mal porque el Sr. Villarruel llegó solo, y éste no podía mirarlo directamente a los ojos.
“Le dije que por órdenes de Washington, no podía tener nada más que ver con él”, recordó el Sr. Villarruel. “Yo sabía que había algún tipo de presión, pero no sabía si venía del Congreso, o de México, o de dónde. Todo lo que sabía era que si tenía algo más que ver con él, podría meterme en problemas.”
El Sr. López se sentía golpeado y confundido. Las órdenes llevaban el significado de que “a partir de ese momento, la agencia dejaba de protegerme a mí y a mi familia.”
En el año 2000, cuando México sacó del poder al Partido Revolucionario Institucional, la democracia multipartidista no significó una era de borrón y cuenta nueva. El nuevo gobierno acusó oficialmente al Sr. López, hizo pública una orden de arresto y pidió a los Estados Unidos que lo detuviera, dijeron ex funcionarios estadounidenses.
Funcionarios mexicanos trataron el tema con el recién designado Procurador General estadounidense, John Ashcroft, y con el nuevo Secretario de Estado, Colin Powell, según consta en correos electrónicos y en memoranda de la DEA. Oficiales de la oficina federal de alguaciles recibían de dos a tres llamadas diarias de las autoridades mexicanas preguntando lo cerca que estaban en la detención del Sr. López, dice un memorándum.
El Sr. Villarruel suplicó a la DEA que se ignorara la solicitud de extradición de parte de México. El Sr. López “es una de las pocas personas que puede proveer información sumamente perjudicial sobre la corrupción en los altos niveles del gobierno mexicano, relacionada con el narco,” escribió a sus jefes. Y les advirtió que: “Si López Vega es devuelto a las autoridades mexicanas, es muy probable que sea torturado y/o asesinado”.
Pero los funcionarios de la DEA se negaron a bloquear la orden de arresto.
Desafiando sus órdenes, el Sr. Villarruel le advirtió al Sr. López que se cuidara las espaldas.
Unos cinco meses después, el Sr. López estaba reunido con sus hijos en la casa de un familiar en California cuando se fijó en algunos individuos sospechosos paseando por el vecindario. Inmediatamente subió a un automóvil y se fue del lugar a toda velocidad.
Segundos más tarde, cuerpos especiales de asalto y unidades con perros de la oficina federal de alguaciles llegaron al domicilio, al tiempo que helicópteros sobrevolaban la zona. Los agentes del orden trataron de darle alcance al Sr. López, pero fallaron.
“Tenía una ventaja de unos 20 segundos”, dijo Sr. López. “Cuando estás huyendo, 20 segundos es mucho tiempo”.
 Ajustándose a una nueva vida
 Cuando el Sr. López y su familia estaban lidiando con su nueva vida en los Estados Unidos, una historia con altas y bajas parecidas a las suyas se estrenaba en las salas cinematográficas del país. La película “Traffic” fue aclamada como un punto de referencia para entender las fuerzas entre las dos fronteras que potenciaban la guerra contra el narcotráfico. La película mostraba como los Estados Unidos ponían sus esperanzas en un mercurial general mexicano, cuyo personaje estuvo inspirado en el General Gutiérrez, y quien al final es descubierto trabajando con los cárteles.
El general de la película tenía como aliado un oficial de la policía mexicana, personaje interpretado por Benicio del Toro, y quien cruza la frontera para dar información a la DEA. El personaje fue creado con la ayuda de un consultor de la DEA, e incorporaba una combinacion de perfiles de informantes verdaderos. No se basaba en el Sr. López, cuya existencia nunca ha sido admitida por el gobierno estadounidense. La película termina con el policía regresando a México y utilizando el dinero que le pagó la DEA para poner alumbrado en un campo de béisbol de un barrio pobre.
En la realidad, y fuera de la pantalla, la vida del Sr. López tomó un giro más desdichado. Después de que el Sr. López pasó a la clandestinidad, el gobierno norteamericano revocó las visas y los permisos de trabajo de su familia, obligándolos también a ellos a vivir en el sigilo entre la creciente población de inmigrantes mexicanos de Utah.
