19 abr 2015

Apatzingán, 6 de enero: “¡Mátenlos...!”

De acuerdo con los artículos 7, 28 y 30 del Estatuto de Roma –que rige a la Corte Penal Internacional– en Apatzingán se cometió un crimen de lesa humanidad al tratarse de “ataques generalizados” contra una “multiplicidad de víctimas” civiles, consumados con “intencionalidad” por parte de “fuerzas” bajo el mando de una autoridad.
Revista Proceso No 2007, 18 de abril de 2015
Apatzingán, 6 de enero: “¡Mátenlos!”/LAURA CASTELLANOS
REPORTE ESPECIAL

El pasado 6 de enero, decenas de policías federales irrumpieron en el centro de Apatzingán y abrieron fuego contra civiles, lo que causó la muerte de por lo menos 16 personas y heridas a muchas más. Sin embargo, Alfredo Castillo, entonces comisionado federal de Seguridad en Michoacán y quien acaba de ser nombrado director de la Conade, sostuvo que tales hechos fueron producto de un “fuego cruzado”.  La periodista Laura Castellanos reconstruye esa masacre con base en testimonios grabados de 39 personas –sobrevivientes, pobladores, familiares de víctimas y personal médico, entre otros–, así como en fotografías y videos. Su investigación fue compartida con el semanario Proceso, el portal Aristegui Noticias y la cadena televisiva Univision.
APATZINGÁN, Mich.- “¡Mátenlos como perros!”, gritaron los policías federales al atacar a tiros a un centenar de miembros y simpatizantes de la Fuerza Rural que estaban en plantón en los portales del Palacio Municipal de esta localidad, a las 2:30 de la madrugada del pasado 6 de enero.
Ninguno de los manifestantes tenía armas largas. Seis de ellos portaban pistolas registradas y las pusieron en el piso. Los demás cargaban palos. Ninguno disparó.
Todos ellos obedecieron las indicaciones que les dio Nicolás Sierra, El Gordo Coruco, líder del G-250, grupo creado por quien entonces era comisionado federal de Seguridad en Michoacán, Alfredo Castillo.
Durante ocho meses el G-250 persiguió en la sierra a Servando Gómez, La Tuta, líder de Los Caballeros Templarios.
Sierra es uno de los siete hermanos conocidos como Los Viagra, temidos y odiados en la región, acusados de ser extemplarios y de cometer diversos atropellos. Castillo tuvo a cinco de ellos a su servicio en Michoacán.

Los rurales, hombres forjados en la pizca del limón, protestaban porque 20 días antes Castillo había disuelto al G-250 sin pagarles. Además, padecían nuevas incursiones de templarios en sus localidades.
 Rubén, miembro de la Fuerza Rural, escuchó la balacera y saltó de su camioneta. Entonces un policía federal le gritó: “¡Levanta las manos y ponte de rodillas!”. Estaba por obedecer cuando a pocos metros vio a otro hombre hincado, los brazos en alto, encañonado por los uniformados.
 “Le dispararon estando de rodillas, rendido, sin armas –atestiguó–. Lo ejecutaron los federales”. Una camioneta de su grupo ingresó en la plaza y Rubén logró escapar en ella.
 Testimonios de 39 personas, grabados en audio, revelan que policías federales dispararon contra civiles desarmados en dos hechos distintos  ocurridos en Apatzingán el pasado 6 de enero: el primero, a las 2:30 horas en el jardín central y los portales del Palacio Municipal; el segundo a las 7:45 horas en el cruce de Avenida Constitución y Plutarco Elías Calles, cuando un comando de la Policía Federal disparó con ametralladoras M-60 contra una docena de vehículos que transportaban a guardias rurales y a sus familiares.
 Según Nicolás Sierra, su grupo contabilizó preliminarmente 16 muertos (ejecuciones extrajudiciales) y decenas de heridos en ambos ataques.
 De acuerdo con los artículos 7, 28 y 30 del Estatuto de Roma –que rige a la Corte Penal Internacional– en Apatzingán se cometió un crimen de lesa humanidad al tratarse de “ataques generalizados” contra una “multiplicidad de víctimas” civiles, consumados con “intencionalidad” por parte de “fuerzas” bajo el mando de una autoridad.
 Castillo era la autoridad federal con mayor rango en Michoacán. Seis días después declaró a la prensa que en los dos sucesos de Apatzingán el saldo fue de un atropellado y ocho muertos por “fuego cruzado”.
 Los hechos se reconstruyen a partir de los testimonios de 12 de los 44 detenidos y liberados después del primer ataque, siete sobrevivientes del segundo ataque, ocho testigos circunstanciales, ocho familiares de víctimas y un representante legal de éstas así como personal del hospital general Ramón Ponce y empleados del Servicio Médico Forense (Semefo).
 Por temor a represalias las fuentes pidieron no ser identificadas con sus nombres, pero la reportera tiene las grabaciones de las entrevistas con cada uno de ellos.
 El primer ataque
 A las 2:00 horas del pasado 6 de enero, en el radiotransmisor de Rubén, apostado en el plantón del Palacio, se escuchó: “Van saliendo 20 camionetas de policías federales de acá del cuartel”.
 Rubén estaba recostado en su camioneta frente al jardín central mientras familias deambulaban entre puestos de comida o ingresaban a los comercios que permanecían abiertos toda la madrugada por la venta del Día de Reyes.
 Otra voz en la radio de Rubén advirtió: “Van de la glorieta al jardín”.
 El convoy de la Policía Federal (PF) al mando del comandante Fausto Arenas tardaría cinco minutos en llegar. “Ya valimos madre”, dijo Rubén.
 Días antes el grupo G-250 había recibido el pitazo de un inminente ataque templario. Sus integrantes también temían que su plantón fuese disuelto.
 Esa misma noche habían tenido ya un altercado con soldados de la 43 Zona Militar de Apatzingán, al mando del general Miguel Ángel Patiño. Los soldados intentaron desmantelar la barricada que el G-250 había levantado en Lomas de Hoyos para impedir la incursión templaria.

