9 nov 2009

La guerra fallida

No era para tanto.../RODRIGO VERA
Revista Proceso #, 1721, 25 de octubre de 2009
“Fracaso”, es el término con que dos excolaboradores de Vicente Fox, Jorge G. Castañeda y Rubén Aguilar –al igual que muchos analistas y actores políticos–, califican la guerra de Felipe Calderón contra los cárteles de la droga. En un libro que acaban de publicar en coautoría, El narco: la guerra fallida, el excanciller y el exvocero presidencial pretenden destruir las tesis con las que el mandatario justifica una estrategia que ha costado miles de muertos y, por lo demás, no se ha traducido en una disminución del narcotráfico. Mediante este recurso, refieren los autores a Proceso, Calderón buscó legitimarse tras su dudoso triunfo en 2006.
El presidente Felipe Calderón emprendió su sangrienta y costosa guerra contra el narcotráfico sólo con el fin de “legitimarse” en el poder, tras ver que resultó muy cuestionado su triunfo en las elecciones de 2006. Calculó que –para consolidarse en la Presidencia– bastaría con aplastar a los cárteles mexicanos de la droga mediante un combate “fácil”, “rápido” y de “bajo costo”.
Pero calculó mal… Con tres años de gobierno, y después de miles de muertos, Calderón no ha podido acabar con esas mafias ni tampoco con el consumo, venta y distribución de droga, puesto que el mercado en México “continúa estable”.
Hasta Vicente Fox, antecesor de Calderón en la Presidencia, acaba de pedirle públicamente que, ante su rotundo fracaso, mejor le ponga un alto a la masacre y regrese a los soldados a sus cuarteles, ya que el Ejército sólo “ha multiplicado” el problema.
Y para rematar, dos funcionarios de la administración foxista, el exvocero presidencial Rubén Aguilar y el excanciller Jorge G. Castañeda, acaban de publicar el libro El narco: la guerra fallida, que comenzó a circular en estos días y en el que rebaten, una a una, las tesis de Calderón con las que justifica su combate al narcotráfico.
Comenta Castañeda a Proceso:
“Después de salir muy cuestionado de las elecciones de 2006, Calderón emprendió su guerra para legitimarse. Alguien le vendió esa idea, que suponemos salió de su círculo de asesores en la materia, conformado entonces por Eduardo Medina Mora, Genaro García Luna y el general (Guillermo) Galván.”
–¿Y por qué justamente contra el narcotráfico?
–Le dijeron que sería una buena forma de legitimarse sin tener que golpear a los poderes fácticos lícitos, y que también sería una guerra fácil, rápida y de bajo costo. Partieron de la falsa idea de que los narcos son unos idiotas. Y no es así. Si fueran idiotas no serían ni ricos ni poderosos. Resultó, pues, una guerra dificilísima a la que no se le ve salida.
Lo secunda Rubén Aguilar:
“No sabemos si los malos cálculos de Calderón fueron por ingenuidad o por soberbia. Lo cierto es que no tomó en cuenta tres factores básicos para emprender esa aventura: contar con una fuerza apabullante para aniquilar al enemigo, definir claramente en qué consistiría la victoria y, por último, tener claridad en cómo iba a salir de su guerra.”
Ambos indican que los golpes para legitimarse son una constante de los últimos inquilinos de Los Pinos: Miguel de la Madrid arrestó a Jorge Díaz Serrano para afianzar su poder; Salinas de Gortari al líder petrolero, Joaquín Hernández Galicia; Zedillo a Raúl Salinas, y Vicente Fox quiso consolidarse al intentar negociar con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
“Sólo que, respecto a sus antecesores, hay una diferencia tremenda entre los costos sociales que ahora asumió Calderón. Sus intentos por legitimarse resultaron muy costosos y muy drásticos”, dice Aguilar.
Agrega Castañeda:
“La de Calderón es además una guerra optativa. Nadie se la impuso. El gobierno estadunidense no intervino ni lo presionó para realizarla.”
–¿No la justificaba ni la violencia social?
–Aquí debemos aclarar que, antes de que Calderón comenzara su guerra, a finales de 2006, el grueso de la población no padecía la violencia provocada por el narcotráfico. Padecía, eso sí, los robos o los asaltos de la delincuencia común. No debemos confundir, pues, este tipo de inseguridad con la provocada por el narco. Ésta última se disparó sólo a raíz de la guerra de Calderón, que aumentó a lo bruto el número de ejecuciones.
–¿Entonces no valía la pena combatir al narco, emprender toda esta guerra?
Rubén Aguilar contesta:
–¡No! No hay que confundir. Desde luego que hay que enfrentar el problema del narcotráfico; el Estado tiene la obligación de hacerlo. La cuestión reside en que Calderón implementó la estrategia errónea. Está demostrado que su vía punitiva y de confrontación no da resultados. El narcotráfico es un problema social, como lo es el alcohol, el tabaco o la prostitución. Siempre habrá consumidores y vendedores de drogas. Entonces enfrentemos el hecho no desde una perspectiva de seguridad, sino de salud pública, como lo está haciendo el gobierno estadunidense.
