27 jul 2014

Nacer en Gaza/Carles Casajuana

Nacer en Gaza/Carles Casajuana
Publicado en La Vanguardia | 26 de julio de 2014
Hay personas que tienen mala suerte desde el mismo momento de nacer, una mala suerte de la que es difícil que se lleguen a recuperar nunca. Pongamos, por ejemplo, un niño o una niña que nazcan hoy en la franja de Gaza: ¿cuántas cosas no deberían pasar para que puedan llegar a tener una vida normal? Gaza es hoy una trampa de la historia, un nudo que nadie sabe cómo desatar. Es un territorio de unos cuarenta kilómetros de largo -como de Barcelona a Vilanova i la Geltrú- y de unos seis a doce de ancho, según el lugar, y viven en él más de un millón seiscientas mil personas, de las cuales dos tercios son refugiados.
Cercados por Israel -y ahora también por Egipto- y condenados al hacinamiento y a la miseria, los habitantes de la franja están atrapados en una espiral de violencia y destrucción de la que es muy difícil escapar. Separados físicamente del resto del territorio palestino a causa de la ocupación, también están separados políticamente. En Cisjordania, gobierna un movimiento no islamista -Fatah- dirigido por Mahmud Abas, el actual presidente de la Autoridad Palestina, un líder moderado partidario del entendimiento con Israel. Pero en Gaza gobierna Hamas, un movimiento islamista muy radical en relación con el conflicto con Israel, hasta el punto de que la comunidad internacional lo considera un grupo terrorista, pero que ha establecido una eficaz red de asistencia social que le ha ganado un apoyo mayoritario entre la población.

Mientras Israel mantenga el bloqueo, es muy difícil que los habitantes de Gaza dejen de votar a favor de Hamas y apoyen a Fatah, pero a la vez es muy difícil que Israel levante el bloqueo mientras Hamas no renuncie a la violencia y al objetivo de destruir el Estado de Israel. La división de los palestinos conviene al ala más radical de Hamas, porque hace muy difícil la negociación con Israel, y conviene a los partidos más radicales de Israel, que así pueden negarse a negociar con la Autoridad Palestina alegando que Mahmud Abas no es un interlocutor fiable, porque no gobierna todo el territorio palestino, o bien, si Abas consigue formar un Gobierno de unidad nacional con Hamas, que no es un interlocutor válido porque se alía con terroristas.
¿Qué culpa tiene la población civil de Gaza de esta convergencia de intereses entre los radicales de un lado y del otro y de que tanto unos como otros puedan boicotear fácilmente cualquier proceso de acercamiento, tanto entre Hamas y Fatah como entre Palestina e Israel, tirando cohetes fabricados en casa o construyendo nuevos edificios en territorio palestino?
Ninguna, obviamente. Tampoco tiene ninguna culpa de que la negativa a apoyar a Bashar al Asad en la guerra civil de Siria y la afinidad con el movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes de Egipto, sometido a una represión feroz a cargo del Gobierno militar del general Sisi, hayan aislado internacionalmente a Hamas, convirtiéndolo en un movimiento que necesita aglutinar fuerzas -y nada como una guerra para lograrlo- y en una presa muy fácil para Israel, que puede bombardear Gaza sabiendo que muchos países árabes mirarán a otro lado. ¿Qué culpa tienen las víctimas colaterales de los bombardeos israelíes de que hace un mes unos descerebrados -probablemente miembros de un grupo palestino radical llamado Qawasmeh- secuestraran y asesinaran a tres seminaristas israelíes, de que el Gobierno israelí culpara a Hamas y de que la escalada de represalias y contrarrepresalias haya conducido a una guerra asimétrica de la que nadie puede salir ganador y en la que ya han muerto casi setecientos civiles de Gaza, más de la mitad mujeres y niños?
Ninguna, sin duda. Como no tienen ninguna culpa del Holocausto, ni de los errores estratégicos de los británicos durante la Primera Guerra Mundial, cuando prometieron al movimiento sionista un Estado en Palestina y ofrecieron al monarca de Damasco el control de la región a cambio del apoyo contra el imperio turco. Ni tienen ninguna culpa de que los ciudadanos de Israel estén comprensiblemente hartos de procesos de paz frustrados y de que, de una forma más difícil de comprender, ya no crean más que en las represalias y en una extraña ley del talión en la que un muerto israelí vale por cincuenta muertos palestinos, una vía que sólo puede conducir a más odio y violencia, ya que ¿qué seguridad puede tener Israel después de los bombardeos actuales?
Son tragedias de las que los habitantes de Gaza no tienen ninguna culpa, pero que pesan como una losa sobre su futuro. No sé si es verdad aquello de que nacer en un país de la Unión Europea es sacar el gordo en la lotería de la vida. En muchos rincones de Europa la vida también puede ser complicada, bien que lo sabemos. Pero nacer en Gaza equivale a nacer con una pena de prisión, de pobreza, de violencia y humillación de una duración que, hoy por hoy, debemos considerar indefinida.

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