Por esa razón El Gordo Coruco se presentó a medianoche en el plantón frente a Palacio y les ordenó a los rurales que no respondieran con armas ni piedras a ninguna provocación, para no ser tratados “como delincuentes”. “Tengan cuidado”, les dijo cuando se retiraba del lugar.

El convoy de la PF se estacionó en las calles traseras del Palacio Municipal. Algunos guardias rurales dormitaban en camionetas, otros charlaban en el jardín.

En la protesta también había familiares de los integrantes de las fuerzas rurales, así como simpatizantes que, de paso, exigían bajar los costos de la luz.

Los federales bajaron de sus camionetas. La familia de un taquero de la plaza buscaba un regalo en los portales.

Los uniformados, la mayoría con el rostro cubierto, otros vestidos de negro, alistaron sus armas largas: Galil calibre 308, Heckler & Koch G3 calibre 7.62 y R-15 calibre 2.23, según un integrante de las Fuerzas Rurales.

Los federales tomaron por asalto la plaza. El ataque duró 15 minutos. Los manifestantes corrieron al jardín, a guarecerse tras las bancas. Las cámaras de vigilancia registraron a decenas de personas desarmadas huyendo en todas direcciones.

Más policías federales entraron y sitiaron la plaza entera. En el estacionamiento, a un costado del Palacio, balearon las camionetas de la Fuerza Rural y golpearon a sus ocupantes.

Artemio, uno de los guardias rurales, fue detenido. Mientras lo sometían presenció cómo uno de sus compañeros descendió de su vehículo alzando los brazos. Vio que lo hincaron: “Dijo que estaba desarmado y le dieron un balazo en la cabeza”.

Observó además a otro policía golpear a una mujer: ésta les gritaba que estaba embarazada. “Ellos le decían: ¡Cállate, hija de tu puta madre o te vamos a matar! Y le dieron patadas, cachetadas, la arrastraron hasta los portales donde está la zapatería Tres Hermanos”, narra en su testimonio.

En esos portales concentraron a los arrestados, a quienes siguieron golpeando y despojaron de sus pertenencias. Varios de los que acudieron a la vendimia de Reyes tampoco se salvaron.

Artemio, ya sometido en los portales, se percató del tamaño del operativo. “Escuchábamos gente llorar, mujeres, hombres, niños que se quejaban, estaban heridos –describe–. Oímos unos disparos y ya no volvimos a oír las voces de los niños”.

También se dio cuenta de que los federales detuvieron a 11 hombres y mujeres que compraban juguetes y se los llevaron en un camión.

Constató que después un mando federal le reclamó a un subordinado: “¿Dónde está el camión que te pedí?” Éste respondió: “Ya vino y tú dijiste que 11 personas y se las llevaron”. Lo increpó: “¡Hijo de tu pinche madre! ¡¿No te dije que era para estos pendejos?!”, y señaló a los sometidos.

