10 ene 2017

Jared Kushner, el hombre clave de Trump: entrevista con Forbes

Entrevista exclusiva con el hombre que puso a Trump en la Casa Blanca
Exclusive Interview: How Jared Kushner Won Trump The White House


El arma secreta de la campaña de Trump: su yerno, Jared Kushner, quien creó una máquina de datos secreta que aprovechó las redes sociales y funcionó como una startup de Silicon Valley. Ésta es la historia de una de las grandes sorpresas en la historia política moderna.
Jared Kushner y Donald Trump tienen dos grandes amores en común: los bienes raíces y la hija de Donald, Ivanka.

Forbes Staff, 10 de enero de 2017
Por Steven Bertoni
Han pasado apenas unas semanas desde que Donald Trump protagonizó la mayor sorpresa en la historia política moderna, y su cuartel general en la Torre Trump en la ciudad de Nueva York es un pararrayos de ónix acristalado de 58 pisos. Barricadas, unidades móviles de cadenas de televisión y manifestantes enmarcan una Quinta Avenida que se ha vuelto un fuerte. Ejércitos de periodistas y turistas en busca de selfies copan el vestíbulo de mármol rosa del edificio, con la esperanza de ver al próximo gran protagonista de la política estadounidense. 26 pisos más arriba, en el mismo edificio donde algunas celebridades se enfrentaron por la bendición de Trump en The Apprentice, el presidente electo elige a su gabinete, y éste concurso tiene todas las vueltas de tuerca a las que su viejo reality show nos tenía acostumbrados.
Los ganadores irán apareciendo poco a poco. Pero hoy los reflectores están sobre el mayor perdedor: el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que fue despedido de su rol de liderazgo en la transición, junto con la mayoría de las personas asociadas a él. El episodio ha sido calificado de una “pelea con cuchillos” que terminó en una “purga estalinista”.
Sin embargo, una de las figuras clave en esta intriga no estaba en la Torre Trump. Jared Kushner estaba tres cuadras al sur, en lo alto de su propio rascacielos, en el 666 de la Quinta Avenida, donde dirige Kushner Companies, el imperio de bienes raíces de su familia. Vestido con un traje gris de corte perfecto, sentado en un sofá de cuero marrón en su oficina impoluta, el yerno de Trump hace despliegue de los modales impecablemente corteses que le ganaron, a sus 35 años de edad, una serie vertiginosa de amigos influyentes, incluso antes de que se hubiera ganado el oído, y la confianza, del nuevo líder del mundo libre.

