19 ene 2008

Guerrilleros y terroristas


Insurgencia y terrorismos.
Ponencia de Leonard Weinberg, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Nevada, EE UU, impartida con motivo de las II Jornadas Internacionales de Terrorismo tituladas “Causas y Consecuencias del Terrorismo”, celebradas los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2006, en el Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón
Publicado por la fundación Manuel Jiménez Abad. http://www.fundacionmgimenezabad.es/ (foto del profesor Weinberg).
El objeto de este artículo es la relación entre el terrorismo político y las insurgencias armadas en los primeros años del siglo XXI. Lo escribo con los combates de Irak en mente, pero con la idea de que la lucha por el dominio en ese país pueda ser ilustrativa de otras guerras internas que los Estados Unidos y sus aliados tengan que afrontar en un futuro próximo.
Empecemos por intentar clarificar dos términos clave: guerra de guerrillas y terrorismo. Tanto la guerra de guerrillas como el terrorismo se consideran normalmente como sub tipos de una categoría más amplia que normalmente se denomina guerra no convencional o guerra asimétrica, es decir, conflictos armados llevados a cabo por irregulares con armas ligeras contra un enemigo más poderoso, fuerzas armadas de un estado o las de un extranjero ocupante; en otras palabras, la “guerra de la pulga”. Más allá de estos elementos en común, muchos análisis insisten en una diferencia fundamental: las guerrillas están normalmente organizadas como un ejército irregular que combate las fuerzas de seguridad del estado (o de un ocupante extranjero). Las guerrillas suelen tener un gran número de partidarios y frecuentemente realizan ataques contra puestos avanzados mal defendidos de la autoridad gubernamental. El objetivo de las guerrillas es la liberación o la conquista del territorio y el establecimiento de un gobierno alternativo al que tiene el control nominal de la capital del país. Los terroristas, por otra parte, atacan a civiles o a no combatientes (por ejemplo, a mujeres y niños) con el objetivo de enviar un mensaje a, y para modificar el comportamiento de, un público mucho mayor. Las guerrillas persiguen ocupar territorio como la forma de derrotar a un enemigo. Los terroristas pretender crear un impacto psicológico. Las guerrillas normalmente operan en el campo, mientras que los terroristas llevan a cabo sus operaciones en la ciudad con el fin de no estar nunca lejos de las cámaras de televisión [1].
¿Cuál es la diferencia entre terrorismo y guerra de guerrillas? La literatura nos ofrece normalmente tres respuestas. Primero, hay una respuesta que procede de la tradición marxista-leninista. Según esta concepción, el terrorismo representa la primera fase de agitación/propaganda de una prolongada lucha revolucionaria. Los revolucionarios realizan acciones ejemplares como el asesinato o el secuestro de funcionarios públicos, figuras religiosas, banqueros prominentes, hombres de negocios y representantes de gobiernos extranjeros como un medio para captar la atención del público que pretenden impresionar. Una vez conseguido un cierto grado de publicidad, los revolucionarios son capaces de pasar a operaciones más serias mediante el comienzo de una campaña de guerrillas contra objetivos policiales y militares seleccionados. A medida que progresa esta campaña, los revolucionarios son capaces de crear “zonas liberadas” en las que no operan ya las autoridades nominales, y comienzan a desempeñar por sí mismos una serie de tareas gubernamentales [2].
Un segundo modo de ver la relación entre terrorismo y guerrilla es no considerar esas tácticas como independientes la una de la otra. Se pueden considerar no como tácticas complementarias sino como medios alternativos de conseguir el mismo o parecidos objetivos: revolución, liberación nacional, separatismo. Los intentos, recientemente finalizados, de Tierra Vasca y Libertad (ETA) en España y del Ejército Republicano Irlandés Provisional (IRA) en el Reino Unido de conseguir sus objetivos separatistas recurren al terrorismo pero no a la guerra de guerrillas. Se puede decir lo mismo de las operaciones de varios grupos palestinos relacionados con la OLP durante los años setenta y posteriormente. Por el contrario, la revolución de Mao Tse-tung en China se realizó en gran parte mediante el uso de tácticas de guerrilla como las enunciadas anteriormente. Este mismo patrón se repitió en todas las luchas revolucionarias y de liberación nacional en el Tercer Mundo durante las décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial. Latinoamérica, especialmente después del éxito de Castro en Cuba en 1959, registró numerosas luchas guerrilleras, la mayoría de las cuales no tuvo éxito (los Sandinistas en Nicaragua fueron una excepción notable, aunque de corta duración). En el África subsahariana las guerrillas protagonizaron actos de insurrección frente a las potencias colonizadoras europeas, por ejemplo, los portugueses en Angola y Mozambique, así como contra los regímenes que sucedieron a la retirada de estos últimos [3].
Existe aún una tercera forma de afrontar la relación entre la guerra de guerrillas y el terrorismo en términos de causa y efecto. En Guatemala, El Salvador y otros países latinoamericanos durante los setenta y los ochenta, las actividades de una guerrilla revolucionaria supusieron la causa cuyos efectos fueron las campañas terroristas llevadas a cabo por los “escuadrones de la muerte” contra particulares, y a veces pueblos enteros, que se creía que simpatizaban con los objetivos de las guerrillas. Así, en 1979, el arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, fue asesinado por disparos dentro de su propia iglesia por seguidores derechistas de Roberto D’Aubuisson, un oficial militar retirado. El arzobispo Romero cometió el error de expresar su simpatía hacia el objetivo de la reforma agraria [4].