A Artemio y a su grupo los remitieron a la delegación de la Procuraduría General de la República en Morelia, y de ahí a un penal en Tepic, Nayarit. No sucedió así con esas 11 personas subidas al camión, las cuales “nunca aparecieron detenidas en Morelia ni en la prisión de Nayarit”, advierte Artemio.

Los que sí aparecieron en la cárcel fueron el taquero y su hijo, a quienes los agentes de la PF detuvieron en la tienda Novedades Jackeline. El taquero dijo que lo arrestaron junto con “dos taxistas, un albañil, un señor que vende periódicos y su trabajador”.

Otros civiles cruzaron el jardín y se escondieron en la azotea del edificio Béjar, de donde los policías los bajaron a punta de pistola. Sierra y un vecino vieron más de 10 cuerpos tirados en el lugar. “Eran personas heridas y otras no se movían”, dice el segundo.

Grupo de rescate

Amaneció con un cielo grisáceo. Manchas de sangre en el pavimento y en las paredes del Palacio y una treintena de camionetas tiroteadas era lo que quedaba de la noche anterior.

A las 07:20 horas una decena de camionetas y grúas federales se llevaron los vehículos incautados por avenida Constitución hacia el corralón.

Mientras, sobrevivientes y familiares de los detenidos, y jóvenes jornaleros que dejaron su faena para apoyarlos, se reagruparon en la glorieta de Apatzingán, en la salida de esta ciudad hacia Chandio, para rescatar a heridos y arrestados. Alguien informó que una caravana de la PF salía del jardín central. Alguien más dijo que ahí llevaban a compañeros detenidos y, peor, heridos que gritaban pidiendo auxilio.

Personas de distintas edades, armadas con palos, subieron a camionetas y trataron de alcanzar a la caravana de la PF.

Cerca del cruce de Constitución y Plutarco Elías Calles un vecino barría su banqueta. A las 07:45 horas miró la caravana de la PF avanzar con lentitud y detenerse al cruzar Plutarco. Vio después que se aproximaban cuatro camionetas con civiles “muy enojados, con palos, no traían armas, y llegaron a la última camioneta federal y le dieron palo y tronaron los vidrios”.

Un uniformado profirió: “¡Ora sí se los llevó la chingada!”

Los federales dispararon.

Y se inició la segunda matanza.

El tiroteo duró 20 minutos. La avanzada de los civiles se detuvo ante las descargas. En punta quedó una camioneta blanca con siete muchachos, menores de 20 años, armados con palos.

Metros atrás se detuvo la camioneta negra de Miguel Madrigal, uno de los operadores de Los Viagra en Apatzingán. Iba con su familia.

En medio de la acometida irrumpió una camioneta roja con más muchachos. La copiloto, una joven de 17 años, grabó con su celular durante 37 segundos la marejada de civiles con palos que primero corría hacia las patrullas y luego retrocedía huyendo de los tiros. Al ser atacados, ella y sus compañeros salieron del vehículo y escaparon a gatas.

Al mismo tiempo, uno de los muchachos que viajaban en la camioneta blanca que iba a la vanguardia descendió veloz. Reaccionó de inmediato: “Levanté las manos para que vieran que íbamos desarmados y comenzaron a disparar”. Un disparo de los federales le dio en el hombro izquierdo. Él y otro de sus compañeros se metieron debajo de la camioneta. Se fingieron muertos. Desde su escondite el muchacho escuchó: “Esos güeyes están heridos, hay que rematarlos”. La ráfaga traspasó una pierna y la cadera de su acompañante.

Las balas perforaban las carrocerías de las camionetas, reventaban sus neumáticos, hacían estallar sus vidrios.

Asustados, los vecinos atisbaban. Uno de ellos escuchó a un policía federal ordenar: “¡Mátenlos! ¡Mátenlos!”. Se asomó por la ventana y miró a cuatro muchachos guarecidos en la caja de la camioneta blanca.

“De la camioneta iban saliendo y les iban disparando”, cuenta. “Vi a tres personas tiradas y una se movía y no la auxiliaban ni nada”.

Una adolescente que viajaba en esa camioneta blanca quedó tirada en el suelo, herida.

La PF no pidió ambulancias pese a que en la misma avenida Constitución, a un kilómetro, está el Hospital General Ramón Ponce.

