Luis González de Alba: Perelló: retraso de 40 años
Milenio, 13 de abril de 2009
Columna: «la calle»
El pasado 7 de abril, en Excélsior, Marcelino Perelló, uno de los representantes de la Facultad de Ciencias de la UNAM durante el movimiento estudiantil del 68, publicó, a propósito de nada, una infame nota sobre Tlatelolco [ Tlatelolco, 2/X/68 (I) ]. Comienza por decirnos que no estuvo en ese lugar y recordar que el órgano director de aquel movimiento, el Consejo Nacional de Huelga (CNH) había quedado disperso tras de la ocupación de la Ciudad Universitaria por el Ejército, el 18 de septiembre, lo cual es verdad.
Luego intriga: "Sin embargo, un grupo, una fracción, de los delegados al CNH, lograron reunirse en esos días. No sé dónde, no sé bien a bien quién ni cuándo ni cómo. Nunca tuve noticia de ello. Alguien debía estar interesado en que yo no estuviera. Pura paranoia, probablemente. Debían ser 20 o 30. La mayoría del Poli. Pero había también algunos dirigentes destacados de la UNAM. Entre ellos Guevara, Luis González de Alba, de Filosofía, y Eduardo El Búho Valle, de Economía...."
Después lleva su infamia a hacerse eco de la versión policiaca que nos hace responsables de la masacre: "Fueron ellos los que decidieron constituir un supuesto 'Comité Central' del CNH (...). Quién sabe qué prerrogativas se arrogaron ni de qué legitimidad gozaban. También establecieron las llamadas columnas de seguridad, grupos armados cuya función era 'proteger' al CNH. Y también fueron ellos los que convocaron a un mitin, la tarde del 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas.
Quienes participaron en esas reuniones y de ese proceso, y que no tengan cola que les pisen, tienen la obligación, política, histórica y moral de explicarnos públicamente cómo y de qué manera sucedieron, y se sucedieron, las cosas. Quién qué. Han pasado cuarenta años. Ahora o nunca...."
Espero resolver sus dudas: Tras la desocupación de la CU por el Ejército, el 30 de septiembre, nos reunimos allí mismo, y esa misma tarde, los delegados al CNH que nos atrevimos a salir de nuestros agujeros y llegamos a Ciencias, la Facultad de Marcelino, con temor de que pudiera haber policías para detenernos. Llegamos sin avisarnos porque no sabíamos unos de otros. Nadie le informó a él ni a mí tampoco. Me bastó con leer en los diarios que el Ejército había salido y, armado de mis huevos, simplemente llegué. Busqué en Medicina, sede última del CNH. Vi gente en la vidriera del auditorio de Ciencias, sede anterior del CNH, y subí.
Allí nos encontramos unos 30 o 40 y resolvimos buscar a los muchos faltantes para una reunión ampliada el 1 de octubre. De la rectoría nos informaron que había dos representantes del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Los reunidos en Ciencias elegimos a tres del CNH: Guevara, Muñoz y yo. El rector ofreció su casa para la primera reunión, el 2 de octubre por la mañana. Lo hizo porque los tres nos negábamos a ir a una Secretaría o a casa de los representantes de GDO. A su vez, éstos no querían ir a CU. Perelló no fue al mitin del 2 de octubre porque se reunió con los enviados en casa de uno de ellos: muy clandestino, pero lo habían contactado.
El Comité Central a que se refiere, y que debía funcionar en situaciones de emergencia, fue elegido por el CNH en sesión plenaria de finales de agosto, después del 27, luego de que caímos en la provocación, planteada por Sócrates Amado Campos, de dejar "guardias... en el Zócalo. Marcelino, al lado de Sócrates, no tuvo el valor de tomar el micrófono y decir a la multitud que eso era una provocación y una estupidez. Lo permitió...
