15 abr 2019

En el Vaticano, el "lobby gay" es todo un sistema/

En el Vaticano, el "lobby gay" es todo un sistema/
RODRIGO VERA
Revista Proceso @ 14 de abril de 2019
La versión al español de Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano, el libro más reciente del investigador francés Frédéric Martel, acaba de llegar a las librerías de México bajo el sello de Rocaeditorial y es probable que provoque escándalo en la Iglesia católica del país por sus puntuales revelaciones. Martel sostiene que alrededor de 80% del clero vaticano es homosexual, pese a que la jerarquía eclesiástica sigue oponiéndose a las prácticas de ese tipo y a los matrimonios entre personas del mismo sexo, por lo que, dice, ese rechazo es una postura “hipócrita” y “esquizofrénica”.

La “omnipresencia” de los homosexuales es todo un “sistema” que opera dentro del Vaticano, donde cerca de 80% de sus miembros tienen esta preferencia sexual y se apoyan unos a otros para escalar posiciones de “poder”, de manera que no se trata de un grupo minoritario aglutinado en un supuesto lobby gay, ni tampoco son unas cuantas “manzanas podridas”, “ovejas negras” o “peces malos en la red de Pedro”, como alguna vez aseguró el Papa Benedicto XVI.


A esta conclusión llega el libro Sodoma, poder y escándalo en el Vaticano, escrito por el investigador francés Frédéric Martel y que en México acaba de poner en circulación el sello Rocaeditorial.

Añade Martel en su volumen: “No se trata de un lobby ni de una disidencia; tampoco es una secta o una masonería dentro de la Santa Sede: es un sistema. No es una pequeña minoría, sino una gran mayoría.

“El Vaticano tiene una de las comunidades gays más numerosas del mundo. Dudo que haya tantos ni siquiera en el Castro de San Francisco, ese barrio gay emblemático.”

Pese a esto, prosigue Martel, la Iglesia católica sigue oponiéndose a las prácticas homosexuales y a los matrimonios entre personas del mismo sexo, por lo que es una postura “hipócrita” y “esquizofrénica”.

El libro, de 635 páginas, es producto de un amplio estudio realizado durante cuatro años por investigadores coordinados por Martel en 30 países, donde entrevistaron a unas mil 500 personas, entre ellas a 41 cardenales, 52 obispos y 45 nuncios apostólicos.

La investigación narra las historias de algunos encumbrados jerarcas homosexuales, como el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, quien fue presidente del Pontificio Consejo para la Familia y al parecer murió de sida. 

“Era uno de esos hombres que anhelan el poder para tener sexo y el sexo para tener poder… Obligaba a los seminaristas a ceder a sus proposiciones. Su especialidad eran los novicios. Los más frágiles, los más jóvenes, los más vulnerables. Aunque en realidad se acostaba con todo el mundo. También con muchos prostitutos”, sostiene el autor. 

Menciona al arzobispo estadunidense Paul Marcinkus, un “estafador” que administraba la Ciudad del Vaticano, que “sentía predilección por los guardias suizos”.

Martel incluye varios testimonios de “amantes”, “prostitutos” y “escorts de lujo”, quienes narran sus encuentros y la manera como son abordados por los sacerdotes en las desenfrenadas noches romanas.

Le dedica un capítulo especial a la Residencia de Santa Marta, el edificio de 120 habitaciones donde actualmente habitan el Papa Francisco y otros prelados. Ahí –cuentan algunos inquilinos entrevistados– es muy común que los clérigos lleven a sus mancebos para pasar la noche. Y en el comedor, entre bromas, los comensales acostumbran ponerles motes femeninos a los cardenales homosexuales. Es la residencia un centro de “ambiciones e intrigas”, de “competencia y envidia”, donde los religiosos de más rango suelen seducir a “los curas más jóvenes” e incluso a los solemnes guardias suizos. 

Se cuenta en el libro una anécdota muy ilustrativa de cómo se solapan ahí los amoríos:

“Uno de los prelados de Santa Marta trabajaba en la Secretaría de Estado. Era allegado al cardenal Giovanni Battista Re. Ese prelado tenía en aquel entonces un joven amigo eslavo, al que por las noches solía introducir en la residencia. Después lo presentaba como un familiar: su sobrino. ¡Por supuesto, nadie se lo creía! Un día, cuando el sacerdote fue ascendido, los rumores cobraron fuerza. Entonces el cardenal Giovanni Battista Re y el obispo Fernando Filoni publicaron una declaración para confirmar que el joven eslavo era realmente un familiar, y se echó tierra sobre el asunto”.

