El
Salvador: nueva oportunidad para la paz/Baltasar Garzón es abogado y presidente de FIBGAR.
El
País |20 de mayo de 2014
A
escasas semanas de la investidura del nuevo presidente salvadoreño, el
efemelenista Salvador Sánchez Cerén, y tras un proceso electoral convulso en el
que el partido opositor, Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), llegó
incluso a pedir la nulidad de los resultados electorales argumentando “falta de
imparcialidad” del Tribunal Supremo Electoral por no atender a su petición de
hacer un recuento “voto por voto”, parece evidente que los grandes retos de
este nuevo Gobierno irán de la mano de “los problemas de siempre”.
Las
cifras de feminicidios, aun habiéndose reducido en un 76% entre 2011 y 2013
según la Red Feminista Frente a la Violencia Contra las Mujeres (RED-FEM),
continúan arrojando vergonzantes porcentajes de impunidad promovidos en gran
parte, por la negación de los propios jueces a aplicar la Ley Especial Integral
para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres aprobada en 2011. La
inseguridad ciudadana mantiene su yugo sobre el devenir salvadoreño, tal y como
ha reconocido el ministro de Seguridad, Ricardo Perdomo, quien el pasado mes
señalaba que tras el fin de la “tregua” firmada en 2012 por las pandillas más
violentas, los índices de delincuencia organizada han vuelto a aumentar. No en
vano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), El Salvador
posee la tasa más alta de homicidios de jóvenes en el mundo. Sin olvidarnos,
que más de un tercio de la población salvadoreña sigue viéndose abocada a
representar el papel de la eterna población migrante, sin que, de parte de la
comunidad internacional, se haga nada para impedir que estas personas sufran
todo tipo de abusos por parte de las autoridades o las mafias del narcotráfico,
alimentado un clima de total de impunidad ante las extorsiones, reclutamientos
forzados o explotación sexual de los que son víctimas.
El
Salvador se encuentra también en un momento crítico en lo que a la justicia
respecta. Las represalias contra defensores y defensoras de los derechos
humanos se han generalizado en el país, incluyendo el cierre repentino de
Tutela Legal, una organización de Derechos Humanos originalmente fundada por
monseñor Romero, y un ataque devastador en las oficinas de Pro-Búsqueda, una
organización dedicada a la investigación de la desaparición forzada de niños
durante la guerra. Huelga decir que hoy es más necesario que nunca apoyar la
causa de la justicia en El Salvador.
Durante
el conflicto armado en El Salvador (1980-1992), mujeres, niños y personas
ancianas fueron eliminados de manera sistemática y sin testigos, en despliegues
operativos cuyo único objetivo era exterminar masivamente a la población civil.
Para el Ejército salvadoreño y sus bandas afines, “limpiar” las zonas rurales
implicaba eliminar a aquellas personas que pudieran brindar suministros,
escondites o información a las fuerzas insurgentes.
La
comunidad de Santa Marta, en el Departamento de Cabañas, fue una de esas zonas
golpeadas por la Política de Terror del Estado Salvadoreño. Asimilada por el
Ejército como base social de la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN), en su territorio se sucedieron los horrendos
patrones de represión oficial: estigmatización de los campesinos como
terroristas y masacres indiscriminadas. Sus habitantes fueron considerados, en
todo caso, presuntos culpables.
Una
de estas matanzas, la de Santa Cruz, ejecutada en noviembre de 1981, bajo el
mando del coronel Sigifredo Ochoa Pérez, hoy diputado en la Asamblea
Legislativa salvadoreña, acabó con la vida de centenares civiles. El entonces
coronel coordinó un operativo que durante nueve días bombardeó siete
comunidades del municipio de Victoria (San Jerónimo, San Felipe, La Pinte,
Peñas Blancas, Santa Marta, Celaque y Jocotillo) bloqueando la salida de la
población hacia los campos de refugiados en territorio hondureño gracias al apoyo
militar de las Fuerzas Armadas de dicho país.
A
pesar de la presión internacional y de que ya en 1978 la Asamblea General de la
Organización de Estados Americanos había llamado la atención al estado
salvadoreño ante las flagrantes violaciones de derechos humanos que se estaban
sucediendo en su territorio, el Ejército salvadoreño describió esta campaña
militar como una de las operaciones de limpieza más exitosas del país.
El
asedio, que comprendió entre otras atrocidades ametrallamientos desde el aire e
incursiones militares durante la noche, obligaba a las comunidades a
resguardarse en espacios ajenos a sus hogares, ya fuera entre la maleza o en
cuevas, al ser precisamente sus viviendas, según relatan los supervivientes, el
objetivo principal de los ataques.
