9 ene 2018

Trump retoma la guerra contra el aparato republicano tras romper con Bannon

Donald Trump, a su llegada este lunes a Nashville (Tennessee) a bordo del Air Force One - Reuters
Trump retoma la guerra contra el aparato republicano tras romper con Bannon
Duro pulso entre el presidente y el «establishment» por colocar a sus candidatos en las legislativas de mitad de mandato

Manuel Erice Oronoz, @manuelerice/ 
ABC, 09/01/2018
El bloque antiestablishment se resquebraja. El frente monolítico que irrumpió en escena en 2016 para aupar a Donald Trump desde un nuevo nacionalismo populista para Estados Unidos, primero al liderazgo republicano y después a la Casa Blanca, muestra grietas de difícil reparación. La caída en desgracia del padre intelectual del trumpismo, Steve Bannon, es un mal síntoma para un movimiento que aún aspira a asaltar, refundar y despojar de sus esencias al Partido Republicano. También para el propio Trump, por mucho que ahora niegue abiertamente la trascendencia de quien alimentó decisivamente su discurso ganador.

Mientras su entorno reduce los daños del choque a la mínima expresión, minusvalorando el rol de su enemigo, los valedores del frente populista, donantes y comunicadores, ya han respondido al mensaje presidencial expresado así por uno de sus asesores: «O Bannon o yo». Quienes tienen que elegir ya lo han hecho: se quedan con el ocupante del Despacho Oval.
En cuestión de días, la publicación de «Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump», del controvertido periodista Michael Wolff, ha diluido como un azucarillo la poderosa influencia de Steve Bannon en los ruidosos movimientos tácticos de su líder. El asesor que susurraba a Trump, incluso después de ser desalojado de una Casa Blanca en llamas, intenta recomponer una relación hecha añicos por su desprecio a los familiares del presidente, expresada en múltiples comentarios recogidos en el que ya es el libro del mandato. Pero las alabanzas a su hijo, Donald Trump Jr, en su primer mensaje reconciliador, no parecen suficientes.
El primer valedor del intrigante Bannon, la multimillonaria familia Mercer, soporte de «Breitbart News», impulsor del movimiento trumpista, se ha desmarcado de él abiertamente. Incluso alimentando ruidos de sables que podrían apartar a Bannon de la dirección del digital, donde posee la cuarta parte del capital. El entorno de la Casa Blanca, con muchas afrentas pendientes, hace leña del árbol caído. Bannon ya no es nadie, se esfuerza en transmitir.
El establishment republicano respira, tras la anunciada guerra por el poder interno de su principal enemigo. La tregua no será fácil. Trump continuará amenazando su existencia. Seguirá siendo necesario un entendimiento a la fuerza.
Pero la ruptura del presidente con el hacedor de una estrategia expresamente diseñada para descabezar el partido, otorga tiempo al oficialismo. Con la vista puesta en un año decisivo para revalidar o perder el amplio poder que acumula, el mayor en décadas, Trump reunió este fin de semana al núcleo duro republicano. Los hombres clave de su Administración y los líderes conservadores en el Congreso, Paul Ryan y Mitch McConnell, todos condenados a comulgar con la agenda del presidente los próximos diez meses, ante el gran reto electoral del «midterm» (elecciones legislativas de mitad de mandato).
Trump y los republicanos han salvado el primer año a trompicones. La aprobación de la rebaja fiscal en fechas navideñas enderezó el barco a la deriva de una Administración que hacía aguas. Pero resulta aún poco bagaje para presentarse ante los electores. El plan de infraestructuras planteado por la Casa Blanca, con una inversión de un billón de dólares para revitalizar los transportes y los servicios de un país necesitado, se presenta como la segunda gran baza republicana.
Una olla a presión
Mientras el ejecutivo y los jefes del legislativo estudian cómo abordar el nuevo impulso, la cocina del partido sigue siendo una olla a presión. El candidato outsider que derrotó uno a uno a dieciséis aspirantes en las primarias de 2016 mantiene su intención de plantear opas, siempre hostiles, en el proceso de elección de candidatos. Especialmente en aquellos estados donde Trump pretende mantener un discurso de inconfundible marca propia. Perfiles populistas frente a quienes representan la más fiel tradición republicana. Valedores de su radical discurso antiinmigración, de la defensa del muro en la frontera con México y de la creación de empleo «sólo para americanos», frente al moderado discurso conservador.
La ausencia de Bannon puede entorpecer su estrategia, pero no su decidida batalla, que opera desde la poderosa Casa Blanca. Y ya ha logrado su primer objetivo, Arizona, estado vecino del país del sur y donde la inmigración es el eje de todo su discurso político. La presión del presidente sobre quien estaba llamado a repetir como candidato del establishment ha surtido efecto. El senador Jeff Flake proclamó su renuncia después de que el presidente denunciara repetidas veces en Twitter la «debilidad» de su discurso. En su lugar, promocionó a Kelli Ward, conocida por su agresivo mensaje antiestablishment y en favor de la construcción del muro. La familia Mercer financiará también las aspiraciones de Ward y del trumpismo en el estado sureño.
El presidente también ha roto las hostilidades en Tennessee. Bob Corker, uno de sus grandes enemigos y fiel representante de la fiel guardia republicana en el Senado, sucumbió a sus presiones. Otra más de las víctimas que Trump pretende acumular en su camino.
Jaque al libre comercio y a la moderación con los inmigrantes
Trump no ha vaciado aún el Partido Republicano de sus esencias ideológicas, pero la amenaza no puede ser más real. La ruptura de los grandes acuerdos comerciales de ámbito internacional, plasmada con el TransPacífico y que pende sobre el TLC (con Canadá y México), es la cara más visible del asalto a la naturaleza de un partido favorable a la economía de mercado.
Buena parte del reaganismo no puede estar más en entredicho, pese a que Trump presuma de una bajada de impuestos similar a la del expresidente republicano. Un proteccionismo que el actual inquilino de la Casa Blanca vincula con el cierre de fronteras a la inmigración.
Es el hilo conductor que conecta al populismo nacionalista: la atribución de culpas al extranjero. El simplismo de Trump, que promete empleos sólo para los americanos, choca la complejidad de las decisiones de sus antecesores, fueran Reagan o Bush, quienes abrieron la puerta a la inmigración con idéntica naturalidad que sus rivales demócratas.


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