Legalizando el lavado/Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s Shadow Empire será publicado por Harvard University Press en 2013. Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.
El País, 17 de mayo de 2013,
¿Qué mejor manera de luchar contra las denuncias de
lavado de dinero que proponer una amnistía financiera? Parece ciencia ficción,
pero es la “estrategia” de un Gobierno argentino rodeado de denuncias de
corrupción y con un modelo económico evidentemente agotado.
El Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner no pasa por un buen momento. Las encuestas bajan y la inflación sube;
el dólar se dispara a medida que los controles de capital aumentan. Y las
protestas sociales, poco a poco, se hacen más masivas. Pero la ideología se
mantiene firme ante los embates de la realidad.
Hace ya unas semanas, en Argentina se habla casi
exclusivamente de un solo tema: el escándalo de lavado de dinero descubierto
por un equipo de investigación periodística ligado al Grupo Clarín, aquel que
tanto odia el Gobierno. La trama es tan alevosa que parecería un invento si no
hubiera tanta evidencia de que es, al menos, plausible. Hay denuncias de vuelos
privados a paraísos fiscales con tanto dinero en efectivo que se pesaba en vez
de contarse. Y por supuesto se preferían los euros a los dólares, dada su alta
cotización.
Desde la Patagonia natal de los Kirchner, el dinero
volaba, mediante testaferros, hasta una “cueva financiera” [centro donde se
cambia el dinero negro] en Buenos Aires, y luego fuera del país. Por medio de
sociedades fantasma en Belice y Panamá, los fondos terminaban depositados en el
prestigioso Lombard Odier de Suiza. Parece que la ideología “nacional y
popular” no impactaba en la elección de banca privada.
En las últimas semanas, mientras los medios
(independientes) discuten, el Gobierno calla. Y en algo otorga. La presidenta,
que tanto disfruta de Twitter y Facebook, no parece haberse dado cuenta del
escándalo que invade informativos y redes sociales.
Sin embargo, el giro más inverosímil en la historia
ocurrió este martes. En una oscura sala de reuniones, el equipo económico
anunció una amnistía financiera por tres meses en 2013, un proyecto que podría
convertirse en ley en una semana. El objetivo es simple: usar los dólares no
declarados en Argentina y fuera de ella para reactivar la inversión inmobiliaria,
congelada desde los controles de capital en 2011, y energética, sobre la que
tanto se prometió durante la nacionalización de YPF y sobre la cual hay tan
pocos resultados.
El sistema es curioso: los fondos que entren en el
sistema serán garantizados por el Banco Central. Existirá entonces una “moneda”
paralela, convertible con el dólar y el euro. Efectivamente, esto recrea la
convertibilidad de los años noventa, que tanto demoniza este Gobierno. Y luego
estará el relegado, controlado y devaluado peso argentino.
Pero, ¿quién podría confiar en un Banco Central como
garante de depósitos cuando el Gobierno ha erradicado completamente la
independencia que la institución poseía? Ya se veía a la presidenta del banco,
la doctora Mercedes Marcó del Pont, en la conferencia de prensa respondiendo
preguntas como si fuera un miembro más del Ejecutivo.
Los gurús económicos de Kirchner, empezando por el
neomarxista Axel Kiciloff, creen que estas medidas ayudarán a reactivar la
actividad económica ante las cruciales elecciones legislativas de octubre. Allí
se jugará el todo por el todo: el objetivo es la reforma constitucional que
tanto se niega, pero que tanto se prepara, para abrir la puerta a la re-reelección
presidencial, como ya ocurriera con Carlos Menem. Tanto se odian los 90 que se
quieren repetir.
Para ajustarse a una ideología que no se ve reflejada en
esta amnistía, la reseña histórica de Kiciloff olvidó mencionar que el Gobierno
no quiere devaluar formalmente por motivos políticos. A pesar de la
estanflación, a pesar de las mentiras estadísticas, a pesar de todo. Pero
acusar a especuladores y conspiraciones fantasma es fácil. Lo difícil es volver
al crecimiento con un modelo agotado.
Las amnistías generan problemas de credibilidad a largo
plazo, ya que dan beneficios a aquellos que, de una manera o de otra, han
dañado al sistema. Pero se entiende que sean necesarias. Ahora bien, resulta
nada menos que increíble que un Gobierno acusado de encubrir o participar en
lavado de dinero decida, de golpe y sin desmentir acusaciones, poner en marcha
una amnistía financiera.
Aquellos que participen de esta operación estarán
protegidos de toda demanda legal e investigación fiscal, impidiendo al país
juzgarlos en el futuro por la procedencia de los fondos. ¿Podrán entonces los imputados
cercanos al poder lavar sus divisas sin necesidad de vuelos privados, empresas
fantasma o paraísos fiscales? Es una pregunta válida para un Gobierno que sueña
con el imposible del poder eterno, y que poco a poco se desespera.
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