La
inteligencia que necesitamos/Pablo Fernández-Berrocal es catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga.
El
País |26 de noviembre de 2013
El
profesor Howard Gardner, uno de los 100 intelectuales más influyentes del mundo
y premio Príncipe de Asturias, se hizo en los años setenta una pregunta
sencilla: ¿podemos imaginarnos que cuando Cervantes escribía o cuando Velázquez
pintaba, sus cerebros estaban haciendo las mismas operaciones que un
astrofísico o un matemático cuando trabajan? Nos enseñó que la inteligencia es
un potencial biopsicológico y que además es plural. Cada persona posee, además
de la inteligencia cognitiva, otros tipos de inteligencias que nos ayudan en
aspectos tan necesarios como la generación de nuevas ideas y la capacidad de
crear, la posibilidad de llegar a acuerdos, o lograr la confianza en uno mismo
y en los demás. Son las que conocemos, entre otras, como inteligencia emocional,
inteligencia social e inteligencia creativa.
Se
empezó a hablar de ellas en 1995, cuando Daniel Goleman publicó un libro de
gran éxito titulado Inteligencia emocional. Cinco años antes, dos profesores
estadounidenses, Peter Salovey y John Mayer, habían publicado el primer
artículo sobre la cuestión. ¿Pero qué quiere decir inteligencia emocional (IE)?
Desde siempre hemos sido conscientes de que la razón y las emociones de las
personas no son dos dimensiones separadas e independientes. La investigación en
neurociencia que se ha realizado en los últimos 20 años ha corroborado esa
intuición y ha demostrado que educar la razón pasa por educar las emociones, y
que una relación inteligente entre ambas es decisiva para afrontar la vida
profesional y personal.
Una
inteligencia que es decisiva, sobre todo, para desarrollar algunas de las
actitudes, capacidades y habilidades que los españoles necesitamos en estos
momentos tan cruciales de nuestra historia. La gestión adecuada de nuestras
emociones nos permite ser más creativos e innovadores, siendo capaces de
superar el miedo a la crítica o al fracaso; o en nuestra capacidad de crear
confianza, o de ponernos en el lugar del otro para entenderle mejor y descubrir
qué nos une a él más allá de las diferencias; o para solucionar los conflictos
sin violencia y de forma constructiva; o para aprovechar la fuerza que tienen
emociones como la frustración.
Lo
importante es que no solo sabemos que este tipo de inteligencia existe, y que
es fundamental para ser feliz y tener éxito; también sabemos que se puede
cultivar, desarrollar y medir, y sabemos cómo hacerlo. Se cultiva cuando se
favorece una apropiada percepción, expresión y comprensión de las emociones
propias y de los demás. Cuando se desarrolla la capacidad de regularlas y
utilizarlas para pensar mejor, para relacionarnos con sabiduría con el entorno.
Sabemos
que existe, sabemos que la necesitamos más que nunca y sabemos cómo
desarrollarla, así que tenemos la oportunidad de enfrentar todos los retos
formativos y educativos que cada uno de nosotros tenga por delante de una forma
nueva, más inteligente. Pensando en una formación que incluya los aspectos
cognitivos, pero también los emocionales, sociales y creativos. Sabiendo que,
para nuestro futuro, incluso más importante que lo que sabemos es cómo usamos
nuestras emociones para buscar y encontrar soluciones y nuevas formas de
afrontar los retos.
La
investigación más reciente ha constatado que una mayor IE facilita un mejor
rendimiento académico, mejora las relaciones sociales, contribuye a evitar las
conductas disruptivas y mejora el ajuste psicológico.
Los
científicos sociales de diferentes países han demostrado que estas
inteligencias se pueden desarrollar. En nuestro país también se están
desarrollando y además se están midiendo los resultados. Es el caso del
Programa Educación Responsable que la Fundación Botín ha puesto en marcha en
más de 100 centros en España, cuya evaluación está permitiendo confirmar, entre
otras variables que inciden en el rendimiento académico, que se reducen en más
de un 13% los niveles de ansiedad y mejora en más de un 5% la claridad y la
comprensión de los niños y niñas de los centros que están trabajando en este
sentido.
O,
el caso también, en Andalucía, del Laboratorio de Emociones de la Universidad
de Málaga, donde se desarrolla desde el año 2004 el proyecto INTEMO, que ha
evaluado los efectos de un programa de educación emocional en miles de
adolescentes. Los chicos y chicas con más IE consumen menos drogas legales e
ilegales, presentan menos conductas agresivas y violentas y son más empáticos.
Tienen además una mejor salud mental.
La
educación de las emociones no es un lujo. Es una necesidad imperiosa que
tenemos que afrontar desde las primeras etapas del sistema educativo. Si
hacemos ahora esa apuesta en nuestro país, habrá más posibilidades de que los
ciudadanos sean personas sanas y equilibradas, menos agresivas y más
solidarias, con iniciativa, creatividad y liderazgo. En definitiva, necesitamos
una escuela más abierta que potencie la inteligencia emocional, social y
creativa con el humilde, y a la vez tan humano, propósito de aprender a
convivir y ser felices.
Este
es, sin duda, el tipo de inteligencia que necesitamos desarrollar los
españoles. Para ser más creativos, para entendernos mejor unos a otros, para
generar confianza y para atrevernos a buscar nuevas formas de hacer las cosas.
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