Revista
Proceso No 2007, 18 de abril de 2015
Sobrevivientes
perseguidos/LAURA
CASTELLANOS
APATZINGÁN,
MICH.- Miembros de las Fuerzas Rurales sobrevivientes de la matanza del 6 de
enero en Apatzingán, quienes fueron detenidos y posteriormente liberados por
órdenes del juez Jorge Wong Aceituno, denuncian que se ha emprendido una
campaña de acoso y persecución en su contra.
De
los que fueron puestos en libertad, 25 formaban parte del grupo de la Fuerza
Rural G-250, creado por Alfredo Castillo, entonces comisionado federal de
Seguridad en Michoacán, para capturar en la sierra al líder de Los Caballeros
Templarios, Servando Gómez, La Tuta.
Uno
de los sobrevivientes de la matanza y exintegrante del G-250 afirma en
entrevista que luego de la liberación ordenada por el juez Wong el pasado 14 de
enero se desató una “cacería de brujas” contra ellos, pues, dice, “los
federales estaban en busca de nosotros, de los sobrevivientes y de los
liberados”.
Asegura
que policías federales han acudido a viviendas de varios exintegrantes del
grupo. Llegan “reventando puertas”, realizan detenciones sin órdenes de aprehensión
y decomisan las armas que éstos habían registrado como parte de la Fuerza
Rural.
Explica:
“En el poblado de Nuevo Centro se llevaron a siete personas y en Acahuato
fueron cinco, entre ellos un menor”. Los acusaron de posesión de droga y de
portación ilegal de armas, aunque las que tenían estaban registradas.
Asevera
que la Policía Federal (PF) les filtró una lista con ocho nombres de
integrantes de su grupo contra quienes presuntamente hay órdenes de
aprehensión; entre ellos se encuentra su líder, Nicolás Sierra Santana, El
Gordo Coruco.
Recuerda
que Sierra dirigió el G-250 con el total respaldo de Alfredo Castillo. Sin
embargo, tras las matanzas está en la clandestinidad y las fuerzas federales lo
buscan en su pueblo, Pinzándaro, y en otros de la región.
El
entrevistado dice que él y sus compañeros viven con “zozobra, miedo”, y que a
uno de los sobrevivientes de la primera masacre –Juan Carlos Rodríguez, El Oso–
lo secuestraron, lo ejecutaron y aventaron su cadáver en las inmediaciones de
la avenida Constitución, donde ocurrió la segunda matanza.
El
Oso, apunta, apareció en el video de la cámara de vigilancia de la plaza
central de Apatzingán. “La cámara lo alcanza a captar cuando se esconde debajo
de la banquita. Se alcanza a ver una playera blanca. Es él. Después lo
encuentran tirado, muerto por disparo de arma, ¿Quién lo hizo? Hasta ahora no
sabemos”.
Afirma
que tras la detención de La Tuta ha habido una recomposición de Los Caballeros
Templarios en la zona.
–¿Regresaron
los templarios? –se le pregunta.
–Sí.
Y el modo de las ejecuciones que empleaban es el mismo, a bordo de
motocicletas.
A
salto de mata
La
investigación periodística sobre la matanza del pasado 6 de enero en Apatzingán
se hizo en forma accidentada.
La
reportera entrevistó a 12 de los 43 liberados. Se trata de cortadores de limón
oriundos de los municipios de Apatzingán y Buenavista. Las entrevistas fueron
prácticamente clandestinas, en un galerón a pie de carretera. Los jornaleros
interrumpían sus testimonios cuando a un compañero suyo, equipado con un
radiotransmisor, le advertían que a la zona entraba algún convoy federal.
Según
varios entrevistados, tras su excarcelación una fuente de la PF les hizo saber
que iban tras ellos para capturarlos de nuevo.
Por
esa razón, dicen, cada día deben salir a sus faenas de pizca de limón
ocultándose. Y señalan que en sus domicilios tampoco se sienten seguros porque
el Ejército realiza rondines para amedrentarlos o intentar detenerlos.
“A
los militares alcanzaba uno a verlos caminando inclusive entre las parcelas
¿Cuál era su objetivo? Regularmente un federal nunca camina de noche. Su
objetivo era tratar de encontrar a los compañeros, creyendo que estaban
resguardados en alguna parcela”, afirma el entrevistado.
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