En su libro El narco: la guerra fallida, Aguilar y Castañeda pretenden desbaratar –basados en cifras y estadísticas– las justificaciones con las que el gobierno calderonista, a finales de 2006 y principios de 2007, sustentó su guerra: la violencia del narcotráfico, el alto consumo de drogas en México, la demanda estadunidense, el tráfico de armas proveniente de ese país o la penetración del narcotráfico en las esferas políticas mexicanas.
De entrada, el libro señala que “la ‘guerra’ que la presente administración decidió dar contra el narcotráfico no se puede justificar por un mayor consumo (el cual es inexistente) ni por la presión del narcomenudeo”.
Entre otras, da la siguiente estadística:
“Dentro del ámbito internacional, México se ubica en el rango de los países de bajo consumo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima una prevalencia mundial promedio de 4.2% para cualquier droga ilícita entre la población mayor de 15 años; en México el promedio es de 1.3%.”
Y respecto a la demanda en Estados Unidos, cubierta en gran medida por los cárteles mexicanos, señala categóricamente que “los estadunidenses seguirán consumiendo drogas y nunca darán la ‘guerra’ contra ellas”, como lo hace Calderón, cuya “estrategia punitiva está destinada al fracaso”.
Abunda:
“La estrategia de Estados Unidos y México para enfrentar el desafío de la venta y consumo de drogas es distinta. El gobierno norteamericano asume, cada vez más, que se trata de un problema social cuya solución depende, en buena medida, de las instituciones de salud pública. El gobierno mexicano lo enfoca como un problema de seguridad; hacerle frente corresponde a sus fuerzas militares y policiacas. La estrategia de Zedillo, Fox y Calderón ha sido la misma; lo que ha variado es la intensidad en su ejecución.”
De ahí que –dice el libro, editado por Punto de Lectura– en aquel país 15 estados han “legalizado” el uso médico de algunas drogas: Alaska, Arizona, California, Colorado, Hawai, Maine, Maryland, Míchigan, Montana, Nevada, Nuevo México, Oregon, Rhode Island, Vermont y Washington.
Señala que hasta el actual zar antidrogas estadunidense, Gil Kerlikowske, llamó a descontinuar el uso del anacrónico término “guerra contra las drogas”, acuñado durante la administración Nixon y que hoy retoma Calderón.
Añade el libro:
“Estados Unidos quiere que México libre la guerra y ponga los muertos, para no tener que hacerlo ellos. Pero la pregunta es: ¿quién tiene la razón: los hipócritas o los ilusos?”
Sobre la venta de armamento estadunidense a los cárteles mexicanos, el libro señala que el argumento de Calderón es el siguiente: “La violencia y la fuerza del narco disminuirían si Washington redujera la venta legal y la exportación ilegal de armas”.
Sin embargo, indica que el gobierno de ese país, por “convicciones filosóficas o constitucionales”, nunca ha estado dispuesto a evitar la proliferación de armas. También cuenta “la actitud beligerante de organizaciones ciudadanas que se oponen a cualquier control de ventas”. Es parte de una cultura que se refleja en los llamados Gun Shows. Y agrega que “el ingreso ilegal de armas de Estados Unidos a México es histórico, se remonta al siglo XIX”.
Y aun en el muy remoto caso de suprimir ese flujo, el narcotráfico puede recurrir, por ejemplo, “al contrabando de armas en Brasil, Paraguay, Argentina o Venezuela, y añadir a los cargamentos de coca una buena dotación de armas”. Tan sólo al mercado ilegal del mundo, según la ONU, ingresan anualmente unas 650 mil armas de todo tipo.
“No existe una asociación directa entre la indiscutible permisividad norteamericana, la frontera mexicana con Estados Unidos, y la violencia y poder del narcotráfico en México”, asevera el libro.
Otro argumento del gobierno para emprender su embestida contra el crimen organizado es “la pérdida de control, poder y vigencia del Estado en determinadas partes del territorio nacional, justo las características incipientes de un Estado fallido”.
En este punto, el “dilema” consiste en “determinar con precisión” si este fenómeno, que no es nuevo, se ha agudizado en los últimos años, “y si el hipotético incremento compensa el inmenso costo de la guerra”.
Ya en 1985, añade el libro, el entonces embajador de Estados Unidos, John Gavin, le mencionaba al presidente Miguel de la Madrid, pero sin ofrecer pruebas, que varios gobernadores y miembros de su gabinete estaban involucrados en el narcotráfico.
Hasta el momento, el único gobernador encarcelado por vínculos con el narco es Mario Villanueva Madrid, de Quintana Roo. Y ya siendo exgobernador de Jalisco, Flavio Romero de Velasco.
“Si nos referimos al gabinete presidencial, resulta tan difícil demostrar o probar que algunos de sus integrantes hayan sido cómplices, activos o pasivos, del crimen organizado como imaginar que ninguno lo haya sido”, dice el libro.
