11 nov 2022

EE. UU. esquivó una flecha/ Thomas L. Friedman

 EE. UU. esquivó una flecha/ Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre temas internacionales. Autor de siete libros, incluido From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award.

The New York Times, Viernes, 11/Nov/2022;

Puedes aplazar la mudanza a Canadá. Puedes abstenerte de llamar a la Embajada de Nueva Zelanda para preguntar cómo hacerte ciudadano del país.

Las elecciones del martes en Estados Unidos fueron la prueba más importante desde la Guerra de Secesión para determinar si el motor de nuestro sistema constitucional —nuestra capacidad para el traspaso pacífico y legítimo del poder— permanece intacto. Y parece haberla superado, un poco maltrecho, pero bien.

No estoy ni mucho menos preparado para anunciar que el peligro ya ha pasado, para afirmar que ningún político estadounidense volverá a tener la tentación de postularse con una campaña basada en el negacionismo electoral. Pero, dado el insólito nivel de enaltecimiento del negacionismo electoral alcanzado en estas elecciones de mitad de mandato, y el batacazo que se han llevado varios imitadores de Trump, figuras de cabeza hueca que centraron sus campañas en el negacionismo, es posible que hayamos esquivado una de las mayores flechas dirigidas al corazón de nuestra democracia.

Sin duda, podría haber otra flecha apuntada hacia nosotros en cualquier momento, pero el conjunto del sistema electoral estadounidense —en los estados demócratas y en los estados republicanos— ha parecido funcionar de modo admirable, casi ignorando los dos últimos años de controversia, para reducirla a lo que siempre fue: la vergonzosa elucubración de un hombre y de sus aduladores e imitadores más desvergonzados. Dada la amenaza que representaron los negacionistas trumpistas para la aceptación y la legitimidad de nuestras elecciones, esto significa mucho (y esperemos que dure hasta el último recuento en Arizona).

No podría llegar en mejor momento, cuando los dirigentes de Rusia y China han manipulado sus sistemas para atrincherarse en el poder más allá de los plazos establecidos para sus mandatos.

Uno de sus argumentos frente a sus ciudadanos fue señalar cosas como el 6 de enero de 2021, la insurrección en Estados Unidos y el aparente caos de nuestras elecciones para decirles a sus ciudadanos: “Así es la democracia. ¿Es eso lo que quieren aquí?”.

De hecho, en mayo, en el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Academia Naval de Estados Unidos, el presidente Biden contó lo que le dijo el presidente de China, Xi Jinping, al felicitarlo en 2020 por su victoria electoral: “Dijo que las democracias no se pueden sostener en el siglo XXI, que las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Las cosas están cambiando muy rápidamente. Las democracias requieren consenso, y eso lleva tiempo, y no se tiene el tiempo”.

Por esa razón, tanto Xi Jinping como el presidente de Rusia, Vladimir Putin —y el líder supremo en Irán, que ahora se enfrenta a la rebelión encabezada por las mujeres iraníes— también perdieron el martes por la noche. Porque, cuanto más salvaje e inestable sea nuestra política, menos capaces somos de traspasar pacíficamente el poder y más fácil les resulta a ellos justificar que nunca se haga.

Sin embargo, aunque el negacionismo electoral como mensaje ganador se llevó un varapalo esta semana, ninguna de las cosas que siguen carcomiendo los cimientos de la democracia estadounidense —e impidiéndonos sacar adelante las cosas importantes y difíciles— ha desaparecido.

Hablo de cómo nuestro sistema de elecciones primarias, la manipulación de circunscripciones electorales llamada gerrymandering y las redes sociales han confluido para envenenar continuamente nuestro diálogo nacional, polarizar continuamente nuestra sociedad en tribus políticas y erosionar continuamente los dos pilares gemelos de nuestra democracia: la verdad y la confianza.

Sin ser capaces de ponernos de acuerdo en qué es verdad, no sabemos por dónde ir. Y, sin ser capaces de confiar unos en otros, no podemos dirigirnos allí juntos. Y todas las cosas grandes y difíciles necesitan que las hagamos juntos.

Así que nuestros enemigos harían bien en no darnos por muertos, pero mejor haríamos nosotros en no extraer la conclusión de que, como hemos evitado lo peor, hemos asegurado lo mejor de cara al futuro.

No todo va bien.

Salimos tan divididos de estas elecciones como entramos en ellas. Pero, en la medida en que el “tsunami rojo” no se manifestó —en especial en los estados pendulares, como Pensilvania, donde John Fetterman obtuvo un escaño en el Senado frente al Dr. Oz, el candidato respaldado por Trump; y en distritos pendulares como uno en el centro de Virginia, donde fue reelegida la representante demócrata, Abigail Spanberger, con la consiguiente derrota de otro candidato avalado por Trump—, fue porque un número suficiente de republicanos y demócratas independientes y moderados acudieron a las urnas para dar la ventaja a Fetterman y Spanberger.

“Sigue habiendo un grupo visible de votantes centristas que, cuando se les da una opción válida —no en todas partes, y no siempre, sino en algunos distritos clave—, se hacen valer”, me dijo Don Baer, director de comunicación de la Casa Blanca de Clinton. “Creo que sigue habiendo muchos votantes que dicen: ‘Queremos un centro viable, donde podamos averiguar cómo hacer cosas que de verdad puedan ayudar a las personas, aunque no sea de forma perfecta, o todas a la vez. No queremos que todas las elecciones tengan que ser existenciales’”.

El reto, añadió Baer, es: “¿Cómo llevar a escala ese sentir, y lograr que funcione en Washington con regularidad?”.

Yo no lo sé, pero, si estas elecciones son una señal de que, al menos, estamos alejándonos del abismo, es porque aún hay un número suficiente de estadounidenses en este campo independiente o centrista que no quieren seguir abundando en las quejas, las mentiras y las fantasías de Donald Trump, conscientes de que están llevando a la locura al Partido Republicano y enturbiando el país entero. Tampoco quieren verse esposados por los agentes del orden concienciado o woke de la extrema izquierda, y les aterra que se extienda el tipo de violencia política enfermiza que acaba de visitar al marido de Nancy Pelosi.

Tenemos una gran deuda, por mantener vivo este centro, con los representantes republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger y la representante demócrata Elaine Luria. Los tres ayudaron a iniciar la investigación sobre el 6 de enero en el Congreso y, en consecuencia, acabaron expulsados de su cargo. Pero el mensaje que el comité envió a los suficientes votantes —que nunca, jamás de los jamases, debemos dejar que vuelva a suceder algo como esto— contribuyó sin duda a la ausencia de la ola pro-Trump en estas elecciones de mitad de mandato.

En resumen: no nos ha salido un certificado médico perfecto. Nos ha salido el diagnóstico de que nuestros glóbulos blancos políticos hicieron lo justo para repeler la infección con metástasis que amenazaba con matar el conjunto de nuestro sistema electoral. Pero esa infección sigue ahí, y por eso el médico nos aconsejó: “Mantén conductas sanas, recupera fuerzas y vuelve dentro de 24 meses a hacerte otro examen”.


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