25 dic 2014

¿La última Navidad en Irak?

¿La última Navidad en Irak?/Javier Menéndez Ros, director de Ayuda a la Iglesia Necesitada.

 ABC | 25 de diciembre de 2014
Hay pueblos y personas a las que parece que siempre les caen todas las desgracias. Sin duda la comunidad cristiana iraquí es una de ellas. Desde la caída de Sadam Husein en el año 2003 hasta ahora han sido el objetivo prioritario de Al Qaida, que sólo pretendía amedrentarlos con chantajes, secuestros, matrimonios forzados, atentados contra iglesias y asesinatos brutales que han dejado tras de sí un rastro difícilmente imaginable.
Ante esta violencia son muchos los cristianos iraquíes que se han visto obligados a abandonar sus tierras, tierras de Abraham y de Jonás, tierras mucho antes cristianas que musulmanas. De los más de 1,6 millones de cristianos que se calcula que había en 2003 ahora posiblemente serán menos de 200.000, sin contar los muchísimos que han tenido que desplazarse, dejándolo todo, al Kurdistán iraquí, una de las pocas regiones teóricamente seguras para ellos.

Como si todas estas calamidades fuesen pocas, el ejército yihadista que se hace llamar Estado Islámico, conocido en inglés con las siglas del IS, en una ofensiva relámpago invadió el valle del Nínive en el mes de junio y tomó Mosul, la segunda ciudad más importante del país. El IS partiendo desde su posición privilegiada en territorio de Siria como uno de los principales integrantes del ejército rebelde que desde marzo de 2011 lucha contra las tropas gubernamentales de Al-Asad, tiene su retaguardia perfectamente cubierta y nunca ocultó su ambición de hacerse con el mayor número posible de pozos petrolíferos en territorio iraquí, cosa que ha logrado en parte y que le está permitiendo tener una importantísima fuente de financiación con la comercialización del oro negro a países, que de saberse oficialmente sus nombres nos harían rasgar las vestiduras.
El ataque del Estado Islámico sorprendió en Mosul al ejército iraquí, que apenas sí opuso resistencia, lo que permitió a los yihadistas hacerse con un importante arsenal de armas y con importantes reservas de dinero de los bancos. Las brutalidades del IS con los prisioneros, mayoritariamente chiitas del ejército iraquí, así como con las minorías cristianas y yazidies han recorrido el mundo y nos han hecho ver hasta dónde puede llegar la degeneración del ser humano. Todo ello, fruto de un plan perfectamente preparado donde el IS ha diseñado un «marketing del terror» y de la comunicación que aparentemente está resultando muy efectivo, contando entre otros logros con una más que preocupante afiliación de jóvenes occidentales que se están alistando en las filas de este ejército terrorista.
Los asesinatos masivos y con una crueldad extrema, las violaciones y venta de mujeres, y la destrucción de importantes bienes culturales y religiosos nos hace pensar en una situación muy próxima al genocidio, porque éste se da no sólo cuando se mata a personas sino también cuando se mata el alma de un pueblo. Y esto creo que ha sucedido tanto con la minoría yazidie como con la cristiana.
Mientras tanto, en los campos de refugiados que se han habilitado en Arbil, capital del Kurdistán y en ciudades como Duhok, donde se estima que hay más de 120.000 personas, la situación es tremenda. El Patriarca de la iglesia caldeo-católica Louis Sako nos dice que los cristianos están viviendo en condiciones miserables, hacinados en tiendas de campaña y, en el mejor de los casos, en prefabricados que intentan protegerles tanto del calor extremo del verano como del duro invierno que se les avecina. Muchas familias están divididas. Todas han perdido las seguridades que tenían: sus hogares, sus trabajos, sus escuelas y su vida social. Su futuro se presenta negro. Se estima que cada día dejan el país 75 cristianos y en la mente de casi todos está el «sálvese quien pueda».
Pero los obispos de Irak, aunque entienden obviamente las razones para que los cristianos huyan del país, saben también que si se van serán muchos los que no vuelvan. La aportación a la paz, al diálogo, a la educación y a la cultura que supone el cristianismo se perdería de forma irremediable. Es por ello que nos han pedido a la Fundación Pontificia «Ayuda a la iglesia necesitada» que les demos todo nuestro apoyo para que no se vayan, para que no desaparezca el cristianismo de Irak. Apoyo material en forma de alimentos, bebida, ropa de abrigo, construcción de casas prefabricadas, escuelas para que sus hijos se puedan educar y también ayuda para que los muchos sacerdotes, seminaristas, religiosas y laicos que se están dejando la piel con los refugiados puedan también subsistir y brindarles la esperanza del amor de Dios.
La tarea es ingente y las incertidumbres muchas. La situación militar no se sabe cómo evolucionará, pero suponiendo que la coalición internacional junto con el Gobierno iraquí y los peshmergas kurdos logren recuperar el terreno tomado por los milicianos del IS, aún no será fácil. Los cristianos han quedado tocados por el hecho de que muchos de sus propios vecinos musulmanes con los que convivían pacíficamente han sido los primeros en colaborar con el Estado Islámico y en aprovechar la situación para robarles y ocupar sus casas. ¿Cómo será la situación si pueden regresar allí?
Los cristianos necesitan motivos y perspectivas de futuro para quedarse en Irak. Su fe la llevan incorporada en el ADN. Ellos saben desde hace mucho lo que es sufrir por el mero hecho de ser seguidores de Cristo. Ellos tienen esa fe valiente y generosa que encarnó una madre superviviente de un terrible atentado en Bagdad cuando le preguntaron: «¿Usted no tiene miedo de volver a misa en su iglesia?» y contestó, segura de su respuesta: «¡Claro que tengo miedo, pero qué mejor lugar para morir que morir en la iglesia!».
Si queremos que las campanas vuelvan a sonar en Mosul, si queremos que haya muchas más navidades en Irak no dejemos de rezar por nuestros hermanos, pero tampoco dejemos de contar y de denunciar lo que allí está pasando. No les dejemos a su suerte. Ellos necesitan tu ayuda. ¡Tú eres su esperanza!

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