Revista Proceso # 2104, 27 de enero de 2019..
En Tlahuelilpan, "Chavitos" con fusiles AK-47 y fajos de billetes
/MATHIEU TOURLIERE
La convocatoria por mensajes y redes sociales realizada el pasado viernes 18 a cientos de personas hacia la toma clandestina del ducto que atraviesa Tlahuelilpan pudo ser estrategia de uno de los grupos de huachicoleros que operan en la región para provocar un conflicto y presionar a las autoridades, estima Juan Pedro Cruz Frías, alcalde de ese municipio hidalguense.
“Ni siquiera dijeron que había una fuga, sino que estaban regalando gasolina –recuerda el edil en entrevista–. Creo que no se esperaban una tragedia así.”
Ese día, mientras cientos de vecinos llenaban bidones con la gasolina que brotaba del ducto perforado, una chispa la transformó en un gigantesco géiser de fuego que calcinó todo en un diámetro de 50 metros. En la explosión fallecieron más de 100 personas –aproximadamente 40 siguen hospitalizadas–, cifra que supera los 97 muertos reportados en el municipio durante todo 2017.
Si bien Cruz Frías afirma que el robo de combustible ya existía antes de que asumiera la presidencia municipal –dice que en la administración anterior se desbordó una toma y “el géiser brotó a 20 o 25 metros”–, sostiene que “en realidad esto surge a partir del 1 de enero de 2017, con el gasolinazo”.
Explica: “Subió tanto el precio del combustible que todos vieron mayores ganancias. Se desató la delincuencia en una localidad de Santa Ana Hueytlalpan y hubo operativos; estas personas tuvieron que huir de esta localidad y el efecto hormiga fue el que afectó a nuestro municipio”.
Según las autoridades, en los últimos dos años grupos criminales foráneos ligados al Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) y a Los Zetas, entre otros, llegaron a esta región de Hidalgo a disputar el control de las tomas clandestinas a grupos locales de ordeñadores de gasolina.
Cruz Frías, quien es presidente municipal desde septiembre de 2016, tiene a su disposición 40 agentes de Policía Municipal, es decir, 20 uniformados por turno. Una cifra insuficiente, dice.
Por ejemplo, hace unos meses los agentes se trasladaron a una toma clandestina y “lamentablemente llegaron muchas camionetas, aproximadamente 60 personas, algunas armadas y otras no, que los expulsaron, les dijeron que se los iba a cargar la chingada”.
Al preguntarle por los grupos que operan en su municipio, el alcalde es evasivo: “Nomás oigo apodos, como El Tribilín, o al que mataron, la tal Parka… pero si hay vecinos del municipio, no lo creo. Hay gente de fuera que renta los predios y los utiliza como bodega”.
Desde la zona calcinada, en la colonia San Primitivo, se alcanza a ver la refinería de Tula, a menos de 10 kilómetros al sur y en la cual confluyen oleoductos de Pemex. El tubo que fue perforado y explotó, indica, atraviesa tres kilómetros del ejido de Tlahuelilpan y se hicieron tomas clandestinas en varios cruces.
En Tlahuelilpan, como en todos los municipios hidalguenses donde pasan estos ductos, la industria del huachicol floreció en los últimos dos años. En 2018 se registraron 2 mil 121 tomas clandestinas en el estado. Muchos jóvenes se dedican a la ordeña o a la vigilancia de esta actividad. Todos saben dónde encontrar gasolina robada a buen precio, y en almacenes y tianguis se acumulan montañas de bidones para venderlos al mayoreo.
La llegada del dinero del robo de combustible alteró a la sociedad de Tlahuelilpan. En 2015, cuando se realizó el censo más reciente del Inegi, la mitad de sus 20 mil habitantes vivían en la pobreza y 7.1% en pobreza extrema. Seis de cada 10 personas percibían un ingreso inferior a la línea de bienestar –que se eleva actualmente a mil 556 pesos mensuales por integrante del hogar– y solamente 12% de la población no sufría pobreza ni carencias sociales.
El ejido cuenta con 800 hectáreas, regadas con las aguas negras de la Ciudad de México. Los habitantes que no se dedican al campo laboran en la refinería o en la central de la Comisión Federal de Electricidad en Tula, o bien en las cementeras y fábricas aledañas; otros venden sus productos a los vecinos o a los cerca de 4 mil alumnos que estudian en el plantel de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, dice Cruz Frías.
“Hasta la madre de cristal”
La tarde del sábado 19 tres hombres –uno en la treintena con su hijo de 14 años y otro veinteañero– sentados sobre sus bicicletas observan a lo lejos cómo los peritos trabajan en la zona siniestrada la noche anterior. Ellos recuerdan que el auge del huachicol en la región inició hace dos años, “con las alzas de los combustibles”.