El CNH desechó, desde agosto, la idea de formar "columnas de seguridad...", presentada por el mismo Sócrates y un obvio policía que era el delegado por la Escuela Normal. Nunca se volvió a proponer ni lo retomó el Comité Central clandestino que no hizo sino publicar un desplegado tras la ocupación de la CU con el fin de remarcar: "Aquí seguimos, ni la ocupación militar nos acabó...": un gesto de vida. Hizo algo más: nos presentamos en la Casa del Lago, donde despachaba el rector Barros Sierra durante la ocupación, y le rogamos que no renunciara. De nuevo, nos jugamos el pellejo al llegar y al salir. El rector, agradecido, prometió retirar su renuncia.
Dice Perelló que estamos obligados a explicar. Yo lo he hecho a lo largo de 40 años en artículos anuales y tres libros: Los días y los años, Las mentiras de mis maestros y Otros días, otros años. Puedo citarle las páginas. Lo que no entiendo es: ¿Y a cuento de qué saca esto ahora? ¿No tenía tema? A todos nos pasa.
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Marcelino Perelló. Tlatelolco, 2/X/68 (I). 2009-abr-07
No estuve en Tlatelolco. Tal vez es mejor decirlo de entrada, en paráfrasis del gran Rafael Alberti, y su Nunca fui a Granada.
Decidí no ir. O, mejor, no decidí ir. En principio, y para mí, se trataba de un mitin más. No creí que tuviera nada de especial. Es un poco como la célebre y desconcertante pregunta: ¿Por qué habrá elegido Hernán Cortés ir a llorar precisamente bajo el Árbol de la Noche Triste? Un árbol, un mitin.
Yo era, si no el más buscado, uno de los más buscados dirigentes del movimiento. Y ya que de movimientos se trata, me movía con dificultad. Era, por más de una razón, fácilmente identificable. Me cuidaba mucho. Tanto como podía. Y no podía demasiado. Supe de la concentración del 2, el mismo día en la tarde. Me medio informó, a través de un mensaje escrito, Gilberto Guevara, representante, junto conmigo, de la Facultad de Ciencias en el CNH. El tercero, Renán Cárdenas, había caído en la ocupación del Ejército de Ciudad Universitaria, la noche del 18 de septiembre. Era un texto obscuro, alegórico. Con ganas de que yo no lo entendiera, digamos. Y terminaba con una frase de cuyo sentido, en ese momento, no supe percatarme: "Y recuerda que la comezón viene rascándose". Semanas después la entendí.
El Consejo Nacional de Huelga no pudo volver a reunirse en sesión plenaria después de la toma militar de CU, de Santo Tomás y de Zacatenco. Quedamos desparramados y a salto de mata. No poseíamos una estructura ni un aparato clandestinos que nos permitiera una comunicación y una coordinación mínimamente eficientes. Tuvimos que medio improvisarla a trancas y barrancas.
Sin embargo, un grupo, una fracción, de los delegados al CNH, lograron reunirse en esos días. No sé dónde, no sé bien a bien quién ni cuándo ni cómo. Nunca tuve noticia de ello. Alguien debía estar interesado en que yo no estuviera. Pura paranoia, probablemente. Debían ser 20 o 30. La mayoría del Poli. Pero había también algunos dirigentes destacados de la UNAM. Entre ellos Guevara, Luis González de Alba, de Filosofía, y Eduardo El Búho Valle, de Economía.
Fueron ellos los que decidieron constituir un supuesto "Comité Central" del CNH, integrado por nueve, ya no sé si personas o centros de estudio. Quién sabe qué prerrogativas se arrogaron ni de qué legitimidad gozaban. También establecieron las llamadas "columnas de seguridad", grupos armados cuya función era "proteger" al CNH. Y también fueron ellos los que convocaron a un mitin, la tarde del 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas.
Quienes participaron en esas reuniones y de ese proceso, y que no tengan cola que les pisen, tienen la obligación, política, histórica y moral de explicarnos públicamente cómo y de qué manera sucedieron, y se sucedieron, las cosas. Quién qué. Han pasado cuarenta años. Ahora o nunca.