En Latinoamérica, de forma más general, los “escuadrones de la muerte” o “clubes de caza” anticomunistas, han estado típicamente compuestos por policías fuera de servicio, por militares con ropa de civil, o por civiles a sueldo de ricos terratenientes para proteger sus intereses frente a las depredaciones de las bandas guerrilleras y de los grupos de organizaciones terroristas. En cualquier caso, el objetivo ha sido enviar un mensaje a todos los que pudieran simpatizar con la causa del cambio revolucionario.
Estas distinciones entre terrorismo, guerra de guerrillas y represión de los “escuadrones de la muerte” están conceptualmente claras, pero desafortunadamente no tienen en cuenta los conflictos no convencionales en los que las tres tácticas aparecen simultáneamente con frecuencia. En la historia reciente aparece un buen número de casos en los que se da este fenómeno. Por ejemplo, se considera generalmente que la revolución cubana de 1959 se desarrolló casi exclusivamente por medio de guerra de guerrillas en el medio rural. Castro, al fin al cabo, consideraba que “las ciudades eran la tumba de la revolución”. Sin embargo, esto no fue completamente cierto en la lucha de su movimiento revolucionario contra el dictador cubano Fulgencio Batista. La Habana fue el escenario de una intensa campaña de colocación terrorista de bombas en los años previos a que Castro condujera a sus “barbudos” desde la Sierra Maestra a la capital de Cuba. Se pueden encontrar ejemplos más recientes por doquier en Latinoamérica.
El movimiento Sendero Luminoso en Perú y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en Colombia se consideran normalmente como organizaciones terroristas por el Departamento de Estado de los EE.UU., la Rand Corporation y demás organizaciones que realizan bases de datos con el propósito de analizar las actividades terroristas a escala mundial. De hecho, tanto Sendero Luminoso como las FARC, sean cuales sean las acciones que llevan a cabo en Lima y en Bogotá, también realizan guerra de guerrillas en las zonas rurales de sus países. El fenómeno no es tampoco exclusivo de Latinoamérica. En el Oriente Medio, Hezbollah es considerada ampliamente como una organización terrorista debido a la campaña de secuestros y a los atentados suicidas que sus “mártires” cometieron contra objetivos israelíes y occidentales durante los años ochenta. No obstante, si nos preguntásemos qué fue lo que llevó al gobierno de Ehud Barak a retirar del Líbano las tropas de Israel en el año 2000, la respuesta haría inevitablemente referencia a las tácticas de ataque por sorpresa y a los artefactos explosivos improvisados que los combatientes de Hezbollah empleaban contra las patrullas militares israelíes y contra sus aliados del Ejército del Sur del Líbano en los años anteriores a la retirada. Las operaciones de Hezbollah pertenecían claramente más a un esquema de guerra de guerrillas que a terrorismo, al menos durante esta fase de sus operaciones.
Esto nos conduce al Sudeste Asiático y al caso o varios casos de Vietnam. La insurrección del Viet Minh contra la dominación francesa (1946 – 1953) y la prolongada lucha del Viet Cong (y de sus aliados norvietnamitas) para expulsar a los estadounidenses y eliminar al gobierno independiente de Vietnam del Sur (1961 – 1975) se consideran ampliamente como casos clásicos de guerra de guerrillas con éxito [5]. Ambos conflictos comenzaron por una fase de agitación/propaganda que supuso, entre otros aspectos, el asesinato de funcionarios locales. Posteriormente, la mayor parte de los enfrentamientos se produjo en las junglas, los campos de arroz y en las remotas montañas, lejos de los principales centros de población de Vietnam. En ambos casos los responsables, la administración colonial francesa y el gobierno de Saigón, fueron derrotados cuando el Viet Minh y el Viet Cong (en realidad el Ejército de Vietnam del Norte) fueron capaces de desplegar ejércitos convencionales y de conquistar terreno a sus enemigos en batallas en toda regla. El papel del terrorismo fue determinante durante la parte inicial del conflicto. Stanley Karnow, por ejemplo, nos ofrece esta descripción de Saigón en 1946:
“ … Al atardecer, los terroristas de Binh Xuyen conducidos por los agentes del Viet Minh se escabulleron por entre … los soldados que supuestamente vigilaban el distrito. Rompiendo puertas y ventanas, irrumpieron en los dormitorios y masacraron a ciento cincuenta civiles franceses y euroasiáticos, incluyendo mujeres y niños. Arrastraron a cien o más como rehenes, mutilando a muchos antes de su liberación posterior [6].”
