30 ago 2015

Derechos humanos: Impunidad eterna/GLORIA LETICIA DÍAZ

Revista Proceso # 2026, 30 de agosto de 2015..
Derechos humanos: Impunidad eterna/GLORIA LETICIA DÍAZ
Al unísono, defensores de derechos humanos dicen que México es un país de impunidades, sobre todo en esta materia. Y enumeran los agravios acumulados en los últimos meses: Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán, Ecuandureo, Ostula, Calera… Frente a este tsunami de sangre, ejecutados, desaparecidos, desplazados por trata de personas e incremento de actos de tortura que dejó Felipe Calderón, el presidente Enrique Peña Nieto está revolcado en esa ola.
Alejadas de la agenda de Enrique Peña Nieto durante los dos primeros años de gobierno, las violaciones a los derechos humanos cobraron relevancia a partir del segundo semestre de 2014.
La luna de miel del mandatario con los medios extranjeros durante sus dos primeros años de gestión se agotó cuando salieron a la luz las ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya, Estado de México, y la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero.
A esos hechos oprobiosos se sumaron las masacres de Apatzingán y Ecuandureo, en Michoacán este 2015. Luego vinieron las ejecuciones en Calera, Zacatecas, y los actos de represión en Ostula. En todos ellos han participado fuerzas federales de seguridad.

Defensores de derechos humanos y miembros de grupos de trabajo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sostienen que la figura de Peña Nieto se resquebrajó ante su incapacidad de renovar el modelo de seguridad sostenido por su antecesor, Felipe Calderón Hinojosa, que tiene a las fuerzas castrenses como fundamento de la política de combate al narcotráfico y de control social.
 Aunado a ello, la figura presidencial se resquebrajó aún más con las posiciones reacias al escrutinio internacional ante los informes del Comité contra la Desaparición Forzada y del relator especial contra la tortura, Juan Méndez, expuestas en el último año de gobierno peñanietista.
 La tragedia humanitaria no ha parado, comentan a Proceso Santiago Corcuera Cabezut y José Antonio Guevara Bermúdez, integrantes de los grupos de trabajo de la ONU sobre desaparición forzada y sobre detenciones arbitrarias, respectivamente, así como los directivos del Centro de Derechos Humanos Agustín Pro Juárez y de la Red de Organismos Civiles de Derechos Humanos Todos los Derechos para Todas y Todos, Mario Patrón Sánchez y Fernando Ríos Martínez.
 “El baño de sangre y los datos de desaparecidos y de personas desplazadas se han agravado en los últimos tres años”, señala Corcuera. Eso sólo se explica, dice, por la decisión de Felipe Calderón Hinojosa de utilizar a las Fuerzas Armadas en labores de persecución del crimen organizado, que ya tenía el control, o casi, de poblaciones y municipios”. Vicente Fox, aclara, no quiso enfrentar el problema.
 Maestro en derecho por la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y perito en el litigio contra México ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de la desaparición forzada del guerrerense Rosendo Radilla –atribuida al Ejército durante la guerra sucia–, Corcuera lo admite:
 “Frente a este tsunami de sangre, de ejecutados, desaparecidos, desplazados de trata de personas e incremento de tortura que deja Calderón, el presidente Peña Nieto está revolcado en esa ola, y no ha podido o no ha querido cumplir su promesa de cambiar la estrategia de seguridad.”
 Catedrático de la Universidad Iberoamericana e Integrante del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias de la ONU desde 2004, Corcuera insiste en que mantener al Ejército en las calles es fuente de graves violaciones a derechos humanos.
 Memorial de agravios
 En el sexenio de Calderón, dice Santiago Corcuera, “empezaron las ejecuciones extrajudiciales y se malacostumbró al Ejército a realizar esos operativos. Lo malo es que no han cesado las masacres”.
