10 ene 2014

Huerta, Paz, Revueltas y Duvalier/Roberto López Moreno


En este 2014 se cumplen 100 años de los natalicios de Efraín Huerta, Octavio Paz, José Revueltas  Armando Duvalier, los hombres de la alta palabra, los de la preclara estirpe. 

Al conmemorarlos durante toda una semana tomamos adelanto necesario a las conmemoraciones que oficialmente habrán de hacer las institucionales culturales del país. Era necesario porque se trataba de marcar un paso adelante en asuntos de vida, recordando a genios que no fueron de piedra, esculpidos a propósito para la colocación de la corona laudatoria, sino gente palpitante que había tenido contacto con los demás, que ayudaron en alguna forma a construir, demostrando que somos un mismo río de luces y sombras más allá del discurso de aniversario. Nos adelantamos en la primera semana de enero porque era preciso, porque antes de los homenajes obligados para el funcionario, quisimos decir nosotros que se trataba de poetas, que eran pueblo y que son por ello más de nuestra carne, más de nuestra imaginación que de los intereses burocráticos, que del lejano discurso que ya vendrá, obligado, en cada fecha en particular. Habrá bombos y platillos, pero ninguna celebración latirá tan hondamente humana como latió ésta.

   Nuestro, de verdad, es Efraín Huerta, hermano querido, quien alguna vez nos hizo un prólogo, con el que alguna vez tomamos café, o bebimos algún otro espiritualizador o al que alguna vez le
dijimos -también Paz se lo dijo en los periódicos- que sus “poemínimos” no eran más que chistes, algunos buenos, otros menos buenos, pero que estuviera tranquilo, porque alguna vez iban a llegar las renovadas generaciones, iban a ser lectoras de “poemínimos” y hasta los iban a tomar como género literario, aunque, eso sí, por otro lado, poco iban  saber del gigante autor de El Tajín o de Los hombres del alba.
   Nuestro, de verdad, es Octavio Paz, a veces no tan querido por muchos cuando daba la impresión de demasiada cercanía a la soberbia del Príncipe. Ah, pero que talento y qué sabiduría, únicos, tan únicos, que perversamente se hizo rodear de mediocres y los encumbró, y les dio nombres de grandes poetas a los que como tales se enseñan aún en las aulas, en los grandes medios de comunicación, en los encuentros internacionales, en los nombres de las instituciones, en los “importantes” congresos y coloquios; grandes nombres vacíos, supersobrevaluados, que poco a poco el tiempo va a ir desmoronando para que sólo quede un Octavio Paz como sol único, total; en medio de la polvareda (esto puede ser un feliz alto grado de perversión,   creo, que le aplaudimos y celebramos, una travesurilla para la historia).
   Nuestro, de verdad, José Revueltas, el gran combatiente de la letra, el más nuestro; él, más que nadie. Habrá que ver con qué cara lo va a homenajear el sistema que lo persiguió tanto y lo encarceló las veces que pudo; que con sus ujieres literarios marginó su obra, que lo mató, mitad en la prisión y la otra mitad a consecuencia de la prisión, así como ninguneando su luminoso trabajo.
   Nuestro, de verdad, Armando Duvalier, al que van a olvidar los “homenajeadores nacionales” porque no les aporta bonos. Por eso nos adelantamos en las conmemoraciones, porque creo que lo más justo era que lo hiciéramos nosotros primero, pero con el auténtico latido humano. En ellos tratamos de hacer también un auténtico homenaje a los verdaderos grandes poetas del siglo XX mexicano, a los que hicieron nuestra verdadera poesía aunque no aparezcan en las arregladas antologías (algunos sí). Entre estos están mayormente los poetas de izquierda.
   En nuestros cuatro homenajeados virtualmente esta también una lista que empieza con José Gorostiza  continúa con Manuel Maples Arce, Marco Antonio Montes de Oca, Enrique González Rojo, Abigael Bohórquez, Ramón Martínez Ocaranza, Aurora Reyes, Juan Bautista Villaseca, Horacio Espinosa Altamirano, Miguel Guardia, Margarita Paz Paredes, Max Rojas, Saúl Ibargoyen (urguayo-mexicano) y tantos otros a quienes se ha despojado para imponer a los que ahora están desde hace ya varios sexenios.
   Aquí festejamos cuatro centenarios, nos adelantó para esto el rumor de la sangre, y desde este homenaje a los cuatro partimos con clara conciencia y corazón enaltecido hacia los cuatro puntos cardinales para que nos sepan en el universo. Se cerró así la semana pero se abrió una flor auténtica dentro de una auténtica y popular reforma energética y educativa.     