En Santa Marta, Francisco mandó colocar una imagen de la Virgen de Guadalupe. “Es un regalo que le hizo al Papa el cardenal y arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, un obsequio con el que quizá quiso hacerse perdonar sus devaneos”. (Rivera fue criticado por no denunciar al famoso cura pedófilo Marcial Maciel, por lo que Francisco acabó jubilándole.) 

Las prácticas homosexuales que van desde los seminaristas hasta los nuncios apostólicos –“los más gays” de todos– también se abordan en la investigación, donde se calcula que alrededor de 80% del clero vaticano es homosexual. 

Código del armario 

¿Por qué razón hay en el Vaticano, y en general en el sacerdocio católico, un alto porcentaje de gays?

Frédéric Martel da esta respuesta:

“Para el que no asume su homosexualidad, incorporarse al clero es lo más sencillo: vive entre chicos, lleva ropajes, ya no le preguntan si tiene novia, sus compañeros de clase (que antes le gastaban bromas malignas) se muestran ahora impresionados, quien era blanco de burlas recibe honores, quien pertenecía a una raza maldita se incorpora a una raza de elegidos… la castidad con las mujeres y la promesa de celibato ya no dan miedo al futuro sacerdote.”

De ahí que la “primera regla de Sodoma” –dice Martel– sea la siguiente: “El sacerdocio ha sido la escapatoria ideal para los jóvenes homosexuales. La homosexualidad es una de las claves de su vocación”. 

Y la segunda, que pudo constatar en sus pesquisas, es ésta: “Conforme se asciende en la jerarquía católica, la proporción de homosexuales aumenta. En el colegio cardenalicio y en el Vaticano culmina el proceso de selección: la homosexualidad es la regla y la heterosexualidad la excepción”.

Ante esto, no deja de mencionar la supuesta homosexualidad del Papa Pablo VI, cuya “relación” con el célebre actor italiano Paolo Carlini –25 años más joven que él– se investigó incluso durante su proceso de beatificación del pontífice. Pero el misterio continuó. Lo cierto es que –asegura Martel– Pablo VI tuvo “abundancia de homófilos y homosexuales entre sus allegados. Fuera o no consciente de ello, este Papa que prohibió severamente esta forma de sexualidad se rodeó al mismo tiempo de hombres que la practicaban”.

Igual menciona al exquisito Papa Benedicto XVI, considerado por algunos como un “homosexual homófobo”, cuya libido “reprimida” la “sublimó” en el “conocimiento” y la “investigación”. Describe al Papa teólogo con una frase de Nietzsche: “El santo grato a Dios es el castrado ideal”.

Agrega: “Para formar parte del Vaticano más vale cumplir un código, el ‘código del armario’, que consiste en tolerar la homosexualidad de los sacerdotes y los obispos, disfrutar de ella si se da el caso, pero mantenerla siempre en secreto. La tolerancia va a la par con la discreción. Y como dice Al Pacino en El padrino, nunca se debe criticar o abandonar a la propia ‘familia’”.

Señala Martel: “Más allá de las mentiras y de la hipocresía generalizadas, el Vaticano también es un lugar donde se llevan a cabo experimentos sorprendentes: donde se construyen nuevas formas de vida en pareja, se experimentan nuevas relaciones afectivas, se inventan nuevos estilos de vida gay, se explora la creación de la nueva familia, se prepara la jubilación de los viejos homosexuales…

“Los sacerdotes, que por lo general se separan precozmente de sus padres, han de aprender a vivir entre hombres desde la adolescencia: se crea así una nueva ‘familia’. Sin parientes y sin hijos, esas nuevas estructuras de solidaridad recompuestas son una mezcla inédita de amigos, de protegidos, de amantes, de colegas, de exlovers, a los que se añaden a veces una madre anciana o una hermana de paso; amores y amistades se mezclan de una manera no exenta de originalidad.”

Vivir el amor “bajo las restricciones del Vaticano” –señala– ha hecho que sacerdotes, obispos y cardenales inventen “montajes increíbles” para mantenerse cerca de sus parejas, a quienes hacen pasar como sus “secretarios”, “asistentes”, “guardaespaldas” o simplemente como sus “familiares”.

