Los
diarios de Blatterball/ Lucy P. Marcus CEO of Marcus Venture Consulting.
Project
Syndicate |15 de julio de 2014
La
Copa del Mundo ha concluido con su fanfarria habitual y gran parte del mundo,
como suele suceder, no pudo evitar verse atrapado en la emoción de todo el evento
-exactamente lo que Sepp Blatter quiere-. Blatter, el presidente de la FIFA, el
ente organizador del Mundial, quiere que el brillo de un mes de juego
emocionante corra un tupido velo sobre la corrupción y los acuerdos en
bambalinas -y, más recientemente, el escándalo de las entradas- que han
enturbiado su gestión.
Corrían
otros tiempos en 1998, cuando Blatter asumió su cargo. Los medios sociales no
existían, e Internet todavía no se había convertido en un canal de difusión de
las opiniones de quienes no tienen ni voz ni voto. Por otra parte, la cultura
del activismo accionarial y la responsabilidad social empresaria tampoco eran
tan fuertes como lo son hoy. Como pudieron comprobar BP, GM y el Royal Bank of
Scotland, el mundo está observando y hablando, y ya no está dispuesto a aceptar
la vieja manera de hacer negocios.
La
FIFA tiene dos problemas. Uno es el franco incumplimiento de las prácticas
empresariales aceptadas. Los supuestos delitos van desde el arreglo de partidos
y los sobornos entre miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA hasta
cuestionamientos sobre cómo se eligió a Qatar para ser sede de la Copa del
Mundo en 2022.
El
segundo problema podría decirse que es más grave, ya que tiene consecuencias:
el daño que el comportamiento antiético le ha infligido al ideal del juego
limpio. Cuando la gente ve que una institución relacionada con algo por lo que
siente pasión no cumple con reglas simples de manera tan descarada, pierde la
fe no sólo en esa institución sino también en la idea de que la buena gobernancia
es posible. El mensaje que se envía, y se recibe, es que algunas instituciones
-de todo tipo- son inmunes al escrutinio y pueden regirse por sus propias
reglas.
El
código de conducta en la cancha -donde esperamos que los jugadores den todo de
sí bajo reglas claras que son implementadas prontamente por árbitros
independientes- es esencialmente el mismo que esperamos de los organismos
gobernantes fuera del campo de juego. En este sentido, la FIFA no es un caso
especial: se espera que todas las organizaciones sin fines de lucro y
comerciales en todo el mundo cumplan con este código de conducta.
Y
es por ese motivo que resulta improbable que los problemas de la FIFA
desaparezcan de la vista. Se los debe abordar sin ambages, mediante una
remoción total de la cúpula y una reorganización completa de sus estructuras de
gobernancia. La FIFA es tan compleja como cualquier organización multinacional
grande, pública o privada. La manera en que se la conduce debe ser un reflejo
de eso.
Para
empezar, la FIFA debe introducir miembros del directorio verdaderamente
independientes en el proceso de gobernancia -gente que haga preguntas difíciles
y desafíe a los ejecutivos de la organización-. La gobernancia exclusivamente
en manos de miembros de la asociación no funcionó -y, al fomentar la falta de
transparencia, quizás haya tornado a la FIFA más vulnerable a los problemas que
enfrenta hoy-. Ninguna organización que es tan importante y ejerce tanta
influencia pública debería poder operar como una caja negra.
De
la misma manera, la FIFA debe introducir y adherir a límites de mandatos más
claros para su presidente y miembros del directorio, empezando por Blatter -y
con efecto inmediato-. Un equilibrio de poderes más efectivo no será fácil;
pero nunca se concretará sin personas que aboguen por eso. Antes de que
comenzara la Copa del Mundo, algunos representantes de las asociaciones que
integran la FIFA hablaron en contra del status quo. Ahora habrá que ver si sus
acciones reflejan sus palabras.
Hay
otros destellos de esperanza. En el mundo de las compañías comerciales, los
inversores cada vez más exigen mejores estándares de gobernancia corporativa y
juntas más diversas que incluyan miembros independientes. Están asumiendo un
papel mucho más activo y público al hablar en contra de los sobornos, de la
corrupción y de los paquetes de pagos excesivos, y a favor de la
responsabilidad social empresaria y de prácticas laborales justas. Si sus
pedidos son ignorados, votan en la reunión general anual -o se van.
Los
patrocinadores de la FIFA deben exigir lo mismo de la FIFA, y existen indicios
de que algunos finalmente están empezando a manifestarse -al menos,
tentativamente-. Si no lo hacen, los patrocinadores quedarán expuestos a una
respuesta negativa de los consumidores ya que la mala reputación de la FIFA se
contagia a sus marcas. Los clientes son más entendidos que nunca, y ellos
también pueden marcharse.
Sin
embargo, el cambio comienza arriba. Consideremos lo que significó para la
Iglesia Católica Romana un cambio en la conducción: el Papa Francisco está
transformando una institución que creíamos tan bizantina, opaca e intratable
que el cambio era absolutamente imposible. Si la Iglesia Católica puede
cambiar, también puede hacerlo la iglesia del fútbol.
Existe
otra lección en todo esto: una buena conducción también consiste en saber
cuándo renunciar. Si a Blatter sinceramente le importa la FIFA, sabe que
quedarse allí implicaría hundir a la organización en un desprestigio aún mayor,
lo que afectaría cualquier aporte positivo que haya hecho, y muy posiblemente
lo obligaría a retirarse bajo la sombra de la sospecha.
El
epígrafe de una foto de Blatter en la página seis del informe financiero de
2013 de la FIFA dice: “Hemos alcanzado niveles muy altos de responsabilidad,
transparencia y control financiero”. El problema es que nadie lo cree. La FIFA
necesita desesperadamente recuperar su credibilidad pública. Eso sólo puede
suceder una vez que se hayan realizado los cambios necesarios en la cúpula y en
toda la organización.
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