Tras la salida de los franceses y el establecimiento de un gobierno independiente en Vietnam del Sur, un especialista estadounidense en el Sudeste Asiático hizo esta observación: “Bernard Fall cuenta que volvió a Vietnam en 1957, dos años después de terminar la guerra, y todo el mundo le decía que la situación estaba bien. Sin embargo, le llamó la atención la aparición en la prensa de muchas esquelas de jefes locales que habían sido asesinados por ‘elementos desconocidos’ o por ‘bandidos’. Tras investigar, descubrió que estos ataques se concentraban en determinadas áreas y que había un claro propósito detrás de ellos [7].”
Estas acciones iniciales no suponían en ningún caso el final de la violencia terrorista, mientras que tanto el Viet Minh como el Viet Cong pasaban a otras fases más avanzadas en su lucha insurgente. En ambos casos, los ataques terroristas fueron una parte inseparable de sus operaciones desde el principio hasta el final. El Viet Minh realizó acciones terroristas durante casi toda la duración del conflicto. En Hanoi, Saigón y otras ciudades vietnamitas colocaron bombas o las arrojaron sobre bares, restaurantes, cafés, teatros, hoteles y burdeles que se sabía frecuentaban los civiles franceses o el personal militar fuera de servicio. En los pueblos, los miembros de la administración colonial francesa, los maestros y las personalidades locales sospechosas de colaboración con los franceses, fueron objeto de asesinato por parte de los miembros del Viet Minh, normalmente durante la noche para aumentar el nivel de miedo y de inquietud. El Viet Minh tampoco fue el único autor. Diversos grupos autóctonos, como organizaciones religiosas o bandas criminales con diferentes agendas políticas y vendettas que perpetrar llevaron asimismo a cabo acciones terroristas en las principales ciudades. La novela de Graham Greene “El americano tranquilo” capta esta atmósfera de presagio en el Saigón de comienzos de los cincuenta. Hubo miles de asesinados de esta manera antes de la salida de Francia en 1954 [8].
El terrorismo del Viet Cong fue aún más significativo. No se dispone datos recogidos sistemáticamente para las fases iniciales del conflicto, 1960-1965. En cualquier caso, la Misión Estadounidense en Vietnam estimó que hubo alrededor de 9700 asesinatos en este periodo. La cifra, que aparentemente puede ser inferior a la realidad, incluye el asesinato de muchos civiles survietnamitas, como por ejemplo niñas escolares, sacerdotes católicos, empleados de clubes sociales, sin ninguna relación obvia con el gobierno de Saigón. La llegada de estadounidenses en cantidades significativas los convirtió en objetivos atractivos para las acciones terroristas. Por ejemplo, en febrero de 1964 fueron asesinados tres estadounidenses y 32 más resultaron heridos, la mayoría de ellos familiares de militares y funcionarios, cuando los terroristas colocaron una bomba en el cine Kinh Do de Saigón [9].A partir de 1966, la División de Seguridad Pública de la Misión de EE.UU. en Saigón recopiló sistemáticamente los datos de las actividades terroristas del Viet Cong. Recojo los resultados en la Tabla 1.
Tabla 1: Informe de la Misión de los EE.UU. sobre los asesinatos y secuestros del Viet Cong, 1966-1969
Cargos del gobierno: 1153 asesinados y 664 secuestrados.
Empleados del gobierno: 1863 asesinados y 381 secuestrados.
Población general: 18031 asesinados y 24962 secuestrados.
Total: 43938
[Fuente: Steven Hosmer, “Viet Cong Repression and Its Implications for the Future” (Lexington MA: Heath Lexington Books, 1970) p. 44]
Puede que los estudiosos discutan sobre si las acciones contra cargos y empleados del gobierno fueron en realidad terrorismo o guerra de guerrillas, sin embargo, la gran mayoría de los asesinatos y de los secuestros que el Viet Cong realizó durante estos años, los cometió contra civiles. La magnitud de la campaña terrorista del Viet Cong (VC) quedó eclipsada por el combate a gran escala entre las fuerzas estadounidenses y survietnamitas contra sus enemigos del VC y norvietnamitas. Sin embargo, si se comparan las cifras de civiles vietnamitas asesinados y secuestrados por el VC con el número de muertos causado por los diferentes grupos de Europa Occidental –ETA, IRA Provisional, Fracción del Ejército Rojo, Brigadas Rojas, etc.- durante sus diferentes campañas, este último es muy inferior. Más aún, el terrorismo del VC bien puede haber jugado un papel en el convencimiento de la población estadounidense de que la Guerra de Vietnam no se podía ganar. La invasión del complejo de la Embajada de EE.UU. en el centro de Saigón por miembros del VC durante la ofensiva del Tet de enero de 1968 (el objetivo era asesinar al embajador estadounidense Elsworth Bunker) se retransmitió por televisión a lo largo y ancho de los EE.UU. Millones de estadounidenses pudieron comprobar cuán precaria era la situación. El VC había logrado “propaganda por la acción”.
La salida de los estadounidenses de Vietnam y el siguiente colapso del gobierno de Vietnam del Sur en 1975 nos lleva a plantear importantes preguntas: ¿Funciona el terrorismo? Y si lo hace, ¿en qué condiciones? Los intentos de contestar estas preguntas han planteado acalorados debates entre los cada vez más numerosos analistas del terrorismo.
Max Abrahams resume los puntos de vista de los que enfatizan la efectividad del terrorismo.