“Hace seis meses el gobernador Christie y yo decidimos que esta elección era mucho más grande que cualquier diferencia que pudiéramos haber tenido en el pasado, y trabajamos muy bien juntos”, dice encogiéndose de hombros. “Los medios han especulado sobre muchas cosas, y como yo no hablo con la prensa, publican lo que quieren, pero yo no estuve detrás de su salida ni de la de su gente”.
La especulación estaba bien fundada, habida cuenta del giro shakespeareano de la historia: Como fiscal de Estados Unidos en 2005, Christie encarceló al padre de Kushner por evasión de impuestos, fraude electoral y cargos de manipulación de testigos. Dejando de lado las teorías de una posible venganza, los rumores en torno a Kushner no eran descabellados. Hace un año tenía cero experiencia en la política y el mismo interés en ella. De repente, está sentado en el centro del control. Ya sea que le haya dado una puñalada por la espalda a Christie, es menos importante que el hecho de que pudo haberlo hecho con toda facilidad. Y que su poder fue ganado de forma legítima.
Kushner casi nunca habla en público —sus charlas con Forbes son las primeras sobre la campaña de Trump o de su papel en ella— pero las entrevistas con él y una docena de personas que le rodean y del equipo de campaña de Trump hacen evidente un hecho ineludible: El tranquilo y enigmático joven le entregó la presidencia al candidato más hambriento de fama y grandilocuente en la historia de Estados Unidos.
“Es difícil exagerar y difícil resumir el papel de Jared en la campaña”, dice el multimillonario Peter Thiel, el único titán de Silicon Valley que apoyó públicamente a Trump. “Si Trump fue el CEO, Jared era efectivamente el jefe de operaciones”.
“Jared Kushner es la mayor sorpresa de la elección de 2016”, añade Eric Schmidt, el ex CEO de Google, quien ayudó a diseñar el sistema de tecnología del equipo de campaña de Clinton. “Creo que él fue quien dirigió la campaña y lo hizo esencialmente sin recursos”.
Sin recursos al principio, quizá. Fondos insuficientes durante toda la campaña, seguro. Sin embargo, al dirigir la campaña de Trump —en particular, su operación de datos secreta— igual que a una empresa de Silicon Valley, Kushner conquistó finalmente los estados de los que dependía la elección. Y lo hizo de una manera que cambiará la forma en que las elecciones del futuro se ganen o pierdan. El presidente Obama tuvo un éxito sin precedentes en llegar a los electores, en organizarlos y en motivarlos, pero muchas cosas han cambiado en ocho años, específicamente en las redes sociales.
Clinton intentó copiar un par de estrategias de Obama, pero también se apoyó en los medios tradicionales. El equipo de campaña de Trump, por su parte, profundizó en la confección de mensajes, la manipulación de los sentimientos y el machine learning (aprendizaje automático de las computadoras). La campaña política tradicional ha muerto –otra víctima de la democracia no filtrada de internet– y Kushner, más que nadie que no se llame Donald Trump, la mató.
Ese logro, junto con la confianza personal que Trump tiene en él, da a Kushner una posición única para ser uno de los jugadores más poderosos al más alto nivel durante al menos cuatro años. “Todos los presidentes que he conocido tienen a una o dos personas en quienes confían incondicionalmente”, dice el ex secretario de Estado Henry Kissinger, quien conoce socialmente a Trump desde hace décadas y en la actualidad aconseja al presidente electo en cuestiones de política exterior. “Creo que Jared podría ser esa persona”.
El ascenso de Jared Kushner de ser el cónyuge desconocido de Ivanka Trump al salvador de la campaña de Donald se dio gradualmente. En los primeros días de la rudimentaria campaña, el equipo necesitaba toda la ayuda que le pudieran prestar, y Kushner se encargó de investigar cuáles eran las mejores posturas en materia fiscal y de comercio.
Pero a medida que la campaña ganó velocidad e inercia, otros jugadores comenzaron a buscarlo como el conducto hacia un candidato errático. “Ayudé a facilitar una gran cantidad de relaciones que no habrían ocurrido de otro modo”, dice Kushner, añadiendo que la gente se sentía segura al hablar con él, sin riesgo de filtraciones. “En Washington se decía que si alguien colaboraba de forma alguna en la campaña de Trump, nunca trabajaría de nuevo con los republicanos. Contraté a un gran experto en política fiscal que aceptó unirse a nosotros bajo dos condiciones: No podíamos decirle a nadie que trabajó en la campaña, y cobraría el doble”.
El papel de Kushner se expandió a medida que Trump ganaba tracción —también lo hizo su entusiasmo—. Kushner se involucró de lleno en noviembre pasado después de ver a su suegro conquistar un estadio con lleno absoluto en Springfield, Illinois. “La gente realmente vio una esperanza en su mensaje”, dice. “Ellos querían cosas que no habrían sido evidentes para muchas de las personas con las que convivía en Nueva York, o en las cenas de la Robin Hood Foundation”. Así fue como este graduado de Harvard se puso la gorra rojo brillante y se arremangó la camisa.
Un vacío de poder le esperaba en la Torre Trump. Cuando Forbes visitó la oficina del equipo de campaña de Trump en la Trump Tower unas semanas antes de la epifanía de Kushner en Springfield, literalmente no había nada. No había gente, y tampoco sillas ni computadoras. Sólo estaba el jefe de campaña Corey Lewandowski, la vocera Hope Hicks y una estrategia enfocada en que Trump hiciera declaraciones mediáticas, con frecuencia en programas de televisión, complementados con sus apariciones en eventos una o dos veces por semana para dar la apariencia de que se llevaba una campaña tradicional. Era el epítome de la startup súper frugal: ver cuán poco podían gastar y aun así obtener los resultados que querían.
Kushner se involucró hasta convertirla en una operación real de campaña. Rápidamente conformó equipos encargados de preparar los discursos y de elaborar políticas, y otros que administraban la agenda de Trump así como sus finanzas. “Donald seguía diciendo, ‘yo no quiero que la gente se haga rica con esta campaña, y quiero asegurarme de que vigilemos a dónde va cada dólar que gastemos”.
Esa estructura sentó los cimientos, aunque sigue siendo un problema pasajero en comparación con la maquinaria de Hillary Clinton que cubría todos y cada uno de los estados. La decisión que le ganó la presidencia a Trump se dio en el viaje de regreso después del evento de Springfield en noviembre pasado a bordo de su avión privado, un Boeing 757 conocido como el Trump Force One. Mientras platicaban y comían hamburguesas de McDonald’s, Trump y Kushner hablaron de cómo el equipo de campaña usaba muy poco las redes sociales. El candidato, a su vez, le pidió a su yerno hacerse cargo de sus iniciativas de Facebook.
A pesar de su afición por Twitter, Trump es un ludita. Según los informes, se informa a través de la prensa escrita y la televisión, y su versión del correo electrónico es escribir a mano una nota que su asistente debe escanear y enviar. De entre su círculo cercano, Kushner fue la elección natural para crear una campaña moderna. Sí, al igual que Trump, él es primero un agente inmobiliario, pero había diversificado sus inversiones, incluso en medios de comunicación (en 2006 compró el semanario New York Observer) y el comercio digital (ayudó a lanzar Cadre, un mercado en línea para grandes negocios de bienes raíces). Más importante aún, conocía a la gente adecuada: sus co inversionistas en Cadre incluyen a Peter Thiel y a Jack Ma, de Alibaba. También ayudó que el hermano menor de Kushner, Josh, fuera un inversionista de riesgo formidable que también cofundó la startup de seguros Oscar Health, cuya valuación actual es de 2,700 millones de dólares.
“Llamé a varios de mis amigos de Silicon Valley, algunos de los mejores vendedores digitales en el mundo, y les pregunté cómo harían para escalar esto”, dice Kushner. “Me contactaron con sus subcontratistas”.
Al principio, Kushner lanzó lo que podría denominarse una versión beta de la estrategia usando mercancía de Trump. “Llamé a alguien que trabaja para una de las empresas de tecnología con las que trabajo, y me dieron un tutorial sobre cómo utilizar el micro targeting de Facebook”, dice Kushner. Emparejada con los mensajes simples y contundentes de Trump, la estrategia funcionó. El equipo de campaña de Trump pasó de vender 8,000 dólares diarios en gorras rojas y otros artículos a 80,000 dólares, generando ingresos, ampliando el número de anuncios espectaculares humanos y, aún más importante, demostrando un concepto. En otra prueba, Kushner gastó 160,000 dólares en la promoción de una serie de videos de política de Trump hablando directamente a la cámara que generó en conjunto más de 74 millones de visitas.
Para junio, la nominación del Partido Republicano estaba asegurada, y Kushner se hizo cargo de todos los esfuerzos que estaban basados en los datos. Tres semanas más tarde, en un edificio anodino a las afueras de San Antonio, había construido lo que se convertiría en un centro de datos de 100 personas diseñado para unificar la recaudación de fondos, la mensajería y el targeting. (léase el objetivo).
Dirigido por Brad Parscale, quien había construido previamente pequeños sitios web de la Organización Trump, esta pequeña oficina secreta sustentaría todas las decisiones estratégicas durante los meses finales de la campaña. “Nuestros mejores elementos eran en su gran mayoría los que se ofrecieron voluntariamente a trabajar pro bono”, dice Kushner. “Gente del mundo de los negocios, personas con experiencia poco tradicional”.
Kushner estructuró la operación con un objetivo claro: maximizar el retorno de cada dólar gastado. “Jugamos Moneyball, preguntándonos qué estados tendrán el mejor retorno de inversión en los votos del colegio electoral”, dice Kushner. “Me pregunté: ¿Cómo podemos llevar el mensaje de Trump a esos electores al mejor precio?”. Documentos del Comité Electoral Federal (FEC) de mediados de octubre indican que el equipo de campaña de Trump gastó más o menos la mitad que el equipo de Clinton.