RESPONZO POR UN POETA DESCUARTIZADO
Efraín Huerta
(Fragmento)
Claro está que murió –como deben morir los poetas,
maldiciendo, blasfemando, mentando madres,
viendo apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro que así murió y su muerte resuena en las malditas habitaciones
donde perros, orgías, vino griego, prostitutitas francesas,
donceles,  príncipes se rinden y le besan los benditos pies;
porque todo en él era bendito como el mármol de La Piedad,
 el agua de los lagos, el agua de los ríos
y los ríos de alcohol bebidos a pleno pulmón,
así deben beber los poetas: Hasta lo infinito,
hasta la negra noche y las agrias albas
y las ceremonias civiles y las plumas heridas
de los artículos que te obligan,
la crónica que nunca hubieras querido escribir
y los poemas rubíes, y los poemas diamantes,
los poemas huesolabrados, los poemas floridos,
los poemas toros, los poemas posesión,
los poemas rubenes, los poemas daríos,
los poemas madres, los poemas padres, tus poemas…
 Y asi le besan los pies, la planta del pie
que recorrió los cielos y tropezó un y mil infiernos
al sonido siringa de los ángeles locos
y los demonios trasegando absintio
(El chorro de agua de Verlaine estaba mudo),
ante el azoro y la soberbia estupidez de los cónsules
 los dictadores, la chirlería envidiosa y  la espesa
idiotez de las gallinas municipales.
Maldiciendo, claro, porque en la agonía
estaba en su derecho porque qué jodidos
(Juré, jodido!, dijo Rubén al niño triste
que oyó su testamento),
¿por qué no morir de alcoholes de todo el mundo
si todo mundo es alcohol y la llama lírica
es la mirada de un niño con la cara de un lirio?
Lo  veo y no lo creo; ardido por esa leña verde,
por esa agonía de pirámide arrasada,
el poeta que todo lo amó
cubría su pecho con el crucifijo, el crucifijo, el suave crucifijo,
el Cristo de marfil que otro poeta agónico
le regalara –Amado Nervo-
y me parece oír cómo los dientes le quemaban
y de qué manera se mordía la lengua
y la piel se le ponía violácea
nada más porque empezaba a morir,
nada más porque empezaba a santificarnos
con su muerte y su delirio, sus blasfemias,
sus maldiciones, su testamento,
y nada más porque su cerebro tuvo que andar
de garra en mano y de mano en garra
hasta parecer el ala de un ángel,
la solar sonrisa de un efebo,
la sombra de recinto de todos los poetas vivos,
de todos los poetas agonizantes,
de todos los poetas.                 


ESPEJO
Octavio Paz
Hay una noche,
un tiempo hueco, sin testigos,
una noche de uñas y silencio,
páramo sin orillas,
isla de yelo entre los días:
una noche sin nadie
sino su soledad multiplicada.

Se regresa de unos labios
nocturnos, fluviales,
lentas orillas de coral  savia,
de un deseo, erguido
como la flor bajo la lluvia, insomne
collar de fuego al cuello de la noche,
o se regresa de uno mismo a uno mismo 
y entre espejos impávidos un rostro
me repite a mi rostro, un rostro
que enmascara a mi rostro.

Frente a los juegos fatuos del espejo
mi ser es pira y es ceniza,
respira y es ceniza ,
y ardo  me quemo y resplandezco y miento
un yo que empuña, muerto,
una daga de humo que le finge
la evidencia de sangre de la herida,
y un yo, mi yo penúltimo ,
que sólo pide olvido, sombra, nada,
final mentira que lo enciende y quema.

De una máscara a otra
hay siempre un yo penúltimo que pide.
Y me hundo en mí mismo y no me toco.


EN ESTE SITIO
José Revueltas

Que cierren los ojos, que tapen con los siglos las edades
y nieguen la tierra y la aborrezcan y la escupan
si no quieren saber nada de la luz y la santa agonía.

Yo estoy aquí como hormiga, como el arado,
porque no soy nadie y estoy de boca al suelo, besando todo lo que pasa.

Si me invitan a morir lejos digo que no,
que mi sitio es el de la muerte aquí donde todos los planetas lloran
y los niños están con las plantas esperando que amanezca.

Sé que debe amanecer y no en el cielo
sino entre las piedras y entre las manos de las gentes,
que deben amanecer antes de Cristo, después de Cristo,
en esta era y en este verbo que nos sale destrozado y dando gritos.

Que se tapen, que se queden cerrados, que nadie le dés auxilio,
que la voz les estalle antes de la palabra, que no puedan llorar nunca,
que no lloren jamás y la vida les sea alegre, horrorosa,
atrozmente alegre sin una sola lágrima,
si no levantan las manos y no se piden perdón
y no tienen la soberana, hermosa virtud de la agonía.

Yo estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando.
Yo estoy aquí.

Nadie me quiere aquí, yo lo sé.
Nadie quiere que me vaya de aquí, lo sé también.
No quiero que nadie venga y nadie se retire.

Estoy aquí.


TRIBULACIONES POR UN JOVEN DINOAURIO
Armando Duvalier
(Fragmento)

Siémbrate, revuélcate y anúdate,
Pero no volverás a robarme mis peces de petróleo;
mis camellos con mares anudados;
mis arañas de nieve anaranjada;
mis libélulas de oxígeno;
mis tapires con zumo de cobre lloviznando,

¡Cúshila de aquí  porque siempre serás tan imbécil como flor desnuda!


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