Repentinamente, la Sra. Lopez tuvo que defenderse sin su esposo, aprender inglés y conseguir un trabajo. Su hija, Cecilia, empezó a beber y dejó la universidad, con la esperanza de que si se rebelaba lo suficientemente, su padre regresaría.
Los dos hijos varones de la pareja, David y Luis Octavio, se hicieron cargo de los asuntos de la familia y sufrieron la mayor parte del trauma psicológico. “Estamos todos dañados”, dijo Luis Octavio, de 35 años. “No hablamos mucho de las épocas en que hemos deseado poder escapar de nuestra situación. Pero hemos sentido eso”.
Tras la redada en California, los hermanos lograron esquivar las preguntas de los oficiales de los alguaciles federales que apuntaron armas de fuego a sus rostros y amenazaron con deportarlos si no revelaban el paradero de su padre.
Durante los siguientes años, el hijo mayor, David, siguió a su padre en la clandestinidad, viendo rara vez a su propia esposa y a sus hijos. Sus desplazamientos encubiertos eran como los de una novela de espías. De día conseguía trabajos a destajo, y a veces, en las tardes, se metía al baño de alguna gasolinera, se cambiaba de ropa, y se subía a un taxi para ir a ver a su padre sin que nadie lo siguiera. Creó una clave para comunicarse con él a través de un beeper y alquilaba distintos lugares para esconderse.
“Le prometí que estaría con él hasta que todo este asunto terminara”, recordó David de 38 años. “No pensé que iba a durar tanto tiempo”.
En Utah, Luis Octavio tenía dos trabajos para ayudar a mantener su familia. Como se había casado con una mujer estadounidense después de llegar a Utah, no le preocupaba la deportación; y él trató de encontrar una manera legal de sacar a su familia de esa terrible situación.
En 2002, se reunió con los mismos alguaciles federales quienes buscaban a su padre, con el propósito de convencerlos de que éste había sido traicionado por la DEA. Un alguacil, Michael Wingert, le dijo a Luis Octavio que simpatizaba con él, pero que los Estados Unidos no podían proteger a su padre de los cargos que el gobierno de México le imputaba, según consta en una grabación de la reunión que hizo Luis Octavio. “Lo único que podemos suponer, en un caso como éste, es que su padre tiene enemigos en cargos muy poderosos en México, y que lo quieren de regreso”, le dijo Wingert.
Varios años después, en 2007, los miembros de la familia López hicieron su propio juego de poder. Compartieron sus historias con asistentes del senador Orrin G Hatch, ex presidente del influyente Comité Judicial. Los miembros del personal del senador en Salt Lake City, no quisieron hacer comentarios sobre su papel. Se limitaron a decir que refirieron el caso a los departamentos de Justicia y de Seguridad Interna, lo que ayudó a la familia a obtener el asilo político en 2011.
Para entonces, David ya había regresado a Utah, donde su esposa dio luz a su tercer hijo. Pero sin antecedentes laborales comprobables, no ha podido encontrar un trabajo de tiempo completo.
Luis Octavio consiguió una licenciatura y un trabajo como reclutador en una universidad, pero la historia de su familia sigue frenándolo. El año pasado, cuando un periódico local lo entrevistó y lo presentó como un modelo de lo mucho que los inmigrantes mexicanos han contribuido en Utah, mintió sobre las razones por las que su familia había venido a los Estados Unidos. Hace poco, cuando se le presentó la posibilidad de ir a Guadalajara en un viaje de negocios, estuvo tentado de aceptar, tan sólo por el desafío.
“Me siento con un tremendo sentimiento de impotencia”, dijo. “Y la única herramienta que tengo para luchar contra esa sensación, es alejarme de todo eso, y actuar como si la situación de mi padre no existiera”.
La persecución continúa
En una mañana reciente, el Sr. López se había instalado en una mesa de un McDonald’s cuando sonó su teléfono celular. Una mujer en la línea le dijo que tenía un mensaje grabado para él. La siguiente voz que escuchó fue la del General Gutiérrez.