Al igual que el estilo poco ortodoxo de Trump le permitió ganar la nominación republicana mientras gastaba mucho menos que sus rivales más tradicionales, la falta de experiencia política de Kushner se convirtió en una ventaja. Sin una formación en campañas tradicionales, fue capaz de ver el negocio de la política de la forma en que muchos empresarios de Silicon Valley han revolucionado otras industrias.
¿Televisión y publicidad en línea? Una inversión mínima. Twitter y Facebook podrían alimentar la campaña como herramientas clave no sólo para difundir el mensaje de Trump, sino también para llegar a electores potenciales, ofreciendo una cantidad enorme de datos que ayudaban a medir la sensibilidad electoral en tiempo real.
“No teníamos miedo de hacer cambios. No tuvimos miedo al fracaso. Intentamos hacer las cosas de forma muy barata, muy rápidamente. Y si no funcionaba, lo matábamos rápidamente”, dice Kushner. “Esto significa tomar decisiones rápidas, arreglar las cosas que no servían y expandir las que funcionaban”.
Ésta no era una startup que comenzara desde cero. El equipo de Kushner pudo echar mano de la máquina de datos del Comité Nacional Republicano y contratar a sus proveedores, como Cambridge Analytica, para mapear universos de votantes e identificar qué partes de la plataforma de Trump eran más relevantes y valía más la pena invertir en difusión: comercio, inmigración o cambio. Herramientas como Deep Root guiaron la inversión en publicidad televisiva y redujeron los gastos al identificar los programas más populares entre los bloques de votantes específicos en regiones específicas —por ejemplo, NCIS para los votantes que se oponían a ObamaCare o The Walking Dead para aquellos preocupados por la inmigración—. Kushner construyó a medida una herramienta de ubicación geográfica que mostraba la densidad poblacional de unos 20 tipos de electores a través de una interfaz de Google Maps. En vivo.
Rápidamente, los datos dictaron todas las decisiones de campaña: los viajes, la recaudación de fondos, la publicidad, la ubicación de los eventos masivos, incluso los temas de los discursos. “Él unió todas las distintas piezas”, dice Parscale. “Y lo que es curioso es que todos los demás allá afuera estaban tan obsesionados con los pequeños detalles que no se dieron cuenta de que todo estaba siendo orquestado de forma tan eficiente”.
Para la recaudación de fondos acudieron al machine learning, instalando a empresas de marketing digital en un piso de trading para que compitieran entre ellas. Los anuncios ineficaces eran retirados en cuestión de minutos, mientras que los más exitosos eran escalados. La campaña enviaba más de 100,000 anuncios personalizados a los votantes todos los días. Al final, la persona más rica en ser elegida presidente, cuyo esfuerzo de recaudación de fondos fue ridiculizada —con razón— a principios del año, recaudó más de 250 millones en cuatro meses, en su mayoría de pequeños donantes.
A medida que la elección se acercaba a su final, el sistema de Kushner, con sus altos márgenes y sus datos de los votantes actualizados en tiempo real, le dio dinero suficiente y toda la información necesaria para decidir cómo gastarlo. Cuando el equipo de campaña notó que la tendencia en Michigan y Pennsylvania favorecía a Trump, Kushner ordenó la producción de comerciales de televisión a medida, eventos públicos de último minuto y envió a miles de voluntarios a tocar puertas y a hacer llamadas telefónicas.
Y hasta los últimos días de la campaña, hizo todo esto sin que nadie en el exterior lo supera. Para aquellos que no logran entender cómo es que Hillary Clinton pudo haber ganado el voto popular por dos millones y aún perder cómodamente en el colegio electoral, tal vez esto les dé un poco de claridad. Si el sentimiento general de la campaña fue el miedo y la ira, el factor decisivo al final fueron los datos y el espíritu de emprendimiento.
“Jared entendió el mundo en internet de una forma en que la gente de los medios de comunicación tradicionales no lo hacían. Se las arregló para montar una campaña presidencial con poco dinero usando nuevas tecnologías y ganó. Ése es un gran mérito”, dice Schmidt, el multimillonario de Google. “Recuerdas todos esos artículos sobre cómo es que no tenían dinero, gente, ni una estructura organizativa? Bueno, ganaron, y Jared lo dirigió todo”.
Tranquilo, discreto y callado, Jared Kushner no podría ser más distinto de su suegro en cuanto a personalidad y estilo. Ahí está Twitter como muestra. Mientras que los tuits impulsivos de Trump a sus 15.5 millones de seguidores obligaron a su equipo a quitarle el teléfono durante parte de la campaña, Kushner, quien ha tenido una cuenta verificada desde abril de 2009, nunca ha publicado un solo tuit.
Y mientras que la oficina de Trump es, de pared a pared, un santuario del ego de Donald, la sede de Kushner Companies es sobria y discreta. Una copia encuadernada en piel de las enseñanzas judías, el Pirkei Avot, descansa sobre un pedestal de madera en la sala principal y mezuzahs de plata idénticos adornan los costados de la puerta de la oficina. La única decoración en su gran sala de juntas es una pintura al óleo de sus abuelos, supervivientes del Holocausto que emigraron a EU después de la Segunda Guerra Mundial.
Si entras a la oficina de Kushner, ubicada en una esquina, verás, debajo de una pintura al óleo que muestra las palabras Don’t Panic sobre páginas del New York Observer, dos elementos fundamentales que le unen a Trump: columnas de trofeos de negocios de bienes raíces y fotos enmarcadas de Ivanka. Si buscas una ideología coherente, ya sea en Kushner o en Trump, puede resumirse en una palabra: familia.
Jared e Ivanka se conocieron en una comida de negocios y comenzaron a salir en 2007. Durante el cortejo, Kushner se encontró con Donald sólo unas pocas veces, de paso. Más tarde, cuando la relación se volvió más seria, le pidió a Trump reunirse con él. Durante la comida en el Trump Grill (que Trump hizo brevemente célebre con su tuit infame sobre el taco bowl), discutieron el futuro de la pareja. “Le dije: ‘Ivanka y yo vamos en serio, y ya estamos en ese camino”, dice Kushner, riendo.
“Él dijo: ‘más te vale que te tomes esto en serio’”.
“Al principio, los vínculos entre mi padre y Jared eran una combinación de mí y de bienes raíces”, dice Ivanka Trump en sus oficinas de la Trump Tower mientras agentes del Servicio Secreto vigilan los pasillos. “Hay una gran cantidad de paralelismos entre Jared como desarrollador y mi padre en los primeros años de su carrera inmobiliaria”.
Al igual que Trump, Kushner creció en las afueras de Manhattan: Nueva Jersey en el caso de Kushner, en comparación con Queens de Trump. También como Trump, Kushner es hijo de un hombre que creó un verdadero imperio inmobiliario en su mercado local —Charles Kushner controló en algún momento 25,000 departamentos en la zona noreste del país— e involucró a sus hijos en el negocio familiar. “Mi padre realmente nunca creyó en los campamentos de verano, así que nos traía a la oficina”, dice Kushner. “Le acompañábamos a ver las obras, nos enseñó cómo era el trabajo de verdad”. Criado junto con sus tres hermanos en un hogar judío en Livingston, Nueva Jersey, Kushner fue a una preparatoria privada judía y luego a Harvard (un libro de 2006 sobre la admisión universitaria destacó a Kushner como un buen ejemplo de cómo los hijos de donantes ricos reciben un trato preferencial; los administradores citados en esa obra criticaron más tarde su precisión, calificándola de “distorsionada” y “falsa”). Luego asistió a la Universidad de Nueva York por una maestría y un doctorado.
Su padre era un gran partidario de los demócratas, y donó un millón de dólares al Comité Nacional Demócrata en 2002 y 90,000 dólares a la campaña de Hillary Clinton por el Senado en el año 2000. Jared siguió el juego, con más de 60,000 dólares en donaciones a los comités demócratas y de 11,000 dólares a Clinton. Durante la escuela de posgrado Kushner trabajó para el fiscal de distrito de Manhattan Robert Morgenthau, hasta que un escándalo familiar puso su vida de cabeza. En 2004, su padre Charles Kushner se declaró culpable de evasión de impuestos, contribuciones de campaña ilegales y manipulación de testigos. El último cargo atrajo la atención nacional de los tabloides. Molesto porque su cuñado estaba hablando con los fiscales, Charles había pagado a una prostituta para emboscarlo, una cita que grabó en secreto y luego envió por correo a su hermana.
Justo a los 24 años, Jared, el hijo mayor, súbitamente recibió la responsabilidad de mantener unida a la familia. Vio a su madre casi todos los días y viajó a Alabama para visitar a su padre en la cárcel la mayoría de los fines de semana. También desarrolló un vínculo más profundo con su hermano, Josh, quien acababa de comenzar Harvard cuando estalló el escándalo. Josh dice que considera a Jared su mejor amigo: “Él es la persona a quien acudir en busca de consejo o apoyo sin importar la circunstancia”.
“Todo eso me enseñó a no preocuparme por las cosas que no puedes controlar”, dice Kushner. “Puedes controlar cómo reaccionas y puedes tratar de hacer que las cosas sucedan como quieres. Me concentro en hacer todo lo posible para garantizar los resultados. Y cuando no salen a mi manera tengo que trabajar más duro la próxima vez”.
Esto se aplica a la empresa familiar, también, que ahora dirige Kushner. Para empezar desde cero, apuntó a Manhattan, tal como lo hizo Trump 40 años atrás, decidido a jugar en el mercado inmobiliario más lucrativo y competitivo de Estados Unidos.
