27 oct 2013

EU resta trascendencia a la crisis del espionaje


 Estados Unidos resta trascendencia a la crisis del espionaje
El Gobierno dedica hoy más esfuerzos aparentes a arreglar la página web de la reforma sanitaria que a responder a las quejas de Europa o Brasil
ANTONIO CAÑO 
El País, Washington 27 OCT 201
Estados Unidos dedica hoy más esfuerzos aparentes a arreglar los fallos en la página web de la reforma sanitaria que a resolver la crisis diplomática provocada por el espionaje norteamericano en Europa. Eso es reflejo, no solo de cuales son las prioridades de la opinión pública, los medios de comunicación y el Gobierno en este momento, sino de la falta de opciones de las que dispone el presidente Obama para responder a corto plazo y de forma satisfactoria a las protestas de los líderes europeos, que se espera que desaparezcan con el paso del tiempo sin dejar una huella profunda.
En general, la política adoptada por la Administración estadounidense desde el estallido de este conflicto ha sido la de atender respetuosamente las quejas de gobiernos que, por otra parte, son estrechos aliados, pero ofreciendo a cambio solo promesas vagas de cambios en los mecanismos de espionaje, sin muchas perspectivas de que puedan cumplirse.

Eso no significa que el problema no sea real, incluso acuciante en términos morales. Las revelaciones de Edward Snowden han puesto en evidencia la existencia de un monstruoso sistema de recolección de datos privados que, al margen de cualquier problema con Europa, constituye una amenaza para el régimen de libertades individuales del que presume este país.
La política adoptada por la Administración estadounidense  ha sido la de atender respetuosamente las quejas de otros Gobiernos
Ese es el aspecto que más críticas ha provocado dentro de EE UU y el que más perjudica al prestigio del presidente Obama. Pero incluso desde ese ángulo, los efectos de la crisis del espionaje son limitados. Una manifestación celebrada ayer en Washington para protestar por esa vigilancia reunió, según los organizadores, a 2.000 personas, en su mayoría pertenecientes a los extremos ideológicos, el Tea Party y el movimiento Ocupa Wall Street.
La indiferencia de la opinión pública y publicada, por supuesto, es aún mayor en lo que se refiere al espionaje internacional. Los periodistas han preguntado insistentemente al portavoz de la Casa Blanca sobre las reacciones europeas, pero no se ha construido aún un caso periodístico al respecto. Las principales cabeceras, incluido The New York Times, no publicaba el sábado una sola línea sobre el asunto en sus ediciones de papel. El tema no fue apenas mencionado tampoco este domingo en los célebres programas de debate de los grandes canales de televisión.
Pese a todo, el daño que este escándalo puede causarle a EE UU es considerable. Brasil, no solo suspendió la visita de su presidenta, sino también un programa de compra de aviones militares. En cuanto a Europa, las amenazas son múltiples, desde el intercambio de información antiterrorista hasta las negociaciones de un tratado comercial bilateral. Peor aún, la confianza ciega que debe existir entre dos bloques cuya alianza es vital para la estabilidad mundial, se ha puesto en entredicho.
Todo eso exigiría, teóricamente, una reacción inmediata y contundente de parte de Obama. Pero esa reacción no es previsible porque tampoco parece muy factible. No se cambian los servicios secretos de la noche a la mañana, si es que no es posible cambiarlos en absoluto. Quizá sea ese realismo lo que explica el escepticismo del público y de ciertos medios de comunicación.
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Washington sabe mucho de espías. Entre otras razones, porque probablemente sea la ciudad del mundo en la que hay más por metro cuadrado. Todas las embajadas tienen alguno formalmente registrado y algunos otros emboscados entre el personal. Es fácil imaginar cuál es su cometido, pero tampoco es difícil suponer que el contraespionaje de EE UU los tiene, por lo general, bajo estricto control. Eso lleva a algo bastante repetido estos días en esta ciudad: todos los países se espían entre sí, con la diferencia de que nadie dispone de la tecnología con la que cuenta este país. Cuando esos espías pertenecen a países aliados, con frecuencia colaboran y se intercambian datos. EE UU dice haber recolectado en Europa información beneficiosa para la seguridad de los propios europeos y confiesa actuar en Europa, en muchas ocasiones, con el apoyo de los propios servicios europeos. Así se explica la incredulidad con la que todavía se vive esta crisis en algunas áreas de la Administración.
Obama ha prometido revisar los modelos de espionaje para estar seguros de que se recoge solo la información que se necesita, no toda la que EE UU es capaz de reunir. Pero no va a ser fácil traducir eso en medidas concretas y visibles.
Esta crisis afecta a un mundo por naturaleza oscuro e impermeable. En un país como este, con intereses planetarios, enemigos de todo género y, hoy, con muchos más medios técnicos que nunca, ese mundo se ha hecho especialmente poderoso e inescrutable. Introducir reformas o límites en la NSA o la CIA, sin poner el riesgo la seguridad nacional, no es como hacerlo en el Departamento de Agricultura. Obama puede intentar alguna medida cosmética para calmar los ánimos. Pero las posibilidades de que esta crisis genere cambios más profundos son más bien escasas.
