3 jul 2016

... Y Ayotzinapa se hermanó con Nochixtlán

Revista Proceso # 2070, 3 de julio de 2016...
Y Ayotzinapa se hermanó con Nochixtlán/ARTURO RODRÍGUEZ Y PEDRO MATÍAS
Asunción Nochixtlán, Oax.- Las festividades de San Pedro, ampliamente celebradas en territorio mixteco, transcurrieron en paralelo al levantamiento de cruces que, en siete hogares de la región, marcaron el fin del novenario con el que deudos y comunidades terminaron de despedir a los abatidos por la Policía Federal.
 La calenda, colorido desfile que, al ritmo de chirimía y tambor, suele anunciar las festividades patronales en la región de Valles Centrales, transitó por las calles de esta ciudad con Óscar Luna, su “cargador” ausente, quien debía llevar el cirio (la carga) e iniciar con su velación el ritual que precedía la fiesta del templo de San Pedro Apóstol, ubicado en uno de los cinco barrios cuyos campanarios repicaron el 19 de junio en llamada de auxilio a la disidencia magisterial.

 El 27 de junio, día de la calenda, fue también día de procesiones de protesta. Muy temprano, un grupo de padres de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa caminaron por el área en la que se inició el operativo que cobró aquí la vida, oficialmente, de ocho personas.
 “El mismo asesino que participó en Iguala es el de Nochixtlán: fueron uniformados de la Policía Federal que mataron al pueblo porque el gobierno no quiere que protesten”, dijo Felipe de la Cruz –padre de un normalista guerrerense– para quien Ayotzinapa y Nochix­tlán están hermanados “por la violencia del Estado”.


Llegó luego una caravana magisterial que pasó primero por Hacienda Blanca y Huitzo, para entrar a Nochix­tlán y recorrer los lugares donde cayeron muertos y heridos los mixtecos.
 –¿Por qué pasaron por Huitzo? –se le pregunta a un grupo de profesores de la caravana.
 –Porque ahí también llegó la Policía Federal. Nos dispersaron aventándonos gases desde el helicóptero y tuvimos que correr, todos gaseados –responde una maestra.
 Eran como las 15:30 horas del 19 de junio cuando los contingentes policiacos abandonaban Nochixtlán dejando atrás un reguero de muertos y heridos, luego de que el helicóptero –aparentemente de la Gendarmería Nacional– atacó el incipiente bloqueo de Huitzo, logística impecable que dejó paso libre a sus contingentes. Así llegaron a Hacienda Blanca para desalojar a otro grupo de maestros.
 En Huitzo no hubo más heridos que aquellos por el efecto de los gases y pocos tomaron nota de esa perfecta coordinación tierra-aire, como sí lo hicieron otros cuando la policía empezó a abrir fuego en Nochixtlán.
 Vecinos que sobrevivieron a los hechos recuerdan que alrededor de las 10:00 horas de ese domingo, cuando los contingentes policiacos se empezaron a replegar –se les habían acabado los gases y por más que las voces de mando ordenaban avanzar, los policías huían–, bajó el helicóptero y de repente aparecieron los agentes armados de la Gendarmería y comenzaron a disparar, como ya lo habían hecho momentos antes tiradores anónimos desde el hotel Juquila.
 Desde entonces Nochixtlán está en zozobra. Con miedo, sin salir de sus domicilios, convalecen decenas de personas. Temen que la policía se los vaya a llevar si van a un hospital, según Flavio Sosa, dirigente de la organización social Comuna.
 Han pasado nueve días desde el operativo y los testimonios de atrocidad seguían fluyendo. En Nochixtlán la normalidad se conquista a base de apoyo comunitario, una asamblea de los cinco barrios, porque no hay autoridad formal. Es como si intentaran sobreponerse a cada momento, asegura Dee, un artista urbano que, junto a otros, ha decorado los muros del lugar del operativo con grafitis de simbología mixteca.
 El 27 de junio hubo dos procesiones más. El levantamiento de las cruces, en los lugares donde se veló a Óscar Luna, “el cargador”, y a Jesús Cadena, respectivamente. Eran las cruces de cal, formadas desde el día de sus sepelios que, recogidas, fueron llevadas a las tumbas.
 Familias en duelo
 Todo se inicia con el rezo de un rosario. Ahí están los padrinos de velas y flores. Cal, flores y veladoras son la representación de un cuerpo en forma de cruz que se va levantando poco a poco, hasta que con unas escobetas de vara recogen la cal, sal y limones con vinagre. Todo va a un recipiente. Ya en el panteón, todos besan lo que fue la cruz en despedida.

Así terminaron de despedir a Omar González, un vendedor de flores que, para su comercio, acudió aquel domingo de tianguis a Nochixtlán, desde Palo de Letra, una pequeña comunidad enclavada en la sierra, en el distrito de Tlaxiaco.

A sus 22 años Omar no participaba en ningún movimiento social ni partido político, pero tenía reconocimiento en su comunidad. Sus seis hermanos muestran los campos a medias, que llaman cultivos. Se trata de extensiones de bosque que Omar, con el tequio, el trabajo comunitario, había convencido a su comunidad de reforestar.

Ese joven mixteco había encabezado también una iniciativa para la prohibición de la caza furtiva en la montaña de la comunidad. El 29 de junio sus hermanos levantaron su cruz.

Hace un año el padre de los siete murió. Un mes antes que Omar, había muerto su madre. Así que en Palo de Letra, la familia González vive un duelo persistente y los hermanos piden no ser identificados por nombre, porque temen por su seguridad y ya no quieren otro duelo.