“Trataron de eliminarme, pero no pudieron. Todavía estoy aquí”, dijo el general, con la voz apenas por encima de un susurro, según relató el Sr. López.
El General Gutiérrez, de 88 años, quien padece un cáncer terminal de próstata, hablaba desde una cama del mismo hospital militar donde se había desplomado después de su arresto 16 años antes. No ha cumplido ni siquiera con la mitad de su pena de 40 años de cárcel, pero las autoridades lo excarcelaron y restituyeron su rango de General para que pudiera recibir atención médica en los hospitales militares según dijeron sus familiares.
“No nos han dejado con mucho”, le dijo al Sr. López. “Pero debemos proteger lo poco que nos quedó”.
En Enero de este año, el gobierno mexicano volvió a tratar el caso del Sr. López con las autoridades estadounidenses, de acuerdo a un funcionario mexicano. El Departamento de Justicia pidió más información sobre los cargos contra López, y se espera que el gobierno mexicano presente un informe dentro de las próximas semanas, dijo el funcionario mexicano.
“Hasta entonces”, explicó, “para nosotros el caso sigue vigente.”
El Departamento de Justicia y la DEA dijeron que no pudieron hacer comentarios sobre un caso que involucraba un informante confidencial. Un funcionario estadounidense que ha atendido algunas de las peticiones de México, dijo que Washington está tratando de ganar tiempo, con la esperanza de que los cargos sean retirados. Estados Unidos no ha logrado descifrar si el Sr. López es culpable, o si es el blanco de funcionarios mexicanos que quieren callarlo, dijo el funcionario estadounidense.
“Si fuera de nosotros, haríamos desaparecer el caso,” dijo el funcionario. “Pero si México decide que todavía lo quiere, no veo cómo los Estados Unidos puedan decir que no.”
La cooperación en temas de seguridad entre Estados Unidos y México ha estado bajo presión desde el pasado mes de diciembre cuando el Presidente Enrique Peña Nieto tomó posesión. Su gobierno considera que su predecesor Felipe Calderón permitió que los Estados Unidos jugara un papel demasiado importante en trazar la agenda de seguridad de México y también en la dirección de los operativos anti-narcóticos según funcionarios de ambos países.
La administración del Presidente Obama ha tenido dificultades en lograr un nuevo acuerdo sobre cooperación dijeron los funcionarios, y el mandatario norteamericano tiene programado viajar a México esta semana.
Mientras tanto la violencia que ha dejado muertas a unas 60,000 personas en los últimos cinco años continúa sin parar. Las fuerzas armadas mexicanas ha estado tan desmoralizadas por las acusaciones de corrupción y abusos de derechos humanos que algunos miembros de su liderazgo hablan abiertamente de retirarlas de la lucha.
El Sr. López sigue religiosamente estos acontecimientos durante las mañanas, cuando toma su café en McDonald’s, buscando pistas que puedan ayudarlo a darle sentido a su propia situación. El Sr. Villarruel, ahora jubilado de la DEA, es uno de los pocos contactos que el Sr. López conserva de su vida pasada. El Sr. López dijo que ve la atención del público como su única esperanza de regresar a algo parecido a su existencia normal. “Para bien o para mal, es tiempo de que me defienda”.
Cuando se le pregunta qué haría si se quedara sin dinero, el Sr. López se encoge de hombros y dice que algo se le ocurrirá. Se compara con Prometeo, la figura de la mitología griega cuyo castigo por haber robado el fuego y dárselo a los seres humanos fue ser torturado, y solo sobrevivir, para enfrentar el mismo tormento al día siguiente.
“Cada día es como el primer día para mí”, dijo. “Desde el momento en que despierto, hasta el momento en que me voy a dormir, me la paso pensando, pensando, pensando qué me pasó. Trato de darle sentido a las cosas que no tienen sentido. Y eso me carcome. A mí, y a mi familia. Y al día siguiente despierto, y empiezo todo de nuevo”.

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