El bochornoso puto/Guillermo Sheridan
EL
MINUTARIO
Más
mole, señito, de favor
Los
traidores llegaron ya
El
bochornoso puto
Si
nuestro futbol se atarea más en diseñar estrategias exculpatorias que tácticas
eficientes, el comportamiento de la fanaticada en los estadios no es menos
triste: un reflejo –¿habría que extrañarse?– de la frágil mentalidad patria, una
gestalt para la que todo himno nacional que no contenga la palabra masiosare es
abominable y todo portero es puto.
Cada
vez que la escuadra mexicana entra al campo de juego se desata una extraña
prueba de Roscharch, verdosa e hiperquinética, sobre la que la multitud activa
su delirio de grandeza (si gana) o purga su complejo de inferioridad (si
pierde). El ritual incluye pactar una zona hospitalaria para actuar en bola,
impunemente, pasiones que fuera del estadio serían individualmente
sancionables.
El
estadio permite, si no es que propicia, los peores comportamientos a los que
son proclives quienes (contra toda evidencia) siguen siendo el rey: no es
casualidad que ese enorme teatro se llame “El Azteca”. Como si cada partido de
la selección fuera una versión comprimida de la historia de México, cualquier
neozelandés o jamaiquino se convierte, sin sospecharlo siquiera, en un
encomendero español. El cuerpo arbitral, obviamente, simboliza ante la
escéptica multitud la, para ella, repugnante idea de que existan reglamentos.
Si el equipo pierde se debe, desde luego, a que está compuesto de traidores
tlaxcaltecas o a que, por una inaudita metempsícosis, en el botín del
Chicharito reencarnó la Malinche.
Todo
estadio establece un orden social alternativo (o un desorden, lo que ocurra
primero) y todo encuentro abre un paréntesis de lenidad ética: durante noventa
minutos la multitud se arroga el derecho y hasta la obligación de cebar sus
frustraciones en la imagen del otro, el diferente. Masa es poder, claro, pero
en el estadio es un poder absoluto, más que en la plaza pública, pues sus
recompensas o agravios son comprobables e inmediatos.
En
pocas condiciones el mexicano se siente tan a sus anchas como entre la
impunidad del tumulto: en el estadio es una ebriedad que emplea como lenguaje
la orina voladora. La multitud practica ferozmente su rencorosa xenofobia hasta
verla convertirse en medalla identitaria. Ya sé que esto no es privativo de
México y sé bien de qué son capaces los hooligans y las barras bravas
argentinas (la versión mexicana, entiendo, se llama “la perra brava”: el apodo
como autorretrato). No ignoro que en algunos estadios europeos hay infelices
que celebran sus goles con el saludo fascista. La FIFA combate esto con
simbólicas campañas de tolerancia y, a veces también, con sanciones severas.
Lo
que al parecer es exclusivo de México es esto de tratar de puto en coro al
guardameta contrario cuando despeja el balón. Es patético, y comprensible. Una
porra consiste, a fin de cuentas, en un grupo de hombres muy gratamente
sorprendidos por haber descubierto que poseen testículos. Lo curioso es que
tanta bullente testosterona elija comprobarse entrometiéndose en la sexualidad
de otro hombre.
Saltar
del “Cielito lindo” al “puto” expresa la bipolaridad mexicana entre la
encomiable voluntad de alegría y el miedo que se expresa como abuso. Pues
gritarle puto al adversario agravia a una persona y discrimina a los gays, pero
también denigra la idea del adversario, fomenta la intolerancia y hace patria
fortaleciendo aún más en la niñez el arte del bullying en el que México ya
destaca. Que las estaciones televisivas, abochornadas, cancelen el sonido a la
hora del grito, sólo propicia que el grito se haga más prolongado.
Ahora
bien, los machos que a priori sentencian que el portero adversario no es tan
macho como ellos lo desean, evidencian sus tribulaciones sexuales pero cometen
a la vez delito de discriminación en vivo y en alta definición. No es diferente
al delito de racismo que la FIFA ya incorporó a sus reglamentos sobre el
comportamiento en los estadios (artículo 26, 1 y 2). El CONAPRED, aquí, no
haría nada: el agravio quedará impune y aun crecerá, pues para eso es circo el
circo. Canta y no llores.
Y
cuando juegue la selección femenil de futbol, ¿le gritarán puta a la extraña
portera enemiga? Al tiempo…
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