El
pasado mes de noviembre, la ciudadana salvadoreña María Ester Hernández
Hernández, atendiendo al alegato de la Corte, tuvo el valor de denunciar
penalmente ante la Fiscalía General de la República, al exfuncionario militar,
Sigifredo Ochoa Pérez, por la muerte de cinco de sus familiares en la matanza
de Santa Cruz. Esta iniciativa que por primera vez se dirige contra un
funcionario del Estado salvadoreño y que está siendo acompañada por
representantes de organizaciones de víctimas y defensores de los derechos
humanos, entre los que se encuentra FIBGAR (Fundación Internacional Baltasar
Garzón), persigue, no sólo recuperar los derechos de María Ester como víctima,
sino también acabar con el clima de impunidad del que gozan quienes fueron
violadores masivos de los derechos humanos durante el conflicto armado
salvadoreño.
Que
gracias a la Ley de Amnistía, el excoronel Ochoa Pérez sea actualmente miembro
de la Asamblea Legislativa salvadoreña, y que, a pesar de su desprecio por los
derechos humanos, siga gozando de poder e impunidad en El Salvador
contemporáneo, es aberrante. Ni una sola persona ha sido responsabilizada de
haber ordenado los crímenes de lesa humanidad cometidos en el contexto del
conflicto, aunque afortunadamente el año pasado se vieron algunos avances
históricos en este sentido.
En
una decisión sin precedentes, la Fiscalía General de la Nación anunciaba en
septiembre del pasado año, después de la sentencia de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos que abría investigaciones sobre la masacre de El Mozote y
de hasta otros 32 abusos cometidos durante la guerra; apenas unas semanas
después, la Corte Suprema declaró que se pronunciaría sobre la
constitucionalidad de la Ley de Amnistía. Dicha sentencia se espera
literalmente cualquier día de estos. Asimismo, el pasado mes, en otro veredicto
histórico, el mismo tribunal ordenó a la Fiscalía General investigar la masacre
de 1981 en San Francisco Angulo, señalando que de no hacerlo, negaría a las
víctimas su derecho a la justicia.
En
relación al caso de Ester Hernández también se ha abierto una puerta a la
esperanza. A día de hoy ya se ha designado un fiscal al caso y además, el
pasado 31 de marzo, Phillipe Burgois, antropólogo estadounidense sobreviviente
de la masacre, declaró ante la unidad especializada de la fiscalía encargada de
recibir las denuncias relacionadas con violaciones de derechos humanos
ocurridas en el marco del conflicto armado. Aunque en un primer momento se
pretendió tomarle declaración únicamente como testigo de los hechos, finalmente
y a criterio de los fiscales, su testimonio fue recogido en calidad de víctima
y será sumado a la denuncia presentada por Ester Hernández contra el excoronel
Ochoa Pérez.
Podemos
decir que se están dando avances en El Salvador, pero aún es necesario un mayor
esfuerzo. Aplaudo, en el sentido de la reparación a las víctimas, lo ocurrido
durante el mes de marzo en la comunidad de Santa Marta, escogida para acoger el
Sexto Tribunal de Justicia Restaurativa. Abrir espacios como éste, de encuentro
y apoyo a las víctimas resulta fundamental no sólo para acabar con el silencio
impuesto por los culpables, sino para que puedan ser las propias víctimas
quienes reclamen sus derechos a la justicia y a la verdad.
El
16 de junio de 1979, monseñor Óscar Arnulfo Romero, pronunciaba en su homilía
un mensaje de esperanza y reparación. Un deseo que un año más tarde le costaría
la vida. “Yo tengo fe, hermanos, que un día saldrán a la luz todas esas
tinieblas, y que tantos desaparecidos y tantos asesinados, y tantos cadáveres
sin identificar, y tantos secuestros que no se supo quién los hizo, tendrán que
salir a la luz. Y entonces tal vez nos quedemos atónitos sabiendo quiénes
fueron sus autores”. Hoy, 35 años después, los autores de dichas atrocidades
continúan marcando el rumbo de un país exhausto, extorsionando a sus
conciudadanos, golpeando a sus mujeres. La deuda pendiente del pueblo
salvadoreño aún sigue vigente, no es posible construir la democracia y el
bienestar sin depurar responsabilidades. Que se investiguen y sancionen las
violaciones de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad en el
Salvador son condición sine qua non para que las palabras de monseñor Romero se
hagan realidad, el mandato del nuevo presidente alcance verdadera dignidad
democrática y la sociedad salvadoreña pueda alcanzar la paz justa que anhela.
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