Revista Proceso # 2192, 4 de noviembre de 2018..
Un fenómeno con responsables políticos que sólo callan/
MATHIEU TOURLIERE
El periodista salvadoreño Óscar Martínez no alberga mucha esperanza de que la caravana migrante tenga éxito en su pretensión de llegar a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, dice comprender el impulso de conservación que mueve a miles de centroamericanos a escapar de sus países, donde la clase política se dedica a robar impunemente. También se muestra escéptico sobre la actitud de Enrique Peña Nieto y de Andrés Manuel López Obrador, quienes les han dedicado sólo un par de frases en su afán de contener el flujo de personas hacia territorio estadunidense. Además, teme por la suerte de los 7 mil centroamericanos porque en materia de tragedias, dice, “México siempre sorprende”.
Cuando entraron en bloque a México por la puerta principal y con la intención de seguir su camino hacia Estados Unidos a pesar del furor del presidente Donald Trump, los 7 mil centroamericanos de la caravana migrante realizaron, sin saberlo, una especie de “performance político”.
“Gente de tres países, cuyos gobernantes, no se hablan se entendieron para componer la marcha de los nadies, que abandonan una región en masa, juntos y a pie. ¿Qué mejor performance que ese?”, pregunta el periodista salvadoreño Óscar Martínez.
Reportero y editor en El Faro, el prestigioso diario digital de El Salvador, Martínez asevera en entrevista con Proceso: “En Centroamérica hay gente a la que apenas tienes que pincharle para que se largue de ese maldito lugar. Ya no cree en esa región ni en sus políticos, ni en sus esperanzas… para mí, todo se reúne en el verbo huir, no migrar”.
Recuerda que “Centroamérica siempre ha migrado en masa; lo que pasa es que nunca lo habían hecho juntos; es una expresión de la desesperación del pueblo centroamericano, y de coraje y valentía”.
Añade que la violencia, la corrupción y la desigualdad –aunadas al “desapego completo” de la clase política– son los principales motores de la migración centroamericana, pues destrozaron poco a poco las esperanzas y las ilusiones de su gente.
“Lo único que te queda por perder –afirma– es lo más valioso: tus hijos, tu pareja, ya no hablamos de cosas. Muchos te dicen: ‘Mira, voy por este niño, porque a este niño que traigo a la par, la pandilla lo quería reclutar’.”
En años recientes, ni en Honduras ni en El Salvador los homicidios bajaron de 40 por cada 100 mil habitantes –más del doble que en México–; el segundo llegó a tener una tasa de 113 asesinatos por cada 100 mil habitantes y las políticas de represión contra las pandillas agudizaron el problema, según Martínez.
“En El Salvador –explica– el dominio de las pandillas, de la Mara Salvatrucha y del Barrio 18 hacen que mucha gente no viva en un país, sino más bien en pedazos de un país. Hay mucha gente que, porque nació en una colonia controlada por la Mara Salvatrucha 13, no puede transitar la mitad del país dominada por el Barrio 18 y sus dos escisiones. Si tienes un puesto de comida puedes entregarla en esta cuadra, pero no en la otra; si sos un vendedor informal, puedes llegar con tu carretón hasta cierto límite.”
“El coraje que pocos tenemos”
En sus dos lustros de existencia, El Faro se caracterizó por sus investigaciones sobre los problemas sociales que aquejan a Centroamérica –corrupción, violencia, violaciones a derechos humanos y desigualdad– y se convirtió en un referente en América Latina sobre el tema migratorio.
Preguntado sobre la magnitud de la caravana, Martínez sostiene que “mucha gente entendió la idea de que migrar en avalancha era más prudente”.
Abunda: “Cuando han migrado solos (en México), y no tengo otra forma de decirlo, a los migrantes centroamericanos los han hecho mierda. Los han violado, los han secuestrado, los han asesinado, los han decapitado. Tiene sentido que la gente quiera migrar en bloque”.