Mientras tanto yo, ajeno, sin quererlo, a todo ello, andaba, bien entusiasmado, en otras broncas. Por un lado habíamos conseguido infiltrar el correo interno del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos, que iban a celebrarse, en un par se semanas, en nuestra ciudad. Nuestro vínculo fue una chava prendidísima y que trabajaba para la Secretaría de Comunicación y Relaciones del Comité. De hecho, la tarde del 2 yo estaba oculto en su casa, un minúsculo departamento en la calle de Holbein, justo enfrente del hoy estadio Azul. En esos días, y hasta mi salida de México, el Día de Reyes de 1969, nunca dormí más de dos noches seguidas ni en la misma cama ni en la misma casa.
El caso es que, a través de esta joven, de cuyo nombre sí quisiera acordarme, hicimos llegar a todas las delegaciones olímpicas que ya se encontraban en México una exhortación a que se retiraran de los Juegos o que, por lo menos, manifestaran de una manera u otra su simpatía y solidaridad con la lucha de los estudiantes mexicanos.
La iniciativa tuvo un éxito parcial. Los checos dijeron que si el Ejército no salía de CU, ellos se negaban a participar. Que estaban hasta la madre de tanques. Gracias a ello, los sardos desalojaron CU el 28 de septiembre. Los cubanos pidieron instrucciones a La Habana, y La Habana dijo, obviamente, que no se anduvieran con mamadas. Y no se anduvieron. Aproximadamente un tercio de la delegación italiana, unos 40 atletas, sí regresaron a su país. Ninguno de estos gestos apareció en las noticias.
El que sí apareció, y cómo, fue el de los corredores gringos de 200 metros, gringos y negros, Tommie Smith y John Carlos, en la ceremonia de premiación levantaron el puño, enguantado en negro. Uno tuvo que levantar la mano izquierda y el otro la derecha, pues tenían sólo un par de guantes. El segundo lugar, el australiano Peter Norman, llevaba en el pecho una insignia de apoyo al desacato.
El problema fue que el gesto, inocultable, fue tratado por la prensa, nacional e internacional, como de soporte únicamente a los Panteras Negras, y no tanto de apoyo al movimiento mexicano, el cual, sin duda alguna, estaba ahí. Cuando uno quiere decir demasiadas cosas al mismo tiempo, se corre el riesgo de que algunas no pasen. A veces no pasa ninguna.
En fin, fue lo que fue. Y no estuvo mal. Pero al mismo tiempo, mi idea era darle una salida, o una entrada, política, al movimiento. En contra de los ultras y de los provocadores emboscados, de izquierda y de derecha —que también los había—, que pretendían que con los ojos vendados nos arrojáramos al barranco.
Me entrevisté con mi insigne, y más que insigne, incomparable, maestro de análisis en la Facultad, el doctor Guillermo Torres. Gracias a él, en buena parte, hoy soy matemático. En esos momentos el doctor Torres era miembro de la Junta de Gobierno. El máximo órgano de la Universidad Nacional. El sabio aceptó seguir las estrictas normas de la clandestinidad y acudió puntual a la cita en casa del Viborón, en Coyoacán.
Platicamos largo y tendido, no sin ciertos nervios, acerca de la situación, sobre todo y por supuesto, de la UNAM. El rector, el gran y malogrado Javier Barros Sierra, acababa de renunciar. Como acto dignísimo de protesta en contra de la intervención militar. Le dije a Torres que de ninguna manera la Junta podía aceptar la renuncia de Barros Sierra. Constituiría, le dije, una intromisión, una violación de la autonomía universitaria, mucho más grave, si cabe, que la ocupación militar.
Pareció convencido. Y, en efecto, la Junta de Gobierno rechazó la renuncia, Y el ingeniero siguió al frente de la UNAM hasta el final del movimiento. Y un tiempo más, no demasiado, hasta que la enfermedad segó su vida. Enfermedad que, obviamente, no era ajena al dolor y al drama que le había tocado protagonizar, Con una inteligencia, un valor y una integridad sin parangón. De hecho, Javier Barros Sierra había muerto un par de años antes. El 29 de julio de 1968. Por la noche.
