25 may 2011

Un diplomático rockero, a embajada de EU en México

Un diplomático rockero, a embajada de EU en México
Anthony Wayne, quien es el segundo hombre en importancia en la sede estadounidense en Afganistán, es definido como un político “dinámico y vertiginoso” y conocedor del periodismo
José Vales/ Corresponsal | El Universal
BUENOS AIRES.— Tal vez los integrantes de Maná o de Café Tacuba deberían a partir de ahora estar alertas cada vez que deban pasar por el blindado edificio de Paseo de la Reforma a tramitar una visa. No porque vayan a tener inconvenientes, sino porque serán recibidos por el mismísimo embajador.
Es una de las maneras más singulares que Earl Anthony Wayne, el designado embajador estadounidense en México, tiene para expresar una de sus grandes pasiones, el rock, cada vez que sus tareas profesionales, a las que vive en cuerpo y alma, le dan un respiro.
No fueron pocos los rockeros y los músicos o artistas que se sorprendían en la embajada estadounidense en Buenos Aires cada vez que iban a tramitar los papeles migratorios para alguna actuación en ese país. Desde Gustavo Ceratti y sus compañeros de Soda Stereo, o Mercedes Sosa, fueron recibidas por el entonces embajador que tuvo a su cargo la “titánica” tarea de sacar del congelador las relaciones con Argentina, después de la accidentada Cumbre de las Américas de 2005, en la que el ex presidente George W. Bush, fue vapuleado por los Kirchner y el venezolano Hugo Chávez.
Nacido en Concord, California, egresado de la Universidad de Berkeley, con una licenciatura en Administración de Empresas y con postgrados y maestrías en Harvard y Princeton, Tony como se lo conoce en el departamento de Estado, lleva la música en la sangre —gracias a su madre, cantante de ópera— al igual que la diplomacia a la que ingresó en 1975 como especialista en China.
Sus primeros destinos en el extranjero fueron Rabat y París, pero a medida que avanzaba su carrera se fue convirtiendo en uno de los profesionales más repuntados de la diplomacia estadounidense cuando, durante el gobierno de Ronald Reagan, este simpatizante demócrata se transformó en uno de los dos secretarios privados del entonces secretario de Estado Alexander Haig, cargo que ejerció con George Shultz, el reemplazante de Haig.
Llegó por primera vez a Argentina, en 1982, durante la accidentada mediación del entonces secretario de Estado en el conflicto de las islas Malvinas.
Ni desde que llegó por primera vez ni en julio de 2006 cuando llegó a ocupar la embajada en Argentina, sabía hablar español. Pero eso no fue un handicap para su gestión.
Sus colaboradores no pueden creer que lo haya aprendido en tres meses y 10 días. “Hablaba un español más que aceptable aunque con acentou gringou”, dice una colaboradora, durante sus tres años en Buenos Aires.
Antes de llegar como embajador en Argentina, Wayne se había desempeñado como secretario adjunto para Asuntos Económicos y Empresariales, desde 2000, donde fiscalizó la marcha de las finanzas internacionales y las distintas políticas de deuda, pero sobre todo, se especializó en la lucha contra la financiación del terrorismo y el blanqueo de capitales, cargo al que llegó después de tener a su responsabilidad, como jefe de la Dirección de Europa del Departamento de Estado, la organización de más de una decena de cumbres entre EU y la Unión Europea.
Sus dudas en cuanto a la diplomacia ya habían quedado atrás. Fue entre 1984 y 1987 cuando facilitó una licencia para darle rienda suelta a otra de sus rubros preferidos: el periodismo. Se desempeño en ese lapso como corresponsal diplomático para el The Christian Science Monitor, periódico para el que hasta no hace mucho seguía escribiendo algunos artículos.
Es su comprensión del periodismo, la que lo llevó, al llegar destinado a Buenos Aires, a fortalecer el departamento de Comunicación de la Embajada. “Aún cuando la relación bilateral era prácticamente inexistente, se enviaban decenas de boletines diarios”, recuerdan los periodistas que los recibían.
Mantuvo una política pocas veces vista en una embajada de EU para con la prensa. Al punto tal que hasta llegó a enviar una carta de felicitación cuando un corresponsal había obtenido un importante premio internacional.
 “Político, dinámico y vertiginoso”, así lo definen quienes trabajaron a su lado y de buen carácter, lo recuerdan aquellos que lo trataron.
Supo hacerse de contactos
Poco a poco supo granjearse el contacto de los ministros del gobierno de Néstor y de Cristina Kirchner, hasta llevar la relación a un punto de absoluta normalidad. Eso hasta que en 2007 el departamento de Justicia estadounidense, decidió interrogar a tres detenidos, implicados en el famoso vuelo de la maleta con 800 mil dólares entre Caracas y Buenos Aires. Dinero que según Washington fue enviado por el presidente venezolano Hugo Chávez para apoyar la candidatura de Cristina Kirchner, situación que ha sido negada por Argentina y Venezuela.
Desde entonces, el gobierno le cortó a Wayne todos los cables y lo alejó de cualquier posibilidad de entrevista.
Hasta entonces sólo había tenido un pleito con el ministro de Planificación Federal, Julio de Vido, cuando un fondo de inversión de su país, Ethon Park, se quedó afuera de una licitación para la construcción de una central eléctrica, junto a la local Transener, algo que volvió hace meses gracias a los archivos filtrados por WikiLeaks.
Hasta que se le cerraron todos los canales en la administración Kirchner, Wayne se había cansado de advertirle al jefe de gabinete, Alberto Fernández, que el gobierno debía controlar el problema del narcotráfico y en especial el contrabando de efedrina al extranjero, en especial a México, porque “la situación podría complicarse”. En el gobierno todos tuvieron ocasión de acordarse de aquellas revelaciones cuando en agosto de 2008 aparecieron asesinados tres empresarios vinculados a la venta ilegal de esa sustancia.
El día que se despidió de la prensa, al ser designado el segundo en la embajada de Afganistán, Wayne lloró de emoción. Se había encariñado con Argentina, la que logró conocer bastante, en sus recorridos por las provincias. No es de extrañar que además de compenetrarse con el rock mexicano, y al igual que cuando llegó a Argentina tener que lidiar con una relación que viene de diversos vaivenes, en su cada vez más fluido español, coloque a menudo la palabra “ahorita” y termine encariñándose con el país.

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