28 jun 2014

Una relación con rostro humano/Enrique V. Iglesias


Una relación con rostro humano/Enrique V. Iglesias fue el anterior secretario general iberoamericano.
El País | 27 de junio de 2014
El rey Juan Carlos deja la Corona española, después de casi cuarenta años de reinado que fueron los mejores de España de todos los tiempos. Así ha sido descrito por autorizados comentaristas el periodo de la historia que recordará el reinado de don Juan Carlos.
Efectivamente, don Juan Carlos fue un gran arquitecto en el pasaje de un gobierno autoritario a un gobierno democrático. Gracias a su decisión y a su compromiso España conoció el funcionamiento de una monarquía constitucional, con un jefe de Estado sometido al poder político y a través de él, las Fuerzas Armadas, reteniendo solo el poder moral, el de moderación que le acuerda la Constitución nacional. Y por cierto, que no es poco poder el de inspirar y mediar en los desencuentros políticos de la nación. En ese mismo periodo en el que España conoció por primera vez el funcionamiento de una monarquía constitucional, las relaciones del jefe de Estado con el poder político de los grandes partidos han sido ejemplares. España se integró en Europa, construyó una de las economías más dinámicas del continente, y el Estado de bienestar se profundizó a favor de las grandes mayorías de la población. Esos son los grandes hechos que recordará la historia. También recordará la dureza social y económica de la profunda crisis de los últimos años. Habrá también anécdotas. Las obras humanas siempre las tienen. Pero la historia recordará y retendrá con agradecimiento esas grandes contribuciones de don Juan Carlos a España, a su pueblo.

Pero don Juan Carlos prestó, además, un gran servicio a la cooperación y el entendimiento iberoamericano. Desde el inicio de su mandato viajó a todos los países de la región y creó algo que fue el rostro humano de las relaciones entre España y América Latina. Algo que nunca se había producido en la historia de más de quinientos años del periodo colonial y poscolonial. Con ello, no solo acompañó los flujos migratorios y la mayor presencia económica de España en América, sino que pudo transmitir con una personalidad cálida su amistad y su compromiso con América Latina. Se ganó el respeto y el afecto de los líderes políticos de los más variados signos. Su presencia en América nunca fue la de un visitante protocolar, sino la de un amigo. No conozco ninguna otra corona, con historias coloniales, que haya cultivado una relación de afecto como la que inspiró don Juan Carlos con dirigentes y pueblos de repúblicas que, por más de trescientos años, fueron colonias de sus antepasados. Rostro humano acompañado por la presencia y la calidez de la reina doña Sofía, gran amiga de los americanos y de sus culturas.
La contribución más significativa de ese espíritu lo constituyeron las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, que deben reconocer en don Juan Carlos a uno de sus grandes impulsores y promotores. De 23 cumbres anuales asistió a 22 y, en la que no estuvo, fue por su impedimento físico. Las cumbres son una realidad que ha perdurado en el tiempo, donde la figura del Rey fue siempre una señal de identidad y de reencuentro con el espíritu que se nutre de la historia, con sus encuentros y desencuentros, asentado en lenguas, culturas, tradiciones y en el gran mestizaje que es la realidad social iberoamericana.
El juramento ante la Constitución española de su hijo Felipe VI en una ceremonia sobria, pero llena de simbolismo y de definición del compromiso del nuevo Rey con una monarquía que él definió como “renovada y para un tiempo nuevo”. Una corona joven, cerca de la gente, en donde la personalidad de doña Letizia, habrá de jugar, por vocación y por convicción, un papel relevante en el acercamiento y comunicación con la sociedad.
Fue muy grato oír el compromiso del nuevo jefe del Estado español con Iberoamérica. Compromiso que descontábamos. Un príncipe que asistió a 69 tomas de mando de los presidentes de las repúblicas latinoamericanas, que conoce a América y se identificó con ella. No solo frecuentó a líderes políticos, empresariales, sociales e intelectuales, sino que, además, conoce sus problemas sobre los que tiene una opinión informada y meditada.
Asume la Corona en un momento difícil para el mundo, para Europa y para España. Un cambio de época que nos llevará a nuevas fronteras de la economía, de la sociedad y de la política. Pero, también, de cambio en las relaciones internacionales. España está integrada de pleno derecho en la Unión Europea. Pero, por afinidad cultural e histórica, también pertenece a Iberoamérica. Continuar con el rostro humano de esas relaciones es un gran activo de España y también lo es de las repúblicas americanas. El rostro humano de esa relación en torno a la Corona es un hecho notable y sin precedentes en el mundo. A veces me pregunto si gobernantes y gobernados son conscientes de ese capital que partiendo de las relaciones humanas se proyecta en la política y en la economía.
Don Felipe tiene una idea muy clara del valor de esas relaciones en el mundo en que vivimos, y puede estar seguro de que la colaboración de América Latina no habrá de faltarle en su pesada labor. En este clima de renovación y esperanza hay que desearle al nuevo Rey el mejor de los éxitos en sus responsabilidades, pero también apoyarlo y acompañarlo para que esas esperanzas se conviertan en realidades.

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