20 ene 2008

La opinión de Ricardo Alemán

Columna Itinerario Político/Ricardo Alemán
El Universal, 20 de enero de 2008;
Juan Camilo, lejos de ser el Santiago Creel del segundo gobierno azul
Va a la guerra como señuelo, más que como preferido para 2012
Dicen los viejos operadores políticos —que los hay de PRI, PAN y PRD— que una posición de secretario de Estado se consigue, en la mayoría de los casos, por una o más de las siguientes tres vías: una estrecha relación con el Presidente en turno, ser el mejor capacitado para el puesto o, sin mayores complicaciones, ser considerado un “político-factura”, es decir, aquel que representa el pago a un grupo político aliado al mandatario del que se trate.
Bajo estas definiciones, el de Juan Camilo Mouriño más bien parece un ejemplo de la primera premisa. ¿Por qué? Porque si revisamos con rigor llegaremos a la conclusión de que hasta antes de julio de 2006 el señor Mouriño era un perfecto desconocido. En efecto, se trata de un joven carismático, hábil e inteligente, pero su mayor o único mérito parece haber sido que se colocó como uno de los mejores amigos de Felipe Calderón.
¿Usted recuerda una iniciativa o lance político relevante del diputado local o del diputado federal Mouriño? ¿Recuerda alguien un puesto relevante que lo haya hecho acreedor de la experiencia que reclama la titularidad de Gobernación? Algo debe tener, dicen los escépticos y hasta uno que otro malqueriente.
Y sin duda que algo tiene el señor Mouriño como para que Felipe Calderón haya decidido —al parecer— seguir la misma ruta que transitó Vicente Fox respecto a la titularidad de la Secretaría de Gobernación. Sí, vale recordar que Fox colocó en esa estratégica posición a uno de sus hombres más cercanos, Santiago Creel, al que cuidó y estimuló para buscar la sucesión presidencial por el PAN. Hoy Felipe Calderón llevó al mismo cargo, la titularidad de Gobernación, a su amigo y estrecho colaborador, Juan Camilo Mouriño. Incluso desde la casa presidencial se estimula la especie de que Juan Camilo es algo así como el “delfín” presidencial de Felipe Calderón. Frente a esa realidad, vale una pregunta obligada: ¿por qué esa suerte de “acto reflejo” o hasta debilidad de lo más alto del poder? Nadie lo sabe.
En todo caso, lo que sí sabemos es que las preguntas debieran ser formuladas en otra dirección: ¿es Juan Camilo Mouriño el Santiago Creel del segundo gobierno consecutivo de los azules, o es que ya se le olvidó a Felipe Calderón que fue víctima de esa debilidad que muestran los huéspedes de Los Pinos, la de imponer a su sucesor y privilegiar a los amigos por sobre la experiencia y los resultados probados?
Engañar con la verdad
Sólo quienes no conozcan a Felipe Calderón pueden suponer que Mouriño es el Santiago Creel de la nueva administración; sólo los que ignoren el perfil pragmático y hasta autoritario del Presidente pueden creer que intenta construir, en la figura de Juan Camilo, a su sucesor para 2012. Y pueden aparecer signos de una fuerte contradicción entre lo que aquí planteamos y lo que estaría ocurriendo a partir del relevo en Gobernación, así como en otras dependencias federales. Pero existen señales claras de que Calderón mueve las piezas de su tablero, a partir de la prioridad de su gobierno y los resultados que le permitan mantener los niveles mínimos de gobernabilidad. Pero vamos por partes.
Todos saben que 2008 será un año clave para la administración de Calderón, si no es que la última oportunidad de concretar grandes reformas que permitan justificar la permanencia de los azules en el Poder Ejecutivo. En enero de 2009 las fuerzas políticas serán espacios intransitables, ya que estarán metidas en la renovación de la Cámara de Diputados federal. Y luego de 2009, la sucesión presidencial de 2012 estará en marcha.
Así, el Presidente tiene tres retos fundamentales a partir del naciente 2008. Primero, crear los puentes necesarios, las negociaciones y los acuerdos para impulsar la mayor cantidad de reformas. Segundo, ofrecer a los ojos de la ciudadanía y de los potenciales electores, resultados tangibles y creíbles sobre su gestión —a fin de apuntalar eso que los politólogos conocen como la gobernabilidad— que le permitan a su partido pelear por el electorado. Y tercero, colocar en línea las piezas para construir al o a los potenciales candidatos a las gubernaturas que se renovarán en los próximos años, además de uno o más potenciales candidatos presidenciales para 2012.