El momento no podría haber sido peor. Su primera gran compra como CEO de Kushner Companies, el edificio en el 666 de la Quinta Avenida, por un récord de 1,800 mdd, fue cerrada en 2007, justo a tiempo para la gran crisis financiera. Las rentas cayeron, los arrendamientos se derrumbaron, el financiamiento se esfumó. Para mantener su solvencia, Kushner vendió 49% del espacio comercial del edificio al Grupo Carlyle y otros por 525 mdd y aparentemente reestructuró cada contrato crediticio posible, mostrando una disposición para pagar en el futuro a cambio de espacio para respirar en el corto plazo. Al final, evitó el tipo de maniobras a las que Trump ha recurrido desde la década de 1990 —la declaratoria reiterada en bancarrota— y resistió la tormenta.
Kushner había aprendido una lección. En vez de perseguir las joyas de la corona de Nueva York, se enfocaría en los vecindarios que comenzaban a ponerse de moda. Así, hizo compras por 14,000 millones de dólares en lugares como el Soho de Manhattan y el East Village y Dumbo de Brooklyn. “Jared aporta una perspectiva juvenil, una forma de pensar innovadora, a un sector muy tradicional que se compone de hombres predominantemente septuagenarios”, dice Ivanka Trump. También ha impulsado del resurgimiento de varias áreas –Astoria, Queens, y Journal Square en Jersey City–, que alguna vez fueron dominios de Fred Trump y Charles Kushner, respectivamente.
Parte de la razón por la que Jared Kushner ha despertado tal interés público, además del poder que tan súbitamente maneja y la curiosidad generada por su presencia casi inexistente en los medios, es la paradoja que representa.
Él aportó el espíritu de Silicon Valley, que valora la transparencia y la inclusión, a una campaña que prometía el cierre de fronteras, de protección del comercio y la exclusión religiosa. Él es descendiente de donantes demócratas y aun así dirigió una campaña presidencial republicana. Como nieto de sobrevivientes del Holocausto, sirve a un hombre que ha abogado por la prohibición de los refugiados de guerra. Como abogado cuyas decisiones son impulsadas por los datos ha elegido a un candidato que califica al calentamiento global de una “farsa”, ha vinculado a las vacunas con el autismo y cuestionó la ciudadanía del presidente Obama. Es un magnate de los medios en una campaña alimentada por noticias falsas. Un devoto judío que asesora a un presidente electo abrazado por la derecha más radical y apoyado por el KKK.
Las respuestas de Kushner a estos conflictos se reducen a una convicción fundamental: su inquebrantable fe en Donald Trump. Una fe que, irónicamente, dado su papel en la campaña, defiende con los “datos” que ha acumulado sobre el hombre a través de una relación de más de una década.
“Si conozco a alguien y todo el mundo dice que esa persona es terrible”, dice, “yo no voy a pensar que es terrible ni me voy a precondicionar, cuando mis datos empíricos y mi experiencia son mucho más informados que muchas de las personas que emiten esos juicios. ¿Qué diría de mí el que cambiara mi punto de vista sobre alguien debido a lo que otros piensan, en vez de ceñirme a los hechos que en realidad he conocido por mí mismo?”.
En cuanto a la visión del mundo de Trump: “No creo que sea muy controvertido decir en una elección para convertirse en el presidente de Estados Unidos que tu posición es poner a Estados Unidos en primer lugar y ser nacionalista en oposición a la ola globalista”.
En cuanto al flujo sin fin de declaraciones de Trump que han insultado y amenazado a musulmanes, mexicanos, mujeres, prisioneros de guerra y generales de Estados Unidos, entre otros: “Sólo sé que muchas de las cosas con las que las personas tratan de atacarlo simplemente no son ciertas o son exageraciones. Conozco su carácter. Yo sé quién es, y yo, obviamente, no lo habría soportado si pensara lo contrario. Si el país le da la oportunidad, descubrirá que no tolera la retórica ni el comportamiento de odio”.
Sobre su afiliación política, él se define a sí mismo así: “Aún está por determinarse. No he tomado una decisión. Las cosas aún están evolucionando. Hay algunos aspectos de la Convención Demócrata que no me llegan, y hay algunos aspectos del Partido Republicano que tampoco lo hacen. La gente en el mundo político trata de ponerte en diferentes cajones dependiendo de las circunstancias. Creo que Trump creará su propio cajón, una mezcla de lo que lo que sí funciona y que desechará lo que no”.
Las acusaciones de antisemitismo le afectan un poco más.
En julio, Trump tuiteó una imagen de Hillary Clinton sobre un fondo de billetes de dólares y una estrella de seis puntas que contenía las palabras “la candidata más corrupta en la historia”, una imagen que supuestamente se había originado en un sitio de supremacistas blancos. Dana Schwartz, reportero del Observer de Kushner, escribió un artículo muy leído instando a su jefe, dada la importancia que le da a su fe y su familia, a denunciar el tuit. Kushner respondió con un artículo de opinión en el que defendía a Trump usando la línea de siempre: que él conoce a Trump. “¿Si incluso la más mínima infracción contra el discurso políticamente correcto es considerada instantáneamente como ‘racista’, entonces qué dejaremos para condenar a los racistas de verdad?”.
Kushner insiste hoy que no habrá ningún elemento de odio en la Administración de Trump, comenzando en la cima. “No puedes no ser racista durante 69 años y luego de repente convertirte en uno, ¿verdad?”, dice. “No se puede no ser un antisemita durante 69 años y, de repente convertirte en uno porque buscas la presidencia”.
Su reacción a algunos temas delicados, como el KKK y el apoyo de la derecha radical hacia Trump: “Trump ha rechazado su apoyo 25 veces. Él rechazó el odio, la intolerancia y el racismo. No sé si alguna vez podría rechazarlos lo suficiente para algunas personas”. Y luego parafraseó una cita que atribuye a Ronald Reagan: “El hecho de que me apoyen no quiere decir que los apoye”.
El apoyo de Kushner se extiende a Steve Bannon, asesor estratégico de Trump, quien ha sido acusado por su ex esposa de hacer comentarios antisemitas (él lo niega) y cuya página web, Breitbart, ha publicado con frecuencia artículos que apelaban a los grupos racistas y antisemitas.
“¿Soy responsable por todas y cada una de las historias que el Observer ha escrito como si fueran mías?”, dice Kushner. “Todo lo que sé acerca de Steve proviene de mi experiencia al trabajar con él. Es un sionista increíble y ama a Israel. Fue uno de los líderes en la campaña contra la desinversión. Y lo que he visto desde que trabajamos juntos es que es una persona no se ajusta a la descripción que las personas hacen de él. Elijo juzgarlo con base en mi experiencia y ver el trabajo que ha hecho, a diferencia de lo que dicen otras personas acerca de él”.
Y eso parece reflejar cómo Kushner se siente acerca de la molestia que algunos de sus amigos muestran por su papel en la elección de alguien que ofende sus valores, hasta el punto que, antes de las elecciones, varios le escribieron con resentimiento. “Yo lo llamo exfoliación. Cualquiera que esté dispuesto a cambiar una amistad o a dejar de hacer negocios debido al apoyo político que le das alguien seguramente no tiene mucho carácter.
“La gente es muy inconstante”, añade. “Tienes que descubrir en qué crees, desafiar tus verdades. Y si crees en algo, aunque sea impopular, tienes que seguir hasta el final”.
Muchos de esos amigos volubles han mostrado una propensión a retomar la amistad con Kushner ahora que, luego de ser el autor intelectual de la sorprendente victoria de Trump, tiene el oído del futuro presidente.
¿Qué hará con ese poder? Eso es aún una incógnita.
Por ahora, Kushner muestra un bajo perfil: “Hay muchas personas que me han pedido involucrarme a un nivel más oficial. Sólo tengo que pensar en lo que eso significa para mi familia, para mi negocio y asegurarme de que sería lo correcto por muchas razones”.
Es poco probable que pudiera mantener una posición formal en la Casa Blanca de Trump. Las leyes contra el nepotismo establecidas después que el presidente Kennedy hiciera a su hermano Bobby Fiscal general prohíben al presidente dar roles gubernamentales a sus familiares –incluyendo a la familia política—.
Algunos informes han indicado que la administración está explorando todos los ángulos legales para dar a Kushner un cargo oficial, incluyendo la posibilidad de añadirlo como asesor no remunerado, aunque incluso eso podría estar prohibido por la ley, que fue escrita para asegurar fidelidad a la Constitución en vez de a los individuos.
Pero éste podría ser un punto discutible. Con o sin un cargo oficial o un sueldo federal de 170,000 dólares no hay ninguna ley que prohíba a un presidente buscar el consejo de quien quiera.
Es claro que los líderes tecnológicos y empresariales de Estados Unidos, que en gran medida respaldaron a Clinton y colectivamente denunciaron a Trump, utilizarán a Kushner como intermediario y que Trump también se apoyará en él en gran medida.
“Asumo que estará en la Casa Blanca durante toda la presidencia”, dice el multimillonario de News Corp., Rupert Murdoch. “Durante los próximos cuatro u ocho años será una voz fuerte, quizá incluso más fuerte después de la del vicepresidente”.
Forbes Staff
Redacción online de la edición mexicana de Forbes, la revista de negocios más influyente del mundo. Un equipo de periodistas que buscan historias en el mundo empresarial.
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Exclusive Interview: How Jared Kushner Won Trump The White House
Steven Bertoni ,  FORBES STAFF 
It’s been one week since Donald Trump pulled off the biggest upset in modern political history, and his headquarters at Trump Tower in New York City is a 58-story, onyx-glassed lightning rod. Barricades, TV trucks and protesters frame a fortified Fifth Avenue. Armies of journalists and selfie-seeking tourists stalk Trump Tower’s pink marble lobby, hoping to snap the next political power player who steps into view. Twenty-six floors up, in the same building where washed-up celebrities once battled for Trump’s blessing on The Apprentice, the president-elect is choosing his Cabinet, and this contest contains all the twists and turns of his old reality show.

