29 mar 2015

¿Por qué se es un hombre?/Arcadi Espada

 ¿Por qué se es un hombre?/Arcadi Espada
El Mundo | 28 de marzo de 2015
Querido J:
Un hombre echa un avión al suelo y mata a 149 personas que no conoce y con las que no guarda, por lo tanto, ninguna relación de animosidad. El detalle es importante. Al fin y al cabo el asesino de Relatos salvajes elige un espectro de víctimas que va desde su psicoanalista hasta sus culposos papás. La ausencia de relación con las víctimas es la que lleva a los investigadores a especular con el móvil terrorista. Es decir a que el copiloto alemán asesinara a sus víctimas como un medio de propaganda e intimidación política. Pero hasta el momento los investigadores no encuentran la matriz política de la conducta. Deciden, por lo tanto, que la acción del piloto es la propia de un enfermo mental, sin más. Como comprenderás, querido amigo, aquí empieza a desencadenarse un alud de problemas. Trataré de ordenarlos. El primero afecta a la culpabilidad. Sabes bien que no podemos vivir sin culpables. Y un loco dificulta mucho la atribución de culpables. Se echan las manos a la cabeza. ¿Cómo es posible que un loco de tal magnitud superara los tests psicológicos de la compañía? La falacia retrospectiva es de tal obviedad que duele mirarla.
Pero habrá que explicarles a los niños que el hombre que pasó los tests de conducta aún no había echado abajo ningún avión. Que se sepa. La estupidez esencial de esta afanosa búsqueda de responsabilidades debe observarse a la luz de un suceso raro, pero que se da a veces: el deportista de élite que cae fulminado en medio de la cancha. Él también había pasado todos los controles. Y cayó. Si el corazón padece infartos, no habría de padecerlos también la conciencia. ¿Es acaso la conciencia algo menos físico que el corazón? ¿Es que la interrupción de la conciencia exige siempre preámbulos? ¿Es que todas las advertencias de la enfermedad mental son siempre visibles? Y hablando de enfermedades, me disculparás mi querido amigo que no pierda la oportunidad… Hoy los veo muy drásticos exigiendo tests de conducta, trazando una nítida y vigorosa línea recta entre la salud y la enfermedad… Sí, muy drásticos, amigo, y son los mismos que hace unos días reivindicaban que la enfermedad fuera considerada otra manera de ser. ¡Hasta sacarla del diccionario querían! Los mismos, sí, que exigen hoy irrevocable despotismo matemático al test psicológico y dicen que Lufthansa es poco menos que la nave de los locos. Sobre las señales previas bastaría una leve reflexión, también en forma de pregunta: ¿Qué señales previas habría de dar un hombre capaz de estrellar en los Alpes un avión rebosante de vidas ajenas? ¿Qué mosaico monstruoso de señales que no fueran capaces de percibir psicólogos, familia, amigos, compañeros de trabajo? Tal derrumbe habría de venir anunciado por innumerables corrimientos de tierra. Y sin embargo. Lo que le están diciendo a Lufthansa, en el fondo séptico, es que era previsible que el copiloto echara el avión al suelo.
Descartado el móvil terrorista, emerge el móvil por amor. Lo había dejado la novia. Me atrevería a decir, y es que soy realmente atrevido, que el 99,9 % de personas que sufren depresiones y el 99,99 % de personas que padecen penas de amor no estarían demasiado interesadas en estrellar un avión en los Alpes o de entrar en una escuela y ametrallar al alumnado. Francamente, creo que para recorrer el camino que va de una depresión al asesinato colectivo hace falta un plus. Pero lo que resulta estupefaciente es el prestigio exculpatorio que adquiere siempre la política. Basta con comparar dos nombres. Uno el de Taj Muhammad, 27 años, terrorista del TTP (Tehrik-e Taliban Pakistan). Dirigió los dos grupos que entraron el 17 de diciembre del año pasado en la escuela del Ejército de Peshawar y mataron a 148 personas, en su mayoría niños. Otro el de Adam Lanza, de 20 años. Fusiló a 26 personas en la escuela Sandy Hook de Newton y después se suicidó. Un enfermo mental, obviamente. Aún no he visto en parte alguna que se especule con la salud mental del terrorista paquistaní. Ni con la del noruego Breivik, al que bastó no sé qué relato racista para que el mundo proclamara que estaba en sus cabales, elhijodeputa. Y, desde luego, tampoco se habría especulado con la salud del copiloto Andreas Lubitz si, con independencia de sus bajas médicas por depresión, las paredes de su casa de Dusseldorf hubieran exhibido proclamas islamistas, en vez de fotografías y motivos vinculados con la aviación y con la compañía Lufthansa para la que trabajaba. La opinión generalizada habla siempre con gran desparpajo de «locuras por amor». Pero las locuras por política no existen en los diccionarios. Lo que quiere decir que la política goza de la insondable capacidad de convertir cualquier locura en una prestigiosa motivación cuerda.
Los periódicos andan llenos de porqués, como pasa cada vez que un suceso nos interroga en el filo más sombrío de la condición humana. Pero respecto a la tragedia de los Alpes no hay respuesta. El conocimiento humano es incapaz, hoy por hoy, de responder a la pregunta de por qué el copiloto Lubitz asesinó a 150 personas, incluyéndose. Como hizo el fiscal de Marsella, de un modo ejemplar y tan inusual en fondo y forma al de nuestras autoridades, lo máximo que puede hacerse es ir reuniendo pedacitos de cómo junto a la pared. El piloto se levanta. Al baño, probablemente. El copiloto pone el avión en modo descenso. Su respiración acompasada. Los golpes. Los gritos. El silencio. El papel de una baja médica roto a pedazos en la papelera. Unas paredes de aviones. Una novia difícil. Una escuela de pilotos en Fénix.
Solo el lento y minucioso despiece del cómo frente al rápido y abrasivo alcohol del porqué permite a la humanidad aprender. Algo infinitamente más práctico que entender.
Sigue con salud

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