Cristo
y Prometeo/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, teólogo y escritor. Autor del blog Diario nihilista. Su último libro es Viaxe sen retorno.
El
Mundo | 24 de diciembre de 2014
Prometeo
robó el fuego: el saber hacer, la sabiduría a los dioses inmortales, para
entregárselo a los pobres mortales. Los dioses, celosos de su situación
privilegiada y dominio total sobre todos los mortales, lo ataron a una roca en
el Cáucaso y Zeus envió un águila para que le picoteara el hígado. Cada vez que
el ave se lo arrancaba, le volvía a crecer y el tormento se iniciaba de nuevo.
Su tortura duró miles de años hasta que Heracles lo liberó. También dice la
mitología que Prometeo, al momento de Zeus querer arrasar todo lo que estaba
por debajo de él con un diluvio, salvó a la humanidad de su destrucción total.
Adán
y Eva, sueltos en el jardín del Edén, disfrutaban de plena libertad de acción y
pensamiento. Yahvé les había impuesto una sola prohibición. Dijo a Adán: «De
todos los árboles del Paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comas porque el día que comas de él morirás». La serpiente,
envidiosa de la situación de nuestros padres, tentó a Eva, quien comió y dio de
comer a Adán. Entonces, Yahvé, furioso, dijo a la mujer: «Multiplicaré los
trabajos de tus preñeces, parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a un
marido que te dominará». Y a Adán le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer,
comiendo del árbol del que te había prohibido comer, la tierra será maldita y
para comer de ella tendrás que trabajar todos los días de tu vida».
Durante
mucho tiempo, estos versículos fueron interpretados al pie de la letra. Luego,
por influencia de Freud se interpretó como un pecado sexual, pero creo que ni
una cosa ni otra. Desde este punto de vista, Cristo vino a salvar a la
Humanidad, a rescatarla y para ello tuvo que sufrir la muerte y no una muerte
cualquiera sino la ignominiosa muerte de la cruz después de padecer una
horrorosa pasión. Y Jesús fue considerado como el nuevo Adán, como un Prometeo
pero, esta vez, enviado por Dios para rescatar y salvar a la Humanidad de su
pecado. Pero ni en este caso Cristo habría sido enviado a padecer durante
milenios como Prometeo ni Dios lo hubiera castigado por su desobediencia, sino
para liberar a la humanidad del pecado original y los pecados personales.
Ni
existió el Paraíso, ni la naturaleza pura, ni Adán y Eva fueron nuestros
primeros padres. El relato del Paraíso y del pecado original es un mito de
origen para explicar la aparición del género humano sobre la faz de la Tierra,
sus imperfecciones, limitaciones, y los errores que la humanidad cometió a lo
largo de la Historia y que cada hombre comete durante los días de su existencia
en este mundo. El dolor, el sufrimiento, pertenecen a la naturaleza del hombre,
a su condición y no a la caída ni al pecado de Eva y Adán ni a los pecados de
cada uno. Si Adán y Eva no existieron como individuos históricos ni cometieron
el pecado de desobediencia, nosotros no podemos heredar un pecado que no
existió. Hoy tildaríamos de macabro el Código Civil que responsabilizara y
juzgara a los hijos por los crímenes de sus padres. Aún el caso de haber
existido nuestros primeros padres y haber cometido el pecado, la Biblia dice en
otra parte: «Los hijos no son responsables de la dentera de sus padres». Es
decir, no es justo que los hijos sean castigados por los pecados de sus padres.
Los
hombres de aquel entonces creían que el sol era Dios, que los astros eran
dioses, y los escritores del Génesis quisieron decirles que estaban equivocad,
que Yahvé es el único Dios, que todos los demás son ídolos efímeros,
perecederos. Yahvé es Dios y el único Dios. El relato del Génesis no quiere
decir que Yahvé haya ido haciendo una por una todas las cosas, los seres vivos,
el sol, la luna, los mares; nos dice que Yahvé es diferente de todo y sólo Él
es Dios; que el cielo y el firmamento no son Dios; que el sol y la luna no son
Dios; que ningún animal es Dios; que el hombre y la mujer no son Dios; que la
vida y la fecundidad no son Dios.