Winners will emerge shortly. But today’s focus is on the biggest loser: New Jersey governor Chris Christie, who has just been fired from his role leading the transition, along with most of the people associated with him. The episode is being characterized as a “knife fight” that ends in a “Stalinesque purge.”

The most compelling figure in this intrigue, however, wasn’t in Trump Tower. Jared Kushner was three blocks south, high up in his own skyscraper, at 666 Fifth Avenue, where he oversees his family’s Kushner Companies real estate empire. Trump’s son-in-law, dressed in an impeccably tailored gray suit, sitting on a brown leather couch in his impeccably neat office, displays the impeccably polite manners that won the 35-year-old a dizzying number of influential friends even before he had gained the ear, and trust, of the new leader of the free world.

“Six months ago Governor Christie and I decided this election was much bigger than any differences we may have had in the past, and we worked very well together,” he says with a shrug. “The media has speculated on a lot of different things, and since I don’t talk to the press, they go as they go, but I was not behind pushing out him or his people.”

The speculation was well-founded, given the story’s Shakespearean twist: As a U.S. attorney in 2005, Christie jailed Kushner’s father on tax evasion, election fraud and witness tampering charges. Revenge theories aside, the buzz around Kushner was directional and indicative. A year ago he had zero experience in politics and about as much interest in it. Suddenly he sits at its global center. Whether he plunged the dagger into Christie–Trump insiders insist the Bridgegate scandal did him in–is less important than the fact that he easily could have. And that power comes well-earned.

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Kushner almost never speaks publicly–his chats with FORBES mark the first time he has talked about the Trump campaign or his role in it–but interviews with him and a dozen people around him and the Trump camp lead to an inescapable fact: The quiet, enigmatic young mogul delivered the presidency to the most fame-hungry, bombastic candidate in American history.