Dice al respecto: “Pienso en un célebre cardenal, uno de los de más alto rango de la Santa Sede, que vive con un hombre. Cuando lo entrevisté en su magnífico apartamento del Vaticano, y mientras nos demorábamos en la soleada terraza, llegó el compañero del cardenal… Percibí perfectamente el embarazo del cardenal, que consultó su reloj y rápidamente puso fin a nuestra conversación…

“–Es el marido de mi hermana fallecida –farfulló el anciano cardenal, que sin duda creyó que yo me tragaría su mentira.

“Ya me habían avisado. En el Vaticano, todo el mundo conoce el secreto del santo hombre… Me fui y los dejé tranquilos, divertido por la falsa distancia que los dos amigos se esforzaban por aparentar delante de mí… 

“Encontramos este tipo de relación innovadora con una variante en otro cardenal emérito, que vive con su asistente, cosa que presenta algunas ventajas añadidas. Los amantes pueden pasar muchos momentos juntos sin despertar demasiadas sospechas; también pueden viajar e irse de vacaciones como una pareja de enamorados, porque tienen una coartada perfecta. Nadie criticará esta proximidad, basada en una relación laboral.”

“Don’t ask, don’t tell”

Cuenta Martel que en ocasiones estos “asistentes” habitan en el mismo “domicilio de los cardenales, cosa aún más práctica. Nadie se sorprende. Los guardias suizos me confirmaron que han de hacer la vista gorda ante ‘cualquier relación’ de los cardenales. Desde hace mucho tiempo tienen asumida la regla del Don’t ask, don’t tell, que sigue siendo el mantra número uno del Vaticano”.

Indica que “acostarse con el secretario privado es un modelo omnipresente en la historia del Vaticano. Es un gran clásico de la Santa Sede: los amantes-secretarios son tan numerosos, la tendencia está tan arraigada que hasta podríamos convertirla en una nueva regla sociológica”.

Estas son también “relaciones de poder”, asegura Martel, ya que muchos cardenales “han sabido alimentar y alentar la ambición de sus favoritos”, y la sexualidad va ligada a la “posición” jerárquica.

Pero estos “arreglos” son sin embargo muy riesgosos, pues en caso de “ruptura” el “coste de la separación es mucho mayor que el de una pareja ‘normal’. Romper con el asistente es arriesgarse a situaciones embarazosas: rumores, traiciones, a veces chantaje”.

Y en ocasiones un “asistente cercano a un cardenal puede pasar al servicio de otro cardenal, traspaso que a menudo provoca celos y a veces hasta situaciones violentas. Muchos escándalos y líos del Vaticano se explican por estas rupturas amorosas entre una eminencia y su protegido”.

Otra “variante” fue “creada por un cardenal que antes solía recurrir a prostitutos y ahora parece estar más calmado. Ha encontrado la solución: hace que en cada salida… le acompañe su amante, ¡al que presenta como su guardaespaldas! (Anécdota que me confirman dos prelados, así como el anciano sacerdote Francesco Lepore.) ¡Un cardenal con un bodyguard! En el Vaticano a todo el mundo le hace gracia esta extravagancia”.

En Sodoma, poder y escándalo en el Vaticano –que ya se tradujo a ocho idiomas y circula en una veintena de países–, cuenta Martel que las “adopciones” son otro “modelo amoroso” muy en boga en la Iglesia católica:

“Conozco una decena de casos en que un cardenal, un arzobispo o un sacerdote ha ‘adoptado’ a su boyfriend. Así ocurrió, por ejemplo, con un cardenal francófono que adoptó a un inmigrante al que tenía un especial cariño, con gran asombro de la policía que descubrió, al interrogar al ‘sin papeles’, ¡que el eclesiástico pretendía que legalizasen a su compañero!

“Un cardenal hispano adoptó a su ‘amigo’, que se convirtió en su hijo (y siguió siendo su amante). Otro cardenal anciano, al que visito, vive con su joven ‘hermano’, y las hermanas que comparten su apartamento entienden perfectamente que es su novio…

“Un conocido sacerdote me explicó asimismo que ‘adoptó a un joven latinoamericano, huérfano, que vendía su cuerpo en las calles’. ‘Cliente’ al principio, la relación ‘pasó a ser muy pronto paternal, de común acuerdo, y ahora ya no es sexual’, me dice el sacerdote.” 

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