12 ene 2012

La respuesta de Arnaldo a Enrique Krauze

Retrospectiva
La respuesta de Arnaldo a Enrique Krauze
De un liberal de izquierda a otro de derecha/Arnaldo Córdoba:
Tomado de La Jornada, 5/08/2007;
En mi artículo sobre Octavio Paz y la izquierda dije que estimaba a Enrique Krauze porque siempre me había tratado con consideración y respeto. Pienso que él ha dejado de hacerlo en ocasión de su artículo "Almas puras", en Reforma (15/07/ 07). A Krauze, evidentemente, lo irritó mucho mi artículo. Y me temo que fue, sobre todo, porque dije que él es un intelectual de derecha, más que por lo que digo de Paz en sus relaciones con la izquierda.
Al asociarme con Andrés Manuel López Obrador, llamándonos en el título almas puras, siento que quiere ofender a alguno de los dos, o a los dos, y me queda claro que es porque los dos lo consideramos un pensador de derecha. En la entrada de su artículo dice que el libro de Andrés Manuel y mi artículo tienen semejanza. Extraño, porque yo no he leído el libro de López Obrador. Pero lo esencial es que no dice en qué está la semejanza, si bien, como lo acabo de decir, yo sí lo sé. Yo me voy a referir sólo a lo que él dice de mí.
Dice que es falso que Paz no haya querido discutir con la izquierda, como yo argumenté, y presenta dos testimonios: uno, su polémica con Adolfo Gilly y, dos, mi participación y la de connotados miembros de la izquierda en el encuentro de Vuelta en 1990. De Gilly sólo puedo decir que tuvo mucha suerte de ser amigo de Paz. Yo no tuve esa fortuna. Del encuentro, el que me parece que ha perdido la memoria es Krauze. No puedo hablar por Adolfo Sánchez Vázquez, Carlos Monsiváis y Rolando Cordera. Yo puedo decir que al aceptar la invitación de Krauze al encuentro no sabía en la trampa en la que me iban a meter. En la mesa que me tocó, y que fue la única a la que asistí, se pudo ver cómo querían Paz y Krauze que "participara" la izquierda en su reunión.
En mi intervención yo sólo pude decir, por un par de minutos, que ante el alud de críticas al socialismo yo me permitía llamar a que se considerara que el socialismo formaba parte de la cultura moderna, y que ésta no podía entenderse sin él. Octavio Paz me replicó (y consta en la publicación del encuentro): "¡Qué idea tan peregrina de Arnaldo Córdova esa de que el socialismo forma parte de la pintura moderna! ¡Es absurdo!" En aquella situación de verdad de locura, yo le pedí a Krauze, que moderaba la mesa, que me dejara replicar. No me dejó hablar, y todo mundo lo pudo ver en la televisión. Pablo Gómez lo señaló en un artículo en La Jornada. Ya al salir, Paz y Krauze iban un poco delante de mí, y oí decir a Krauze: "Octavio, Arnaldo no dijo que el socialismo formara parte de la pintura moderna". Paz le respondió: "¡Ah!, da lo mismo".
En un artículo que publiqué después, conté todo lo que había pasado en el encuentro. No sé por qué Krauze incluyó en la memoria de la reunión mi artículo. Tal vez fue por un pequeño sentimiento de culpa, que siempre le agradecí. El modo como trataron a Sánchez Vázquez fue por demás indigno. El participó en todo el encuentro y valientemente dijo sus opiniones. Rolando Cordera recordaba que "se dedicaron sólo a darle pamba a Sánchez Vázquez". Eso era lo que querían: un interlocutor solo, valiente, que nunca se calló, pero que fue un buen blanco de la elite derechista que Paz y Krauze reunieron en ese encuentro. Yo no sé cómo pudieron Paz y Krauze lamentarse porque después Héctor Aguilar Camín, que estaba en su guerra privada con el grupo de Vuelta, no los había invitado a su reunión de Nexos.
La autocrítica era un ejercicio típico de la izquierda comunista de los viejos tiempos. Yo nunca he entendido por qué Paz y los suyos exigían a la izquierda que hiciera la autocrítica por los crímenes que los dictadores comunistas habían cometido si ellos nunca fueron de izquierda. Krauze se escandaliza porque digo que es una estupidez y que no sé por qué carajos yo debería responder de ello. Lamenta mis malas maneras. Como decía mi inolvidable Gastón García Cantú: "En la derecha, la ordinariez siempre se adorna con las buenas maneras", si bien ahora los panistas en el poder ya no se acuerdan de ello. Mi "tono" entristece y desconcierta a Krauze, dice. Lo lamento, de verdad. A mí me desconcierta y me entristece que él responda a una crítica que sólo es una autodefensa con el enojo, la diatriba y la tergiversación de los hechos tal y como fueron.
