9 ene 2014

Inicia el Capitulo General extraordinario de los Legionarios


Homilía para la misa de apertura del Capítulo General de los Legionarios de Cristo
8 de enero de 2014
Celebramos esta misa del Espíritu Santo en la apertura del Capítulo General Extraordinario para el que nos hemos estado preparando ya durante casi tres años y medio para cumplir un mandato preciso del Santo Padre Benedicto XVI. Se trata de un evento de fe que sólo podemos celebrar bajo la guía del Espíritu Santo. El Capítulo se coloca al final de un largo camino trazado por el mismo Santo Padre y sólo se puede comprender a la luz del itinerario recorrido. Los dos eventos están íntimamente unidos. La preparación tenía como meta el Capítulo, y éste tiene a su vez dos objetivos específicos que le han sido marcados: el nombramiento de un nuevo gobierno de la congregación y la aprobación de las constituciones que la congregación de los Legionarios ha revisado profundamente con la participación y compromiso de todos.

He subrayado muchas veces que la revisión de las constituciones no podía considerarse simplemente como un trabajo técnico, sino que debía ser acompañada por un camino de examen de la propia vida, de revisión y de renovación espiritual del Instituto. Éste ha sido, dicho simplemente, el camino de preparación que hemos llevado a cumplimiento.
 