“It’s hard to overstate and hard to summarize Jared’s role in the campaign,” says billionaire Peter Thiel, the only significant Silicon Valley figure to publicly back Trump. “If Trump was the CEO, Jared was effectively the chief operating officer.”

“Jared Kushner is the biggest surprise of the 2016 election,” adds Eric Schmidt, the former CEO of Google, who helped design the Clinton campaign’s technology system. “Best I can tell, he actually ran the campaign and did it with essentially no resources.”

No resources at the beginning, perhaps. Underfunded throughout, for sure. But by running the Trump campaign–notably, its secret data operation–like a Silicon Valley startup, Kushner eventually tipped the states that swung the election. And he did so in manner that will change the way future elections will be won and lost. President Obama had unprecedented success in targeting, organizing and motivating voters. But a lot has changed in eight years. Specifically social media. Clinton did borrow from Obama’s playbook but also leaned on traditional media. The Trump campaign, meanwhile, delved into message tailoring, sentiment manipulation and machine learning. The traditional campaign is dead, another victim of the unfiltered democracy of the Web–and Kushner, more than anyone not named Donald Trump, killed it.

That achievement, coupled with the personal trust Trump has in him, uniquely positions Kushner to be a power broker of the highest order for at least four years. “Every president I’ve ever known has one or two people he intuitively and structurally trusts,” says former secretary of state Henry Kissinger, who has known Trump socially for decades and is currently advising the president-elect on foreign policy issues. “I think Jared might be that person.”
JARED KUSHNER’S ASCENT from Ivanka Trump’s little-known husband to Donald Trump’s campaign savior happened gradually. In the early days of the scrappy campaign, it was all hands on deck, with Kushner helping research policy positions on tax and trade. But as the campaign gained steam, other players began using him as a trusted conduit to an erratic candidate. “I helped facilitate a lot of relationships that wouldn’t have happened otherwise,” Kushner says, adding that people felt safe speaking with him, without risk of leaks. “People were being told in Washington that if they did any work for the Trump campaign, they would never be able to work in Republican politics again. I hired a great tax-policy expert who joined under two conditions: We couldn’t tell anybody he worked for the campaign, and he was going to charge us double.”

Kushner’s role expanded as the Trump ticket gained traction–so did his enthusiasm. Kushner went all-in with Trump last November after seeing his father-in-law pack a raucous arena in Springfield, Illinois, on a Monday night. “People really saw hope in his message,” he says. “They wanted the things that wouldn’t have been obvious to a lot of people I would meet in the New York media world, the Upper East Side or at Robin Hood [Foundation] dinners.” And so this Harvard-educated child of privilege put on a bright-red Make American Great Again hat and rolled up his sleeves.

A power vacuum awaited him at Trump Tower. When FORBES visited the Trump campaign floor in the skyscraper a few weeks before Kushner’s Springfield epiphany, there was literally nothing there. No people–and no desks or chairs or computers awaiting the arrival of staffers. Just campaign manager Corey Lewandowski, spokesperson Hope Hicks and a strategy that centered on Trump making headline-grabbing statements, often by calling in to television shows, supplemented by a rally once or twice a week to provide the appearance of a traditional campaign. It was the epitome of the super-light startup: to see how little they could spend and still get the results they wanted.

Kushner stepped up to turn it into an actual campaign operation. Soon he was assembling a speech and policy team, handling Trump’s schedule and managing the finances. “Donald kept saying, ‘I don’t want people getting rich off the campaign, and I want to make sure we are watching every dollar just like we would do in business.’”

That structure provided a baseline, though still a blip compared with Hillary Clinton’s state-by-state machine. The decision that won Trump the presidency started on the return trip from that Springfield rally last November aboard his private 757, dubbed Trump Force One. Chatting over McDonald’s Filet-O-Fish sandwiches, Trump and Kushner talked about how the campaign was underutilizing social media. The candidate, in turn, asked his son-in-law to take over his Facebook initiatives.

Despite his itchy Twitter finger, Trump is a Luddite. He reportedly gets his news from print and television, and his version of e-mail is to handwrite a note that his assistant will scan and attach. Among those in his close circle, Kushner was the natural pick to create a modern campaign. Yes, like Trump he’s primarily a real estate guy, but he had invested more broadly, including in media (in 2006 he bought the New York Observer) and digital commerce (he helped launch Cadre, an online marketplace for big real estate deals). More important, he knew the right crowd: co-investors in Cadre include Thiel and Alibaba’s Jack Ma–and Kushner’s younger brother, Josh, a formidable venture capitalist who also cofounded the $2.7 billion insurance unicorn Oscar Health.

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Jared Kushner: The FORBES cover story

“I called some of my friends from Silicon Valley, some of the best digital marketers in the world, and asked how you scale this stuff,” Kushner says. “They gave me their subcontractors.”

At first Kushner dabbled, engaging in what amounted to a beta test using Trump merchandise. “I called somebody who works for one of the technology companies that I work with, and I had them give me a tutorial on how to use Facebook micro-targeting,” Kushner says. Synched with Trump’s blunt, simple messaging, it worked. The Trump campaign went from selling $8,000 worth of hats and other items a day to $80,000, generating revenue, expanding the number of human billboards–and proving a concept. In another test, Kushner spent $160,000 to promote a series of low-tech policy videos of Trump talking straight into the camera that collectively generated more than 74 million views.

By June the GOP nomination secured, Kushner took over all data-driven efforts. Within three weeks, in a nondescript building outside San Antonio, he had built what would become a 100-person data hub designed to unify fundraising, messaging and targeting. Run by Brad Parscale, who had previously built small websites for the Trump Organization, this secret back office would drive every strategic decision during the final months of the campaign. “Our best people were mostly the ones who volunteered for me pro bono,” Kushner says. “People from the business world, people from nontraditional backgrounds.”

Kushner structured the operation with a focus on maximizing the return for every dollar spent. “We played Moneyball, asking ourselves which states will get the best ROI for the electoral vote,” Kushner says. “I asked, How can we get Trump’s message to that consumer for the least amount of cost?” FEC filings through mid-October indicate the Trump campaign spent roughly half as much as the Clinton campaign did.

Kushner and father-in-law Donald Trump, the President-elect. (Photo: Taylor Hill/Getty Images)
Kushner and his father-in-law Donald Trump, America’s President-Elect. (Photo: Taylor Hill/Getty Images)

Just as Trump’s unorthodox style allowed him to win the Republican nomination while spending far less than his more traditional opponents, Kushner’s lack of political experience became an advantage. Unschooled in traditional campaigning, he was able to look at the business of politics the way so many Silicon Valley entrepreneurs have sized up other bloated industries.

Television and online advertising? Small and smaller. Twitter and Facebook would fuel the campaign, as key tools for not only spreading Trump’s message but also targeting potential supporters, scraping massive amounts of constituent data and sensing shifts in sentiment in real time.