“Somos una familia de principios, lo que nosotros siempre exigimos es la honestidad, y honestidad es justicia. Exigimos justicia pero también pedimos seguridad. Sabemos de otras familias que han sido amenazadas, intimidadas. Lo que queremos es justicia con honestidad y seguridad para nosotros.”

Para levantar la cruz por la muerte de Anselmo Cruz Aquino, su esposa Viridiana Diego esperó hasta el sábado 2. Lo único que ella sabe es que el 19 de junio salió con dos de sus hermanos muy temprano, que iba muy contento a sorprender a su padre en Nochixtlán, porque era Día del Padre, y que dos días después se lo regresaron muerto.

Anselmo, vecino de Tlaxiaco, había trabajado en la Coca-Cola como promotor, pero hace unos años decidió cambiar de empleo, se dedicaba a hacer trabajos de plomería y, recientemente, administraba una farmacia.

Lo más próximo a una militancia era el motoclub Renegados, porque le gustaba andar en motocicleta, rodar por los caminos y conocer gente de otras partes. Dos veces por semana era árbitro de futbol.

Frente a la cruz de cal, colocada en la casa de sus suegros, en Ñuu Yucu Tambor (Pueblo del Cerro del Tambor), Santa María del Rosario, la viuda de Anselmo no logra entender por qué los atacaron si nada más iban a despejar la autopista y se metieron al pueblo. Lo dice así, en plural, porque dos de sus hermanos resultaron heridos.

“A los de arriba, como todo lo tienen, no les importa las carencias de abajo. A los maestros les debemos mucho, que le compren a mi hijo hasta un lápiz. ¿Por qué lastimarlos?, ¿por qué lastimarnos?”

Una de sus cuñadas interviene: “El beneficio que ellos piden es justo porque es para todos los que no tenemos posibilidades de pagar escuela privada. Los de arriba no entienden que es distinto las ciudades que la comunidad”.

A su exigencia de justicia suma la necesidad. Sus pequeños, Marco Tenor y Yared, de tres y cinco años, ya no tienen cómo salir adelante. Lo único que han recibido en estos días es el apoyo de la comunidad y las cooperaciones de los maestros de Tlaxiaco.

Una vez más su familia interviene: lo que no se ha dicho es que los federales se metieron a las casas, como la del hermano de Anselmo.

Los hermanos Cruz se asomaron a ver lo que pasaba en la colonia Buenavista de Nochixtlán. Rápido, Gilberto, uno de los hermanos resultó herido y le siguió Anselmo. Las detonaciones continuaron. Más tarde, Anselmo murió en el hospital.

La indignación mixteca

Como ocurre en el camino a Palo de Letra, rumbo al municipio de San Juan Ñumí, hay terracerías que alguna vez tuvieron pavimento y que hoy son accidentados tramos sin asfalto.

El 15 de junio los habitantes de la comunidad de San Pedro Ñumí pidieron una colecta para los profesores. Esa comunidad pobre, regida por usos y costumbres, enclavada en la montaña, hizo el acopio que pudo y nombró a 34 hombres para llevar la colecta al bloqueo de Nochixtlán. Cuando llegaron ya estaba el enfrentamiento.

Entonces murió Silvano Sosa Chávez, de 40 años, campesino con cinco hijos, que en semanas recientes había sido electo integrante del comité de la telesecundaria y, aunque todavía no entraba en funciones, acudió al comité.

“Él sólo quería que sus hijos estudiaran mucho y quería apoyar la escuela. Por eso andaba en el comité de la telesecundaria”, dice Adela Sosa, sobrina que lo veía como padre.

Su hermano, Basilio, culpa al gobierno porque Silvano ni era profesor, era campesino que llevaba ayuda. “El gobierno dice que los profesores provocan problemas, pero aquí el profesor ayuda, el que causa problemas es el gobierno, y luego, mata”.

San Pedro Ñumí está triste, dice su agente municipal Elías Chávez Miguel, autoridad indígena de esa comunidad donde se habla mixteco. Ahí son objeto de discriminación: indígenas, no priistas como la mayoría en Ñumí, ni partidistas y, por si fuera poco, adventistas.

Para Elías Chávez “los vecinos abrieron los ojos, pagan más luz, pagan más teléfono”, dice respecto a las reformas. Con su mística indígena y religiosa, ellos supieron que los profesores llevaban más de un mes en el bloqueo, fueron para ayudar al prójimo y les mataron a Silvano.

Cien vecinos de la comunidad se organizaron para ir a Nochixtlán aquel día, pero todo fue inútil. Golpeados, gaseados, con un herido de bala y la muerte de Silvano, regresaron llorando.

“Yo lo que exijo como autoridad de San Pedro Ñumí es que el gobierno se responsabilice, le pido como autoridad que responda, porque del gobierno es la culpa.”

Dos días antes, el día de la caravana en Nochixtlán, los deudos llevaban una escolta que destacaba en la primera fila del contingente. Fungían como guardia de las familias en duelo las autoridades indígenas de sus comunidades, llevando como única arma su bastón de mando.

Entre ellos caminaba Jaime López Rodríguez, presidente municipal de Santa María Apazco, con todo su cabildo. Yalid Jiménez, uno de los muertos del 19, era su regidor de salud. Como él, 20 autoridades mixtecas solicitaron, el 25 de junio, que se hiciera juicio político contra los responsables del operativo sangriento, calificando lo ocurrido como un crimen de lesa humanidad.


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