Esta celebración eucarística se coloca delante del Capítulo que ahora inicia. Es una invocación al Espíritu de Dios para que ilumine los corazones, infunda confianza, gracia y fuerza; para que nos conceda la reconciliación de nuestros corazones con Dios y entre nosotros, y nos una en el amor a Dios, a la Iglesia y a la congregación. Esperamos que se renueve el milagro de pentecostés, el milagro de las lenguas como de fuego. Mientras cada uno de nosotros habla su propia lengua, expresa sus propias ideas y sus propias convicciones, también está llamado –en virtud de la luz y la fuerza del Espíritu- a comprender la lengua del otro, que también se deja guiar por el mismo amor, por el Espíritu Santo. El milagro de la unidad de las lenguas y del amor dentro de la riqueza de la pluralidad de las lenguas y de las ideas nos acompaña.
Por esto, las constituciones que se darán, no serán simplemente un código de leyes que les una sólo externamente en la disciplina. Serán más bien un texto que es expresión de una común vocación, de un común ideal, de una común visión y de un común camino de santidad. Serán un impulso de una común tensión hacia la realización del proyecto de Dios sobre la congregación y sobre cada uno de ustedes, para la gloria de Dios y el servicio a la Iglesia y a la misma Legión.
El corazón de las constituciones es el carisma o el patrimonio espiritual del Instituto. El Papa, al indicarnos que la tarea principal del camino recorrido y del Capítulo tenía que ser la aprobación de las constituciones, ha subrayado también que en este trabajo era necesario profundizar en el carisma mismo del Instituto. De hecho, las constituciones deben contener la vocación e identidad mismas del instituto (carisma o patrimonio espiritual), así como las normas fundamentales para su protección, promoción y desarrollo. Éste ha sido el punto de atención más importante que se ha tenido en cuenta en la redacción del texto y que el Capítulo deberá tener presente al aprobar el nuevo texto que se someterá a la aprobación del Santo Padre.
Aun cuando la tarea principal del Capítulo es la aprobación de las constituciones, no es menos importante el nombramiento del nuevo gobierno del Instituto. El deber primario de los superiores es custodiar y promover el carisma del Instituto y el carisma no se puede garantizar sino en el servicio de la autoridad ejercida según el espíritu del evangelio y en fidelidad a las normas de la Iglesia. Este es un punto al que se debe dar una especial atención. De modo particular lo tienen que tener ustedes presente, pues han tenido una historia de sufrimiento que es importante no olvidar. Sobre este tema el nuevo texto constitucional pone especial atención y cuidado.
Sin embargo, sabemos que aunque unas leyes bien elaboradas son importantes, no bastan si no las acompaña un espíritu nuevo. Y es este espíritu nuevo que están ustedes llamados a cultivar y a hacer crecer en su interior cuando sean llamados a elegir a sus nuevos superiores. Es necesario tener un corazón verdaderamente nuevo, y esto tanto los electores como quienes resulten elegidos. En lo que dependa de ustedes, tengan sólo presente a Dios, el bien de la Iglesia y de la Legión, y elijan sólo a quienes consideren más dignos e idóneos para el servicio de la autoridad. Para esto es necesario liberar el corazón de resentimientos y envidias, y liberar la memoria para no dejarse apesadumbrar por recuerdos que hacen sufrir y pueden cegarnos.
Ustedes llegan a este evento después de un camino largo, no exento de dificultades, pero que hoy se nos presenta sereno y bajo el signo de la confianza. Debemos agradecer al Señor por esto. El mismo Señor que ha realizado en ustedes esta obra es el garante que los acompañará también en el camino ulterior que están llamados a recorrer. Lo que el Señor ha hecho durante este período de preparación debe ser el recuerdo y la memoria a la que están llamados a volver para reencontrar la confianza, la serenidad y la esperanza. Esperanza en el Señor que ha preservado su vocación; en la Legión que en ustedes se presenta a este Capítulo con nuevas fuerzas y nuevos horizontes; en la Iglesia que los ha acompañado, particularmente a través del Papa Benedicto XVI quien, en el momento más trágico de su historia, ha confiado en ustedes, creyendo en su capacidad de renovación y de fidelidad al Señor; y también los ha acompañado a través del actual Sumo Pontífice Francisco, que ha querido estar presente en este momento importante de su historia.
Es éste también un momento oportuno para agradecer a todos los que han llevado conmigo el peso del acompañamiento en nombre de la Iglesia y de modo particular a mis consejeros: S.E. Brian Farrell, P. Gianfranco Ghirlanda, P. Agostino Montan y Mons. Mario Marchesi.
A modo de conclusión, quiero recordar lo que tuve ocasión de decirles al inicio de mi mandato. En mi primera homilía, dirigiéndome a todos precisamente desde este altar, les expresé la conciencia que tenía de la dificultad vocacional en la que podían encontrarse. Los invitaba a la confianza y a la fidelidad, a esperar a que volvieran la luz y la paz antes de tomar una decisión. En la primera carta que les dirigí, expresaba también mi confianza en el resultado positivo del camino que habíamos sido llamados a recorrer juntos, subrayando particularmente que su fidelidad y obediencia a la Iglesia serían la garantía para llegar a buen puerto. La gran mayoría ha permanecido fiel a la propia vocación de legionario. En modo particular lo han sido ustedes que hoy se reúnen para el Capítulo y quieren marcar la primera etapa de la nueva Legión con el nombramiento de nuevos superiores y la aprobación de un nuevo texto constitucional con el cual están llamados a conformar su vida.
Creo que están contentos de haber confirmado su sí al Señor. Han sufrido mucho, dentro de ustedes y también fuera. Han sufrido la vergüenza de ser acusados, de ser mirados con sospecha, de ser expuestos a la opinión pública, incluso al interno de la Iglesia. Han sabido aceptar este sufrimiento por amor a su vocación, por amor a la Iglesia y a la Legión. El sufrimiento los ha purificado, los ha hecho madurar. Los ha hecho experimentar la gracia del Señor y de su amor, que los ha llamado a participar en el misterio de la redención por medio de la cruz y del dolor. Han participado también en el dolor de aquellos que han sufrido a causa de algunos miembros de la Legión. Han escogido el único modo que el Evangelio conoce para la redención del mal: no la fuga, no el rechazo, no la condena a los demás, sino la participación, la solidaridad y el amor que entra en el pecado y en el dolor mismos para redimirlos desde dentro. Hoy están contentos de participar en esta liturgia eucarística, asociados al misterio de Cristo que, por amor, ofrece la propia vida. Y quieren renovar con Él la ofrenda de sus vidas.
Podemos concluir con una texto de la carta a los Hebreos a propósito del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesucristo, quien ha ofrecido el único y perfecto sacrificio: «¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?» (Heb. 9, 14). El mismo Espíritu eterno ha movido sus corazones a ofrecer la propia vida y así cooperar en el sacrificio redentor de Cristo para la salvación de su Congregación. Que el mismo Espíritu Eterno obre siempre en sus corazones. El mismo Espíritu está siempre ahí para secar las lágrimas de su corazón y transformarlas en perlas preciosas ante los ojos de Dios.
Roma, 8 de enero de 2014.

Velasio Card. De Paolis, c.s.  

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