22 sept 2015

Que entren los payasos!

 Que entren los payasos/ Guy Sorman
ABC |21 de septiembre de 2015.

Los payasos han entrado en la política: nos vienen a la mente Donald Trump y Bernie Sanders en EE UU, Jeremy Corbyn en Gran-Bretaña, y Viktor Orban en Hungría. Nos acordamos de los payasos desaparecidos como Hugo Chávez en Venezuela, y medio desaparecidos como Fidel Castro. El presidente chino Xi Jinping va bien encaminado para convertirse en uno, así como el mariscal Al Sisi en Egipto. Todos, lo admito, son payasos de segunda categoría en comparación con los grandes maestros Hitler y Mussolini. Ya oigo las protestas: ¿cómo se atreve a meter en el mismo saco a criminales históricos, a actores de poca monta y a jefes de Estado en ejercicio? Pero es que considero que el payaso es un actor, universal, eterno y propio de todas las culturas, que existe desde la antigüedad. La China antigua tenía sus payasos, como los tenía el Imperio romano. 
¿Cómo identificamos al payaso? Por su traje, su fisionomía, sus mimos, el carácter previsible y mecánico del juego y la ignorancia de la realidad (se choca con los muebles, rompe todo lo que le rodea). La grandeza del payaso y la base de su universalidad son al mismo tiempo trágicas y cómicas, porque hace reír y llorar, fascina a los niños, grandes y pequeños, y los aterroriza. Uno de los payasos más famosos de la historia del espectáculo fue el suizo Grock. En su gran número, llamado Grock y su piano, se sentaba sobre un taburete y se disponía a tocar, pero descubría que estaba demasiado lejos del teclado. Grock definió entonces la mecánica tragicómica del payaso: en vez de acercar el taburete al piano, intentaba en vano tirar del enorme piano hacia el taburete. Al haber visto a Grock en París, hace mucho tiempo (pero es inolvidable), doy fe de que toda la sala reía… hasta que se le saltaban las lágrimas.

Pues bueno, la política exige acercar el taburete y el piano. Dependiendo de las circunstancias, el piano será el progreso económico, la solidaridad social, la educación, la sanidad pública, la paz, la libertad de expresión… En todos estos casos, los payasos tiran del piano en vez de mover el taburete, porque el taburete es el poder sobre el que están sentados, mientras que el piano representa la realidad, pesada y un tanto inmutable.
Aquí tienen algunas transposiciones políticas del gag de Grock. En la China de la década de 1950, la agricultura se hundió después de que Mao Zedong confiscase la tierra a los campesinos. A continuación ordenó matar a todos los pájaros, acusados de comerse las cosechas. Señalaremos que Mao solo aparecía en público maquillado y con el pelo teñido. Su sucesor actual, Xi Jinping, también está arreglado: ante el hundimiento del mercado financiero, encarcela a los periodistas y a los agentes de Bolsa. El escenario es idéntico al maoísmo, es tragicómico y totalmente bufonesco. También Mussolini y Stalin aparecían solo con un traje, adoptando tics del lenguaje y mímicas tragicómicas, sin igualar nunca a Hitler, el payaso más grande de todos los tiempos, como lo representaron tan bien en el cine Charlie Chaplin y Groucho Marx. Unos actores egipcios ya han identificado al payaso que lleva dentro el mariscal Al Sisi, lo que les ha llevado a la cárcel. Fidel Castro ha renovado su traje de payaso, pero está disfrazado: su piano era la economía cubana y sus pájaros eran los saboteadores y los imperialistas.
Como los pájaros nunca desaparecen por completo, ni los saboteadores, ni los imperialistas, ni los judíos, ni los kulaks, ni los disidentes, el payaso siempre pierde. No hay ningún payaso vencedor. Al final del espectáculo, el payaso huye abucheado por el público. En el circo, esta catarsis final alivia a los niños, pero en la historia real, mata. Eso no impide que el espectáculo siga. Donald Trump, que parece un payaso, al natural y sin maquillaje, tiene un problema de piano, que son los mexicanos. Por tanto, propone levantar un muro entre México y EE.UU. para impedir que entren, pero ya están en EE.UU. A Grock le habría encantado este sketch, que aplauden actualmente varios millones de estadounidenses. Para Jeremy Corbyn, el nuevo líder del Partido Laborista británico, al igual que para Bernie Sanders, el «socialista» de Vermont, el piano es la economía de mercado. En vez de acercar el taburete mediante unas medidas sencillas como la regulación de la competencia o la fiscalidad, uno y otro rebuscan en el baúl de los payasos marxistas; les bastará con eliminar a los empresarios, a los pájaros de Mao Zedong, a los saboteadores de Xi Jinping y a los kulaks de Stalin.
¿Qué misterio hace que los payasos conserven un público? Sin duda, a las personas mayores, como a los niños, les gusta que les cuenten historias que ya conocen. Sin duda, la mezcla de lo trágico y lo cómico responde a alguna aspiración profunda del alma humana. Y, sin ninguna duda, una gran parte del público no acaba de aceptar que el piano, es decir, la realidad, sea tan pesado e imposible de desplazar. A muchos les gustaría que la realidad fuese ligera o que obedeciese a las muecas del payaso. Por desgracia, los payasos en la política no son tan sutiles como Grock, porque él, en el último instante de su espectáculo, descubría que lo que había que mover era el taburete. Y por fin, podía tocar, y la música, recuerdo, surgía del piano, no del taburete.

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