El periodista se enoja contra las voces que insinúan que las 7 mil personas de la caravana emprendieron el camino porque las engañó el presidente venezolano Nicolás Maduro, o el presidente estadunidense Donald Trump o el presidente nicaragüense Daniel Ortega. Esas voces representan, según él, la “condescendencia” con la que muchos consideran a los pobres como estúpidos.
“Es curioso, porque siempre que les pasa algo a los pobres, o a las clases humildes, decimos que es culpa de alguien, que alguien los manipuló. Siempre los vemos como una masa uniforme, inconsciente, completamente incapaz de tomar decisiones importantes sobre sus vidas.
“Si una persona trabaja en una fábrica y se desloma, entiende que es injusto que haya gente que pueda gastarse en una cena la mitad de su salario mensual; una empleada doméstica que trabaja en casa de señores ricos que dicen tener conciencia social y van al cine a ver películas muy progres, pero que duerme tres noches por semana en una casa por un sueldo de 200 dólares y sin seguro social, entiende que esto está mal.
“Imagínate lo jodido de esta caravana: hay gente que decidió de un día para otro empezar a caminar, rompiendo fronteras, para intentar llegar a un país donde hay un señor que los desprecia, y cuando toman la decisión más valiente e importante de sus vidas, que pocos de nosotros estaríamos dispuestos a tomar, decimos que fue porque alguien los engañó. No podemos entender que lo hagan por el coraje que pocas veces tenemos.”
El periodista salvadoreño considera que, con pocas excepciones, los medios de comunicación mexicanos fracasaron en informar sobre la complejidad del fenómeno migratorio y la crisis humanitaria, pues “el periodismo siempre ha cubierto las grandes migraciones de la misma manera que la clase política las trata: con mucho desdén.
“La migración es un mundo complejo en México: participan cerca de cinco grupos del crimen organizado y funcionarios corruptos, aliados con los grupos que controlan las líneas de paso. Hay tratantes masivos que establecen rutas de trata entre el sur y ciudades como Reynosa; hay coyotes que son como piratas de tierra; hay gente que viaja en tren como polizones, gente que viaja en lanchas hacia Salina Cruz, gente que viaja a pie… es un mundo muy complejo. No lo van a entender si sólo van un día a las vías del tren y a ver que una mujer migrante llore. No lo van a entender así.”
Corrupción y miseria
Martínez recuerda que en 2009 el presidente hondureño Manuel Zelaya sufrió un golpe de Estado en el que “lo sacaron en calzoncillos, en bata, y lo mandaron a Costa Rica”. Su sucesor, Juan Orlando Hernández, consiguió este año su reelección con base en un evidente fraude electoral. “Quien en Honduras no sienta que ir a votar no es ir a echar un papel a la basura, tendría que estar loco”, dice con amargura.
En El Salvador, subraya, los últimos tres presidentes están acusados de corrupción: “Uno está preso, otro murió durante su juicio, y el último, Mauricio Funes, pidió asilo en Nicaragua; dos de derecha y uno de izquierda”, precisa.
En cuanto a Guatemala, dice que el régimen del actual presidente Jimmy Morales destrozó las esperanzas generadas durante la “primavera chapina”, que llevó a la renuncia del presidente Otto Pérez Molina después de que la Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad en Guatemala (CICIG) desnudara las redes de corrupción operadas desde el Poder Ejecutivo.
Sin embargo, en agosto pasado Morales impidió el ingreso a su país del comisionado de la CICIG y revocó el mandato del organismo.
“¿Qué esperanza puede tener alguien de poder cambiar la vida de su hijo en un país donde un comisionado nombrado por las Naciones Unidas no puede entrar? Es normal que alguien sienta que las ansias de justicia son una estupidez y que debería rendirse, quizás irse.”
El desdén de la clase política centroamericana por la suerte de sus connacionales que partieron masivamente hacia Estados Unidos se reflejó en que “se han callado como tumbas” desde el inicio del éxodo.
“Han preferido enviar mensajes a través de funcionarios de muy bajo nivel, excepto Juan Orlando Hernández (el presidente de Honduras), quien ha atacado a la caravana. El día que cientos de salvadoreños salieron de su país, el presidente (Salvador Sánchez Cerén) estaba en Chile.”
