27 ago 2013

Un mezcal por Leduc


Un mezcal por Leduc/Adela Celorio
Publicado en El Siglo de Torreón, 26 de agosto de 2013
Cuando un hombre se acoda en la barra, le brotan alas. Eusebio Ruvalcaba
 
 
Hasta 1982, año en que el presidente López Portillo derogó el decreto que prohibía la entrada de las mujeres a las cantinas, a pesar de sus puertecitas abatibles y rabonas, éstas eran territorio macho. Para que no hubiera duda, ostentaban en la entrada un cartel que lo dejaba bien claro: Prohibida la entrada a uniformados, mujeres y perros. En el piso cubierto de aserrín, entre vapores de orines que sellaban la complicidad, El pulido licenciado / El arquitecto de muros / El médico doctorado / El militar retirado / El vendedor de seguros / El cantador de los puros / El ingeniero de puentes / El dentista de los dientes / El obispo episcopal (soneto de Pita Amor), empinaban el codo.
Agolpados en la barra como moscas sobre carne cruda, fraternizaban los hombres. Las confesiones, los abrazos, y al calor de los primeros tragos: “Yo soy tu hermano compadre”. Con la seguridad de que no había damas entre la concurrencia, los machos se permitían un lenguaje soez y de ahí pasaban al “Yo soy tu padre ca...”. Según Bonifaz Nuño, poeta mayor recientemente fallecido, entre el barullo de las cantinas y los efluvios del alcohol emerge la poesía.

Acodado en la barra o en el rincón de una cantina, algún enamorado, abandonado, traicionado o simplemente por el gusto, sublima sus emociones que dignificadas por la poesía encontramos después en los libros, estudiamos en las universidades o acompañan la tristeza de los solos.
Cuando el feminismo empujó las puertas de las cantinas para que entraran las mujeres, además de dignificarse, el ambiente se embelleció. Una mujer en la barra es el punto más alto de cualquier cantina, asegura Eusebio Ruvalcaba. Bonifaz Nuño concibió alguna vez el proyecto de devolver la poesía a las cantinas “porque ese es su lugar de origen natural”, dijo. Y para no perdernos la primera sesión poética y cantinera que encabezó, nos fuimos a El Nivel (la primera que abrió sus puertas en el Centro Histórico de esta capital, allá por 1872, con el registro 001 firmado por el entonces presidente Miguel Lerdo de Tejada). “No quiero presentación ni micrófono, el que quiera oír que oiga”, dijo el poeta, quien sin levantar la voz ni preocuparse de que en el trasiego de bebedores y copas nadie lo escuchara. Comenzó a leer: “Amiga a la que amo: no envejezcas, que se detenga el tiempo sin tocarte, que no te quite el manto de la perfecta juventud...”. Fue conmovedor ver cómo sin ningún llamado, los gritones jugadores de cubilete y dominó, y aun aquellos que sostenían etílicas discusiones, comenzaron a silenciarse los unos a los otros para escuchar al poeta. Por desgracia, Bonifaz Nuño y El Nivel han dejado de existir. Pero la semilla estaba sembrada y floreció en tantas cantinas que hoy ostentan una decidida vocación literaria.
Esto viene a cuento porque hace apenas unas noches en la cantina La Jalisciense presentaron el libro Soy un hombre de pluma y me llamo Renato. “Por eso no me casé con María Félix, para que nadie me dijera señor Félix”; le gustaba decir a Renato Leduc (1895-1986). Conversaciones, notas periodísticas de archivo, fotos, testimonios de amigos y mezcal. Imaginación y memoria de esa extravagante mezcla de alburero, poeta y bohemio, aunque alguna vez le haya dicho a Monsiváis: “No la chingues, Carlos, soy de barril no de Bohemia”.
“Nuestro recordado ‘tlalpense’ escribía y hablaba con malas palabras porque era un hombre culto y conocía el idioma”, abonaron a su favor los amigos que lo recordaban esa noche. Renato, por si usted no lo recuerda, es el autor de aquel clásico que dice: Sabia virtud la de perder el tiempo / a tiempo amar y desatarse a tiempo /como dice el refrán / dar tiempo al tiempo / que de amor y dolor / alivia el tiempo. Total, una noche de copas, una noche loca. Imagínese usted pacientísimo lector, lectora: una magnífica noche de poesía y sin fútbol.

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