A Krauze debo repetirle lo que ya le dije en mi artículo anterior: él no es el único liberal en México ni todos los liberales son de derecha como él. Yo también soy liberal, amo la libertad por sobre todas las cosas y lo he demostrado a lo largo de mi militancia política. Por supuesto, no es en lo único en que creo. Se equivoca Krauze cuando dice que lo llamo derechista por ser liberal. No. Como todos, él aprendió a ser liberal, no nació siéndolo. Lo que debería saber también es que ser liberal no denota ninguna posición política concreta: o se es de derecha o se es de izquierda o se es de centro (aunque, como decía el gran cineasta italiano Francesco Rossi, en el centro siempre está la derecha). Ser liberal no dice nada en sí mismo.
Aparte las ofensas que ya me prodiga en su artículo, quiso agraviarme de otra manera que tuvo muy al alcance. En mayo pasado Letras Libres publicó una hermosa nota de Luisa Puig, íntima amiga de mi esposa, en su memoria. Krauze sabe que yo estoy suscrito a la revista desde que empezó a publicarse. Lo que no sabe es que esa nota yo la conocí desde antes de que se publicara, porque Luisa se la pasó a los alumnos de mi esposa. Me quiso hacer sentir como un malagradecido y, al mismo tiempo, darme a conocer que con mi artículo lo había ofendido, y en una nota manuscrita, anexa a un ejemplar de la revista (que yo ya había recibido), me dice: "Quiero suponer que no viste esta nota, publicada en mayo". Eso para mí fue muy triste, y si era lo que Krauze se proponía, tuvo un éxito total.
Creo que Krauze pretende, al proclamarse liberal, que no se le identifique con ninguna posición política y que él es neutral frente a todas ellas. ¿Cómo podríamos considerar su insulto favorito y reiterado a López Obrador cuando lo llama "mesías tropical" o también "espíritu autoritario" o que es una especie de Torquemada que no consiente que otros disientan de él o, para rematar, "alma pura" que vive en el limbo de sus obsesiones ideológicas y de su ambición de poder? ¿Neutral? ¿Liberal? Dudo mucho que esas puedan ser llamadas buenas maneras. A mi amigo liberal debería recordarle que esta es una batalla de ideas, no de sentires y, menos aún, de pesares.
Arnaldo hace referencia a este texto de Krauze, publicado en Reforma el 15 de julio de 2007
Almas puras /Enrique Krauze
Tomado de Reforma, 15/07/2007;
En las semanas recientes recibí dos críticas publicadas por dos conspicuos personajes de la izquierda: Andrés Manuel López Obrador y Arnaldo Córdova. Por economía de espacio y por la semejanza entre ambos textos, he creído conveniente responderles en un solo artículo.
En un lugar de su especioso libro, AMLO me llama "tenaz defensor de la derecha" y denuncia que a lo largo de la campaña estuve "dedicado por entero a atacarlo". Le agradezco su atención singularizada, pero temo que su acusación lo retrata, una vez más, de cuerpo entero: para AMLO no hay más ruta que la suya, los críticos son enemigos y los enemigos representan necesariamente el "pensamiento y los intereses de 'la derecha'".
AMLO no rebate la caracterización que hice de él como un Mesías tropical. "En realidad -apunta- no es que yo sea mesiánico, lo que pasa es que Krauze es simpatizante de la derecha y un intelectual orgánico del PAN". Lo curioso es que, para probar mi "organicidad" panista, señala que "promoví" la biografía de Luis Terrazas, empresario y latifundista chihuahuense que fue nada menos que tatarabuelo de... ¡Santiago Creel! Para AMLO, la genealogía certifica la pureza o impureza ideológica de las personas, pero con esos mismos criterios le tengo malas noticias: la esposa de Terrazas era nieta de don Carlos María de Bustamante, el gran cronista de la Independencia, colaborador cercano de Morelos. Creel resulta entonces descendiente directo de un prócer, lo cual -supongo- atenúa mi "culpa" como editor y arroja dudas sobre mi supuesta filiación panista.
El argumento es risible, el tema de la pureza no lo es. AMLO insiste en la necesidad de una "verdadera purificación" de la vida nacional. Su frase, lo mismo que la fórmula "rayo de esperanza", provienen de "La crisis de México", célebre ensayo de Daniel Cosío Villegas publicado en 1946. Aunque AMLO pretende cobijarse bajo la autoridad de aquel gran historiador, no lo logra. Cuando un intelectual liberal como Cosío Villegas usaba esas palabras, la implicación no era revolucionaria, ideológica o religiosa, sino reformista. Un demócrata asume de antemano la impureza de la vida y por eso cree en el imperio de las leyes. No es ése el sentido con que AMLO utiliza la palabra "pureza" y sus derivaciones: él es un líder para quien el mundo se divide entre "puros" e "impuros", con la particularidad específicamente mesiánica de que es él quien decreta la diferencia. Llevada al poder, esa idea de pureza encarnada es el germen natural del autoritarismo, el reverso de la tolerancia democrática.