“Esos son países donde vos puedes contar cuántas familias son las dueñas del país. En El Salvador son alrededor de 15, por ejemplo. Es un país brutalmente desigual. Hay una o dos personas que tienen un jet privado, y decenas de miles que ganan un sueldo mínimo, que es inferior a la canasta básica oficial. O sea, hay un sueldo mínimo en el que el Estado te dice: te garantizo que no vas a poder comer.”
Martínez repudia las medidas que adoptaron los gobiernos de la región para ocupar a sus ciudadanos. “Todos los proyectos de diversificación laboral masiva de Centroamérica implican salarios mínimos, y cuando los gobiernos cínicos de nuestra región dicen ‘abrimos 1 millón de fuentes ingreso’, se les olvida complementar que es 1 millón de empleos de mierda”, puntualiza.
A la violencia, la corrupción y la desigualdad se suman otros problemas que obligan a miles de personas a desplazarse de sus países, como las sequías y huracanes, así como los crímenes de odio contra las personas LGBTTTI; pero también las aspiraciones a una mejor vida y a la reunificación familiar.
“Las familias centroamericanas están partidas en dos, o a veces en tres: un pedazo acá, otro pedazo allá. No hablo de familia lejana, de unos primos, no: hablo de padres e hijos, esposo y esposa, hermanos y hermanas, que están separados y desean juntarse.
“La única posibilidad de solución está en que la gente se harte y, en un sentido metafórico –no estoy pidiendo piedras ni machetes–, que linche a su clase política. Y esta caravana es un ejemplo del hartazgo, es un mensaje político muy contundente, tan contundente que se puede fotografiar: un puente lleno de gente que dice a su clase política: ‘ya no le creo’.”
Silencio ruidoso
Óscar Martínez subraya que la caravana llegó a México en pleno periodo de transición presidencial, pero considera que tanto el presidente saliente, Enrique Peña Nieto, como el entrante, Andrés Manuel López Obrador, actuaron con “mucha cautela, rozando a lo cobarde”, respecto a la caravana.
Explica: “Tienes a 7 mil personas en medio de tu país; la mayoría huye –algunos de la pobreza, algunos de la muerte–, y todo lo que vas a decir son dos frases o, como Peña Nieto, nada. Son 7 mil personas, representantes de un fenómeno de décadas, y todos están callados, esperando que esto pase, que la gente se canse. Hay una especie de silencio que es muy ruidoso.
“Puedo equivocarme, pero todo lo que he escuchado de la administración de López Obrador es ofrecer a Estados Unidos absorber la migración centroamericana con planes de asilo más amplios, pero también con planes de seguridad. Digamos que es otro mismo mecanismo; ahora no detendrás con garroteros, sino con asilo, pero el trasfondo sigue siendo el mismo: parar la migración”, observa.
De manera general, estima que el gobierno mexicano siempre buscó ser bien visto por Estados Unidos en el tema de la migración centroamericana y nunca trató de establecer un “frente común” con los gobiernos del sur para exigir un trato digno a sus connacionales o condenar los pronunciamientos racistas de Trump.
“Prácticamente entiendo por qué lo hace, cualquiera lo entendería, pero moralmente es muy cobarde, porque ustedes son un país de migrantes también”, dice.
Y expresa su preocupación ante las “condiciones paupérrimas” en las que se encuentra la caravana migrante: todos los niños están enfermos –desde gripa hasta diarrea– y la gente está cansada e irritada. Ayer, comenta, durmieron en un lodazal porque llovió.
“Esta caravana se va pareciendo cada vez más a un campo de refugiados, con todo lo que eso conlleva: sus enfermedades, sus precariedades y su desesperación. Cada vez más, lo que tenemos es un campo de gente enferma, desnutrida, cansada, llena de ampollas, que va recorriendo México.”
Por lo pronto, no ve una solución a la crisis: no cree que Estados Unidos otorgue documentos ni que México adopte medidas. Tampoco, que empiecen a surtir efecto en Centroamérica los planes contra la corrupción y la violencia. Y vaticina que en las próximas semanas saldrán más caravanas.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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