2 ago 2016

He aquí tres mandamientos para protegernos.

Periodismo y terrorismo/Béatrice Delvaux
Béatrice Delvaux es editorialista jefe de Le Soir. 
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
El País, 1 de agosto de 2016
Los medios de comunicación, ¿oxígeno del terrorismo? Es lo que dijo a finales de julio un juez antiterrorista francés, que acusó a los periodistas de que, al informar sobre los atentados y las emociones suscitadas, contribuyen a la difusión del terror que buscan los yihadistas. Que incluso empujan a los individuos indecisos a actuar, por mimetismo o por exceso de imágenes. “Los medios multiplican el acto terrorista, como si se reprodujera millones de veces en cada hogar”, acusó un politólogo. ¿El periodista europeo se ha convertido en aliado del ISIS, queriendo o sin querer? He aquí tres mandamientos para protegernos.
 Asumirás que eres políticamente correcto. Es la acusación que se hace contra los medios de calidad: demasiado asépticos, demasiado ingenuos, demasiado amables, demasiado políticamente correctos. Pero habrá que resignarse a recibir esos calificativos, porque ¿cuál sería la alternativa? ¿Apoyar a Erdogan cuando asegura sentirse obligado a cumplir los falsos deseos de una muchedumbre que reclama, según él, la recuperación de la pena de muerte, o cuando amordaza a la prensa? ¿Alentar a Sarkozy cuando declara a las familias francesas reunidas un domingo por la noche ante el televisor: “Estamos en guerra, una guerra total, es ellos o nosotros”? ¿O callarse cuando los partidos de la oposición, sean o no extremistas, intentan hacernos creer que existen recetas milagrosas contra el terrorismo y que es posible un riesgo cero?

 Habrá que asumir que somos políticamente correctos y seguir escribiendo que hay que construir puentes con las otras comunidades, fortalecer los lazos con los musulmanes que viven en Europa, invertir en la educación, la razón y la inteligencia, porque son los únicos instrumentos para impedir el paso a la barbarie.
 Tendremos que seguir siendo políticamente correctos y apoyar a los políticos que unen Estado y nación, en vez de separarlos. Como explicaba hace poco el politólogo belga Jacques Henrotin en Le Soir, no habrá más remedio que adaptarse. “¡No vamos a dejar de respirar! La capacidad de adaptación de la sociedad es la manera de reaccionar a las agresiones sin ver alterados sus valores fundamentales. Uno de sus factores clave es disponer de la información adecuada, en calidad y en cantidad. Es decir, dar sentido a la situación”. Habrá que asumir que somos ingenuos para esa marea de chivos expiatorios, análisis simplista y anatema fácil. Habrá que negarse a confrontar el odio con odio y trivializar el racismo o incluso justificarlo, habrá que presentar verdades frente a la humareda de palabras desacomplejadas de los Trump, Farage y Johnson.
 Ampliarás tus límites. Esta es nuestra otra gran dificultad. ¿A quién llegamos? ¿A esas élites a las que también acusan de estar desconectadas de los jóvenes y menos jóvenes que buscan sentido, de esa famosa clase popular que ya no se siente escuchada ni representada por los partidos y se venga de su sentimiento de abandono? ¿De qué sirve explicar si no predicamos más que a los convencidos? Nuestro reto es llegar a la comunidad de los perdidos, los indignados, los amargados. Un reto difícil cuando nuestros modelos económicos están derrumbándose y los periodistas se cuestionan su futuro y el sentido de su oficio. ¿Sigue siendo la defensa de la democracia un proyecto editorial viable para muchos periódicos que nacieron en ese combate por los derechos y las libertades hace 70 años, vibrantes, populares y activos en aquella Europa de la posguerra y el posfascismo? Habrá que creer que sí y aferrarse a ello.
 Huirás de las emociones. Qué difícil es, cuando se acumulan los muertos, un camión atropella a unos niños en plena fiesta nacional, un viejo sacerdote muere degollado, arrodillado en su pequeña iglesia, los pasajeros de un tren se ven atacados a hachazos, no mostrar el dolor y el espanto, no exigir la venganza del Estado. Pero nuestras plumas europeas, capaces de emocionarse, deben permanecer secas, no zozobrar en la negrura de los sentimientos. Debemos seguir preguntándonos sobre los sucesos que se acumulan, iluminarlos de razón y no dejar terreno libre al terror que siembra la propaganda del ISIS.
 Actuar con calma parece ridículo frente a la máquina de destrucción masiva en suelo europeo. Pero es lo más útil. El periodismo es una de esas armas contra la barbarie, siempre que se practique (de nuevo) de forma responsable, profesional y al servicio de la población. Con el recuerdo del espíritu de los fundadores y sin encerrarnos tras los muros.

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