18 feb 2013

La duda ante el balcón de San Pedro


 La duda ante el balcón de San Pedro/ Jordi Balló, escritor, profesor y gestor cinematográfico

La Vanguardia | 12 de febrero de 2013-
Nanni Moretti lo predijo. Fue en el Festival de Cannes del 2011 cuando el director italiano presentó Habemus Papam, un filme que parte de una situación que era imaginaria y que tenía mucho de descabellada: ¿qué sucede cuando el Papa elegido por el cónclave no acepta la misión para la que ha sido designado? El filme de Moretti recorre esa historia vaticana a partir de dos secuencias claves e inolvidables.
La primera de las escenas se produce cuando el cardenal Melville, que encarna Michel Piccoli, recién elegido Papa para suceder a Juan Pablo II, se dirige al balcón de la plaza de San Pedro para darse a conocer a los fieles allí congregados. Esta escena ritual tras la fumata blanca es interrumpida por el gesto del nuevo Papa que no llega a asomarse a este balcón, preso de un ataque de pánico. Una crisis depresiva le llevará a suspender el proceso y a ser atendido por un psiquiatra agnóstico que encarna el mismo Moretti. La otra escena crucial se produce al final del filme, cuando el Papa, tras un tiempo de dolor y reflexión y de haber mantenido contactos con diversos ciudadanos, vuelve al balcón de origen para aceptar finalmente la responsabilidad y cerrar así el ritual y la película.

Llegado este momento, y ante la sorpresa general, anuncia a los fieles que le siguen esperando que renuncia porque no se siente con fuerzas suficientes para asumir esta responsabilidad de guiar a la Iglesia en un momento crucial para la humanidad. Luego abandona el balcón, el palacio, y deja a la comunidad vaticana en pleno vacío y desconcierto. Por supuesto que todo ello resuena en un día como hoy como una magnífica profecía lanzada desde el atrevimiento de la mejor ficción realista.
El filme de Moretti también desconcertó a muchos espectadores y críticos porque no cargaba las tintas sobre las debilidades de la curia, sino que optaba por mostrar a un Papa corroído por las dudas, ante las cuales los otros cardenales intentaban encontrar alguna solución capaz de aliviar su dolor interior y hacerle volver a la normalidad. Pero era evidente que pese a esta contención, el filme mostraba una situación novedosa que no permitía la indiferencia ni la aceptación acrítica. En su voluntad de humanizar el gesto del Papa, el filme planteaba una estrategia típica de la mejor comedia dramática: proponer un escenario improbable pero no totalmente imposible, con lo cual se permitía diseccionar y hacer visible los hábitos ocultos de una comunidad como la vaticana, con fama merecida de no contar nunca las pasiones que la atraviesan.
La posición de Moretti no era la de Coppola. En su filme no se plantea que el Vaticano fuera la cuna de la corrupción y el asesinato, sino un lugar donde se puede producir la desazón humana hasta el punto de poner en crisis aquello que parece indestructible: la voluntad de un individuo por encima del designio superior al que se somete. El personaje de Piccoli actúa contra el principio del deseo mimético: no es sólo que no quiera ser Papa, sino que no quiere tener que adoptar la decisión de serlo. Su duda ya no es la que encarnó Anthony Quinn en Las sandalias del pescador, de temer por no saber responder a la exigencia de su misión. El rechazo de Piccoli es sobre la misma necesidad de decidir.
La reacción de los medios vaticanos contra Habemus Papam fue moderada. Se alabó la reconstrucción de los espacios y se expresó la perplejidad ante el epílogo de la renuncia. No sabemos lo que debió sentir Benedicto XVI al ver el filme o al saber de él. En cualquier caso cumple su misión adelantada: nos permite comprender mejor la realidad de hoy, la exterior y la interior.

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