“Los escritores sostienen cada vez más que el terrorismo es una estrategia coercitiva efectiva. En su best-seller de 2002, Why Terrorism Works (“Por qué funciona el terrorismo”), Alan Dershowitz argumenta que los logros de los palestinos desde comienzos de los setenta muestran que el terrorismo ‘funciona’ y que por tanto es ‘una elección completamente racional para alcanzar un objetivo político’. Recientemente David Lake adaptó el modelo racionalista de negociación de James Fearon para decir que el terrorismo es una táctica ‘racional y estratégica’ porque permite a los terroristas alcanzar un superior nivel en una negociación incrementando sus capacidades frente a las de sus países objetivo … Según Scott Atran, los grupos terroristas ‘generalmente’ consiguen sus objetivos políticos. Como muestra, apunta que Hezbollah, grupo terrorista chiíta basado en Líbano, forzó a los Estados Unidos y a Francia a retirarse del Líbano en 1984 y que en 1990 los Tigres Tamiles de Sri Lanka arrebataron el control de las zonas tamiles al gobierno dominado por los cingaleses [10].”
Robert Pape adopta una posición más matizada. En su análisis sobre el terrorismo suicida, ampliamente discutido, Pape llega a la conclusión de que las campañas terroristas funcionan cuando los intereses vitales de los países objetivo están fuera de cuestión. Los estadounidenses y los franceses se retiraron del Líbano porque su presencia en ese país no respondía a ningún interés de vital importancia. Los israelíes, por otra parte, no abandonaron Cisjordania a pesar de la enorme oleada de atentados suicidas perpetrados por Hamas, la Jihad Islámica y otros grupos palestinos durante la intimada de al-Aqsa porque su gobierno consideraba su ocupación continuada como de vital interés [11].
Abrahams responde a la pregunta fundamental referente a la “eficacia estratégica” del terrorismo examinando las trayectorias de 28 organizaciones terroristas extranjeras identificadas por el Departamento de Estado de los EE.UU. desde 2001 [12]. ¿Consiguieron sus objetivos estratégicos tal y como estaban definidos por los propios grupos terroristas? Abrahams observa que en la gran mayoría de los casos los grupos terroristas no pudieron conseguir lo que decían pretender. Cuatro grupos, observa, consiguieron lograr un éxito limitado: Hamas y la Jihad Islámica ayudaron a convencer a los israelíes para su abandono de la Franja de Gaza; al-Qaeda, según la opinión de Abrahams, ha contribuido a reducir la presencia estadounidense en el Golfo Pérsico y las FARC han obtenido el control de bastante territorio en Colombia. Abrahams considera que los Tigres Tamiles han conseguido en Sri Lanka un éxito parcial al establecer una zona autónoma en la parte norte del país.
En los otros 23 casos, los grupos terroristas no consiguieron ningún éxito en absoluto. Este fracaso general de los terroristas en conseguir sus pretensiones conduce a Abrahams a la conclusión de que el terrorismo es una táctica ineficaz. ¿Por qué? Abrahams responde de este modo: “Los países no creen que sus poblaciones civiles sean atacadas porque el grupo terrorista esté protestando contra condiciones externas desfavorables como la ocupación de su territorio o la pobreza. En cambio, los países objetivo deducen los objetivos de los grupos terroristas de las consecuencias a corto plazo del terrorismo: la muerte de civiles inocentes, el terror generalizado, la pérdida de confianza en el gobierno como ente protector…[13].”
Por culpa de los ataques terroristas sobre civiles los gobiernos perciben o malinterpretan que los objetivos de los grupos terroristas son “existenciales”, según la terminología de los israelíes: Los objetivos de los grupos terroristas no se limitan a la indemnización por reivindicaciones específicas, sino que incluyen la propia destrucción del estado o del orden social y político existente.
Si esta es la percepción, de ella se deduce que los gobiernos emplearán cualesquiera medios a su alcance para conseguir la derrota de los terroristas, ya que serán inútiles los intentos de negociación y compromiso. Dado que en la mayoría de los casos los recursos a disposición de los estados exceden con mucho a los que los terroristas tienen acceso, los estados ganan, al menos en la mayoría de los casos. ¿Cómo podemos entonces explicar esos casos en los que los estados no ganan?
El mismo Abrahams nos proporciona una respuesta parcial. En dos de los cuatro casos que cita como de éxito terrorista limitado o parcial, los grupos FARC y Tigres Tamiles, son relativamente grandes y emplean una combinación de guerra de guerrillas y terrorismo en su lucha contra los gobiernos de Bogotá y de Colombo. Las FARC y los Tigres Tamiles son insurgentes armados, no sólo bandas terroristas. En el caso de la Jihad Islámica y Hamas forzando a los israelíes a retirarse de la Franja de Gaza, deberíamos destacar que sus operaciones terroristas fueron parte de un levantamiento popular más general contra la presencia israelí, que capturó la atención de millones de personas a lo largo y ancho del mundo musulmán.