Me habría gustado responder a Córdova en La Jornada, donde publicó su texto. Por desgracia es imposible. Desde hace años ese órgano omite por sistema -sin derecho de réplica- casi toda noticia o mención sobre mí que no sea denigratoria.
En respuesta a mi artículo "Octavio Paz y la izquierda" (Reforma, 6 de mayo de 2007), Córdova cree refutarme sosteniendo que -salvo una polémica con Carlos Monsiváis- fue Paz y no la izquierda quien se rehusó a debatir los grandes temas de la historia contemporánea. Me temo que Córdova no leyó a Paz. En su obra crítica abundan los textos explícitamente dirigidos a la izquierda, varios memorables como la "Carta a Adolfo Gilly", que dio pie a una discusión sustancial. A estas aperturas de Paz, los sectores más influyentes de la izquierda respondieron -con excepciones como la mencionada- quemando su efigie en el Paseo de la Reforma o ejerciendo contra él la descalificación, la calumnia y el ninguneo. "Cuando Paz -agrega Córdova- se convirtió en estrella de televisión con sus magníficos y muy ilustrativos programas jamás abrió las puertas a una polémica como él decía que quería con la izquierda". Aquí Córdova miente o sufre una extraña falla de la memoria. Al "Encuentro Vuelta", que organizamos en 1990 para debatir sobre la situación mundial después de la caída del Muro de Berlín, acudieron varios exponentes respetados de la izquierda mexicana, entre ellos Adolfo Sánchez Vázquez, Rolando Cordera, Carlos Monsiváis, y... ¡el propio Córdova! Sus intervenciones constan en los videos y libros del Encuentro.
Paz pedía a la izquierda -y yo lo he reiterado- una autocrítica honesta y clara con respecto a los regímenes antiguos y presentes del socialismo real. Córdova se deslinda cómodamente, en un párrafo de antología: "[Krauze] no tiene por qué seguir exigiéndonos a todos que nos arrepintamos de lo que hicieron los dictadores comunistas. Eso es estúpido. Yo qué carajos tengo que ver con el muro de Berlín o con los campos del Gulag". Es increíble que un intelectual -de cualquier filiación- escriba así, mucho menos si es de izquierda. No se trata de un problema de culpa sino de responsabilidad intelectual, porque la historia de esos regímenes que actuaban en nombre del socialismo provocó el sufrimiento y la muerte de decenas de millones de personas. ¿Dónde están los textos o las protestas de Córdova sobre esos regímenes? No es preciso haber pertenecido a la Stasi para admitir la necesidad de la autocrítica, y ahora menos que nunca, porque muchos de los esquemas ideológicos y actitudes autoritarias que sustentaron a esos regímenes siguen vivos en sectores de la izquierda latinoamericana y mexicana. La satanización del pensamiento liberal es uno de ellos, y el propio Córdova lo representa al decir que soy de "derecha" porque soy liberal.
Hay finalmente, en el texto de Córdova, un tono que entristece y desconcierta. ¿Por qué un profesor universitario de su rango pierde a ese grado la compostura, la más elemental civilidad? Esa intemperancia es uno de los legados más preocupantes que dejó el "estilo personal" de López Obrador. Proviene de una torcida noción de superioridad moral, de pureza, que es el rasgo más antidemocrático de un sector considerable de nuestra izquierda. Lo señalo, como diría López Obrador, "con el debido respeto".
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Octavio Paz y la izquierda/Enrique Krauze
Reforma, 6 05/2007;
Sólo a Roger Bartra, esa ave rara en la izquierda mexicana, podía habérsele ocurrido convocar a un seminario para analizar el futuro de la izquierda y la democracia, visto no como un binomio armónico y natural sino como una relación difícil y, a menudo, contradictoria. El seminario tuvo lugar, a lo largo de varias semanas, en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. No es la primera vez que Bartra -sociólogo, antropólogo y ensayista, antiguo miembro del Partido Comunista y alguna vez director de El Machete- adopta posturas de sana y desconcertante heterodoxia. Un caso memorable en ese sentido fue su invitación a Octavio Paz para debatir sus ideas liberales con Luis Villoro, Carlos Monsiváis y el propio Bartra, en un acto que tuvo lugar en 1980, en el propio instituto (dominado entonces por el dogma marxista). Casi tres décadas después, el pasado 30 de abril, Bartra me invitó a cerrar el ciclo. Mi tema fue el "Desencuentro entre el liberalismo y la izquierda".
