18 may 2016

Los políticos y la muerte de Dios

 Los políticos han fracasado y los partidos están en crisis porque tienen una visión trasnochada del mundo.
Los políticos y la muerte de Dios/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro es El fútbol (no) es así.
Publicado en El Mundo, 18 de mayo de 2016
Las nuevas generaciones han derribado los contundentes obstáculos y las prohibiciones de la sociedad con su libertad y su desregularización; han diseñado sus propias reglas que no responden a las tradicionales; son irreverentes con el pasado y la tradición, están dominadas por la inmediatez. Saben que, en muchas ocasiones, no tienen más alternativa que inventarse y crear su trabajo porque la incertidumbre es lo único cierto. Son creativas, se reinventan cada día y a cada momento; son mutantes, inclasificables, imprevisibles; tienen pasión por probar, viajar y mejorar; detestan lo estándar, quieren lo personalizado. Experimentan y ven, no creen. Su vida social, en muchos casos, es virtual; sus relaciones y preocupaciones son trasversales. Al revés que los fundamentalistas que convierten la cultura y las costumbres en naturaleza, ellas convierten la naturaleza en cultura. Niegan los valores de los antepasados, no por lo que tienen de valor sino porque los encuentra vacíos de valor. Tratan de llevar a la práctica “la transmutación de todos los valores”, aunque la mayoría de ellos no hayan leído a Nietzsche. Su máxima no es la obediencia a la autoridad, a los antepasados, al maestro, la ley, sino la libertad, el placer y el entretenimiento.