Cuentan que con el aumento del precio de la gasolina el huachicol se convirtió en una fuente de dinero sustancial para algunos y despertó envidias en otros. Los informantes piden que no se publiquen sus nombres por miedo a los criminales.
A menos de 100 metros de ahí, en la zona de la tragedia, el subsecretario de Gobierno estatal, Juan Luis Lomelí Plascencia, alienta a los pobladores a denunciar a los huachicoleros. “Los conocen, muchos viven aquí con ustedes”, les asegura.
Los entrevistados señalan que los grupos se pelean a muerte el control de las tomas clandestinas, pero además trajeron drogas. “La juventud se encajó hasta la madre de cristal, de metanfetamina, ahora que tiene dinero del huachicol”, sostiene el de 20 años, y comenta que los líderes de las bandas, más acaudalados, prefieren la cocaína.
El de 30 menciona a una vecina que vendía tamales en un jacalito que “no tenía ni cortina”. Su familia “empezó a vender cristal y huachicol. ¡El casononón que tienen ahora!”, exclama. Otro ejemplo: “Un amigo fue a chupar con un huachicol en un bar, por ahí. El güey pagó 13 botellas. ¿Te imaginas?”.
Los grupos criminales reclutan adolescentes como halcones para que vigilen –a cambio de 500 a mil pesos por noche– mientras otros perforan y ordeñan los ductos. El joven de 14 años narra que en la escuela unos alumnos presumen fajos de billetes, a veces hasta 4 mil pesos. “Hay chavitos como tú con cuernos de chivo”, interviene su padre, que lo mira con preocupación.
Una pobladora lamenta: “Los jóvenes ya no quieren ganar 150 o 200 pesos diarios, lo que se paga aquí por un día de trabajo en el campo; ya quieren estar bien vestidos e ir por el dinero fácil”.
Recuerda: “Tlahuelilpan era un lugar tranquilo, bonito, donde podías salir al jardín sin miedo, a las calles, a la tienda. Ahora ya no: tienes que salir temprano y regresar tempranito porque la delincuencia está muy, muy fea. Hay otras comunidades igual aquí, donde la delincuencia del huachicol devastó todo”.
Sobre la violencia, observa: “Todos los huachicoleros son enemigos entre sí. Duele que los jóvenes terminen de esta manera. Cuando era más joven ya había armas, pero no se escuchaban tan fuerte; ahora ya no se puede vivir, ya no puedes salir a un día de campo, porque no sabes si por coraje nos atacan o no sé qué”.
También afirma que sí hay opciones de supervivencia: “Aquí no te mueres de hambre, la verdad… Puedes ser ama de casa, vender comida, dedicarte al campo, ser albañil, criar animales… Hay herramientas de trabajo”.
Según el Inegi, la mayor parte de la población es propietaria de sus casas, que suelen tener tres o cuatro habitaciones, piso firme y techo, así como servicios de agua entubada y luz eléctrica.
Los vecinos tienen fresco el recuerdo del multihomicidio perpetrado el pasado 4 de enero en el panteón de Mangas, en el cercano municipio de Tezontepec de Aldama. Cuatro jóvenes fueron acribillados mientras velaban a uno de sus amigos, asesinado días antes. Todos asumen que los autores del crimen fueron integrantes de una banda rival.
Además, los incendios ya no son raros en la región, pues los huachicoleros suelen guardar el combustible en sus casas y transportarlos en camionetas. “Luego luego se ve el humo negro, a lo lejos”, dice el joven de 20 años. El adolescente añade: “En la escuela vemos los videos de los fuegos en Facebook”.
En el pueblo saben dónde pueden encontrar gasolina, que se vende entre ocho y 12 pesos el litro, según si abunda o escasea. El padre dice: “Siempre hay: te vas con tu camioneta y si éste no tiene, vas con el otro, y si no tiene vas con el otro… Hay un chingo de tomas. Cuando vamos a rodar los vemos ahí, a las dos o tres de la tarde, y no hay pedo”.
Florencio León Ángeles Torres, dueño de un taller de hojalatería y pintura en el centro del municipio, ha vivido 20 años ahí. Empezó a escuchar del robo de combustible hace menos de tres años. “Antes no se oía, y creo que está creciendo y es cada vez peor”.
Sonriente, añade que otro negocio ilícito que abunda es el cobro de piso: “Alguien que viene a poner un negocio aquí en Tlahuelilpan, lo vienen a cobrar. O simplemente a los comerciantes les dicen: ‘¿Sabe qué? Ése ya no va a vender aquí’. Y no siendo del municipio”.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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