El terrorismo como táctica puede que no sea en sí mismo eficaz para lograr los objetivos estratégicos de los grupos, a diferencia de algún fin a corto plazo (forzar la retirada de Beirut de los estadounidenses y de los franceses en 1983). Sin embargo, las campañas terroristas llevadas a cabo conjuntamente con otras tácticas puede que sean un medio muy eficaz para que las organizaciones implicadas logren sus pretensiones. El Viet Minh y el Viet Cong son ejemplos de ello.
La situación en Irak es realmente más complicada que los conflictos por el destino de Vietnam de hace tres o cuatro décadas. La lucha entre las organizaciones opuestas sunitas, chiítas y kurdas no tiene mucho en común con la lucha en el Sudeste Asiático. Las diferencias religiosas, budistas contra católicos, jugaron un papel en Vietnam, pero nada en comparación con su papel en la actual lucha en Irak. No había nada parecido en Vietnam del Sur al dominio del partido Baas en el gobierno de Bagdad. Tampoco había equivalentes vietnamitas a Sadam Hussein o a al-Qaeda.
Aún así, parece que hay algunos puntos en común. Tanto en el caso vietnamita como en el iraquí, las potencias occidentales, estadounidenses y franceses, intentaron crear y mantener gobiernos que eran favorables a sus intereses. En ambos casos, las fuerzas armadas estadounidenses (y francesas) fueron empleadas durante algunos años para mantener a estos gobiernos en el poder. En Vietnam y ahora en Irak, los administradores en Washington, primero los del gobierno de Nixon y ahora los de Bush, intentaron no implicarse en la lucha promoviendo fuerzas militares locales para continuar los combates al tiempo que las fuerzas estadounidenses se retiraban lentamente. En ambos casos, las fuerzas insurgentes nacionales recibieron el apoyo de potencias exteriores. Los norvietnamitas y la Unión Soviética aportaron una asistencia fundamental al Viet Cong (de hecho, los primeros desempeñaron la mayor parte de la lucha después de la ofensiva del Tet en 1968). En Irak, según la mayoría de los informes, los grupos chiítas están recibiendo ayuda de los iraníes. Y las organizaciones sunitas, más tenebrosas, han recibido la ayuda de “guerreros santos” que entran a Irak provenientes de Siria, Arabia Saudita y Jordania. Al-Qaeda, que después de todo es una organización internacional, ha hecho de la derrota y humillación de los estadounidenses en Irak una de sus mayores prioridades [14].
¿Qué papel hay para el terrorismo y la guerra de guerrillas en la lucha de Irak? El 16 de julio de 2003, pocos meses después de la captura de Bagdad por fuerzas estadounidenses, su comandante, el General John Abizaid apuntó el resurgimiento de los combates declarando que el enemigo había adoptado una campaña “de guerrilla clásica” contra la ocupación estadounidense de Irak [15]. Quizás era así cuando lo decía el General Abizaid, pero los desarrollos posteriores sugieren que la lucha en Irak ha incorporado no solamente actividades de “guerrilla clásica”, sino también terrorismo y represión de “escuadrones de la muerte” de tipo latinoamericano. De hecho, actualmente estas tácticas se están utilizando simultáneamente por los varios contendientes por el poder.
Si distinguimos entre terrorismo y tácticas de guerrilla según los objetivos, no combatientes los del primero y elementos armados los de las guerrillas, Irak presenta un escenario mixto. La tabla 2 muestra la frecuencia de ataques suicidas según objetivo entre 2003 y el primer semestre de 2006. Las frecuencias apuntan que los ataques suicidas, normalmente considerados como un medio esencialmente propio de la violencia terrorista, han estado distribuidos entre objetivos combatientes y no combatientes.
Tabla 2: Distribución por objetivos de los ataques suicidas en Irak, 2003-2006
Turistas y otros: 7
Personal diplomático y del gobierno: 53
Militares: 56
Policía : 183
Civiles : 132
[Fuente: Base de datos sobre el Terrorismo, Centro de Estudios de la Seguridad Nacional, Universidad de Haifa]
Si consideramos las fuerzas militares y policiales como combatientes entonces, consideradas conjuntamente, fueron los objetivos más frecuentes de las “operaciones de martirio”.
Si las tácticas de guerra de guerrilla suponen no sólo ataques de las fuerzas irregulares sobre objetivos policiales y militares, sino también la conquista de territorio, la observación del General Abizaid parece seguir siendo cierta o parcialmente cierta. Partes de la provincia de Anbar en el Irak occidental han caído bajo el control de grupos sunitas intermitentemente. Las ciudades de Faluya y Ramadi han demostrado ser excepcionalmente difíciles de controlar por las fuerzas estadounidenses [16]. En realidad, las esperanzas de al-Qaeda en Irak pasan por transformar partes del país en zonas bajo su control, aparentemente para establecer campos de entrenamiento comparables a los que poseía en Afganistán antes de la derrota de los talibanes en el otoño de 2001.
Para reafirmar lo que es obvio para prácticamente todo el mundo, la lucha por el destino de Irak ha supuesto un enorme volumen de violencia terrorista. La Tabla 3 muestra la distribución de ataques terroristas mortales (es decir, la muerte de no combatientes tal y como los define el Centro Nacional contra el Terrorismo -NCTC-), a escala mundial en 2005.