“We weren’t afraid to make changes. We weren’t afraid to fail. We tried to do things very cheaply, very quickly. And if it wasn’t working, we would kill it quickly,” Kushner says. “It meant making quick decisions, fixing things that were broken and scaling things that worked.”

This wasn’t a completely raw startup. Kushner’s crew was able to tap into the Republican National Committee’s data machine, and it hired targeting partners like Cambridge Analytica to map voter universes and identify which parts of the Trump platform mattered most: trade, immigration or change. Tools like Deep Root drove the scaled-back TV ad spending by identifying shows popular with specific voter blocks in specific regions–say, NCIS for anti-ObamaCare voters or The Walking Dead for people worried about immigration. Kushner built a custom geo-location tool that plotted the location density of about 20 voter types over a live Google Maps interface.

Soon the data operation dictated every campaign decision: travel, fundraising, advertising, rally locations–even the topics of the speeches. “He put all the different pieces together,” Parscale says. “And what’s funny is the outside world was so obsessed about this little piece or that, they didn’t pick up that it was all being orchestrated so well.”

For fundraising they turned to machine learning, installing digital marketing companies on a trading floor to make them compete for business. Ineffective ads were killed in minutes, while successful ones scaled. The campaign was sending more than 100,000 uniquely tweaked ads to targeted voters each day. In the end, the richest person ever elected president, whose fundraising effort was rightly ridiculed at the beginning of the year, raised more than $250 million in four months–mostly from small donors.

As the election barreled toward its finale, Kushner’s system, with its high margins and up-to-the-minute voter data, provided both ample cash and the insight on where to spend it. When the campaign registered the fact that momentum in Michigan and Pennsylvania was turning Trump’s way, Kushner unleashed tailored TV ads, last-minute rallies and thousands of volunteers to knock on doors and make phone calls.

And until the final days of the campaign, he did all this without anyone on the outside knowing about it. For those who can’t understand how Hillary Clinton could win the popular vote by at least 2 million yet lose handily in the electoral college, perhaps this provides some clarity. If the campaign’s overarching sentiment was fear and anger, the deciding factor at the end was data and entrepreneurship.

“Jared understood the online world in a way the traditional media folks didn’t. He managed to assemble a presidential campaign on a shoestring using new technology and won. That’s a big deal,” says Schmidt, the Google billionaire. “Remember all those articles about how they had no money, no people, organizational structure? Well, they won, and Jared ran it.”

CONTROLLED, UNDERSTATED and calm, Jared Kushner couldn’t be more different from his father-in-law in personality and style. Take Twitter. While Trump’s impulsive tweeting to his 15.5 million followers reportedly forced his staff to withhold his phone during parts of the campaign, Kushner–who has had a verified account since April 2009–has never posted a single tweet.

And whereas Trump’s office is wall-to-wall Donald, a memorabilia-stuffed shrine to ego, the headquarters for the Kushner Companies is sparse and sober. A leather-bound copy of Jewish teachings, the Pirkei Avot, sits on a wooden pedestal in the reception room, and identical silver mezuzahs adorn the side of each office door. The only decoration in his large, terraced boardroom is an oil painting of his grandparents, Holocaust survivors who immigrated to the U.S. after World War II. But enter Kushner’s corner office and you see–under a painting with the words “Don’t Panic” over a canvas of New York Observer pages–two critical commonalities that unite the pair: columns of real estate deal trophies and framed photos of Ivanka. If you are looking for a consistent ideology from either Kushner or Trump, it can be summarized in a word: family.

Kushner and wife Ivanka Trump (Photo: Mark Wilson/Getty Images)
Kushner and his wife, businesswoman Ivanka Trump. (Photo: Mark Wilson/Getty Images)

Jared and Ivanka met at a business lunch and started dating in 2007. During the courtship Kushner had met Donald only a few times in passing when, sensing the relationship was getting serious, he asked Trump for a meeting. Over lunch at the Trump Grill (which Trump briefly made a household name with his infamous taco bowl tweet), they discussed the couple’s future. “I said, ‘Ivanka and I are getting serious, and we’re starting to go down that path,’” Kushner says and laughs.

“He said, ‘You’d better be serious on this.’”

“Jared and my father initially bonded over a combination of me and real estate,” Ivanka Trump says in her Trump Tower offices as dark-suited Secret Service agents stand watch in the halls. “There’s a lot of parallels between Jared as a developer and my father in the early years of his development career.”

Like Trump, Kushner grew up outside Manhattan: New Jersey in Kushner’s case, versus Trump’s Queens. Also like Trump, Kushner is the son of a man who created a real estate empire in his local market–Charles Kushner eventually controlled 25,000 apartments across the Northeast–and steeped his children in the family business. “My father never really believed in summer camp, so we’d come with him to the office,” Kushner says. “We’d go look at jobs, work on construction sites. It taught us real work.” Raised with three siblings in an observant Jewish home in Livingston, New Jersey, Kushner went to a private Jewish high school and then to Harvard (a 2006 book about college admissions would later single out Kushner as a prime example of how children of wealthy donors get preferential treatment; administrators quoted within that work later challenged its accuracy, calling it “distorted” and “false”). Next came New York University, for a joint J.D. and M.B.A.

His father was a huge supporter of Democrats, giving $1 million to the Democratic National Committee in 2002 and $90,000 to Hillary Clinton’s Senate run in 2000, and Jared largely followed suit, with more than $60,000 to Democratic committees and $11,000 to Clinton. During grad school Kushner interned for Manhattan’s longtime district attorney, Robert Morgenthau, before a family scandal upended his life. In 2004 Charles Kushner pleaded guilty to tax evasion, illegal campaign contributions and witness tampering. The latter charge brought national tabloid attention. Angry that his brother-in-law was talking to prosecutors, Charles had paid a prostitute to entrap him–a tryst that he secretly taped and then mailed to his sister.

Just 24, Jared, as the elder son, suddenly found himself charged with keeping the family together. He saw his mother most days and flew to Alabama to visit his father in prison on most weekends. He also developed a deeper bond with his brother, Josh, who had just started Harvard when the scandal broke. Says Josh, who considers Jared his best friend: “He is the person that I turn to for guidance and support no matter the circumstance.”

“The whole thing taught me not to worry about the things you can’t control,” Kushner says. “You can control how you react and can try to make things happen as you want them to. I focus on doing my best to ensure the outcomes. And when it doesn’t go my way I have to work harder the next time.”

That applied to the family business, too, which Kushner now led. To start fresh, he took aim at Manhattan, just as Trump did 40 years before, determined to play in America’s most lucrative and competitive real estate market.