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Carta de Luis González de Alba. 2009-abr-10
Marcelino, espero resolver tus dudas: Tras la desocupación de la CU por el Ejército, el 30 de septiembre, nos reunimos allí, en plena CU, y esa misma tarde, los delegados al CNH que nos atrevimos a salir de nuestros agujeros y llegamos a tu facultad, la de Ciencias, con temor de que pudiera haber policías para detenernos.
Llegamos sin avisarnos porque no sabíamos unos de otros. Nadie te informó, ni a mí tampoco. Me bastó leer en los diarios que el Ejército había salido y, armado de mis huevos, simplemente llegué.
Nos encontramos en Ciencias unos 30 ó 40 y resolvimos buscar a los muchos faltantes para una reunión ampliada el 1 de octubre. De la Rectoría nos informaron que había dos representantes del presidente Díaz Ordaz. Los presentes en Ciencias elegimos a tres del CNH: Guevara, Muñoz y yo.
El rector ofreció su casa para la primera reunión, el 2 de octubre por la mañana. Lo hizo porque los tres nos negábamos a ir a una secretaría o a casa de los representantes de GDO. A su vez, éstos no querían ir a CU. Tú no fuiste al mitin de esa tarde porque te reuniste con los enviados en casa de uno de ellos.
El Comité Central que debía funcionar en situaciones de emergencia fue elegido por el CNH en sesión plenaria de finales de agosto, después del 27, luego de que caímos en la provocación, planteada por Sócrates Amado Campos, de dejar "guardias" en el Zócalo.
El CNH desechó, desde agosto, la idea de formar "columnas de seguridad", presentada por el mismo Sócrates. Nunca se volvió a proponer ni lo retomó el Comité Central Clandestino que no hizo sino publicar un desplegado tras la ocupación de la CU con el fin de remarcar: "Aquí seguimos". Hizo algo más: nos presentamos en la Casa del Lago, donde despachaba el rector Barros Sierra durante la toma de CU por el Ejército, y le rogamos que no renunciara. De nuevo, nos jugamos el pellejo al llegar y al salir.
El rector, con amplia sonrisa, nos dijo que retiraría su renuncia. Dices que estamos obligados a explicar, yo lo he hecho a lo largo de 40 años en artículos anuales y tres libros: Los días y los años, Las mentiras de mis maestros y Otros días, otros años. Pero no me lees.
Lo que no entiendo es: ¿Y a cuento de qué sacas esto ahora? ¿No tenías tema? A todos nos pasa.
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Marcelino Perelló. Las mazorcas gordas. 2009-Abr-14
Hace 15 días, el 31 de marzo, publiqué aquí mi punto de vista, Absolución y condena, sobre la exoneración judicial de Luis Echeverría, y finqué responsabilidades. A raíz de ese texto, recibí, a través de Exonline, la edición cibernética de Excélsior, algunos comentarios en tonos y sentidos diversos. Todos pueden ser consultados, aún hoy, en esa versión de internet.
Uno de ellos lo escribió un lector inquieto, Hugo Flores Campos, quien me dice, literalmente: "El Sr. Marcelino Perelló puede proporcionarnos mayor informacion de lo acontecido en Tlatelolco en 1968, porque él formó parte del Comité de Huelga". Hugo, con una mano pone el dedo en la llaga y con la otra amarra navajas.
La exhortación del señor Flores Campos me movió el tapete. Lo que sea de cada quien. Tiene razón, me dije. Y coincidí con él y conmigo mismo. Que el vodevil del proceso a Echeverría sirva para algo, que propicie algo. Algo más interesante que la simple culpabilidad penal del entonces secretario de Gobernación.
