Panamá,
Periodismo, Pureza/David Jiménez Torres, doctor por la Universidad de Cambridge y profesor en la Universidad Camilo José Cela.
El
Español | 5 de abril de 2016..
Pureza,
la última novela del estadounidense Jonathan Franzen, es un tocho de 600
páginas que reafirma la ambición de su autor de ser el “gran novelista
americano” de nuestra época. Tras un megalanzamiento a nivel mundial, la obra
ha generado una cierta división de opiniones. Para los más críticos, esta
novela sobre una joven que busca a su verdadero padre confirma la decadencia de
Franzen y su incapacidad de mantener el nivel de tensión y brillantez de
anteriores éxitos como Las correcciones. A pesar de lo cual me pregunto si,
entre los centenares de miles de documentos que habrán tenido que revisar los
periodistas que han destapado los llamados papeles de Panamá, no debería haber
un hueco para el medio millar de páginas de Franzen.
Pureza,
efectivamente, señala algunos de los aspectos que nos pueden resultar gratos
acerca de la filtración masiva de nombres de políticos, empresarios y artistas
vinculados a empresas offshore y también algunas de las limitaciones de este
tipo de leaks propios de nuestra era digital. La pregunta principal que se hace
Pureza es si, efectivamente, la verdad nos puede hacer libres; y en el fondo no
es distinta la pregunta que nos hacen los papeles de Panamá.
Vayamos
primero a lo grato. Uno de los mensajes de la novela de Franzen es que el
pasado siempre vuelve, en una actualización del proverbio inglés que sostiene
que we may be through with the past, but the past ain’t through with us. Y
ciertamente, los papeles de Panamá demuestran que, en nuestra era digital
(recordemos que todo surge por una filtración masiva de datos hackeados), cada
vez resulta más difícil huir de aquello que hicimos y que esperamos que jamás
saliera a la luz. En el caso de los hipócritas, los evasores de impuestos y
quizá incluso de los corruptos, los papeles de Panamá nos hacen soñar con un
futuro en el que los retratos de Dorian Gray que recogen polvo en los desvanes
fiscales se expongan al gran público. Lo cual abre cierto espacio para el
optimismo.
Otra
cuestión que se debate en Pureza es el lugar del periodismo en la era de los
leakers. Uno de los protagonistas es un filtrador profesional que opera una
suerte de Wikileaks desde un valle boliviano, en competición abierta con las
herencias de Assange y Snowden. Este filtrador, marcado por su juventud en la
Alemania del Este, apuesta por la diseminación ininterrumpida de información
secreta sin ningún tipo de contexto ni proceso de verificación. A él se
enfrenta una pareja de Denver que apuesta por la importancia del periodista
como mediador entre la fuente y el ciudadano, como persona capaz de verificar
una historia, contextualizarla, seguirla hasta sus últimas consecuencias y
aportar así una visión más completa (y compleja) de la verdad que la que indica
un mero dato, una mera cifra.
El
devenir de la trama demuestra que Franzen está del lado de estos últimos; y a
juzgar por el proceso de publicación de los papeles de Panamá parecería que los
periodistas han vencido igualmente a los meros filtradores, y que su paciencia
a la hora de examinar los millones de documentos, de corroborar las
informaciones que de ellos se desprendían y de intentar ponerse en contacto con
las personas involucradas para que dieran su versión de los acontecimientos
(aunque sólo fuese, en algún caso, para incriminarse aún más) es una
reivindicación de la vigencia del periodismo frente a aquellos que proclamaban
su muerte a manos de internet. O su superación por una nueva casta de Assanges
mesiánicos, de Snowdens valerosos.
Ahora,
lo menos grato. Pureza cuestiona hasta qué punto la endemoniada complejidad del
ser humano puede ser pasada por el filtro de la transparencia, y si ésta puede
verdaderamente corregir los peores defectos de aquélla. Las distintas verdades
que a lo largo de la novela vislumbran los protagonistas de Franzen acerca de
sus orígenes y sus motivaciones no resuelven su angustia existencial, y en
muchos casos la empeoran. Resueltas nuestras limitaciones a la hora de obtener
información (algo en lo que sin duda hemos avanzado en la era digital) debemos
enfrentarnos a nuestras limitaciones a la hora de decidir qué hacemos con esa
información, algo para lo cual dependemos de una tecnología mucho más vieja:
nuestra ética colectiva, ese queso gruyere de prejuicios y puntos ciegos.
Efectivamente,
a pesar de los esfuerzos de los periodistas por verificar y contextualizar el
caso, las primeras reacciones en nuestro país han demostrado la vigencia de la
irreflexión en esta era de información masiva. Que los dirigentes de Podemos
hayan salido a trazar una línea directa entre las empresas offshore y los
recortes, desahucios y despidos, cuando los principales nombres vinculados a
este caso en nuestro país son por ahora Pilar de Borbón, Pedro Almodóvar y Leo
Messi, demuestra que seguimos haciendo uso de la verdad sólo en la medida en
que se ajusta a nuestros prejuicios. ¿Y de verdad dejará el Camp Nou (y el
mundo entero) de corear el nombre de alguien que, a pesar de cobrar veinte
millones de euros netos al año, está imputado por fraude fiscal? Lo dudo: el
ser forofos está más imbricado en nuestro ADN que el ser ciudadanos
responsables. En el fútbol como en la política.
Y
luego está la cuestión de si el Poder real y efectivo, ese que no sólo se basa
en el dinero sino en la indefensión del dominado, puede tambalearse ante este
tipo de informaciones. ¿Alguien cree de verdad que las revelaciones acerca de
la cleptocracia oligárquica organizada por Putin harán peligrar a este dictador
de nuestro tiempo, cuyo control sobre los medios de comunicación de su país y
cuyo cultivo de un nacionalismo delirante han llevado a los rusos a aceptar el
asesinato de opositores, la marginación de periodistas críticos y la severa
restricción de sus libertades sociales y económicas?
Y
si esto pasa en Rusia, ¿qué decir de revelaciones semejantes acerca de
poderosos de Siria, Azerbaiyán, Catar, Egipto? En un mundo en el que nunca
habrá justicia para los trescientos asesinados a bordo del vuelo de Malaysia
Airlines que volaron milicianos armados por el Kremlin (¿se acuerdan? Fue en el
verano de 2014, y desde entonces Rusia ha vetado cualquier posibilidad de que
se forme un tribunal internacional que juzgue a los culpables; a día de hoy no
hay ni un solo detenido en relación con la masacre), cuesta pensar que una
revelación acerca de cuentas en paraísos fiscales pueda meter miedo al poder
allá donde es más obsceno y criminal.
Un
último apunte literario para concluir: Pureza sostiene un diálogo explícito con
dos de las obras maestras de la literatura inglesa, Hamlet y Grandes
esperanzas. Lo que la une a ambas es su conciencia de la dificultad de
moralizar acerca del conocimiento. Tanto el príncipe danés como el huérfano de
la Inglaterra victoriana buscaron una verdad que, en lugar de liberarlos, acabó
exponiéndolos con mayor crudeza a sus limitaciones. Mucho me temo que algo
parecido sucederá con los papeles de Panamá. Pero tampoco es cuestión de
hundirse demasiado en el pesimismo ontológico; quizá sea esta visión más
compleja de la verdad y del conocimiento la que verdaderamente puede
liberarnos.
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