 Y alude a los 22 muertos de Tlatlaya: “eso demuestra que el Ejército no es capaz de controlar su violencia y hace un uso excesivo de la fuerza”; la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa la noche del 26 de septiembre: “falta aún esclarecer la participación del Ejército”; la masacre de 16 civiles en Apatzingán la Noche de Reyes de este 2015 y los 42 muertos en Ecuandureo, el 22 de mayo pasado: “dicen que actuaron elementos de la Policía Federal, pero a lo mejor eran soldados”.
 José Antonio Guevara Bermúdez, integrante del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones de la ONU, coincide con Corcuera. Para él, el estancamiento de la política de seguridad ha derivado en graves violaciones a los derechos humanos. Ante ello, las autoridades minimizan los hechos, como en el caso de Tlatlaya, en el de Ecuandureo, donde todo apuntaba desde el principio hacia las Fuerzas Armadas y la Policía Federal, respectivamente.
 Director ejecutivo de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos (CMDPDH), Guevara Bermúdez apunta que más allá de los tropiezos políticos de la actual administración, las cifras de la violencia revelan que la estrategia de seguridad no ha cambiado durante la gestión de Peña Nieto.
 “Entre 2006 y 2014 se presentaron 4 mil 55 denuncias de tortura ante la Procuraduría General de la República (PGR), de las cuales mil 273 son atribuibles a militares –resalta–. Contamos con cifras conservadoras de 24 mil 851 desaparecidos, de acuerdo al Registro Nacional de Personas Desaparecidas, 281 mil 418 desplazados internamente por la violencia; 8 mil 595 personas detenidas arbitrariamente bajo la figura del arraigo tan sólo a nivel federal.”
 De acuerdo con los datos obtenidos por Guevara y la CMDPDH a través de diversas solicitudes de información pública, a los datos duros de la tragedia, agrega que habría que alertar sobre “27 asesinatos y ocho casos de desaparición forzada contra defensoras de derechos humanos y más de 80 periodistas asesinados y 17 desaparecidos”. Todo está documentado, dice.
 Ministro de Asuntos de Derechos Humanos de la Misión Permanente de México ante la ONU en Ginebra de 2006 a2009, Guevara sostiene que, en el ámbito internacional, la política de derechos humanos de la administración de Peña Nieto es considerada regresiva.
 Muestra de ello, dice, son los desaguisados con el Comité sobre Desapariciones Forzadas y con el relator especial sobre tortura, Juan Méndez, en los que el gobierno de Peña Nieto confrontó las conclusiones de ambas instancias que describían a México como un país donde las desapariciones y la tortura son delitos generalizados.
 Otra pifia más de la administración de Peña Nieto es el retiro inopinado de la candidatura de Miguel Sarre para el Comité contra la Tortura para imponer a Claude Heller, “un diplomático sin experiencia en materia de tortura”, refiere Guevara.
 Tras recordar que en diciembre pasado la cancillería intentó influir para que la Corte Penal Internacional no abra una investigación contra México, el director ejecutivo de la CMDPDH considera que “son señales muy claras del pensamiento oficial del gobierno de Peña Nieto sobre cómo percibe los derechos humanos y cómo trata de controlarlos”.
 Mario Patrón Sánchez, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), sostiene que los casos graves registrados en el último año pusieron al gobierno de Peña Nieto en el centro de la mirada internacional y son, también, el resultado de su “visión electorera”.
 Parte de la defensa de los familiares de las víctimas de Tlatlaya y Ayotzinapa, Patrón Sánchez sostiene que la reacción de Peña Nieto en esos asuntos estuvo motivada precisamente por una gran presión internacional y no por algún interés en esclarecerlos y castigar a los culpables.
 La presión internacional
 A 11 meses de la desaparición de los normalistas en Iguala, en víspera de que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)­ rinda su sexto informe, Patrón Sánchez reflexiona que “fue el momento político” que obligó a Peña Nieto a tomar el caso.
 “Era claro que al gobierno federal no le importaba la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa porque ocurrió en un estado gobernado en ese momento por el PRD; es decir, por la oposición. Por eso es que dura más de ocho días en incorporarse al caso, y lo hace porque se le empieza a revertir el costo político por la presión internacional”, considera.