Y precisamente aquí es donde aparece el hilo fino del tablero que mueve Calderón. En pocas palabras, que para efectos políticos —es decir, para tejer una relación estable con el Congreso y avanzar en reformas posibles, y para preparar la elección de 2009—, el Presidente requería no sólo colaboradores de su estrecha confianza, como Mouriño y Ernesto Cordero, sino personajes que en el pecho porten el estandarte de “hombres del Presidente”, y hasta de potenciales presidenciables.
Un poco más claro: ¿cuál es la importancia de que los responsables de la gobernación interna y el desarrollo social porten el doble estandarte, “hombres del Presidente” y presidenciables? ¿Por qué desde Los Pinos, en una estrategia casi subliminal, se les puso la etiqueta de presidenciables a Cordero y a Mouriño? Por eso, porque se engaña con la verdad. Es decir, se hace creer a todos, sobre todo a los opositores, que los operadores del Presidente están en Gobernación, en la Sedesol y en el PAN —por cierto, al viejo estilo del PRI, el PAN de Germán Martínez prácticamente se convirtió en una secretaría de Estado—, y que esos mismos operadores son los potenciales precandidatos para 2012. ¿Para qué este último sello, el de presidenciables?
Para eso, para que sean tomados en cuenta a la hora de acordar, negociar y pactar, para que no les ocurra lo que le pasó a Francisco Ramírez Acuña, a quien no le hacían caso ni los intendentes de Gobernación. Y aquí aparece una pregunta fundamental: ¿a estas alturas se puede hablar de un “delfín” de Calderón para 2012? Por supuesto que no. Si bien el Presidente trabaja ya en moldear a un sucesor y un proceso sucesorio en su partido, lo más importante para él es que su gobierno sea visto como el de una gestión eficaz y de resultados tangibles, rentables electoralmente. Pero, al mismo tiempo, a Felipe Calderón no sólo le conviene, sino que le interesa jugar ese juego, el de la sucesión adelantada, porque cada potencial presidenciable de su gabinete se convierte en un ejecutor y negociador eficaz. Y con el tiempo se podría ganar su lugar como potencial presidenciable.
Un ejemplo claro de esa estrategia es la mitología que se creó en torno a Juan Camilo Mouriño, sobre todo en su paso de la Oficina de la Presidencia a Gobernación. Es decir, que cuando se le confirmó el estatus de presidenciable —a pesar de que está muy lejos siquiera de mostrar “espolones para gallo”—, se le reafirma como un interlocutor privilegiado del gobierno del presidente Calderón. Lo que le importa al Ejecutivo son los resultados. Pero si además el señor Mouriño sale airoso de la prueba, entonces podrá seguir en la pelea. De lo contrario, le pasará lo que le ocurrió a Francisco Ramírez Acuña. Será echado. Nadie puede negar que Calderón tiene amigos, pero también le interesa hacer un buen gobierno, y para eso los amigos no siempre son la mejor alternativa.
Guerra entre hermanos
Lo que queda claro es que al llevar a Mouriño a Gobernación y a Cordero a Desarrollo Social apenas al amanecer de su gobierno —con todos los riesgos e inconvenientes que ello representa, porque los expone a que sean “reventados” por las críticas opositoras o por errores propios—, el presidente Calderón actuó más como un estratega que como un amigo. Para Calderón es importante que los cambios se hagan en una etapa temprana, porque eso le permitirá contar con tiempo para corregir lo que se deba cambiar. Es decir, si Mouriño y Cordero fracasan, al terminar 2008 estarán fuera, y el Presidente pondrá en marcha otros movimientos en su tablero. Esto es, que si era y fue sacrificable su amigo y principal promotor como aspirante presidencial, Francisco Ramírez Acuña, también lo podrán ser los señores Mouriño y Cordero.
Pero existe una vertiente que pocos han visto y que también podría ser parte del juego político que se mueve en torno al Presidente. Nos referimos a las inevitables peleas intramuros, una vez que cada potencial presidenciable y su respectivo grupo delimite sus estrategias y objetivos. Y es que nadie podrá negar que conforme pase el tiempo del gobierno de Calderón, la prioridad de los presidenciables panistas dejará de ser la prioridad de su jefe y promotor, para convertirse en la prioridad de la aspiración sucesoria de cada secretario de Estado.
