6 dic 2013

Bergoglio y Borges


Bergoglio & Borges, realidades y ficciones de una relación

BERGOGLIO Y BORGES EN 1965, CUANDO EL ESCRITOR FUE INVITADO A HABLAR A LOS ALUMOS DEL PROFESOR JORGE MARIO BERGOGLIO. 
FOTO “EL LITORAL”/SANTA FÉ
JORGE MILIA* para Vatican Insider
Hoy todo el mundo refiere la relación de Su Santidad Francisco con el más importante de los escritores argentinos y la mayoría suele hablar de amistad. Asociar imágenes sin tener en cuenta la data de las mismas es peligroso porque nos puede llevar a conclusiones erróneas. Es cierto que Jorge Mario Bergoglio S.J. conoció a Jorge Luis Borges, que en cierto momento lo frecuentó y tuvo la posibilidad de un contacto más cercano que el común de la gente, pero para evaluar cualquier relación o tejer cualquier amistad, es esencial ubicarse en tiempo y espacio.
En 1965 el escritor tenía 66 años, el jesuita 28. Borges era mundialmente conocido y Bergoglio era solamente un “maestrillo” joven de la Compañía de Jesús, que tenía como responsabilidad dos grupos de estudiantes secundarios a los que enseñaba Literatura y Psicología.
 Posiblemente conocer a una escritora que había sido alumna y secretaria de Borges – María Esther Vázquez – a través de un programa de Radio Nacional, fue la llave que le permitió el acceso al maestro. Es de suponer que “ser jesuita” no fue un dato más. Miles de profesores de Literatura, y no ya de un colegio secundario, sino de cátedras importantes habrían querido tener dicha suerte y seguramente un número imposible de conocer lo intentó en vano. Por eso vuelvo a mi suposición, creo que el jesuita más que el profesor fue lo que motivó el visto bueno del escritor. Quiero imaginar que esa posibilidad del inefable encuentro entre el agnosticismo y la Fe, puede haber sido la razón que motivó la aceptación del escritor.
Indudablemente a Borges no se le pasó por alto la dialéctica y simpatía de su joven interlocutor, y la propuesta de dar algunas clases de literatura gauchesca a alumnos del último año del bachillerato– que en otro momento hubiera parecido una locura –, sonó más como una invitación a la aventura. Digo esto por haberlo publicado tiempo atrás.
Llegó Borges. Bergoglio lo buscó de la vieja estación sobre la calle Mendoza frente al Correo. Nada de avión. Bien le habrán molido los riñones las seis largas horas de bus desde Buenos Aires. Yo quedé un poco asombrado, pues pensaba que un hombre medio viejo debía venir en avión. Bah! Medios viejos y viejos enteros viajan en bus, pero yo pensaba que esa vía no era la apropiada a un candidato al Nobel. Desde otro punto de vista, supongo que para él debió tener mucho de aventura. Solo en la nada durante seis largas horas. ¿Qué le habrá dicho a la madre? Medio ciego entre la gente común viajando por las provincias. ¿Qué le habrá dicho su madre a él? ¿Quién se habrá sentado a su lado y jamás lo supo? Una aventura para recordar, sin dudas. No sé cuál sería su cachet pero suena raro que no incluyera un pasaje de avión. Creo – sinceramente – que mucho ganó Borges: ir al interior, a las provincias, solo, debe haber sido una suerte de desafío. Habrá soñado que el bus aquel era casi como la calesa en que “el general Quiroga va en coche al muere”.
 Vaya este panorama para mostrar las diferencias iniciales entre uno y otro. Y lo digo porque hoy, mucha gente establece casi una contemporaneidad entre ambos cuando en realidad los separaban casi cuatro décadas.
 No es de extrañar el celo que Jorge Mario Bergoglio S.J. puso en esa tarea. Algo sumamente comprensible en cualquier profesor que hubiese tenido tal oportunidad. Pero lo suyo, como es habitual en él, no fue producto de ningún rapto improvisador sino de una metódica preparación. Nosotros, sus sufridos alumnos, veníamos lidiando con Borges, sus cuentos y poemas. Quizá fue ésta la carta ganadora. Borges lo dijo en varias ocasiones, y también a mí personalmente: lo que a él le había extrañado, casi fascinado, era que adolescentes como nosotros hubiésemos leído tanto de su obra. No es de extrañar que Borges se diera cuenta que sólo con una conducción sistemática, organizada, un grupo de jóvenes podía acceder a una lectura así. Creo que para él eso debía ser motivo de especial regocijo porque que lo leyeran, estudiaran, o discutieran en ambientes académicos era previsible, pero que de alguna manera accediera a ese mundo un puñado de alumnos de un colegio secundario importaba algo misterioso en la educación de ellos. Quizá esta experiencia podía de alguna manera acercar su literatura a la de Kipling, Stevenson, o algún otro que no tenían límites de edad entre sus lectores.

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