No
es posible eliminar con oraciones el pecado ni el sufrimiento, porque sería lo
mismo que eliminar la mundanidad del mundo, la humanidad del hombre, la
feminidad de la mujer. Las enfermedades, las limitaciones, las enfermedades,
los errores, el sufrimiento no son una contingencia, no están ahí por
casualidad, forman parte de la naturaleza y de la condición humana. Todo ello
no es una herida, no es fruto del pecado original, es naturaleza: el hombre es
así. La contingencia del hombre no resta nada a la gloria de Dios ni a la
condición del hombre sino que permite darles cuerpo. Creer que Dios es creador
tiene una función explicativa pero es tarea del hombre descubrir el plan
concebido por Dios y ejecutarlo.
Cada
avance de la Medicina, de la Física, de la Química, de la técnica, permite al
hombre conocer mejor el plan y ejecutarlo más eficientemente. El hombre hace
viajes a la luna, a Marte y todo ello ayuda a dominar y a hacer recular las
limitaciones. Se descubrió la vacuna contra la viruela, se avanza en el
descubrimiento del cáncer, cada vez mueren menos niños y los individuos viven
más. Los que dicen «estamos peor que en tiempo de los romanos», lo que
verdaderamente confiesan es su ignorancia histórica.
El
verbo de Dios se hace carne pero ¿qué han visto los hombres y mujeres que lo
han visto? Los hombres y mujeres que convivieron con Jesús y lo conocieron
personalmente vieron y conocieron a un judío, a un niño que llegó a adulto, al
hijo de José y de María quienes vivían en una casa como las de los demás y
trabajando en Nazaret. Más tarde le vieron rodeado de sus discípulos y amigos,
hombres y mujeres; lo han visto, lo han tocado, lo han escuchado, han comido y
bebido con él, han hecho fiesta en los días señalados y han hecho duelo a la
muerte de un familiar o un amigo. Muchos han hecho con él un trozo de camino de
un pueblo a otro. La condición histórica del hombre significa que el hombre
llega a ser él mismo; que él se descubre a través, en y gracias a sus
decisiones y sus actos, sus aciertos y sus fracasos.
Como
cualquier otro hombre por su condición humana, Jesús se ha ido descubriendo a
sí mismo como ser, como hijo, como vecino, como amigo y, seguramente, también
como el hijo de Dios. Como cualquier hombre. Unos han visto en él a un profeta,
otros un rey, Pedro y algún otro lo han visto como un Mesías, el hijo de Dios
viviente. Todos saben que es un hombre y qué es un hombre; y hasta saben que
echa demonios, pueden saber que es un Mesías que no quiere ser rey, que hace
milagros pero que él mismo dice que eso no es muy importante. Pero, en
realidad, nadie supo quien era realmente hasta que ascendió a los cielos y vino
sobre ellos el Espíritu y se lo reveló meridianamente. Pensar que Jesús porque
era Dios sabía todo sobre sí mismo desde que había comenzado a existir como
hombre, o pensar que desde un principio sabía cuanto le iba a suceder es negar
su plena condición de hombre, y negar la trascendencia que no está comprometida
cuando se hace hombre ni exige que el hombre sea un poco menos hombre.
Las
figuras y concreciones históricas que actualizan y hacen presente a Dios entre
nosotros son fugaces, perecederas, efímeras como son fugaces y perecederas y
efímeras las civilizaciones, las culturas, las lenguas, las formas del arte.
Las figuras históricas son inevitables pero todas son prescindibles y
sustituibles por otras que cumplan el mismo rol y la misma función en otros
espacios o en los mismos espacios en otros tiempos. La tradición consiste en
reinventar y reconstruir el pasado para dar sentido al presente y abrir el
futuro. Como estuvo Dios con Abraham, con Moisés, no volverá a estar con nadie.
Como estuvo Jesús en Nazaret con la Samaritana, con Zaqueo, con los pescadores,
con aquellos a quienes dio de comer pan y pescado, no volverá a estar con
nadie. Estará con todos los que quieran estar con él a la manera del tiempo de
cada uno.
Las
formas de celebrar la Navidad cambian de un pueblo a otro y en el mismo pueblo
de un tiempo a otro. Pero todos los pueblos y a través de los siglos se celebra
la actualización, la efectuación del encuentro de Dios con los hombres. Jesús
no es Prometeo, ni un héroe, es un acto de Dios que viene para ser un Dios con
nosotros.
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