Tabla 3: Los quince países con mayor número de muertes en 2005
País: Número de muertes
Irak : 8.299
India : 1.357
Colombia: 810
Afganistán: 682
Tailandia : 500
Nepal : 462
Pakistán : 388
Rusia : 237
Sudán : 157
Congo: 149
Filipinas: 144
Sri Lanka: 130
Argelia : 114
Chad : 109
Uganda: 109
Total = 13 597
[Fuente: Informe NCTC sobre la incidencia del terrorismo en 2005, p. xix]
Las cifras indican que Irak sufrió más muertes relacionadas con el terrorismo que los otros países más afectados en su conjunto. Los ciudadanos estadounidenses (no combatientes) sumaron 47 de las víctimas mortales por causa del terrorismo en Irak en 2005 (menos del uno por ciento). La mayor parte de las víctimas eran y son iraquíes. Sin embargo, expresado de un modo diferente, los 47 muertos en Irak suponen el 83 por ciento de los 56 estadounidenses asesinados como consecuencia de ataques terroristas en todo el mundo en ese año. Si descontamos las muertes en Irak, la amenaza directa del terrorismo a los estadounidenses resultaría mucho menos preocupante de lo que parece, al menos en 2005.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, aparecieron en varios países latinoamericanos los “escuadrones de la muerte” derechistas. Por ejemplo, Argentina tenía la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), Brasil el CCC (Comando de Caza Comunista), Uruguay el Club de Caza Tupamaro y, a pesar de su tamaño relativamente pequeño, Guatemala tenía por lo menos tres “escuadrones de la muerte”: El Ejército Anticomunista, la Rosa Roja y la Mano Blanca que, considerados en su conjunto, fueron responsables de la muerte de miles de personas sospechosas de estar implicadas en actividades izquierdistas o incluso de simpatizar con su causa.
En la ex-Yugoslavia los escuadrones de la muerte serbios perpetraron asesinatos en masa de musulmanes en Bosnia, a veces actuando como auxiliares del ejército serbo-bosnio durante los primeros años noventa. “Arkan”, un líder de banda y criminal internacional y su banda de “Tigres” se llevaron la mayor parte de la publicidad, aunque en absoluto eran los únicos. Las “Águilas Blancas” y otros varios grupos paramilitares serbios participaron también en la masacre de mujeres y niños musulmanes indefensos [17].
La actividad de los escuadrones de la muerte está ahora jugando un papel cada vez más significativo en la lucha por Irak. Las organizaciones chiítas, el Ejército de Mahdi (junto con sus diversas facciones) y las Brigadas Badr, organizados en su origen con el fin de la expulsión de los estadounidenses, están ahora desempeñando operaciones de “limpieza étnica” en Bagdad y en otras ciudades [18]. Los sunitas que aparentemente se encuentran en el lugar y momento equivocados son sacados de las calles, torturados y posteriormente ejecutados de diferentes formas, extraordinariamente espantosas. Por sus relaciones con el nuevo gobierno dominado por los chiítas (y evidentemente también con el gobierno de Irán) tanto el Ejército de Mahdi como las Brigadas Badr presentan cierto parecido con los “escuadrones de la muerte” latinoamericanos de los años setenta. (La utilización de policías fuera de servicio y de miembros del ejército para realizar los secuestros y los asesinatos resulta familiar). Por otra parte, los últimos tienden a asesinar personas sospechosas de creer o de comportarse de determinada manera. Los “escuadrones de la muerte” chiítas en Irak se acercan a sus predecesores balcánicos debido a la mayor naturaleza indiscriminada de sus asesinatos y de los placeres sádicos con los que aparentemente los acompañan.
Las guerras internas de las insurgencias desde Afganistán y Nepal hasta Somalia y Sudán, junto con varios otros países de Asia Central, del Sur y del Sudeste, el Oriente Medio y el África subsahariana, parece que están adoptando características similares. Como en Vietnam y en Irak, conflictos muy diferentes en otros aspectos ahora parecen incorporar tácticas de guerra de guerrillas (rural y urbana), terrorismo y represión de “escuadrones de la muerte” de diferentes formas. Además, los métodos de lucha que prueban su eficiencia en algunos lugares se adoptan para su uso general. La lucha actual en Afganistán entre los talibanes y los defensores nacionales e internacionales del gobierno de Karzai incorpora en estos momentos atentados suicidas y otros tipos de actividad terrorista (basados en la experiencia de Irak) en Kabul otras ciudades afganas, tácticas que se usan conjuntamente con lo que inicialmente era una campaña de guerra de guerrillas. Las reacciones armadas de los EE.UU. y de la OTAN a estos métodos parece que tienen el siguiente efecto:
“El aumento en las bajas de civiles debidas a las operaciones militares occidentales y a las tácticas de los insurgentes, junto con el lentísimo proceso de desarrollo, ha causado un fuerte resentimiento contra los occidentales y el gobierno de Karzai … Esta nueva hostilidad hace más difícil el trabajo a cualquiera relacionado con el gobierno o con la comunidad internacional, ya que los insurgentes están poniendo cada vez más su punto de mira en los ciudadanos afganos que trabajan para ONG internacionales, la OTAN y las operaciones de los EE.UU. dentro del país [19]”
El autor continúa escribiendo que Afganistán es “como Irak a fuego lento”. Si esta observación es cierta, ¡puede ser que por vez primera en la historia de los Estados Unidos se esté en vías de perder dos guerras simultáneamente!
