Revista
Proceso
# 2070, 3 de julio de 2016...
Y Ayotzinapa se
hermanó con Nochixtlán/ARTURO RODRÍGUEZ Y PEDRO MATÍAS
Asunción
Nochixtlán, Oax.- Las festividades de San Pedro, ampliamente celebradas en
territorio mixteco, transcurrieron en paralelo al levantamiento de cruces que,
en siete hogares de la región, marcaron el fin del novenario con el que deudos
y comunidades terminaron de despedir a los abatidos por la Policía Federal.
Llegó
luego una caravana magisterial que pasó primero por Hacienda Blanca y Huitzo,
para entrar a Nochixtlán y recorrer los lugares donde cayeron muertos y
heridos los mixtecos.
Así
terminaron de despedir a Omar González, un vendedor de flores que, para su
comercio, acudió aquel domingo de tianguis a Nochixtlán, desde Palo de Letra,
una pequeña comunidad enclavada en la sierra, en el distrito de Tlaxiaco.
A
sus 22 años Omar no participaba en ningún movimiento social ni partido
político, pero tenía reconocimiento en su comunidad. Sus seis hermanos muestran
los campos a medias, que llaman cultivos. Se trata de extensiones de bosque que
Omar, con el tequio, el trabajo comunitario, había convencido a su comunidad de
reforestar.
Ese
joven mixteco había encabezado también una iniciativa para la prohibición de la
caza furtiva en la montaña de la comunidad. El 29 de junio sus hermanos
levantaron su cruz.
Hace
un año el padre de los siete murió. Un mes antes que Omar, había muerto su
madre. Así que en Palo de Letra, la familia González vive un duelo persistente
y los hermanos piden no ser identificados por nombre, porque temen por su
seguridad y ya no quieren otro duelo.
“Somos
una familia de principios, lo que nosotros siempre exigimos es la honestidad, y
honestidad es justicia. Exigimos justicia pero también pedimos seguridad.
Sabemos de otras familias que han sido amenazadas, intimidadas. Lo que queremos
es justicia con honestidad y seguridad para nosotros.”
Para
levantar la cruz por la muerte de Anselmo Cruz Aquino, su esposa Viridiana
Diego esperó hasta el sábado 2. Lo único que ella sabe es que el 19 de junio
salió con dos de sus hermanos muy temprano, que iba muy contento a sorprender a
su padre en Nochixtlán, porque era Día del Padre, y que dos días después se lo
regresaron muerto.
Anselmo,
vecino de Tlaxiaco, había trabajado en la Coca-Cola como promotor, pero hace
unos años decidió cambiar de empleo, se dedicaba a hacer trabajos de plomería
y, recientemente, administraba una farmacia.
Lo
más próximo a una militancia era el motoclub Renegados, porque le gustaba andar
en motocicleta, rodar por los caminos y conocer gente de otras partes. Dos
veces por semana era árbitro de futbol.
Frente
a la cruz de cal, colocada en la casa de sus suegros, en Ñuu Yucu Tambor
(Pueblo del Cerro del Tambor), Santa María del Rosario, la viuda de Anselmo no
logra entender por qué los atacaron si nada más iban a despejar la autopista y
se metieron al pueblo. Lo dice así, en plural, porque dos de sus hermanos
resultaron heridos.
“A
los de arriba, como todo lo tienen, no les importa las carencias de abajo. A
los maestros les debemos mucho, que le compren a mi hijo hasta un lápiz. ¿Por
qué lastimarlos?, ¿por qué lastimarnos?”
Una
de sus cuñadas interviene: “El beneficio que ellos piden es justo porque es
para todos los que no tenemos posibilidades de pagar escuela privada. Los de
arriba no entienden que es distinto las ciudades que la comunidad”.
A
su exigencia de justicia suma la necesidad. Sus pequeños, Marco Tenor y Yared,
de tres y cinco años, ya no tienen cómo salir adelante. Lo único que han
recibido en estos días es el apoyo de la comunidad y las cooperaciones de los
maestros de Tlaxiaco.
Una
vez más su familia interviene: lo que no se ha dicho es que los federales se
metieron a las casas, como la del hermano de Anselmo.
Los
hermanos Cruz se asomaron a ver lo que pasaba en la colonia Buenavista de
Nochixtlán. Rápido, Gilberto, uno de los hermanos resultó herido y le siguió
Anselmo. Las detonaciones continuaron. Más tarde, Anselmo murió en el hospital.
La
indignación mixteca
Como
ocurre en el camino a Palo de Letra, rumbo al municipio de San Juan Ñumí, hay
terracerías que alguna vez tuvieron pavimento y que hoy son accidentados tramos
sin asfalto.
El
15 de junio los habitantes de la comunidad de San Pedro Ñumí pidieron una
colecta para los profesores. Esa comunidad pobre, regida por usos y costumbres,
enclavada en la montaña, hizo el acopio que pudo y nombró a 34 hombres para
llevar la colecta al bloqueo de Nochixtlán. Cuando llegaron ya estaba el
enfrentamiento.
Entonces
murió Silvano Sosa Chávez, de 40 años, campesino con cinco hijos, que en
semanas recientes había sido electo integrante del comité de la telesecundaria
y, aunque todavía no entraba en funciones, acudió al comité.
“Él
sólo quería que sus hijos estudiaran mucho y quería apoyar la escuela. Por eso
andaba en el comité de la telesecundaria”, dice Adela Sosa, sobrina que lo veía
como padre.
Su
hermano, Basilio, culpa al gobierno porque Silvano ni era profesor, era
campesino que llevaba ayuda. “El gobierno dice que los profesores provocan
problemas, pero aquí el profesor ayuda, el que causa problemas es el gobierno,
y luego, mata”.
San
Pedro Ñumí está triste, dice su agente municipal Elías Chávez Miguel, autoridad
indígena de esa comunidad donde se habla mixteco. Ahí son objeto de
discriminación: indígenas, no priistas como la mayoría en Ñumí, ni partidistas
y, por si fuera poco, adventistas.
Para
Elías Chávez “los vecinos abrieron los ojos, pagan más luz, pagan más
teléfono”, dice respecto a las reformas. Con su mística indígena y religiosa,
ellos supieron que los profesores llevaban más de un mes en el bloqueo, fueron
para ayudar al prójimo y les mataron a Silvano.
Cien
vecinos de la comunidad se organizaron para ir a Nochixtlán aquel día, pero
todo fue inútil. Golpeados, gaseados, con un herido de bala y la muerte de
Silvano, regresaron llorando.
“Yo
lo que exijo como autoridad de San Pedro Ñumí es que el gobierno se
responsabilice, le pido como autoridad que responda, porque del gobierno es la
culpa.”
Dos
días antes, el día de la caravana en Nochixtlán, los deudos llevaban una
escolta que destacaba en la primera fila del contingente. Fungían como guardia
de las familias en duelo las autoridades indígenas de sus comunidades, llevando
como única arma su bastón de mando.
Entre
ellos caminaba Jaime López Rodríguez, presidente municipal de Santa María
Apazco, con todo su cabildo. Yalid Jiménez, uno de los muertos del 19, era su
regidor de salud. Como él, 20 autoridades mixtecas solicitaron, el 25 de junio,
que se hiciera juicio político contra los responsables del operativo
sangriento, calificando lo ocurrido como un crimen de lesa humanidad.
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