26 abr 2014

Calambres de Peña Nieto con David


Columna Sólo para Iniciados/Juan Bustillos 
Impacto diario, 25 de abril de 2014
Calambres de Peña Nieto con David
La lealtad, debería saberlo el gobernador de Sinaloa, es la virtud que más estima el Presidente; en consecuencia, la traición le resulta imperdonable
Suerte de reportero.
Una tarde Enrique Peña Nieto ya no pudo más y se rindió a la insistencia del celular; se disculpó y contestó al “Señor teléfono”, Emilio Gamboa. Este saludó y pasó su aparato a un “amigo”; al menos eso dijo. Minutos después, el entonces gobernador mexiquense dio a su interlocutor una lección de política partidista:
“Sí Javier, yo jalo, pero hasta que tu gobernador decida. Yo no haré lo que no permitiría que pretendieran hacerme”, sentenció. En otras palabras, le dijo que cuando ya fuera candidato acudiera a él, antes no.
Así, Duarte esperó el auxilio de Peña Nieto hasta que Herrera Beltrán decidió que él sería su sucesor; ignoraba Fidel que en breve sería traicionado, como él…, pero esas son otras historias.
El miércoles, en Sinaloa, Peña Nieto estaba de vena; llegó de Sonora dispuesto a ofrecer otra lección de política a quien la necesite por allá y por acá, quizá más acá que allá.

Supongo que en principio al gobernador Mario López Valdez que dio la espalda al PRI y se echó en brazos del PAN para obtener la candidatura que su partido y Juan Millán le negaron, a pesar del decidido apoyo de Manlio Fabio Beltrones, por aquel entonces coordinador de los senadores priístas.
 Cambiarse de partido por una candidatura le llaman traición algunos; pragmatismo, otros, como Rafael Moreno Valle y Ángel Heladio Aguirre que abandonaron el PRI. López Valdez (Malova) ni siquiera renunció a su militancia y es el día que el partido no lo echa.
 Hoy, con Peña Nieto en la Presidencia, Malova ha intentado por todas las formas posibles convencer al mandatario que es el gobernador más priísta.
 Pero a Malova lo inquieta la cercanía con el Presidente de un paisano suyo. El coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, David López, quizá su amigo más cercano y más leal; será él quien cerrará la puerta cuando todo se acabe, cuando el resto busque acomodo en el futuro; de hecho antes, cuando los autoproclamados químicamente peñistas, intenten descubrir a quién seguir o ser ellos los sucesores.
 Es David el único del que no tiene que cuidarse la espalda.
 La lealtad, debería saberlo Malova, es la virtud que más estima el Presidente; en consecuencia, la traición le resulta imperdonable.
 Desde luego, quizá el sueño más acariciado de David, como diría cualquier priísta, es gobernar su tierra; será candidato si lo busca y si el Presidente quiere, pero Enrique Peña Nieto sabe que vienen tiempos más difíciles que los que ambos ya pasaron juntos y que, como entonces, no habrá muchos en quienes confiar. David siempre estará ahí o en donde quiera el Presidente.
 Pero Peña Nieto acalambró al gobernador.
 Llegaron juntos al evento en donde el Presidente dijo que en cada ocasión que David lo acompaña a Sinaloa, “los políticos sinaloenses se inquietan mucho… no hay razón… David está en lo suyo… apoyando al Presidente”.
 Y luego, mirando fijamente a Malova, remató: “…pero nunca mates esperanza alguna, mi queridísimo gobernador”.
 López Valdez tragaba gordo y David enrojecía por las carcajadas, hasta una seña hizo al gobernador.
 Malova no previó, no tenía forma de hacerlo, que el Presidente se comportaría como lo hizo; no es lo usual, ni siquiera ahora que existe eso llamado “interacción”.
 Llegó al evento en compañía de Peña Nieto, del jefe del Estado Mayor, Jorge Corona, del jefe de asesores, Francisco Guzmán Ortiz, y de David. En el trayecto no hubo en palabras o actitudes del ilustre visitante que delataran lo que estaba por ocurrir.
 Quizá el calambre tenga que ver con esa imprudencia tan de Malova. En un discurso de bienvenida que duró 12 minutos y medio reclamó a Peña Nieto que antes de llegar a Sinaloa pasara por Sonora.
Ha venido 5 veces, dijo, pero ésta no la contamos porque es una visita de paso.
Luego vendría el revire (“señor gobernador, no es una visita de paso”), el calambre a Malova y la cargada que ya agobia a David.
Pero también el calambre a quienes en el grupo compacto suponían que David estaba a distancia, sólo porque, como dice su amigo y jefe, no suele subirse al presidium. Está en lo suyo, cuidando al Presidente.

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