19 jul 2013

Rajoy no es Nixon (el influjo Bernstein)


 Rajoy no es Nixon (el influjo Bernstein)/ José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado y escritor.
Publicado en ABC, 17 de julio de 2013;
Allá por los años 90, acudí al Armory Show de Nueva York, una feria de antigüedades que se celebra en un viejo cuartel del Ejército en Park Avenue y 66. En la cafetería estaba Carl Bernstein, premio Pulitzer junto con Woodward por destapar el escándalo de Watergate. Y me permití la broma de presentárselo a mi mujer y a mis hijos como Dustin Hoffman, el actor que interpretaba su figura en la película: «Todos los hombres del presidente». Bernstein, hombre encantador, nos contó que había estado en España requerido por Cambio16 para dar una conferencia y que le había sorprendido que hubiera tantos periodistas interesados en su persona, y nombró a algunos de rabiosa actualidad.
Es fácil entender que la hazaña de derribar un gobierno, como ocurrió con el de Richard Nixon en el Watergate, tiene su morbo. Debió de ser un momento especial en la formación de una generación de reporteros que ahora ocupan puestos de dirección. Y, aunque no todos pudieron escuchar a Bernstein, es un hecho que algunos bajo su influjo desearían convertir el caso Bárcenas en otro Watergate. Un conocidísimo periodista lo confirmaba: «Por vender periódicos son capaces de todo».

Pero la libertad del periodista tiene un límite más allá de la ley, su límite es la sensatez del lector. Y se cuente como se cuente, Rajoy no es Nixon. Una persona que mide tanto sus palabras es que no quiere mentir. Nixon, al que apodaron de siempre el «tricky», engañó con las cintas. Rajoy, con una trayectoria impecable, en cambio, reconoció antes de ayer que los sms eran suyos. Pero, cosas del cinismo, si algunos partidos se pueden permitir estar cada uno campando por sus respetos, es porque saben que mañana la tienda la abrirá Rajoy. Incluso creo que Llamazares le compraría un reloj a él antes que a Gordillo, alcalde de Marinaleda.
Como declaración de principios, vaya por delante que tengo la convicción de que en la década de los 90 tanto el PP como el PSOE se financiaron durante un tiempo ilegalmente. Lo primero lo imagino no por lo que dice el PP, sino por lo que calla, y lo del PSOE por la condena en firme del caso Filesa. Pero aquel tiempo pasó, e incluso para Hacienda sus ejercicios prescribieron. En cuanto a las responsabilidades políticas, son inmediatas para los casos coetáneos, pero cuando no es así ¿cómo podrían abordarse con garantías si no fuera en sede judicial? Aquí ocurre que, lo mismo que nadie en el PSOE quiere saber nada de la herencia recibida, en el PP no desean saber nada de Bárcenas, porque también es un legado indeseado. A su modo filosofan: ¿qué es más grave, los tres puntos de déficit con que mintió Zapatero hace poco a toda Europa o no reconocer las listas de pagos de Bárcenas de hace quince años? Rubalcaba manifiesta que lo de Zapatero no lo hizo él, y Rajoy, que él lo de Bárcenas tampoco. Probablemente los dos tengan razón.
La segunda consideración es que Rajoy entonces, desde su despacho de ministro, no podía ser responsable de la organización del PP. ¿Aparece la firma de Rajoy por alguna parte? Parece ser que no. Mientras no se acreditara este extremo, sería injusto mezclar caprichosamente las cosas, como hace Izquierda Unida. Esto de ponerse tiesitos y exigir con cursi solemnidad la dimisión del presidente es patético cuando hay un cauce institucional para ello. Por cierto, qué ocasión perdida por parte del PSOE de mostrar grandeza y personalidad.
La tercera consideración es que Rajoy cuando llegó a la dirección eliminó probablemente lo que pudo haber de irregular. A la pregunta, que todavía tiene que contestar: ¿usted financió ilegalmente a su partido durante el tiempo que ha estado bajo su responsabilidad?, la respuesta aparente por el momento es que no. ¿Y en cuanto al contenido de los sms? Hombre, cualquiera que se hubiera encontrado frente a alguien con una bomba en la mano, para distraerlo, no sólo le habría mandado mensajitos a la gallega, sino que, llegado el caso, le habría hecho la ola. Eso no es corrupción. Es prudencia. Lo fundamental, en cualquier caso, es que no se puede afirmar con fundamento que Rajoy ganó su mayoría absoluta haciendo trampas, y esa es la otra pregunta a despejar.
Rajoy acierta cuando piensa que no se puede contentar al que no se va a contentar, y eso le vale para la oposición; pero se equivoca si no repara en que hay que contentar al que te votó y te puede abandonar. Dar tranquilidad a la ciudadanía respondiendo esas preguntas, aunque sea a través de un portavoz del partido, ayudará a todos.
¿Estamos ante otro Watergate, como los aprendices de Bernstein desearían? No. Una cosa es lo moral, y otra lo legal. Además, Bernstein no basó su éxito en un solo informante, sino que entrevistó a varios centenares. Y presumo que, tan pronto hubiera tenido dudas sobre su calidad, no habría arriesgado ni un titular. Más curiosidad le merecería la reacción gallarda de Rajoy a no ceder ante la extorsión. El porqué del enriquecimiento del extesorero. Las contundentes reacciones de Aznar y Cospedal. La ínclita y temprana manifestación de que cada palo aguante su vela. Los marcadísimos sesgos mediáticos alentados por canonjías perdidas, etc. En su forma de indagar y contrastar, nuestros periodistas en este caso no recuerdan a Bernstein; este, por trabajo e imparcialidad, se parece más al juez. Un Pulitzer no se gana en veinticuatro horas. Probablemente Bernstein hubiera concluido hace meses que Rajoy no miente. Y que si calla es por una comprensible y discutible lealtad a la marca.
Una verdad simplificada, y sin abordar lo que premeditadamente no interesa, no es buen periodismo; puede vender periódicos, pero no hace lectores, ni clientes ni país. La gente, además, está en eso tan importante como es el final de mes.

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