Si estamos dispuestos a asumir que las guerras internas en los países del Tercer Mundo presentan y presentarán, ahora y en el futuro, una combinación de las tácticas que acabamos de describir, ¿cuál es el papel que pueden o deben jugar los Estados Unidos en estos conflictos? Existe literatura, que parece de utilidad, que trata de explicar por qué los países “fuertes” (en términos de población, extensión, capacidad industrial y tamaño de sus fuerzas armadas) con frecuencia pierden contra países “débiles” [20].
Un aspecto es la motivación. Los “débiles” bien pueden ganar a los “fuertes” porque están más fuertemente motivados por el resultado de la lucha. Si la parte débil contempla el resultado como un asunto de vida o muerte, mientras que su poderoso enemigo sólo tiene un interés limitado en el resultado, este último puede escoger la opción de abandonar cuando el coste de los sucesivos compromisos comience a exceder el de cualesquiera beneficios que se puedan conseguir.
Las democracias “fuertes” pueden sufrir problemas adicionales. Dada su sensibilidad hacia las preferencias de los votantes, las democracias fuertes pueden estar de algún modo menos dispuestas a sufrir graves bajas que sus equivalentes autoritarios. Sea cierto o no, las decisiones de las administraciones Reagan y Clinton de retirarse de Beirut y Mogadiscio tras la muerte de militares estadounidenses llevaron a Osama bin-Laden a la creencia de que los Estados Unidos eran un tigre de papel. (Una retirada de los Estados Unidos de Irak vendría a confirmar el juicio del jefe de los terroristas.)
Las democracias no son sólo sensibles a las opiniones de los votantes en los diferentes puntos del ciclo electoral, también tienen que tratar el problema de la sensibilidad moral de las élites. La democracia estadounidense, la británica y otras democracias “fuertes” tienen cantidades significativas de élites religiosas y seculares con un alto nivel de educación en las iglesias, escuelas, universidades y en los medios de comunicación, que coinciden con los movimientos de protesta antibelicistas cuando las noticias muestran a sus fuerzas armadas produciendo bajas en civiles o no combatientes durante sus operaciones contra el enemigo “débil”. En una especie de movimiento de ju jitsu (el débil usa la fuerza del fuerte para su propio beneficio), los movimientos contra la guerra o pacifistas pueden ser utilizados por la parte “débil” para representarse a sí misma con éxito como la víctima de una agresión por parte del fuerte, en especial cuando estos mensajes están acompañados por noticias de indiferencia por parte de la parte fuerte hacia el sufrimiento de civiles [21]. Si los que toman las decisiones en el país “fuerte” quieren persistir en la lucha, deben estar preparados para batirse en una guerra de propaganda por la causa de la moral en su propio territorio contra los portavoces de los movimientos anti guerra.
De forma más general, hay que considerar la moral de los “débiles”. Las diferentes culturas contemplan la guerra de diferentes maneras. Los cuerpos militares occidentales abordan la guerra con “soldados”; personas entrenadas en modos de conducta determinados y que se supone que actúan de acuerdo con ciertos estándares profesionales. A veces, estos soldados occidentales, por ejemplo los de los países de la OTAN, se enfrentan a “guerreros” de clanes tradicionales, tribus y comunidades locales que actúan según otros códigos de conducta. Por ejemplo, “… Las sociedades tradicionales no poseen ejércitos permanentes en el sentido occidental. Más bien, todos los hombres de la tribu, clan o grupo comunal aprenden a luchar de cierta forma a partir de una edad dada según normas sociales y tradicionales… [22]”. Con frecuencia los miembros de las sociedades tradicionales contemplan la guerra como parte de su forma de vida, una parte normal del ciclo vital colectivo más que como una función especializada desempeñada por profesionales entrenados especialmente. En Somalia, Afganistán, Irak o Chechenia, la lucha basada en la tribu o en el clan es casi siempre irregular, prolongada en el tiempo y comportando formas no convencionales de combate.
De hecho, según Arreguin-Toft, cuando los “guerreros” de las sociedades basadas en tribus o clanes intentan derrotar a los ejércitos occidentales a la manera de estos últimos es cuando pueden perder. Cuando los “guerreros” de las sociedades tradicionales emplean medios militares de ataque y defensa convencional contra fuerzas occidentales que emplean las mismas tácticas, es muy probable que pierdan. Por otra parte, las probabilidades de victoria de los “guerreros” aumentan drásticamente cuando se enfrentan a las fuerzas militares occidentales con una combinación de tácticas: guerra de guerrillas y lo que Arreguin-Toft denomina “barbarismo” (es decir, el ataque deliberado a no combatientes para conseguir un objetivo militar o político). Si las organizaciones militares occidentales pretenden dominar en escenarios de este tipo, estarán tentadas de adoptar la táctica del “barbarismo” como medio para minar la voluntad de resistencia de sus enemigos. Es posible que la tentación sea extraordinariamente fuerte cuando la distinción entre los “guerreros” y la población civil del enemigo esté lejos de ser clara.