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E UU promete espiar sólo lo que necesite, no todo lo que pueda
ANTONIO CAÑO Washington 25 OCT 2013 - 21:21 CET950
El Gobierno de Estados Unidos insiste en su derecho a recabar información en cualquier país del mundo con objeto de proteger a sus ciudadanos, pero está dispuesto a revisar los programas actuales de espionaje para asegurarse de que se recoge la información que realmente se necesita, no toda la que su desarrollada tecnología es capaz de reunir.
En ese contexto, la portavoz del Departamento de Estado, Jean Psaki, comentó que la Administración estaba considerando la propuesta hecha por Alemania y Francia de discutir con EE UU nuevas reglas para limitar el espionaje, aunque añadió que no había todavía ninguna decisión al respecto.
La portavoz dijo que funcionarios de distintos niveles de la Administración habían mantenido contactos en los últimos días con Francia, con Alemania y con Italia para tratar de responder a la preocupación que el asunto del espionaje había provocado, y habían discutido fórmulas para poner fin a este conflicto.
Con ese propósito, el presidente Barack Obama ordenó hace ya varias semanas la revisión de los sistemas actuales de espionaje, pero ninguna novedad se ha producido desde entonces. Al contrario, las pruebas aportadas por Edward Snowden sobre la extensión casi ilimitada de la vigilancia de EE UU han continuado y las quejas de los países más afectados –Alemania, Brasil, Francia, México- han aumentado.
La crisis ha escalado hasta el punto de que la relación bilateral ha retrocedido, en términos prácticos, con alguno de sus aliados (Brasil), se ha complicado con otros (México) y ha adquirido una aspereza con Europa que no se recuerda desde los tiempos de la guerra de Irak, con la diferencia de que entonces estaba en la Casa Blanca un neo con antieuropeo y ahora está un progresista proeuropeo.
La Casa Blanca confía en poder salir de esta situación a base de amabilidad y contactos personales que devuelvan la calma a las agitadas capitales europeas. Entre otros perjuicios, el espionaje ha herido la dignidad de los europeos y los ha expuesto ante alguna de sus más profundas frustraciones: la desigualdad de su relación con EE UU.
La Administración está considerando la propuesta hecha por Alemania y Francia de discutir con EE UU nuevas reglas para limitar el espionaje
Pese a que Obama y los portavoces norteamericanos insistan en que la práctica del espionaje es vieja y habitual entre todas las naciones del mundo, también entre amigos y aliados, les falta añadir que ninguna de ellas dispone de los medios con los que cuenta EE UU para entrometerse en los secretos ajenos y proteger los propios. Aunque Alemania tuviera interés en el teléfono móvil de Obama, es dudoso que consiguiera tener acceso a él.
El problema de fondo, por tanto, es el del disparatado tamaño y poder alcanzado por los servicios secretos de EE UU. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA), de la que más se habla ahora porque es de donde proceden los papeles de Snowden, es solo una de las 16 agencias del Gobierno norteamericano dedicadas a recopilar información, toda la que puedan.
Los límites están, por supuesto, establecidos por la ley y por el control judicial y parlamentario al que el espionaje está formalmente sometido. Pero las nuevas tecnologías han hecho esos controles ineficaces y obsoletos. Ninguna comisión parlamentaria, ningún juez del tribunal establecido para ese fin es capaz de controlar las millones de comunicaciones que los servicios de inteligencia de EE UU siguen a diario. Si, además, esa comisión y ese tribunal actúan también en secreto, la falta de transparencia llega a ser alarmante.
La crisis ha escalado hasta el punto de que la relación bilateral ha retrocedido, en términos prácticos, con alguno de sus aliados (Brasil), se ha complicado con otros (México) y ha adquirido una aspereza con Europa
Ese control es aún más difícil desde las atribuciones que la Ley Patriótica promulgada tras el 11 de septiembre de 2001 concedió al presidente. Obama reconoció hace unos meses en un discurso que esos poderes presidenciales eran excesivos y no estaban justificados por las amenazas a las que el país se enfrenta en la actualidad. Pidió al Congreso que se reformulara esa legislación, pero tampoco se ha avanzado al respecto todavía.
No es fácil la vuelta atrás. Una vez que se ha creado un monstruo de espionaje de semejantes proporciones, no es sencillo que éste acepte voluntariamente renunciar a sus capacidades. A los espías se les entrena para conseguir información. No es fácil añadirles excepciones.
Ahora Obama necesita, al menos, la apariencia de que se van a aumentar los controles. No se negocian las leyes nacionales con los Gobiernos de otros países, pero seguramente sería tranquilizador para Francia y Alemania la abolición de la Ley Patriótica. De cara a los propios norteamericanos, mayor transparencia parlamentaria y judicial parece lo más urgente.

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