 Los jóvenes hoy no quieren jefes sino líderes que guíen el equipo. Tienen ganas de resolver problemas y los problemas son del día a día. Les importan las experiencias y los retos que puedan resolver a través de vídeos y fotos; tratan de gamificar la vida. La educación formal, de contenidos, de conocimientos no va con ellos; les interesa aprender de forma práctica cosas cada vez más concretas en cursos flexibles en los que puedan dar rienda suelta a su creatividad. Son hijos de una nueva metodología, las herramientas digitales que transforman los contenidos educativos. Las escuelas de negocios y la universidad tienen que superar la enseñanza clásica con nuevas disciplinas, como la ciberseguridad, con la formación blended, plataformas móviles, material multimedia o el fomento del uso de las redes sociales. No existe una formación para toda la vida.
 Se comunican a través de las redes sociales; es su manera de abrirse y mostrarse al mundo y de establecer sus relaciones interpersonales. Las redes sociales son como un espacio de interacción sin límites, de información, de movilidad y de pertenencia. Sus herramientas para comunicarse son las digitales. Hay una identidad digital más allá de lo que se puede ver y tocar. No existe más intimidad que la que es compartida a través de las redes sociales. Buscan marcas que amar, no marcas que les den un servicio concreto. Si una empresa no es capaz de apasionarles, buscan otra; se mueven por el conocimiento, el cambio y la innovación. Ya no estamos en la sociedad de las masas populares sino en una suma de personas, diversas y diferentes que, por voluntad propia y con la ayuda de la tecnologías disponibles, pueden cambiar no sólo de forma y naturaleza de los negocios sino el conjunto de la sociedad.
 Trabajan las actitudes, tienen ganas de abrirse, de viajar y conocer el mundo. Son devotos de valores que no tienen nada que ver con la consolidación de negocios familiares ni con generar dinero. Comparten inmediatamente sus experiencias de viaje a través de los teléfonos y las tablets. Buscan ávidamente vivir la vida y poder compartirla. Son capaces de desarrollar múltiples tareas al mismo tiempo; piensan de manera secuencial, como las películas. Quieren ser agentes activos, creadores de valores y narrativas, auténticos. Tienen conductas impulsivas, impacientes e inquietas, valoran el tiempo libre y el goce, el disfrute y la comodidad, por encima de la riqueza y las posiciones. Modernidad significa, para muchos, enterrar y olvidar el pasado.
 Este cambio de costumbres y hábitos en las poblaciones no se debe a la facilidad de conectividad que les proporcionan las nuevas tecnologías, sino que éstas les permiten poner en práctica la mentalidad que se viene forjando desde que Nietzsche anunciara la muerte de Dios. «Dios ha muerto» significa la desaparición del centro absoluto, del principio onniabarcante que lo explique todo, la desaparición del sentido unitario de la Historia y la creencia de que no hay fundamento último fuera del tiempo y que el devenir no tiene un significado.
 Desde entonces no hay ninguna verdad ontológica que pretenda no ser simplemente la expresión de una voluntad de poder, de un vínculo subjetivo. El hombre moderno ya no necesita de un Dios como fundamento primero del mundo. La pérdida de ese centro absoluto a favor de una imagen irreductible de imágenes del mundo se traduce en un debilitamiento del sentido de la realidad. El orden objetivo del mundo se ha hecho trizas. La hermenéutica es la despedida del fundamentalismo metafísico para dejar paso al conflicto de interpelaciones, reflejo del pluralismo de las sociedades complejas.
 No sé si por falta de reflejos o de conocimiento del fondo del problema, los políticos no ven que estamos al comienzo de algo nuevo. Olvidan que todas las creencias tienen un profundo carácter de contingencia, histórico. El hombre moderno, que ha vivido el final de las grandes síntesis unificadoras producidas por el pensamiento metafísico tradicional, tiene que vivir en un mundo sin estructuras estables y garantizadas, tiene que vivir a salto de mata. Tal vez una de las reacciones a esta realidad pluralista es el retorno de las traiciones religiosas locales, la religión a la carta, la proliferación de nuevos partidos políticos. Hoy no puede proponer una doctrina acartonada. La sociedad está más interesada en el camino que en la eternidad.
 Cada uno de los partidos que ha nacido es fruto de un intento de solucionar problemas en un momento histórico; pero, pasado el tiempo, muchos se convierten en un problema a la solución. Cada partido es a nivel micro lo que son las culturas a nivel global. Cada partido es un mero término de un conflicto entre partidos, sectas y visiones de la sociedad. La vida de los partidos es radicalmente histórica, determinada por los marcos culturales y vitales en los que nacieron, han vivido y viven. Al perder el contacto con la realidad, pierden la conciencia de lo que son y para lo que nacieron, discuten sobre teorías y hacen discursos los unos sobre los discursos de los otros.
 Los políticos, muy especialmente en campaña electoral, devastan el lenguaje en vez de utilizarlo para centrarse en la esencia de lo político: las necesidades y las aspiraciones de los ciudadanos. Se dedican a calcular y el cálculo no permite que surja otra cosa más que lo contable; han olvidado la esencia de la política y por eso no hacen más que dar vueltas alrededor de sí mismos; no comparten, siquiera entre ellos, ideas inteligentes para expandir sus mentes. Los políticos han fracasado y los partidos están en crisis porque tienen una visión trasnochada del mundo. No es lo mismo hacer política en tiempo de crisis o de fracaso que estar en crisis y fracasar.
 La cuestión social se des-heroiza, se desdramatiza, se desideologiza, convirtiéndose cada vez más en gestión múltiple en manos de expertos y comisiones. El hecho de no tener un objetivo concreto y un centro de gravedad, a no ser conquistar el poder o permanecer en él si ya lo tienen, les condena a dar vueltas como una rueda de hámster, y a repetirse a sí mismos. Este vacío comunicativo convierte la actuación política en un espectáculo en el que la política ocupa cada vez menos espacio para ser exclusivamente espectáculo. El vacío político se llena con escenificación mediática. La democracia actual está “íntegramente fundada sobre la gloria, es decir, sobre la eficacia de la aclamación, multiplicada y diseminada por los media más allá de todo lo imaginable”, escribe Agamben.
 Porque saben que el poder tiene el tamaño de su influencia, con el espectáculo, los políticos tratan de llenar con símbolos, signos, significados y lenguaje propios el vacío, exterior e interior (personal) que dejó detrás de sí la muerte de Dios.

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