26 dic 2009

Barbarie y confusión

Columna SOBREAVISO/ René Delgado
Barbarie y confusión
Reforma, 26 diciembre 2009:
Si 2009 arrancó con la captura de El Pozolero del Teo que cocinó supuestamente a alrededor de 300 enemigos del Cártel de Tijuana, el año concluye -si algo más grave no ocurre en los días que restan- con el acribillamiento de la familia del tercer maestre de las Fuerzas Especiales de la Marina, Melquisedec Angulo, caído en la refriega donde fue abatido el capo Arturo El Barbas Beltrán Leyva. Fue una venganza que rompió con los códigos no escritos entre las fuerzas del orden y las fuerzas del desorden.
Principio y fin de un año marcado por la violencia, donde la barbarie criminal y su capacidad de reproducción y reacción repone la duda sobre la estrategia desarrollada por el gobierno frente al crimen organizado.
Si las armas de las Fuerzas Especiales de la Marina se cubrieron de gloria al acabar con aquel capo, la venganza cobrada en personas inocentes, ajenas al combate contra el crimen, hiela la sangre y obliga a preguntar si el balance de lo ocurrido durante los últimos tres no exige reconsiderar aquella estrategia.
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Una y otra vez se ha planteado esa interrogante al gobierno y la respuesta ha sido la reiteración de frases hechas que no informan ni explican cuanto está ocurriendo, que no rinden un auténtico parte de guerra.
El Estado no se rendirá, no dará un paso atrás, no cederá, no se amedrentará... lo cierto es que, después de tres años de creciente violencia, no se advierte la hora en que más allá de la estadística de detenidos, incautaciones y decomisos, el combate al crimen se traduzca en seguridad, paz y tranquilidad para los ciudadanos.
A esa realidad se agrega un asunto igualmente importante. El enfoque policial-militar dado al combate no garantiza el abatimiento de la criminalidad. Detrás de la acción militar no va la salud, la educación, el deporte, el empleo, el sano esparcimiento y la prevención del delito para verdaderamente recuperar y ocupar el territorio arrebatado al crimen. Se le echa a tiros y, en cuanto la fuerza de recuperación se va, regresa y, de ese modo, el combate es el cuento de nunca acabar.
No hay equilibrio entre la persecución y la prevención del crimen y, entonces, el esfuerzo no arroja el resultado deseable. No es un combate integral, considera sólo la parte militar-policial no la económica-social.
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Asimismo, es cada vez más difícil distinguir quién es el responsable del combate al crimen.
A menos que el presidente de la República quiera dejar en claro que es el comandante en jefe único y responsable del concepto, la estrategia y la operación, no está claro quién es la cabeza y sí, en cambio, se mantiene la impresión de una profunda falta de coordinación entre los cuerpos que actúan. Si ésa es la intención, es una pena. El jefe del Estado y del gobierno no puede reducir su acción y atención a un solo campo, menos cuando la circunstancia nacional exige abrir y atender otros frentes tan importantes como el criminal.
Si ésa no es la intención, debería esclarecerse quién es el jefe en ese combate. Por momentos se ha creído que el secretario de Seguridad Pública lo es, pero el grado de penetración del crimen en su fuerza policial más de una vez lo ha puesto en predicamentos como también en duda lo han puesto los constantes cambios en la idea de integrar una policía federal profesional.
Luego porque de la coadyuvancia el Ejército pasó a desempeñar el rol principal, se creyó que el jefe era el secretario de la Defensa. Pero, ahora, que las Fuerzas Especiales de la Marina han asestado, en tierra firme, el mayor golpe al Cártel de los Beltrán Leyva sin el apoyo -al menos público y manifiesto- del Ejército y la Policía Federal, no queda en claro cuál es su posicionamiento en el marco del combate. Asimismo, hay duda sobre quién desarrolla la inteligencia en el combate. ¿El Cisen, el Ejército, la Policía Federal, la Marina, la DEA? ¿Quién?
En ese marco, la obligada aparición en escena de Fernando Gómez Mont en Gobernación causó, primero, la impresión de que él sería non entre los pares pero esa idea se ha ido diluyendo. Así la incorporación de Jorge Tello Peón a la Oficina de la Presidencia generó una nueva expectativa pero, ahora, su función ha sido modificada y, entonces, la duda prevalece. Y del rol de la Procuraduría General de la República al menos durante la gestión de Eduardo Medina Mora ni qué decir: toda la segunda línea de mando quedó descabezada por su presunta complicidad con el crimen.
¿Quién es el responsable del combate?
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En ese marco tampoco queda claro cuál es el modelo policial que se pretende.
En el sexenio pasado, se planteó la Agencia Federal de Investigación como el modelo policial requerido: una policía de investigación basada en el trabajo de inteligencia, de información compartimentada y de adiestramiento especializado con objetivos claros y precisos. Sin embargo, en este sexenio se desmanteló la agencia y, de paso, se recortó el nombre de la Policía Federal Preventiva al de Policía Federal. Un concepto, de seguro, hubo detrás de esa decisión.
Así se entendió que se iba tras una sola Policía Nacional, pero no. Se quieren 32 policías estatales, ninguna municipal y una federal. Sin embargo, ahora se ha creado la Policía Federal Ministerial y se ha fortalecido a la Policía Fiscal y, entonces, cada vez es más difícil entender lo que se quiere.
En vía de que restablezca cuál es el modelo a construir, de nuevo están en el gobierno quienes 10 años atrás, cuando el secretario de Gobernación era Francisco Labastida y no existía la Secretaría de Seguridad Pública, conceptualizaron y desarrollaron el modelo de los servicios de inteligencia y de la Policía Federal Preventiva.
Sí, al gobierno calderonista se han reintegrado el almirante Wilfrido Robledo y los ingenieros Jorge Tello Peón y desde luego Genaro García Luna. Su regreso hace pensar que Francisco Labastida tuvo razón al integrarlos y dejarlos desarrollar aquellos modelos. Tuvo razón pero, como luego el foxismo desmanteló lo hecho y diseñó una nueva policía que ahora el calderonismo replantea, se perdieron 10 años. Si no es así, tanta entrada y salida de funcionarios, tanto ajuste y reajuste en la estructura pone en evidencia una terrible confusión.
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Tres años han transcurrido desde el inicio de los operativos militares que aún no arrojan el resultado prometido.
¿No es hora de reconsiderar la estrategia? Si no lo es, lo que sigue es más violencia... pero sin códigos de ningún tipo.

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