17 ago 2015

Israel, una tierra para tres pueblos/Guy Sorman

Israel, una tierra para tres pueblos/Guy Sorman
ABC | 17 de agosto de 2015..
Durante mucho tiempo el Estado de Israel se ha interpretado como un campo de disputa interminable entre judíos y palestinos. Pero las detenciones de integristas judíos, sospechosos según el Gobierno de cometer actos terroristas, muestran una fractura al menos igual de dolorosa entre judíos laicos y judíos mesiánicos. Los judíos laicos y los palestinos de la OLP podrían llegar a un acuerdo de paz basado en una división del territorio, y en acuerdos económicos y estratégicos. Sabemos que los judíos mesiánicos se oponen, y que, al considerar a los judíos laicos apóstatas, se enfrentan aún más a ellos. 
Entre estos dos pueblos judíos es imposible cualquier discusión racional: viven en una misma tierra, pero no habitan el mismo planeta mental. Los judíos laicos ponen sus esperanzas en la paz y la prosperidad, mientras que los mesiánicos se preparan para el fin de los tiempos, que consideran inminente. El ardor y la violencia de los colonos mesiánicos no es solo territorial, pues el «celo» que los habita no es de este mundo. Esta división del pueblo judío no es reciente: cuando los romanos, en el año 70, se apoderaron de Jerusalén controlados por los zelotes, eran numerosos los judíos –entre ellos el historiador Flavio Josefo– que vivían lejos del Templo, pues consideraban que el judaísmo era un mensaje para el mundo, y no para una franja de tierra. 
Del mismo modo, los sionistas modernos que no eran ni son místicos, dudaron antes de elegir Palestina: en el siglo XIX, Argentina, Uganda y Madagascar fueron considerados también como posibles refugios contra las persecuciones antisemitas. Recordemos que Thedor Herzl, fundador del sionismo, no era religioso, que David Ben Gurión era un socialista ateo y que Benjamín Netanyahu no es muy devoto. Hoy en día, los judíos en la Diáspora, especialmente en Estados Unidos, Francia y Argentina, no sienten la necesidad de partir hacia Israel y son tan numerosos como los israelíes. El judaísmo no coincide, pues, con la tierra de Israel, y no se da ese caso desde hace 2.500 años, incluso si Israel sigue siendo fundamental en el hecho judío, bien sea por fe o por solidaridad.

Frente a los sionistas, y cada vez más opuestos a los judíos de la Diáspora, estos judíos mesiánicos tienen raíces lejanas: los zelotes, que prefirieron morir antes que ceder el Templo a los romanos, y los «sicarios», últimos vestigios de la resistencia que se suicidaron en la fortaleza de Masadá en el año 75, antes que rendirse. Pero el mesianismo contemporáneo tal y como se manifiesta actualmente en Israel es de creación reciente, surgido en lo esencial de las sectas yidddish de Brooklyn: esos integristas judíos que van y vienen entre Nueva York y Jerusalén comparten una exaltación y una espera comunes con las sectas protestantes evangélicas estadounidenses que les apoyan. Desde la reunificación de Jerusalén, en 1967, estos mesiánicos, poco numerosos cuando nació el Estado de Israel, porque lo percibían justamente como ateo, han partido a su conquista: sus efectivos aumentan sin cesar gracias a la inmigración, la colonización y la superabundancia de sus hijos. Es sabido que, al ser Israel una democracia, es imposible gobernar sin el beneplácito de los partidos religiosos que los representan. Sobre el terreno se puede comprobar que los mesiánicos se reagrupan para constituir sus enclaves fortificados, que se convierten en algo distinto de la geografía laica. Los laicos viven sobre todo en la costa mediterránea, mientras que los mesiánicos ocupan las montañas orientales y penetran cada vez más en territorio palestino. De día en día, Jerusalén pasa a estar bajo el control de los mesiánicos: los habitantes de Tel Aviv dudan en acudir allí, mientras que los mesiánicos ya no van a Tel Aviv, tierra pagana, según ellos. Esta división del país se hace perceptible, incluso para los no iniciados: basta con viajar de la costa a las colinas de Judea para comprobar que la ropa cambia, la vestimenta ligera del Mediterráneo cede progresivamente paso al uniforme negro de los mesiánicos, con medias de lana en cualquier estación impuestas a las mujeres y a los niños, que casi no pueden elegir: Israel, al este, está en vías de talibanización, y las yeshivas son equivalentes a las madrasas coránicas.
Hasta estas últimas semanas, la solidaridad entre todos los israelíes, si no todos los judíos, superaba esa fractura interna y los gobiernos mantenían una fachada de normalidad. Pero es previsible que este frágil ensamblaje entre laicos y mesiánicos ya esté roto, porque el mesianismo engendra un terrorismo que ataca tanto a judíos laicos como a palestinos. El Gobierno de Netanyahu, al ser de derechas, intransigente frente al mundo árabe e Irán, es evidentemente el mejor situado para denunciar el terrorismo mesiánico e intentar contenerlo, si es que se puede. Basándonos en el modelo histórico del presidente egipcio Anuar El Sadat en Jerusalén en 1978, o de Richard Nixon en China en 1974, cabría imaginar que Netanyahu tendiera la mano a los palestinos moderados para que coexistieran sobre esta tierra un Israel laico y una Palestina laica: los dos juntos se enfrentarían a sus extremistas, locos de Alá y locos de Yavé. Esto parecerá un acuerdo demasiado racional plantado en una tierra fértil para los misticismos: sería, en todo caso, una solución, no profética, para nuestro tiempo. Para el más allá, no se sabe.

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