The timing couldn’t have been worse. His first big purchase as CEO of the Kushner Companies, 666 Fifth, for a record-breaking $1.8 billion, closed in 2007–just in time for the financial crisis. Rents fell, leases broke, funding vanished. To stay solvent, Kushner sold 49% of the building’s retail space to the Carlyle Group and others for $525 million and seemingly restructured every loan agreement possible, showing a willingness to pay more down the road for room to breathe in the short term. In the end he avoided the kind of bankruptcy maneuvers that Trump pulled in the 1990s and weathered the storm.

Kushner had learned a lesson. Rather than chase top-dollar, blue-chip addresses around New York, he would try to ride up with cooler, up-and-coming neighborhoods, which he has done to the tune of $14 billion worth of acquisitions and developments, in places like Manhattan’s SoHo and East Village and Brooklyn’s Dumbo. “Jared brings a youthful perspective, an innovative mind-set, to a very traditional industry that’s comprised of predominantly 70-year-old men,” Ivanka Trump says. He has also pushed into resurgent areas–Astoria, Queens, and Journal Square in Jersey City–that were once the stomping grounds of Fred Trump and Charles Kushner, respectively.

PART OF THE REASON Jared Kushner has engendered such public interest, besides the power he suddenly wields and the curiosity generated by his near-invisible media presence, is the paradoxes that he represents.

He brought the Silicon Valley ethos, which values openness and inclusiveness, to a campaign that promised closed borders, trade protection and religious exclusion. He is the scion of prodigious Democratic donors yet steered a Republican presidential campaign. A grandson of Holocaust survivors who serves a man who has advocated a ban on war refugees. A fact-driven lawyer whose chosen candidate called global warming a hoax, linked vaccines to autism and challenged President Obama’s citizenship. A media mogul in a campaign stoked by fake news. A devout Jew advising a president-elect embraced by the alt-right and supported by the KKK.

Kushner’s answers to these conflicts come down to one core conviction–his unflagging faith in Donald Trump. A faith that, ironically, given his role in the campaign, he defends with the “data” he’s accumulated about the man over a decade-plus relationship.
“If I know somebody and everyone else says that this person’s a terrible person,” he says, “I’m not going to start thinking that this person’s a terrible person or disassociating myself, when my empirical data and experience is a lot more informed than many of the people casting these judgments. What would that say about me if I changed my view based on what other people think, as opposed to the facts that I actually know for myself?”

Regarding Trump’s worldview: “I don’t think it’s very controversial in an election to become the president of the United States to say that your position is to put America first and to be nationalist as opposed to a globalist.”

As for Trump’s endless stream of statements that insulted and threatened Muslims, Mexicans, women, prisoners of war and U.S. generals, among others? “I just know a lot of the things that people try to attack him with are just not true or overblown or exaggerations. I know his character. I know who he is, and I obviously would not have supported him if I thought otherwise. If the country gives him a chance, they’ll find he won’t tolerate hateful rhetoric or behavior.”

On his political affiliation, he defines himself thus: “To be determined. I haven’t made a decision. Things are still evolving as they go.” He adds: “There’s some aspects of the Democrat Party that didn’t speak to me, and there are some aspects of the Republican Party that didn’t speak to me. People in the political world try to put you into different buckets based on what exists. I think Trump’s creating his own bucket–a blend of what works and eliminating what doesn’t work.” (Though in using the GOP-favored pejorative “Democrat Party” over the traditional “Democratic Party,” Kushner gives a hint about the contents of his bucket.)

The allegations of anti-Semitism hit closer to home. In July, Trump tweeted a graphic of Hillary Clinton against a background of dollar bills and a six-pointed star that contained the words “most corrupt candidate ever,” an image that had allegedly originated on a white supremacist message board. Dana Schwartz, a reporter for Kushner’s Observer, wrote a widely read piece for the paper’s site urging her boss, given the prominence he places on his faith and family, to denounce the tweet. Kushner responded with an opinion piece that defended Trump using the same old line: that he knows Trump. “If even the slightest infraction against what the speech police have deemed correct speech is instantly shouted down with taunts of ‘racist,’ then what is left to condemn the actual racists?”

Kushner insists today that there will be no hate element in the Trump Administration, starting at the top. “You can’t not be a racist for 69 years, then all of a sudden become a racist, right?” he says. “You can’t not be an anti-Semite for 69 years and all of a sudden become an anti-Semite because you’re running.”

His reaction to fringe elements, like the KKK and the white nationalist alt-right, who have embraced Trump? “Trump has disavowed their support 25 times. He’s renounced hatred, he’s renounced bigotry, and he’s renounced racism. I don’t know if he could ever denounce them enough for some people.” He then paraphrases a quote he attributes to Ronald Reagan: “Just because they support me doesn’t mean that I support them.”

Kushner’s support extends to Steve Bannon, Trump’s strategic advisor, who had been accused by his ex-wife of making anti-Semitic comments (he denies it) and whose website, Breitbart, has often published articles that dog-whistle racist, anti-Semitic sentiments. “Do you hold me accountable for every single thing that the Observer’ s ever written, like they came from me?” Kushner says. “All I know about Steve is my experience working with him. He’s an incredible Zionist and loves Israel. He was one of the leaders in the anti-divestiture campaign. And what I’ve seen from working together with him was somebody who did not fit the description that people are pushing on him. I choose to judge him based on my experience and seeing the job he’s done, as opposed to what other people are saying about him.”

And that seems to reflect how Kushner feels about friends upset by his role in electing someone who offends their values, to the point where, before the election, several wrote to him in fits of pique. “I call it an exfoliation. Anyone who was willing to change a friendship or not do business because of who somebody supports in politics is not somebody who has a lot of character.

“People are very fickle,” he adds. “You have to find what you believe in, challenge your truths. And if you believe in something, even if it’s unpopular, you have to push with it.”

MANY OF THOSE fickle friends are likely to return now that Kushner, after masterminding Trump’s stunning victory, has the ear of the future president. What he will do with that power is anyone’s guess.

For now, Kushner plays coy: “There’s a lot of people who have been asking me to get involved in a more official capacity. I just have to think about what that means for my family, for my business and make sure it’d be the right thing for a multitude of reasons.”

It’s unlikely that he can hold a formal position in the Trump White House. Nepotism laws established after President Kennedy made brother Bobby attorney general bar the president from giving government roles to relatives–including in-laws. Reports have stated that the administration is exploring every legal angle to get Kushner into the West Wing–including adding him as an unpaid advisor, though even that may be covered by the law, which was written to ensure fealty to the Constitution rather than the individual.

But it may be a moot point. With or without a government title or a $170,000 federal salary, there’s no law that bans a president from seeking counsel from whomever he wants. It’s clear America’s tech and entrepreneurial leaders, who heavily backed Clinton and collectively denounced Trump, will use Kushner as a go-between and that Trump will lean on him just as heavily.


“I assume he’ll be in the White House throughout the entire presidency,” says News Corp. billionaire Rupert Murdoch. “For the next four or eight years he’ll be a strong voice, maybe even the strongest after the vice president.”

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