A lo mejor podemos decir cosas que, por motivos diversos, no han sido dichas. Y nos podremos aproximar tantito más a lo que ocurrió en 68. En particular, a cómo funcionó el aparato represivo y de provocación (los aparatos, deberé decir) no sólo el 2 de octubre, sino a lo largo de esos cuatro meses cruciales. No se trata de una vulgar masturbación nostálgica. Se trata de un episodio fundamental de la historia contemporánea de México. Y, por mexicana, de la historia universal. Lo sucedido aquí se refleja, como en la casa de los espejos, en mil otros lares. El asunto es bastante más complejo e intrincado de lo que la versión Disney-Poniatovska, maniquea y caricaturesca, plantea, y que nos quisieron vender durante años. Con esa lectura ingenua, ingenua e interesada, quién sabe quién quiere taparle el ojo a qué macho, y vaya usted a saber si no se quieren cubrir y velar con ella ciertas responsabilidades, responsabilidades ciertas. No lo sé. Es decir, no estoy seguro.
Hoy, cuatro decenios después, cuando el relato fácil, clasificación B (desconfíe siempre de lo fácil, cauto lector, crónicas y sopas Maruchan incluidas), se va derritiendo y se está volviendo insostenible, como muñeco de nieve en abril, se vuelve pertinente añadir tonos, matices, y una que otra pincelada gruesa, al cuadro. Y no sólo pertinente sino indispensable. No perdamos de vista que no pocos de los protagonistas se han ido, y los otros nos vamos preparando para ir a empujar margaritas.
Fue en ese sentido que ocho días despues, es decir hace ocho días (8+8 = 14), inicio una serie, de longitud indeterminada, acerca de lo que sé y de cómo viví el 2 de octubre de 1968. El 2 de octubre y su entorno, antes y después. Mi 2 de octubre.
Hoy debo interrumpirla, y quién sabe por cuántas semanas, para replicar a un par de réplicas ineludibles. Provienen de dos de los más importantes dirigentes del movimiento en la UNAM, al menos hasta Tlatelolco, donde ambos cayeron presos: Eduardo Valle, El Búho, de Economía, y Luis González de Alba, de Filosofía. Voy a empezar hoy por el segundo, pues se refiere a acontecimientos cronológicamente anteriores. Además los tecolotes saben esperar. Sólo hay que verlos. Así son ellos.
El texto de González de Alba apareció por primera vez como comentario a mi artículo del miércoles pasado. Ahí lo puede ver usted. Fue publicado por segunda vez en la primera sección de Excélsior, en su edición del viernes 10. Finalmente ve la luz por tercera vez en el diario Milenio de ayer, lunes 13, con una introducción añadida que se las trae. Trate de localizarla y leerla. No tiene pierde.
Empiezo por el final. Que siempre es la manera recomendable de empezar. Termina González de Alba: "¿Y a cuento de qué sacas esto ahora? ¿No tenías tema? A todos nos pasa". Sí tenía, Kimosabi. Claro que tenía. Tenía éste. Éste tenía.
En mi texto hago cuatro afirmaciones: Que poco antes del 2 de octubre un grupo de delegados se constituyeron en CNH de urgencia. Que ese grupo nombró a un "Comité Central" de nueve miembros. Que también establecieron las llamadas "Columnas de Seguridad". Y que convocaron al mitin en Tlatelolco.
González de Alba contradice dos de estas afirmaciones. Muy bien. Vamos aclarando paradas. El problema es que sus aclaraciones no resultan convincentes. Afirma que el tal "Comité Central Clandestino" habría sido nombrado por el pleno del CNH a finales de agosto. Considero que es falso. No falté a ninguna de las reuniones plenarias del CNH, desde el 4 de agosto hasta el 4 de diciembre, y no tengo ni el más mínimo rastro en la memoria de tal decisión.
A 40 años es plausible que me falle la memoria. Pero es igualmente plausible que le falle a él. La famosa materia negra del cerebro se va agotando. Habrá que consultar a otros miembros. Lo haré. Lo mismo sucede con las famosas columnas de seguridad. González afirma que las habría propuesto al CNH, por las mismas fechas, Sócrates Campos. Tampoco tengo recuerdo de ello. Además, en este caso, me parece del todo inviable e inverosímil. Tal propuesta habría sido entonces un auténtico escándalo.
