3 oct 2022

El Cabo Gil en sus propias palabras/Jorge Fernández

  El Cabo Gil en sus propias palabras/Jorge Fernández Menéndez

Columna Razones

Exclesior..., 3 de octubre de 2022

Para Valeria, por su inteligencia y voluntad

para superar obstáculos.



¿Usted daría fe a las palabras de un sicario, asesino confeso, jefe de plaza de un cártel del narcotráfico que en cuatro declaraciones ministeriales a lo largo de cinco años ha presentado cuatro versiones diferentes de unos mismos hechos y que cuando se convirtió en testigo protegido recordó súbitamente nombres, seudónimos, señas particulares, descripciones físicas, incluso de personajes que nunca conoció? Bueno, la fiscalía especial del caso Ayotzinapa no sólo le cree a Gildardo López Astudillo, apodado en Guerreros Unidos El Cabo Gil y por la fiscalía especial el testigo protegido Juan, sino que, además, ha convertido el suyo en el testimonio con base en el cual están detenidos distintos exfuncionarios y militares.

Como me dijo la semana pasada el general José Rodríguez Pérez cuando lo entrevisté en la prisión militar del Campo militar 1, ahora resulta que la palabra de un sicario confeso, autor del crimen de los jóvenes de Ayotzinapa, vale más que la de un general con 44 años de servicio, con una hoja de servicio impecable y que nunca había tenido denuncias por corrupción o violación de derechos humanos. Para la fiscalía especializada fue sencillo: era la palabra de Gildardo o la del general, por supuesto aceptaron la de El Cabo Gil.

Tuvimos acceso a las cuatro declaraciones ministeriales de Gildardo Gómez Astudillo, realizadas en tres diferentes momentos de 2015 y la última, ya en libertad y como testigo protegido de la fiscalía en 2020. Las cuatro son diferentes, incluso radicalmente, pero en la cuarta, ya como testigo protegido, da unas versiones y descripciones absolutamente inverosímiles y contradictorias con sus otras tres declaraciones. Pude ver en estas páginas una descripción mucho más amplia de las mismas, pero lo que más me sorprendió es que en la primera y la tercera niega terminantemente ser miembro de Guerreros Unidos, pero en la segunda y en la cuarta lo acepta ampliamente, dice que fue jefe de plaza, pero también sólo acompañante, ni siquiera escolta y que no operaba con el grupo (¿usted conoce algún jefe de plaza del narcotráfico que no “opere” para el grupo para el que trabaja, que le pagaba, dice, dos mil dólares semanales?). Recuerda repentinamente, como decíamos, nombres y apellidos de decenas de personas, incluso de personajes que no conocía, involucra al general Saavedra y al después general Rodríguez Pérez porque le dijeron que se comunicaron con un general de apellido Saavedra y, en otro momento, a un coronel Rodríguez (no los conoce, el testimonio es de oídas pero los describe físicamente al detalle). Mete con fórceps a Omar García Harfuch, sin que venga al caso, como contacto de los narcos con la Policía Federal, cuando está plenamente comprobado que García Harfuch para esas fechas ni siquiera trabajaba en Guerrero: estaba comisionado en Nueva Italia, Michoacán.

Denuncia a Iñaki Blanco, el fiscal del estado, que asegura que trabajaba para El Güero Mugres, pero para esas fechas Iñaki Blanco ya había detenido a toda la policía municipal y a varios sicarios que, dice El Cabo Gil, y según esta declaración, estaban de acuerdo con él. Asegura que hasta el 3 y 4 de octubre, camiones, del Ejército y de sicarios, en forma conjunta, llevaron restos de los estudiantes y sicarios muertos al basurero de Cocula. Para esa fecha, Iguala estaba tomada por medios, ONG, funcionarios, policías y tropas. Un movimiento de sicarios y camiones del Ejército, además operando en forma conjunta y de esa magnitud, sería inverosímil.

Me sorprende que en toda la declaración de Gildardo López Astudillo, en la cuarta de agosto del 2020, no haya ninguna réplica de la fiscalía, ninguna pregunta ante todas sus afirmaciones, no le vuelven a repreguntar nada ni a indagar más sobre sus declaraciones, como si ya todo estuviera preparado. Y luego resulta que en esa declaración casi todo termina siendo responsabilidad de un narcotraficante llamado El Güero Mugres, un oscuro personaje que controlaba, dice El Cabo Gil, nada menos que el Ejército, la PGR, la fiscalía, los ministerios públicos, la policía de investigación y la policía fiscal. Todo ese poder simplemente en las manos de un solo hombre de un grupo criminal local. En su segunda declaración, cinco años antes, en 2015, El Cabo Gil decía que El Güero Mugres sólo era un operador que manejaba la policía municipal, ahora se convierte en un personaje con un enorme poder.

La verdad, tiene lógica, porque El Güero Mugres fue ejecutado en el 2017. Nada puede alegar ante esas acusaciones. No hay nada como un culpable que ya está muerto o desaparecido (es algo así como aquel diputado Muñoz Rocha supuestamente responsable del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu en 1994, que desde entonces está desparecido y nunca más se ha vuelto a saber nada de él). Esas declaraciones del Cabo Gil son, simplemente, declaraciones a modo, hechas, como él mismo reconoce, con el afán de convertirse en testigo protegido y recuperar la libertad. Y lo logró.

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