Las cuatro
etapas de la era de Putin/ Andrei Piontkovsky is a Russian political
scientist and a visiting fellow at the Hudson Institute in Washington, DC.
Traducción
de Kena Nequiz
Project
Syndicate |27/02/2013
En
1970, el disidente soviético, Andrei Amalrik, señaló en su libro, Will the
Soviet Union Survive until 1984?, que “todos los regímenes totalitarios se
deterioran sin que se den cuenta.” Amalrik tenía razón, y es probable que se
derrumbe –tal vez este año– el régimen establecido en 2000 por el presidente
ruso, Vladimir Putin, por la misma razón por la que la Unión Soviética se
colapsó en 1991.
Cabe
señalar que el colapso de la Unión Soviética no fue el resultado de la
“traición” reformista del presidente soviético, Mikhail Gorbachev. Tampoco tuvo
que ver con los precios decrecientes del petróleo o la intensificación militar
del presidente estadounidense, Ronald Reagan. El comunismo soviético estaba
condenado mucho antes que eso; cuando el mito comunista finalmente desapareció
de las mentes y corazones del público y funcionarios por igual, como lo había
pronosticado Amalrik.
En
tan solo trece años el régimen de Putin, con su gran estilo ideológico, ha
pasado por todas las etapas de la historia soviética y se ha convertido en una
vulgar parodia de cada una de ellas.
En
la primera etapa, en la que se crea el mito legitimador del régimen, se crea un
demiurgo heroico, el padre de la nación. Mientras que los bolcheviques tuvieron
la Revolución de 1917, los partidarios de Putin tuvieron la segunda guerra
chechena de 1999 y los bombardeos de los edificios habitacionales en Buynaksk,
Moscú y Volgodonsk ese año. De esta manera, nació el mito del funcionario de
inteligencia heroico que protege los hogares de los rusos mientras que
aterroriza a los enemigos de la nación.
La
segunda etapa podría denominarse el periodo de tormentas y tensiones. Stalin
logró realizar la salvaje industrialización forzada que creó las bases de la
destrucción del sistema comunista. Putin, por su parte, “creó” una gran
potencia energética, lo que convirtió al país en una república bananera con
hidrocarburos.
La
tercera etapa amplía el mito mediante el triunfo heroico. Los soviéticos
tuvieron su victoria en la Segunda Guerra Mundial, seguida de la creación de
una superpotencia global. La era de Putin clamó victoria después de invadir la
diminuta Georgia en 2008.
Finalmente,
el régimen sufre un agotamiento ideológico y muere. Esta etapa de comunismo
soviético tomó cuarenta años para desarrollarse. Sin embargo, un simulacro se
derrumba mucho más rápido. La conferencia de prensa de Putin de diciembre de
cuatro horas recordó más que nada la caída del dictador rumano, Nicolae
Ceausescu, en un mitin masivo montado en 1989, cuando se enfrentó a reclamos e
interrupciones.
En
efecto, Rusia ya está viviendo en la era posterior a Putin, porque Putin ya no
puede cumplir su misión –ofrecer seguridad a la plutocracia. Como en 1999,
cuando Boris Yeltsin dejó de ser útil a las élites, las luchas internas
actuales entre facciones de la élite solo significan una cosa: se está llevando
a cabo la búsqueda de un sucesor. La pregunta ya no es si el régimen de Putin
sobrevivirá, sino que vendrá después de él.
La
próxima transición será notoriamente diferente a la transferencia de poder de
1999. No será un asunto palaciego, con una movilización “patriótica” de las
masas impulsada por la televisión contra los terroristas y el némesis
occidental. El proceso actual es más parecido a lo que pasó en Europa central y
oriental en 1989 y la URSS en 1991, en el que el entusiasmo de los
manifestantes se convirtió en decepción a medida que miembros individuales del
viejo régimen mantenían el poder económico y cuasi político.
En
efecto, ahora un heredero potencial necesita legitimidad, no solo de los
poderosos oligarcas sino también de las calles. Es por ello que los llamados
“liberales del sistema” o fieles que apoyan un cambio respaldado por el
Kremlin, quieren controlar el movimiento de protesta y usarlo como palanca en la
batalla final con los “siloviks” (el aparato militar y de seguridad de Putin).
Los
liberales del sistema piensan que en general Rusia ha creado una economía de
mercado aceptable. Su futuro desarrollo necesita solamente que se remueva a
algunos compinches de Putin mediante una reforma política controlada. Hasta
hace poco, los fieles argumentaban que la búsqueda del cambio excluye criticar
al gobierno, que de algún modo se verá influenciado con sugerencias
constructivas. Demandar la dimisión de Putin solo conduciría a la
marginalización del movimiento de protesta.
Ahora,
sin embargo, la retórica de los fieles es más agresiva. Actualmente afirman que
Putin personalmente eligió la represión para responder al movimiento de
protesta que llenó las calles de Moscú y otras ciudades importantes a finales
de 2011 y principios de 2012. No se puede respetar a los políticos que no
encuentran una alternativa a los tribunales y los juicios penales.
La
evolución de la postura de los fieles no es una coincidencia. Deben tomar en
cuenta el sentir actual del movimiento de protesta y también las encuestas de
opinión, que indican que su apoyo popular es inferior al de los “republicanos”
por un margen de 9 a 1. Los “republicanos” creen que extirpar todo el sistema
político y económico que se estableció en los años de Yeltsin –y que se
consolidó con Putin– es cuestión de salvación nacional.
Lo
que es más importante aún, en los últimos meses la visión estratégica de los
fieles ha cambiado. En octubre de 2012 planeaban negociar con Putin para
sustituirlo en un plazo de un año aproximadamente. La idea era nombrar a un
factótum más “liberal” como Alexei Kudrin, un ex ministro de Finanzas, o el
oligarca Mikhail Prokhorov.
No
obstante, algo salió mal: no pudieron convencer a Putin. Al mismo tiempo, él ha
perdido la capacidad de controlar las luchas internas entre la élite. A medida
que la postura de sus opositores se ha endurecido, las condiciones están dadas
en Rusia para una revolución pacífica anticriminal. Aun, si Putin se fuera este
año, eso no sería suficiente. Rusia y su pueblo únicamente pueden triunfar si
los fieles del Kremlin que están buscando a su sucesor se van con él.
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