Y esto supone una guerra nada convencional y cargada de fuego amigo, de peleas internas y hasta de golpes bajos. El PAN es el partido en el poder, por segunda ocasión logró la hegemonía presidencial y el magnífico poder que dimana del control del Ejecutivo y de una buena porción del Legislativo, es fuente de todo tipo de disputas que conoce bien el presidente Calderón y a las que debió enfrentarse para ser candidato presidencial del PAN primero, y luego resultar ganador en la elección federal. ¿Cómo reaccionará el presidente Calderón, cuando alguno de sus secretarios de Estado muestre que está trabajando para su muy personal causa sucesoria? ¿Acaso reaccionará Calderón como Vicente Fox, que sancionó y persiguió al grupo político del propio Felipe Calderón? ¿Cómo va a impedir el Presidente las luchas intramuros de los secretarios de Estado y de otros potenciales panistas que pretendan ser parte del proceso sucesorio? El asunto no es menor.
PAN, otra secretaría
En respuesta a las anteriores interrogantes, debemos decir que la primera decisión de Felipe Calderón como Presidente fue precisamente lograr el control total de su partido —en manos de Manuel Espino, el más acabado representante de la ultraderecha y quien fue llevado a la dirigencia de los azules para impulsar la candidatura de Santiago Creel; aspiración que, como todos saben, al final de cuentas fue ganada por Calderón—, echar a la extrema derecha y mantener el control a través de uno de sus leales: Germán Martínez. La embestida del Presidente al PAN parece haber sido excesiva, al grado de que ningún candidato se atrevió a competir contra Martínez Cázares, el señalado por el Presidente para ocupar la presidencia de los azules.
Esa maniobra anuló los anticuerpos naturales del PAN, partido que quedó convertido en una nueva secretaría de Estado, al servicio del Presidente y jefaturada por uno de los hombres más cercanos a Felipe Calderón, Germán Martínez. En este caso —y más allá de la cercanía con el presidente Calderón—, el jefe nacional del PAN sí es un panista de tradición y prosapia, con una trayectoria que lo ha llevado incluso a una secretaría de Estado, a la jefatura del partido, al Congreso en más de una ocasión, a la representación partidista frente al IFE y a muchas otras posiciones que lo acercan a la trayectoria del propio Felipe Calderón. Pero además, Martínez Cázares es uno de los herederos de la memoria de Carlos Castillo Peraza.
Para decirlo rápido, y en respuesta a quienes quieren ver en Mouriño a un potencial “delfín” de Calderón, se puede decir que no existe punto de comparación entre Mouriño y Germán Martínez; ya no se diga entre el dirigente del PAN y el actual secretario de Desarrollo Social. ¿Qué va a pasar entre esos tres panistas, ya desde ahora, una vez que desde la propia casa presidencial se ha estimulado la especie de que vivimos una sucesión muy adelantada? ¿Quién va contener el fuego amigo, los golpes bajos? Según algunos estrategas de los azules, esa es precisamente la idea de Calderón, dejar que el juego natural de la política depure los territorios —en un juego dizque limpio—, del que saldrá un ganador. Pero estamos muy lejos de esa posibilidad. Por lo pronto, Calderón pone el acento en los resultados. Y aquel encargado de despacho que no dé resultados, simplemente se va.
La guerra a Mouriño
El pasado jueves en este espacio señalamos que existen serias dudas sobre la legalidad de la nacionalidad de origen de Juan Camilo Mouriño. Y no se trata de una postura contra los extranjeros nacionalizados mexicanos o que han adquirido la nacionalidad de origen. No, lo que pasa es que un grupo político trabaja en la recopilación de información respecto al nuevo responsable de Gobernación, y han encontrado verdaderas perlas que pudieran meter en un serio aprieto a Iván. Y no, el grupo político no es un partido y menos uno de izquierda, sino que se trata de una organización que dice tener elementos contundentes para demostrar que algunos de lo documentos oficiales que sustentan la nacionalidad de origen de Mouriño no son de fiar. Es cuestión de tiempo, dicen.
Y mientras que eso ocurre, en otro flanco, el del crimen organizado y el narcotráfico, los cárteles parecen dispuestos a darle la bienvenida al señor Mouriño. El mayor enfrentamiento que se recuerde entre policías y narcos se produjo precisamente, como “novatada” al nuevo titular de Gobernación, en la violenta Tijuana.
aleman2@prodigy.net.mx

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