Donde sí se equivoca flagrantemente González de Alba es en considerar que la provocación de Sócrates en el mitin final de la manifestación del 27 de agosto consistió en plantear la permanencia de una guardia permanente de tres mil estudiantes en la plancha central. Tal decisión la adoptó el CNH tres o cuatro días antes en su reunión de Físico Matemáticas, en Zacatenco, a propuesta mía. No me cabe ninguna duda.
La provocación de Sócrates consistió en poner a votación el exigir al Presidente que el primero de septiembre rindiera su Informe desde el balcón central de Palacio ante la multitud reunida. Lo que implicaba convocar a una nueva concentración para ese día. Ya hablaremos (ya hablaré, al menos) de ello.
Quedan cosas por poner en su lugar, pero no puedo terminar sin referirme a las ironías, de dudosa calidad, como siempre, de González de Alba, en sus textos cortos. Él sí se atrevió a salir de su "agujero". Lo que implica que "otros" no. Él sí se amarró los huevos. Bien por González de Alba. Yo no necesitaba amarrármelos. Ahí estuvieron siempre ellos, en su lugar.
En su texto ampliado de Milenio, González substituye el insulto por el epíteto, la descalificación y la acusación directa. Alguna fibra sensible he de haber tocado. Me está lloviendo en la milpita. Estaba contemplado. Este año las mazorcas se van a dar gordas.
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Luis González de Alba. Con respecto a algunos comentarios de Marcelino Perelló.
1. Lo primero, Marcelino, es aprender a leer bien. Nunca digo que "me amarré los huevos", sino que salí rumbo a la CU recién desocupada por el Ejército "armado de mis huevos", esto significa, sin más armas, sin "columnas de seguridad", nada más con mis huevos. 2. En la página 192 de "Los días y los años" (en la edición de Planeta) relato una agria discusión entre Pablo Gómez y Raúl Álvarez en la cárcel. Le pregunta Raúl: "¿Tú sabías dónde estaba?", donde estabas tú. Y se responde: "Varias veces hicimos el intento de verlo, quedaba de encontrarnos en algún sitio y allí llegábamos a esperarlo; pero en lugar suyo nos mandaba un mensajero: 'Que Marcelino no puede llegar porque no hay suficientes condiciones para su seguridad' ¡Y nosotros esperándolo en el mismo sitio al que no podía llegar 'por razones de seguridad'! Cuando reapareció fue para hacer sus declaraciones imbéciles y criminales". Se refiere Raúl a tus declaraciones, el 3 de octubre, sobre el uso de balas de salva por el Ejército. Raúl le dice a Pablo dónde estabas, pero no quiero citarlo, para no involucrar a terceras. 3. El Comité Central está mencionado en las páginas 148, 161, 169, 170. Remarco sus limitaciones "de ninguna manera estaba capacitado el CC para cambiar esas directrices" (las del CNH), p. 148. Allí explico por qué, de forma tan acertada, pudo haber un desplegado inmediato luego de la ocupación militar de la CU, con el CNH disperso y escondido. 4. En la parte del mitin el 2.X digo que, a los primeros disparos algunos pensamos que eran "las columnas de seguridad de Sócrates". El otro delegado que las propuso fue Áyax Segura, policía, y, sí, como tú dices, fue un escándalo en el CNH. El nombre lo había olvidado. 5. No asististe a todas las reuniones del CNH. No fueron ni tú, ni Guevara ni Raúl a la que, los de Humanidades, propusimos y ganamos una manifestación "por barrios obreros", que se vino abajo cuando un conocedor del DF nos dijo que la ruta era... de milpas. Lo he contado muchas veces, aunque me afecta. 6. Y sí me tocaste una fibra sensible: acusarnos, a los que llegamos a la CU recién desocupada, "armados sólo de huevos", de haber armado esas "columnas de seguridad" que, según el gobierno, enviamos a matar para así levantar el movimiento. Eso, Marcelino, es una infamia.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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