Cuando los estadounidenses y otras fuerzas occidentales adoptan el “barbarismo” como táctica, ya sea intencionadamente o por accidente en el calor de la batalla, los resultados conducen probablemente a la propia derrota. En el caso de Irak, estos resultados incluyen la forja de más terroristas de los que había al principio del conflicto [23]. (La experiencia israelí en el sur del Líbano podría ser también aportada como ejemplo.) El resultado incluye asimismo el alejamiento de la población local, cuyo apoyo es prácticamente esencial para la derrota del enemigo y el estímulo de la oposición popular a los combates en los países occidentales cuando aparecen en los medios de comunicación noticias de “barbarismo”, difundidas ahora a escala global.
Algunas conclusiones: El terrorismo como táctica puede no ser eficaz cuando se emplea exclusivamente. La larga lista de grupos terroristas tanto políticos como nacionalistas de Europa Occidental y América Latina, hoy desactivados, se pueden aportar como prueba. Por otro lado, cuando el terrorismo se utiliza conjuntamente con la guerra de guerrillas y otros medios de acoso a las autoridades locales y a las fuerzas de ocupación extranjeras, parece tener mucho más éxito. El contraste queda ilustrado por el informe Abrahams sobre los fracasos de los grupos terroristas (ver más arriba) y los datos de Arreguin-Toft que muestran el creciente éxito de la parte “débil”, derrotando a la parte “fuerte” en conflictos armados de las últimas décadas.
Las desventajas del “fuerte”, señaladas anteriormente, junto con la combinación de tácticas no convencionales utilizadas cada vez con más frecuencia por los “débiles”, suponen obstáculos formidables en la forma en la que las fuerzas estadounidenses, occidentales, o de estilo occidental han de afrontar los conflictos arraigados en los enormes problemas de los países del Tercer Mundo de las próximas décadas. Puede que la participación directa de los Estados Unidos y de otras potencias occidentales en estos conflictos sólo sea adecuada cuando haya algún interés vital en juego. Cuando el interés sea importante, pero no vital, es posible que sea más conveniente la intervención indirecta, de un modo o de otro.
Zaragoza, 30 de noviembre de 2006.
Notas:
1.- Consultar, por ejemplo, Louise Richardson, What Terrorists Want (New York: Random House, 2006) pp. 6-7
2.- Consultar, por ejemplo, Brian Crozier, The Rebels (Boston MA: Beacon Press, 1960) y Harry Eckstein (ed.), Internal War (New York: The Free Press, 1964)
3.- Se trata ampliamente en Walter Laqueur, Guerrilla (Boston MA: Little, Brown, 1976) pp. 239-282
4.- Consultar, por ejemplo, Tina Rosenberg, Children of Cain (New York: William Morrow, 1991) pp. 224-270
5.- Para una perspectiva histórica, consultar Sidney Karnow, Vietnam: A History (New York: Viking Press, 1983) esp. pp. 149-151, 279-281
6.- Karnow, p. 149
7.- Citado en Laqueur, p.271
8.- Consultar, Lycos, Viet Minh Strategy and Tactics, 1945-54 disponible en: http://members,lycos,co.uk/Indochine/vm/tiger.html
9.- Para más información, consultar Leonard Weinberg, “Suicide Terrorism for Secular Causes” en Ami Pedahzur (ed.), The Root Causes of Suicide Terrorism (London: Routledge, 2006) pp. 114-117
10.- Max Abrahams, “Why Terrorism Does Not Work”, en International Security 31:2 (Otoño 2006) pp. 44-45
11.- Robert Pape, Dying to Win (New York: Random House, 2005) pp. 75-76
12.- Abrahams, pp. 42-78 13.- Abrahams, p. 59
14.- Ver, por ejemplo, Abu Bakr Naji, The Management of Savagery. Se puede encontrar una traducción de este libro en: http://www.ctc.usma.edu/naji.asp
15.- Citado en John Tierney, Chasing Ghosts (Dulles, VI: Potomac Books, 2006) p. 1
16.- Para más información, consultar George Packer, The Assassins’ Gate (New York: Farrar, Strauss, Giroux, 2005) pp. 222-224
17.- Misha Glenny, The Fall of Yugoslavia (New York: Penguin Books, 1996) pp. 37-40
18.- Para más información, consultar Richard Shultz y Andrea Dew, Insurgents, Terrorists and Militias (New York: Colombia University Press, 2006) pp. 239-240
19.- Beth Ellen Cole y Kiya Bajpai, “Afghanistan Five Years Later” (United States Institute of Peace) p. 2
20.- Para un resumen, consultar Ivan Arreguin-Toft, How the Weak Win Wars (New York: Cambridge University Press, 2005) pp, 23-47
21.- Para más información, consultar Gil Merom, How Democracies Lose Small Wars (New York: Cambridge University Press, 2003) ad passim 22.- Shultz and Dew, p. 262
23.- Consultar, por ejemplo, Daniel Benjamin y Steven Simon, The Next Attack (New York: Henry Holt, 2005) pp. 175-193.

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