Desde su ventana una vecina observó cómo tres jóvenes heridos se desangraron durante casi una hora. “Fue muy triste, parecía como si se estuvieran consolando. Estaban vivos y se tomaban el hombro”, dice.

Un video en YouTube muestra el momento en que un joven que vestía playera a rayas, rodeado de dos compañeros, ultimados, en charcos de sangre, mueve el brazo penosamente, sin ser auxiliado.

Rematados

La camioneta en la cual viajaba la familia Madrigal quedó frente a una de las esquinas del cruce de Plutarco y Constitución. Miguel Madrigal descendió con la playera alzada para probar que estaba desarmado, pero también le dispararon.

En una grabación de dos horas y 49 minutos de la radiotransmisión del grupo –en poder de la reportera– se escucha a Madrigal pedir ayuda: “¡Los güeyes no dejan de tirar! ¡No traigo más que puros palos y mujeres y niños!”

También se escucha en la grabación la voz del Gordo Coruco ordenar a los guardias rurales no usar armas: “¡Vayan hacia atrás, arrastraditos! ¡Sálganse!” Y otra voz que alertó: “¡Acá nos están tirando! ¡No se pueden salir los compañeros, nos están tirando los federales!”

Un vecino de la calle Plutarco Elías Calles miró cuando el hijo de Madrigal intentó contraatacar con una pistola. “Una pistolilla que tenía cinco, seis tiros”, dice. Su detonación fue insignificante ante las poderosas descargas de los rifles de asalto. No obstante, hirió a un federal.

La arremetida en su contra hizo que la familia se acostara apretujada sobre el pavimento; los hombres cubriendo con sus cuerpos a su hijo y a la hermana de Miguel Madrigal. El vecino presenció la escena durante 20 minutos: “Gritaban las muchachas: ‘¡No tiren, estamos desarmados!’ Y luego lloraban y luego gritaban”.

Los policías federales se acercaron a la familia que estaba tirada en el suelo: “Como unos ocho o 10, desde la esquina. ¡Y así los agarraron para abajo!”. Precisa el vecino: “¡Los masacraron! ¡Los hicieron pedazos!”

La familia quedó abrazada, con múltiples perforaciones de bala, recostada sobre palos y restos de carne desgarrada. Un disparo a corta distancia hizo estallar la cabeza de Madrigal.

Los federales se dirigieron entonces a las camionetas donde se resguardaban otros civiles.

Cuenta un ciclista que atestiguó el ataque a cuadra y media: “Los federales empezaron a bajar a los civiles de las camionetas, a arrodillarlos con las manos en alto y así les estuvieron disparando, como a tres, cuatro”.

Otro testigo a su vez vio que los federales “levantaron un cuerpo y se lo llevaron en su camioneta”. Se trataba de un hombre “con sudadera con rayas entre moradita y negra”.

Poco después de las 08:00 horas los médicos del hospital Ramón Ponce recibieron el cuerpo de un veinteañero con un balazo en el pecho. Quedó en calidad de desconocido.

Un puñado de guardias rurales se atrevió a incursionar en dos camionetas para rescatar a la gente atrincherada en la balacera. Sacaron a otro muchacho con un balazo en el pecho, refugiado en un restaurante. Un video de 15 segundos captó al joven delgado sobre el piso, con la playera ensangrentada, que extiende los brazos para que lo levanten y trasladen a una camioneta.

Los rurales dejaron a este joven y a otro más con la rodilla despedazada en la banqueta del hospital, sin que el personal del mismo se percatara de ello, por lo que no ingresaron al nosocomio. Uno de los civiles que lo rescató advierte: “Pudo ser que la federal los haya recogido”. Se ignora su destino.

La balacera terminó. Los policías federales alteraron la escena. En videos y fotografías se ve a los muchachos ultimados de la camioneta blanca en distintas posiciones y distancias. “Las armas que aparecen ahí las pusieron los federales”, cuenta uno de los sobrevivientes.

Los federales sacaron a los dos muchachos escondidos debajo de la camioneta blanca. Descubrieron que el del hombro baleado vivía. Un federal le recargó su bota en la herida y le acercó su rifle a la cabeza. “(Los vecinos) están grabando”, lo alertó otro uniformado, por lo cual detuvo su acción.

Llegó Protección Civil y socorrió a los heridos. Los policías federales se grabaron ayudando a subirlos a la camilla y así lo difundieron.