Para abordarlo, en lugar de un acercamiento teórico preferí un enfoque biográfico e hice referencia al desencuentro entre Octavio Paz y la izquierda. Cuando lo conocí (en 1976) Paz llevaba años de querer entablar un debate respetuoso, serio y profundo con la izquierda, o con las izquierdas, sobre los grandes temas: la URSS, China, Cuba, la herencia del socialismo, el sentido de la libertad, el papel del Estado, la idea de Revolución, etc... La posibilidad de ese diálogo fue, estoy seguro, una de sus obsesiones, de allí que la invitación de Bartra lo entusiasmara tanto. Pero esa golondrina no hizo verano. Tras aquel encuentro volvió el ninguneo, el insulto, la descalificación. No obstante, Paz siguió porfiando. La raíz de su insistencia era clara: como si se hablara a sí mismo -al joven que había sido en los años treinta- quería persuadir a los militantes sobre las equivocaciones conceptuales, las vastas lagunas de información y las graves complicidades morales en que incurrían. Con ese propósito, en 1990 concibió (junto con sus colaboradores) el "Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad". El resultado fue alentador en términos de público y lamentable como puente de comunicación. Un sector importante de la izquierda declaró que los participantes formábamos parte de la "internacional fascista".
Recuerdo la indignación de esos autores (Cornelius Castoriadis, Ferenc Fehér, Agnes Heller, Ivan Klíma, Leszek Kolakowski, Norman Manea, Adam Michnik, Czeslaw Milosz, Tatyana Tolstaya, Hugh Trevor-Roper, Daniel Bell e Irving Howe, entre otros) al enterarse de los ataques. Vale la pena transcribir una parte de su respuesta pública: "En la jerga estalinista, heredada por varias sectas de izquierda, todo el que luchó contra la esclavitud, la tortura, la censura y la tiranía, es automáticamente fascista. O sea: un fascista es aquel que luchó contra esos horrores en todas partes, en lugar de distinguir entre tortura de derecha y tortura de izquierda o entre esclavitud progresista o esclavitud reaccionaria. En esta lógica, a personas que fueron víctimas tanto del nazismo como del comunismo -éste es, precisamente, el caso de muchos de los participantes en el Encuentro Vuelta- se les ha llamado una y otra vez fascistas. Para todos esos estalinistas, maoístas, castristas, que lamentan con histeria el derrumbe de las tiranías comunistas, fascistas equivale aproximadamente a liberal. Según ese criterio; Koestler, Silone y muchos otros defensores de las libertades cívicas y de los derechos humanos fueron fascistas. De todo esto se desprende que los participantes en el Encuentro Vuelta no estamos en mala compañía. Denunciamos ante la opinión pública mexicana ese mal disimulado residuo de la mentalidad y de la actitud estalinista, en gente que no ha aprendido nada...".Al final de su vida, a pesar de la caída del Muro de Berlín y la adopción casi universal de los valores democráticos que había predicado, Paz -me consta- se sentía desencantado. La izquierda nunca respondió a su llamado: algunos lo vejaron (recuérdese el episodio de la quema de su retrato frente a la embajada estadounidense, en 1984, cuando se atrevió a pedir elecciones abiertas en Nicaragua), otros lo admiraron de manera vergonzante (en secreto, de lejos), pero muy pocos quisieron en verdad dialogar con él. Lo cierto es que Paz ganó muchas batallas (la del público lector, y la más amplia de la libertad y la democracia), pero la batalla más importante para él en términos biográficos, esa batalla la perdió. Sus sordos y ciegos malquerientes la perdieron también.
A casi diez años de la muerte de Paz, el panorama no es halagador. El fugaz acercamiento de la izquierda (partidaria, académica, intelectual y periodística) a las posiciones liberales ocurrió durante la fase final de la lucha contra el autoritarismo del PRI. Después sobrevino el neozapatismo -nuevo despertar del desvarío revolucionario- y, apenas el año pasado, la idolatría del caudillo. Con todo, estoy convencido de que México necesita con urgencia una izquierda moderna y la razón es clara: sólo desde una legitimidad de izquierda el país puede reformar de fondo, y de manera definitiva, su estructura política y económica. Si la izquierda se reforma el país se reforma. Si la izquierda se moderniza el país se moderniza. ¿Es impensable un reencuentro de la izquierda con la tradición liberal?
Al abrir su exposición, Bartra mencionó que, semanas atrás, Paco Ignacio Taibo II se había referido a Octavio Paz como "un gángster" a quien "odiaba". Por lo visto, Taibo "no ha aprendido nada". Si ésas son las actitudes que prevalecen en la izquierda frente a los exponentes del pensamiento liberal, no hay esperanza. Pero en los rostros y las preguntas de los jóvenes que participaron en el Seminario entreví una actitud opuesta: atención, seriedad, civilidad, curiosidad, tolerancia, pluralidad, interés genuino por escuchar las opiniones ajenas y por buscar la verdad. Ellos sí han aprendido. En ellos está la esperanza. 

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