 La desaparición forzada de los 43 normalistas sólo se explica por “el contubernio y aquiescencia entre el poder político y el crimen organizado”, sostiene Patrón.
 Recuerda que entre octubre y noviembre de 2014, cuando México firmó el convenio de colaboración con la CIDH, “el gobierno de Peña Nieto estaba expuesto a un escrutinio internacional durísimo y a una crítica porque se empieza a revelar su incapacidad para investigar un caso como el de Ayotzinapa, y es en ese contexto de debilidad política que dice sí a la asistencia técnica internacional, probablemente si se hubiera solicitado en febrero o marzo, el gobierno de Peña Nieto se hubiera negado”.
 Con respecto a las 22 muertes de Tla­tlaya a manos del Ejército, detrás de las cuales hubo la orden de “abatir” delincuentes, como lo demostró el Centro Prodh­ al revelar las indicaciones que llevaba el mando militar que encabezó el operativo el 30 de junio del año pasado, Patrón resalta que el caso acaparó reflectores por la influencia de Estados Unidos, lo que obligó a Peña Nieto a salir al paso de los cuestionamientos:
 “Todo fue por una presión internacional muy vinculada con los Estados Unidos, porque fondos de la Iniciativa Mérida se destinaron al 102 Batallón, al que pertenecen los soldados que operaron en Tlatlaya.”
 A la mitad del sexenio de Peña Nieto y con tragedias humanitarias ocurridas en el último año, el panorama se avizora desolador, sobre todo para los defensores de derechos humanos, considera Fernando Ríos Martínez, secretario ejecutivo de la Red TDT, en la que confluyen 72 organizaciones sociales de 21 estados del país.
 Responsable de la publicación Ante la adversidad y la indignación: La construcción colectiva. Agenda política 2015-2020, que será presentada el próximo 2 de septiembre, Ríos Martínez asegura que si bien Peña Nieto no modificó la política de seguridad de Felipe Calderón, concentrada en la actuación de las fuerzas armadas, el enfoque es distinto, está dirigido a respaldar las reformas neoliberales como la energética.
 “Notamos un incremento de la militarización en función del control de los megaproyectos –apunta–. No es raro que ahora los gendarmes cuiden los proyectos turísticos, carreteros, mineros, eólicos, y es una expresión de control social.”
 Es sintomático, dice, que pese a un supuesto decremento del número de homicidios –“de los 27 mil asesinados en 2012, ahora resulta que en 2014 hay 19 mil”– se agravaron las expresiones de crueldad y se focalizaron.
 Aunque admite que la difusión de casos graves como Ecuandureo, Apatzingán y Tlatlaya han hecho que la comunidad internacional mire hacia México, Ríos Martínez apunta: “Creemos que el crimen organizado en contubernio con el Estado se ha expandido de manera significativa. Podemos decir que no es cuestión de regiones que estén especialmente asoladas por el crimen organizado, sino que han tenido una funcionalidad”.
 Esa circunstancia, advierte, coloca en una posición de mayor riesgo a “los defensores de derechos humanos que somos vistos como enemigos públicos del progreso. Cada vez nos vemos más amenazados al denunciar estas violaciones cotidianas y sistemáticas de los derechos humanos”.
 Y pone ejemplos: el reciente informe del Comité Cerezo, organización afiliada a la Red TDT, del 1 de junio de 2014 al 31 de mayo de 2015 contabilizó 860 agresiones a defensores de derechos humanos, incluidas 47 ejecuciones extrajudiciales y 52 desapariciones forzadas.
 Ríos admite que ante el proyecto privatizador de la actual administración, la situación no será fácil para los defensores.
 “Es claro que los defensores comunitarios se encuentran en una mayor vulnerabilidad –dice–. Primero, porque se encuentran bajo la lupa de grandes empresas nacionales y trasnacionales que pretenden despojarlos, y porque utilizan un enorme poderío económico y político en un país donde prevalece una gran impunidad”.



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