Cuatro personas fueron hospitalizadas en el Ramón Ponce. Uno era un muchacho de 18 años con la pelvis, la vejiga y el recto destrozados. Lo operaron de urgencia. Las heridas eran boquetes. Por uno de ellos los médicos palparon su columna vertebral hecha añicos.

Otro de los heridos tenía 17 años. Llegó con el abdomen y la cabeza tiroteados. Un miembro del hospital valoró que recibió un “tiro de gracia que le afectó su cerebro”.

Los médicos observaron que las heridas de las víctimas presentaban “tatuaje”, es decir el sello quemante de la pólvora en la piel cuando el disparo se hace a “una distancia de 10 a 20 centímetros”.

A las 13:00 horas el director del hospital, Carlos Torres Vega, intentó trasladar a los heridos a Morelia. La PF se lo impidió.

“Los federales no dejaron salir a los muchachos, aun cuando no estaban en calidad de detenidos”, cuenta Torres a la reportera. Siete horas después se lo autorizaron. Trasladaron primero al herido de la pelvis. Debido a la espera “sangró muchísimo y cuando llegamos a la caseta, falleció”.

Tras los dos ataques, los familiares de las víctimas empezaron a buscar a los suyos. En el Ramón Ponce el personal se extrañó al saber que un número indeterminado de heridos fue trasladado a los hospitales civiles de Morelia y de Uruapan, que están aproximadamente a dos horas y media de Apatzingán.

Los médicos atestiguaron además que en la clínica irrumpieron madres de niñas heridas en la madrugada a quienes presuntamente se habían llevado los federales. Decían que eran dos o tres, una de ellas de dos años. Un trabajador del hospital narra: “Unas mujeres entraron llorando, gritando que sus hijas estaban heridas y no las encontraban”.

Al Semefo de Apatzingán no se trasladó ningún cadáver. Un trabajador aseguró que había instrucciones de no llevar los cuerpos a sus instalaciones “porque eran bastantes” y sólo tenían capacidad “para 10”.

Tres actas de defunción prueban el traslado de cadáveres a una distancia promedio de tres horas: el de Luis Alberto Lara Belmonte, de 20 años, con “laceración en ambos pulmones y traumatismo torácico”, lo llevaron al Semefo de Lázaro Cárdenas; el de Luis Gerardo Barajas Rodríguez, de 18 años, quien murió “por la penetración de múltiples proyectiles de arma de fuego” en abdomen, lo trasladaron a Zamora; y el de Guillermo Gallegos Madrigal, de 20 años, que falleció por “penetración de un proyectil de arma de fuego a cráneo”, lo canalizaron al Semefo de Morelia.

La explicación de Castillo

El 12 de enero Castillo aseguró en conferencia de prensa que la madrugada del 6 de enero se desalojó a hombres armados que tomaron el Palacio Municipal de Apat­zingán. Afirmó que la policía detuvo a 44 por asociación delictuosa y portación de armas de fuego: 13 armas largas y una granada. Hubo un atropellado.

Los rurales, por su parte, afirman que de los 44 detenidos, 25 eran del G-250 y 19 eran personas ajenas a la protesta, entre ellas la mujer embarazada y una muchacha con retraso mental.

El 14 de enero el juez de Uruapan Jorge Wong Aceituno ordenó la “inmediata libertad”, por falta de elementos, de 43 de los detenidos.

En la boleta de libertad de la causa penal 3/2015-I –de la cual tiene copia la reportera–, se les exonera de los delitos de “portación de arma de fuego exclusiva del ejército, armada o fuerza aérea” y de “asociación delictuosa”.

Sólo un integrante de la Fuerza Rural que estaba de guardia y acudió en apoyo de su grupo con su arma larga sigue preso y está en proceso de ser liberado.

Sobre el segundo ataque, Castillo agregó que a las 07:45 horas, hombres armados emboscaron una caravana de la Policía Federal para quitarles vehículos incautados. Hubo ocho muertos por “fuego amigo” disparado desde una camioneta roja. Negó que hubiera ejecuciones extrajudiciales. “Esto es por un tema de fuego cruzado”, afirmó.

El 22 de enero Castillo fue reemplazado por el general Felipe Gurrola. Al comandante Fausto Arenas de la PF de Apat­zingán se le comisionó a Guerrero.

Hasta hoy sigue sin modificarse la versión oficial y sin abrirse una investigación del caso.


La reportera solicitó a Castillo una entrevista. No hubo respuesta.

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