Reconoce que “en el ámbito local” el narcotráfico ha llegado a imponerse en algunas zonas, como en los ochenta sucedió con la zona de Ojinaga, controlada por Pablo Acosta. O últimamente con el municipio de San Pedro Garza García, según reveló su propio alcalde, Mauricio Fernández Garza.
“Esos arreglos y entendimientos siempre han existido y sin la menor duda siguen existiendo”. Lo importante, prosigue el libro, es que “no se eternicen, que abarquen ámbitos específicos y acotados, y que sean el resultado de un entendimiento tácito, nunca formalizado o verbalizado”. Este enfoque, aceptan los autores, les acarreará severas críticas.
Así, “resulta insostenible la tesis según la cual la captura de zonas de territorio nacional –la corrupción de las autoridades civiles, municipales, estatales y federales– es nueva o mayor que antes. Tampoco resiste la prueba el argumento según el cual ahora los capos son más violentos que antes”.
El exvocero presidencial y el excanciller también aseguran en su libro que, con su guerra, Calderón sólo atizó la violencia al meter al Ejército en el combate. Y por lo demás, afirman, el trasiego de drogas sigue igual:
“No existe ninguna razón para pensar que la producción mexicana de heroína y mariguana y el tránsito de cocaína por nuestro país hacia Estados Unidos hayan disminuido en estos tres años… el mercado lógicamente sigue estable.”
Presentan luego un panorama del mercado estadunidense de la mariguana, la cocaína, la heroína y las metanfetaminas, cuyo consumo y venta –aseguran– se mantiene en términos generales sin variaciones.
Por último, los autores proponen cinco alternativas para enfrentar el problema del narcotráfico:
La primera es “atacar los daños colaterales” que padece la sociedad –decapitados, balaceras, secuestros, atentados…–; ir despenalizando el consumo e implementar el enfoque de que se trata de un problema de “salud pública”; cabildear en Estados Unidos a favor de esta despenalización; construir una “policía nacional única” que reemplace a las policías municipales y estatales; y, por último, “sellar el istmo de Tehuantepec” para bloquear el trasiego proveniente del sur.
El 15 de agosto pasado –durante el Simposio Internacional del Trigo, realizado en Mazatlán–, Vicente Fox pidió al actual gobierno “regresar al Ejército cuanto antes a los cuarteles”. Y todavía el pasado 18 –en el marco de la reunión de la Red Europea de Ideas, celebrada en la ciudad de Viena, Austria–, el expresidente volvió a insistir:
“Usar al Ejército, usar la fuerza contra la fuerza, no ha resuelto el problema. Al contrario, lo ha multiplicado.”
Agregó:
“Hay que pensar en todas las alternativas. El presidente Calderón eligió una, que es la que se está siguiendo; la presencia del Ejército. Pero ya son tres años, y creo que es indispensable venir con nuevas ideas y nuevas estrategias.”
Señaló que “debe abrirse el debate sobre el consumo de drogas” y su posible regulación, como sucedió en Estados Unidos cuando se derogó la Ley Seca, erradicándose así la corrupción y el crimen que acompañaban a la venta ilegal del alcohol.
Aguilar y Castañeda aseguran que las declaraciones de Fox nada tienen que ver con la aparición de su libro, el cual comparte las mismas posturas. Puntualizan: no se trata de ninguna acción orquestada para oponerse a la lucha antinarco del actual gobierno ni tampoco para “exculpar” o “lavarle la cara” a Fox.
“En nuestro libro no hay ninguna intención de exculpar a ningún expresidente”, dicen.
–Sin embargo, causa suspicacias que los autores del libro sean precisamente quienes fueron el canciller y el vocero de Fox.
–¡Ah!, pero se le olvida que, antes de ser funcionarios, nosotros fuimos académicos, y ahora lo seguimos siendo. Tenemos una historia propia. El haber entrado a la política fue un accidente –dice Rubén Aguilar.
Entrevistados en el amplio departamento de Castañeda, aledaño al Bosque de Chapultepec, los autores indican que Fox no es el único expresidente opuesto públicamente a la guerra de Calderón, pues Zedillo también lo ha hecho.
“Fox sólo está repitiendo lo que oye en las conferencias internacionales a las que asiste. Seguramente en Viena –donde por cierto está la sede de las Naciones Unidas en control de drogas– escuchó esa idea y él la repitió. Pero nosotros ni siquiera hemos conversado con él sobre el tema”, dice Castañeda.
–¿Supo que estaban escribiendo el libro?
–No, ni siquiera se lo dijimos. Nuestra relación es de otro carácter. Yo tengo como siete meses que no lo veo. No conoce nada sobre el libro. Apenas se lo mandamos ayer a su rancho.
Amigos desde hace 30 años, Rubén y Jorge empezaron a planear el libro desde principios de 2007, tan pronto Calderón se enfrascó en su combate y ellos vieron que no tenía ningún futuro.
“El único objetivo de nuestro libro es informar y explicar. Y nos centramos en desmantelar las tesis del gobierno que justifican su guerra contra el narco. ¡Eso es todo!”, concluye Rubén Aguilar.

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