Francisco
en el Regina Coeli: 'El testigo es uno que ha cambiado de vida'
El papa recuerda que el cristiano no se puede dejar llevar por las
comodidades, las vanidades y el egoísmo
Como
cada domingo, durante el tiempo pascual, el papa Francisco rezó la oración del
Regina Coeli desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una
multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose
a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un
largo y caluroso aplauso, les dijo:
“Queridos
hermanos y hermanas ¡buenos días!
En
las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena por dos veces la palabra
“testigos”. La primera vez, en los labios de Pedro: él, después de la curación
del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: “Mataron al
autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual
nosotros somos testigos”. La segunda vez es en los labios de Jesús resucitado:
Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su
muerte y resurrección y les dice: “Ustedes son testigos de todo esto”. Los
Apóstoles, que vieron con los propios ojos a Cristo resucitado, no podían
callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la
verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia
tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está
llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha
resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros
estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
Podemos
preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que
recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la
identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha
visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado
involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no solo porque sabe
reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque aquellos
hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo
cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en
cuestión y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha
cambiado de vida.
El
contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un
complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un
mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es
Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser
testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la
oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el
Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su
continúa conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por
la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús
resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un
modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso.
En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, por las
vanidades, por el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la pregunta
sobre la “resurrección” de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo,
como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura
infinita?
María,
nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos,
con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor
resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de
la alegría y de la paz”.
Al
término de estas palabras, rezó la oración del Regina Coeli:
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